México, y muchos otros países, arrastran desde hace siglos ciertas ideas sobre los pueblos indígenas fundadas en mitos que se han demostrado erróneos. Entender y reconocer los valores de la lengua y la cultura de todos los pueblos y trabajar para entenderlos y reconocerlos es una tarea de justicia pendiente.
Es necesario hacer un mundo nuevo.
Un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos.
En 1994 parecía que cambiaría la historia de los pueblos indios de nuestro país. El movimiento zapatista, además de un brote de violencia que puso en riesgo la seguridad nacional, fue una explosión poética que reunía todas las voces indias de México bajo el mismo rostro, el grito esperanzado de quienes habían permanecido en silencio durante casi 500 años. Explotados, sobajados, humillados, siempre menospreciados, demandaban ahora simplemente una oportunidad para vivir con dignidad: «nunca más un México sin nosotros».
«La mañana del 1° de enero de 1994 un grupo de indígenas armados toma varias cabeceras municipales del estado de Chiapas y amenaza con dirigirse a la capital». Esto leyeron muchos mexicanos aterrorizados, en el periódico del desayuno; otros lo escucharon por televisión desde la comodidad del sofá. ¿Qué no ese día íbamos a celebrar con Salinas de Gortari el progreso y la prosperidad anunciados por el TLCAN? ¿Qué no la promesa de globalización asumía el olvido definitivo del México indio? ¿Qué no fueron ellos quienes prefirieron sus arcaicas costumbres a la nueva nación? O, ¿qué no los indios están en los museos, en el papel de la historia, en los libros de texto, en el folklor, si acaso en el maíz? ¿Quiénes eran estos rebeldes?
Los llamados pueblos indios eran, entonces y ahora, los verdaderamente originarios de estos territorios, herederos de tradiciones ancestrales, hablantes de lenguas indígenas. Sin embargo, el México de finales de los noventa cerró los ojos ante estas realidades y a través de políticas asimilacionistas y discriminatorias, asumió la «voluntaria extinción» o marginación, de quienes no se montaran al tren de la unificación y el progreso, confiando en la veracidad de los discursos oficiales. En esa historia oficial que pregonó, por más de cien años, el supuesto «exitoso proceso de mestizaje en los siglos XIX y XX en el que la mayoría de los indígenas y grupos europeos fueron convencidos de abandonar su caduca identidad y su atrasada cultura para adoptar la moderna identidad mestiza».1
¿QUIÉNES SON LOS PUEBLOS INDOMEXICANOS?
El Censo 2010 del INEGI estima una población de 15.7 millones de indígenas en el país. El México indígena es complejo, los indomexicanos no forman un grupo homogéneo, existe diversidad lingüística, cultural, religiosa y provienen de orígenes diversos. Sin embargo, en sus formas de vida ciertas características los distinguen como grupo: el culto a la naturaleza, los lazos solidarios comunales, el uso de la herbolaria medicinal y la educación afectiva; desgraciadamente, también su situación de vulnerabilidad y marginación los identifican como minoría.
Los criterios utilizados históricamente para definir quién es un indígena se relacionan con cuatro elementos: lengua materna (cuando es una lengua originaria diferente al español), autoadscripción (sentirse un indio), asentamiento territorial y la presencia de instituciones tradicionales distintas a las de la cultura dominante.
Todos estos parámetros se dan desde afuera,2 desde la visión de la mayoría dominante que señala, subordina y homogeneiza a los grupos culturales diferenciados. La voz de los mismos indígenas no se ha tomado en cuenta para definir quiénes son. Si acaso, una de las pocas expresiones propias en la que se definen está en la primera Declaración de la Selva Lacandona: «Somos producto de 500 años de luchas: primero contra la esclavitud, en la guerra de Independencia contra España encabezada por los insurgentes, después por evitar ser absorbidos por el expansionismo norteamericano, luego por promulgar nuestra Constitución y expulsar al Imperio Francés de nuestro suelo, después la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de leyes de Reforma (…) se nos ha negado la preparación más elemental (…) sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importarles que no tengamos nada, (…) ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia (…) sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos».3
Hoy, los mexicanos parecemos convencidos de dos ficciones que arrastramos desde hace prácticamente un siglo: 1) somos una mayoría mestiza y los indígenas deben abandonar sus culturas para asimilarse al resto de la nación, 2) la defensa de su identidad cultural es poco más que una necedad; ellos han querido mantenerse aislados, pues se niegan a embarcarse en el camino del progreso.
I.¡LOS MESTIZOS NO EXISTEN!
En toda Latinoamérica es lugar común atribuir ciertos rasgos de carácter a la pertenencia de un grupo étnico particular; basta recordar frases como «indio ladino» o «no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre»; y hablar de manera despectiva de sus características fenotípicas: «hay que mejorar la raza», «es morena, pero bonita».
Desde hace algunas décadas, organismos internacionales como la UNESCO urgen a eliminar todo elemento biologizante de la comprensión de la diversidad humana,4 es decir, abandonar la falsa idea de que existen diferencias «biológicas» que dan razón de la variedad antropológica «con objetividad».
