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¡Empecemos todo de nuevo! Hasta conseguir que la ética sea relevante - Revista ISTMO

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¡Empecemos todo de nuevo! Hasta conseguir que la ética sea relevante

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Pareciera que algunas instituciones han perdido el foco, al centrarse en la productividad y en la eficiencia, dejando de lado a la persona. La empresa que busque llamarse «ética», necesita un giro, ahora deberá orientar su comportamiento a la realización plena de las personas que la integran, hasta conseguir que sean virtuosas.
 
Recientemente el ya célebre filósofo Alasdair MacIntyre publicó un polémico artículo titulado: «The Irrelevance of Ethics». Éste comienza citando las palabras de Sócrates al final del Fedro, mismas que utilizamos aquí como epígrafe. Según MacIntyre, Platón nos presenta en estas líneas una opción: que nuestras actividades se midan según los estándares de la virtud o, por el contrario, por los del dinero; más no por ambos, hay que elegir entre ellos. Inmediatamente denuncia un cierto desconcierto en la enseñanza de la ética en los negocios. El artículo es provocativo, pero bienintencionado. MacIntyre ha dejado bien atrás su pasado marxista para declararse abiertamente tomista. Asegura que no es que haya algo en la actividad de hacer dinero en sí que sea difícil de reconciliar con los mandatos de las virtudes sino que, con demasiada frecuencia, los individuos están moralmente equivocados y no han entendido cómo deben actuar para que su actividad sea, además, virtuosa. «Lo que falta en tales individuos, y lo que se reclama, es una dimensión ética.» 1
Este reclamo, lamentablemente, se ha convertido en un lugar común en la crítica social, por lo general cargada de moralina y cierta ingenuidad. Lo cierto es que esta brecha entre ambos modos de medir nuestras acciones es cada vez más evidente. Por ejemplo, como muestra en un imperdible artículo del teórico de los negocios Jeffrey Pfeffer, quien asegura que existen compañías admiradas a nivel internacional que poseen condiciones laborales lamentables. La yuxtaposición de admiración y éxito financiero a expensas de «acuerdos laborales tóxicos e infernales» refuerza la visión de que, más allá de los valores o liderazgo que profesan, lo que verdaderamente importa es que los directivos y las empresas sean ricos y exitosos. «Como una droga, el dinero y el status se vuelven adictivos».2
 
¿SE PUEDE ENSEÑAR LA ÉTICA?
La ética nos exige una convicción verdadera para ser efectivo y enseñar a alguien a ser ético resulta bastante complicado pues, quienes carecen de ella, instrumentalizan todo esfuerzo educativo. Ya decía Aristóteles que para una vida virtuosa se requieren ciertas disposiciones del carácter, las cuáles se fortalecen con el desarrollo de la virtud. El problema está en que precisamente son los que carecen de un carácter formado quienes más necesitan educación moral, pero no están en condiciones de reconocerlo, y por lo tanto no se benefician de los cursos de ética.
Para resolver esta paradoja MacIntyre señala ciertos hábitos a desarrollar:

  1. Un templado realismo sobre uno mismo, lo cual requiere autoconocimiento, humildad, criterio para evaluar riesgos y fortaleza para hacerles frente.
  2. Reconocer que el logro del bien propio es inseparable del logro de algún tipo de bien común, a través de bienes que puedan ser compartidos con los demás.
  3. No enfocarse en el presente a expensas del futuro, ni viceversa, ello implica «saber en cuáles proyectos hay que persistir, incluso cuando vayan mal, y cuáles deben dejarse a un lado. Es preferir un fracaso honorable a un éxito deshonesto y saber qué hacer cuando uno fracasa. Es entender la importancia de contribuir a proyectos que han comenzado antes de haber nacido y que seguirán incluso después de nuestra muerte. Es saber a qué historia uno pertenece»3.

 
Sin embargo, en el actual mundo de los negocios pareciera que, quienes pretenden ser exitosos consideran que «la ética no sólo es irrelevante, sino probablemente una desventaja insuperable».4 No continuaré con los argumentos que MacIntyre desarrolla con un tono marcadamente pesimista sobre el rol del dinero en la sociedad moderna, aunque sí me interesa resaltar su acertada conclusión: «¿Cómo vamos a hacer relevante la ética? Tenemos que empezar todo de nuevo»5. En efecto, para tomarse en serio a la ética –o lo que es lo mismo, para tomarse en serio al hombre– hay que dejar atrás el reductivo modelo antropológico que configuró la moderna economía política, al erigirse como ciencia autónoma para ofrecer una explicación alternativa al orden social. La empresa moderna surgió en ese contexto intelectual, y la tan cuestionada business ethics emergió como una manera de atenuar los efectos perniciosos que se derivan de un planteamiento tan estrecho, como erróneo.
 
LA ÉTICA SUFRE UNA CRISIS
MacIntyre expresa abiertamente su desencanto por el proyecto ético de la Ilustración 6 y resalta la importancia de la historia y la antropología en la filosofía moral, así como la noción de tradición.
Asegura que el voluntarismo de la moral de finales del siglo XVII y XVIII desestimó la posibilidad de encontrar en las acciones humanas un fin último que dé unidad y sentido al proyecto vital. Así, todo intento contemporáneo de encarar cada vida humana como una unidad, cuyo carácter provea a las virtudes de una finalidad adecuada, encuentra serios obstáculos, pues la modernidad ha fragmentado la vida en una multiplicidad de roles, cada uno de ellos sometido a sus propias normas y modos de conducta.
Las propuestas morales propiamente modernas –Hume, Smith, Kant, Kierkegaard y muchos otros– que rechazaban una concepción de finalidad de la naturaleza humana, estaban destinadas al fracaso. El proyecto de la Ilustración era dotar a la moral de una justificación racional y secular, sin embargo también resultó inviable. Ya que entre ambas posturas es imposible un acuerdo, se impuso un diseño que emana del poder, y se cristaliza en la burocracia: «la racionalidad burocrática es la racionalidad de unir medios y fines económica y eficientemente»7.
El proyecto moderno se agotó con Nietzsche,8 considerado el último representante del individualismo liberal, por lo que MacIntyre en el capítulo final de After Virtue propone recuperar la ética aristotélica y la dimensión narrativa de la vida. Por ello las virtudes comparecen como el elemento más importante de esta tradición. Para repensar las virtudes necesitamos tres elementos:
 

  1. La idea de una práctica

Una práctica es «cualquier forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa socialmente establecida, a través de la cual se alcanzan bienes internos a dicha forma de actividad».9 Implica bienes externos –también llamados de la eficiencia– y bienes internos –o de excelencia–. A diferencia de los bienes externos, el logro de bienes internos supone un bien común para la comunidad en cuyo seno la práctica se lleva a cabo, así como el desarrollo de una virtud en quien la realiza. «La riqueza material surge, en último término, de esa riqueza inmaterial pero patente: la donación y el mutuo servicio que son elementos constitutivos de toda comunidad».10 El desarrollo de virtudes es fundamental, no sólo porque en función de ellas se define la relación con las demás personas sino también porque sin ellas, las prácticas no podrían resistir el poder corruptor de las instituciones.
 

  1. Un orden narrativo de la vida humana

La noción de orden narrativo es consecuencia de la fragmentación vital que se produjo en la modernidad, de la que Max Weber realiza un brillante diagnóstico. Para entender lo que alguien hace hay que situar la acción narrativa en un conjunto de historias, resaltando su sentido histórico. La inteligibilidad como vínculo entre la acción y la narración, y el carácter impredecible del ser humano coexisten con un carácter de finalidad para que nuestras vidas encuentren su proyección hacia el futuro.11 La identidad personal se configura en esta narración, donde la inteligibilidad y la responsabilidad son elementos esenciales, y la unidad permite ordenar los bienes y comprender el propósito y contenido de las virtudes.
 

  1. Una tradición moral

La tradición se construye al coincidir la identidad histórica y la identidad social del hombre, es decir, su pertenencia a distintas comunidades. Estas relaciones, que influyen en las prácticas, vinculan las virtudes con el pasado y futuro de una comunidad, es decir, con su tradición. Las tradiciones vivas continúan una narrativa incompleta que continuamente está en diálogo con los bienes que se han propuesto alcanzar. En última instancia, es el ejercicio de las virtudes lo que mantiene viva una tradición. La dimensión narrativa ayuda a pasar de un discurso lógico-científico a otro de tipo histórico-vivencial, en el que la dimensión ética emerge de manera más natural, como en cierto sentido recoge el fenómeno de storytelling, cuya recepción en el ámbito del management ha sido muy positiva.
 
TRES ELEMENTOS, UNA ÉTICA
Toda ética demanda tres puntos: bienes, normas y virtudes.12 El primero se refiere a la finalidad de la acción humana, es decir, la ordenación al fin. «Es en actividades tan elementales como las que sustentan y preservan la vida de un individuo, tan biológicamente universales como las que provienen de las relaciones familiares y de parentesco, y tan ilimitadas como las que proporciona a uno la educación inicial en las artes productivas, prácticas y teoréticas, que el individuo se descubre a sí mismo inevitablemente como un ser que se erige según normas hacia fines que son, en tanto que fines, reconocidos como bienes».13
Precisamente por su relación con las inclinaciones naturales, estos bienes se recogen en los preceptos de la ley natural. Hay una conexión entre las inclinaciones naturales y los preceptos, ya que «cuando descubro que mi vida, como hecho biológico y social, está parcialmente ordenada por regularidades que expresan aquellas tendencias primarias hacia fines particulares, entonces soy capaz, al dirigir autoconscientemente mis actividades a aquellos fines, de hacerlos míos por segunda vez y de una manera nueva, y si he entendido mi propia naturaleza, hacerlo así será racional para mí».14 Son entonces los «bienes reglados» (por los preceptos de la ley natural) quienes guían el desarrollo de las virtudes.
¿Cómo se hacen operativos dichos fines? A través de formas cooperativas de actividad que permitan a sus participantes buscar la excelencia, a la vez que los fines propios de tal actividad. Por lo tanto es un imperativo que la empresa sea una de tales formas cooperativas, pues en la sociedad actual «la que unifica y organiza a los hombres es la empresa»,15 por lo que conviene aprovechar las oportunidades de desarrollo personal que la misma ofrece. «A pesar de todo, la empresa sigue siendo una de las pocas vías que por su propia naturaleza permanece abierta para lograr un nuevo y más amplio sentido de la acción humana, un modo mejor y más justo de organizar la sociedad, a partir de un enfoque humanista de realidades tan importantes como el trabajo y la creación de propiedad y riqueza en común»16.
 
LOS HOMBRES PRUDENTES Y LA EMPRESA
El desarrollo de las virtudes en la práctica es imposible sin el sentido clásico de prudencia. Aristóteles define esta virtud como «un hábito práctico verdadero, acompañado de razón, sobre las cosas buenas y malas para el hombre».17 La prudencia es una cualidad que perfecciona la razón práctica intrínsecamente, y por lo tanto, una virtud intelectual, aunque tiene la particularidad de que, siendo una virtud intelectual, adquiere un carácter moral al permitir que puedan ejercitarse las virtudes del carácter.
En efecto, la prudencia es la virtud rectora (auriga virtutum) de la vida humana, que le permite al hombre descubrir el bien para alcanzar la felicidad. La primacía de la prudencia sobre las demás virtudes descansa sobre las raíces fundamentales de la filosofía clásica. «El principio de la primacía de la prudencia refleja, mejor quizá que ningún otro postulado ético, la armazón interna de la metafísica cristiano-occidental, globalmente considerada; a saber: que el ser es antes que la verdad y la verdad es antes que el bien».18
¿Cómo se adquiere la prudencia? Con la educación en el seno de una comunidad y la experiencia. Es indispensable la participación en una práctica, pues dicho aprendizaje no es teórico sino práctico, se da en la deliberación y la acción. De ahí que la empresa ofrezca un excelente contexto para el desarrollo de una práctica. Según Aristóteles, las virtudes intelectuales se incrementan con la educación, mientras que las morales, con la costumbre o repetición de actos semejantes precedidos de elección reflexiva.19 La elección es «un deseo deliberado de cosas a nuestro alcance»20 y el acto propio de la prudencia es deliberar acertadamente para la vida buena. La prudencia perfecciona la capacidad de deliberación sobre aquello que contribuye a la felicidad, pues «la prudencia recae sobre lo que es justo, bello y útil para el hombre».21
Por ello sólo el hombre virtuoso puede alcanzar la felicidad. Por su parte, quien subordina la racionalidad moral a la lógica del éxito económico o de la eficiencia, está vedando dicha posibilidad para sí, pero especialmente para los demás, quienes tienen que padecer las consecuencias de dicha inversión de fines. Es entonces cuando todo discurso moral se vuelve irrelevante, pues nos encontramos ante una humanidad desesperanzada. La empresa moderna, que parece erigida sobre cimientos filosóficos y políticos de corte individualista, en ocasiones puede expresar tal desesperanza.
Al final de After Virtue MacIntyre nos recuerda que la humanidad ha superado épocas de barbarie y oscuridad preservando ciertas formas de comunidad, aunque advierte que esta vez los bárbaros «no están fuera» sino en el gobierno de las distintas formas de organización social, en especial de las empresas. Es precisamente por ello que hay que transformar las organizaciones «desde dentro», desde su misma vitalidad –que son las personas– y para ello es necesario que toda racionalidad emane de la verdad de la persona, expresada en una acción ética renovada. La ética profesional no es un correctivo que se añade a la acción humana, y del que se pueda prescindir, es la misma acción del hombre en toda su profundidad y complejidad, y a ella debe subordinarse cualquier otra lógica o racionalidad. Es por eso que MacIntyre ha vislumbrado con agudeza que hay que empezar de nuevo, y aunque su mensaje pueda parecer pesimista o escéptico, en la frase final de su libro queda patente la esperanza. La misma reza: «No estamos esperando a Godot, sino a un nuevo San Benito».22
 
Notas finales
1          MacIntyre (2015), p. 8
2          Pfeffer (2016), p. 1.
3          MacIntyre (2015), p. 10
4          MacIntyre (2015), p. 17
5          MacIntyre (2010), p. 14
6          El proyecto comienza con After Virtue: a Study in Moral Theory (1981) y continúa con Whose Justice? Which Rationality? (1988) y Three Rival Versions of Moral Enquiry (1990).  Aunque admite que no es parte de dicho proyecto, MacIntyre presenta Dependent Rational Animals: Why Human Beings Need the Virtues (1999) como una continuación y corrección del mismo. Véase MacIntyre (1999).
7          MacIntyre [1981 (2007)] p. 25
8          MacIntyre [1981 (2007)] capítulo 9
9          MacIntyre [1981 (2007)] p. 187. Luego aclara de no confundir «practices with institutions, which are characteristically and necessarily concerned with external goods»; p. 194
10        Martínez, Echevarría (2013), p. 165
11        González, Pérez (2006) p. 81
12        «Ética para directivos y consejeros», Véase Regojo (2014), es un excelente manual estructurado en torno a estos tres elementos. Polo presenta un esquema similar en su Ética (1995)
13        MacIntyre (1991) p. 66
14        MacIntyre (1991) p. 66
15        Alvira (1989), p. 9
16        Martínez Echevarría (2013), p. 161
17        EN VI-5 1140b.
18        Pieper, J. (1957) p. 58
19                       EN III-2 y 3
20        EN III-3, 1113a
21                       EN VI-12 1143b
22                       MacIntyre [1981  (2007)] p. 263. «Esperando a Godot» es una obra de Beckett que representa lo absurdo de la esperanza, así como la falta de sentido de la vida humana. La referencia a San Benito representa la resignificación del trabajo humano en toda su profundidad.
 
Bibliografía
Alvira, Rafael (1989) «¿Qué es el humanismo empresarial?», Cuadernos Empresa y Humanismo, nº 17, Pamplona.
Quino, Tomás de (2006), Summa Theologiae, Cambridge University Press, Cambridge.
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Aristóteles (1988), Política, Traducción: Manuela García Valdés, Gredos, Madrid. (Pol.)
González Pérez, Juan (2006) «Una biografía intelectual de Alasdair MacIntyre», Cuadernos Empresa y Humanismo, nº 97, Pamplona.
MacIntyre, Alasdair (1967) A Short History of Ethics, Routledge & Kegan Paul, London.
MacIntyre, Alasdair [1981 (2007)] After Virtue, Duckworth, London.
MacIntyre, Alasdair (1988) Whose Justice? Which Rationality?, University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana.
MacIntyre, Alasdair (1990) Three Rival Versions of Moral Enquiry. Encyclopaedia, Genealogy, and Tradition, University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana
MacIntyre, A. (1991) Persona corriente y Filosofía moral: reglas, virtudes y bienes, Conferencia pronunciada el 24 de enero de 1991 en la Universidad de Dallas, The Marquette University Press.
MacIntyre, Alasdair (1999) Dependent Rational Animals: Why Human Beings Need the Virtues, Open Court, Chicago y La Salle.
MacIntyre (2015) «The irrelevance of ethics», in Virtue and Economy. Essays on Morality and Markets, ed. by Bielskis, A. and Knight, K., Ashgate, Farnham, pp. 7-20.
Martínez Echevarría, Miguel Alfonso (2013) «Filosofar con el martillo o con la empresa»,  Humanizar emprendiendo: Homenaje a Rafael Alvira, Cuadernos Empresa y Humanismo, nº 123, pp. 153 a 171 (2013).
Pfeffer, Jeffrey (2016) «Why the Assholes are Winning: Money Trumps All», Journal of Management Studies, pp. 1-7.
Pieper, Josef (1957) La prudencia, Rialp,  Madrid.
Polo, Leonardo (1995) Ética. Hacia una versión moderna de los temas clásicos, Unión Editorial, Madrid.
Regojo, Pedro (2014) Ética para directivos y consejeros. Cómo construir empresas excelentes y socialmente responsables, EUNSA Astrolabio, Pamplona.

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No. 386 
Junio – Julio 2023

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