El marco constitucional de México prohíbe toda discriminación y reconoce el carácter pluricultural de la nación. A pesar de ello sigue vivo un lenguaje racista (en programas de radio y televisión, bromas…).
Destacados investigadores como Federico Navarrete, Mauricio Tenorio y Carlos López Beltrán insisten en destronar el mito del mestizaje que inunda el imaginario mexicano y ha perjudicado a los indígenas. A pesar de que esa leyenda nació como un intento por recuperar lo mejor de dos culturas y fundirlas en una, la verdad es que su finalidad era «conducir al blanqueo de los indios y no a la indianización de los blancos»5 considerados superiores.
La creencia en la superioridad de la raza «más blanca» contribuyó a marginar a los grupos indomexicanos y se diseminó por medio de una historia oficial que negaba las diferencias entre la población y propagaba el mito de una falsa homogeneización, entronada en la castellanización masiva. Este mito mestizófilo se cae cuando se analizan tres de sus postulados:
1. Argumento cualitativo. El mestizaje se funda en la falsa creencia de que existen razas humanas que se mezclan para formar un nuevo y distinto grupo racial. La evidencia biológica muestra que las diferencias genéticas entre la población humana se reducen a un mínimo tal, que no llegan a ser significativas en términos de «raza». Es decir: las razas humanas no existen. Tampoco existe la mezcla racial y mucho menos el mestizaje como una realidad cualitativamente distinta.
2. Argumento cuantitativo. Las uniones entre personas de diferente origen continental no fueron tan frecuentes como se cree. En términos absolutos, los descendientes cuyos padres provenían de distintos grupos culturales, no fue significativo a lo largo de la Conquista, y menos durante la consolidación del México independiente. La falsa impresión se debe a la creación artificiosa de la categoría de mestizo.
3. Argumento «político». Se piensa en el grupo mestizo como una realidad unificada bajo cierto idioma y cultura. La realidad es que los mal llamados «mestizos» eran en sus «orígenes» un grupo heterogéneo, formado por pobres o descastados, personas de origen africano, indígenas que salieron de sus comunidades, asiáticos, descendientes de españoles e indígenas. El término no describe el origen racial ni étnico de una persona, pues es una categoría política que se utilizó como mecanismo para neutralizar y silenciar a grupos étnicos y culturales distintos.
II. LA IDENTIDAD CULTURAL SÍ IMPORTA
Este error se funda en la falsa creencia de que la identidad cultural es como un accesorio que los individuos pueden conservar o eliminar a placer. Visto así, la identidad de los indomexicanos podría sustituirse fácilmente o eliminarse en aras del progreso nacional. Si al ser neutralizados culturalmente los indios tienen acceso al desarrollo material y dejan de ser un lastre para la nación, no hay razón para señalar la aculturación como un problema. Un análisis detenido de los conceptos de cultura y nación desde la perspectiva liberal pluriculturalista, demuestra la imposibilidad de la neutralidad cultural y la importancia de la identidad étnica.
El filósofo Will Kymlicka señala la relevancia de la lengua y la cultura para el ejercicio de la libertad individual y la vida digna, y dice que pertenecer a un grupo cultural determinado es una condición sin la cual ningún individuo podría realizar elecciones valiosas y significativas.6 Afirma que toda persona parte de su pertenencia a una nación para decidir y para actuar;7 toma decisiones desde una cultura y una lengua determinadas más que desde una perspectiva individual. «La autonomía individual no se ejerce en el vacío, sino que necesita de un contexto del que nutrirse»,8 la libertad no estaría entonces en tensión con la pertenencia cultural, sino que la vuelve significativa.
Kymlicka considera la lengua materna y la tradición los elementos más importantes de la cultura; el peso de la lengua en la vida social es tal, que se le ubica como uno de los elementos más relevantes de la identidad. Dos argumentos muestran la importancia de la lengua materna como componente esencial de las culturas:
1. La lengua materna moldea la visión de mundo del hablante. Muchos pensadores reivindican el valor de la lengua como el elemento más significativo a través del cual nos abrimos al mundo y configuramos nuestro conocimiento. Para autores como Herder, Humboldt, y los antropólogos lingüistas Edward Sapir y Benjamin Whorf, la lengua es un «conjunto de estrategias simbólicas que forman parte del tejido social y de la representación individual de mundos posibles o reales».
La lengua materna es, literalmente, una manera peculiar de estar en el mundo, que configura nuestra visión de la realidad, condiciona nuestro entendimiento del tiempo, nos enseña las entidades significativas que habrán de nombrarse de un modo y no de otro; a partir de ella evaluamos los actos que nos rodean, adquirimos hábitos de conocimiento, de juicio, nos comprendemos a nosotros mismos.
2. Omnipresencia de la lengua. Ésta es el elemento transversal que vincula la gran mayoría de las experiencias humanas, a través de ella contamos nuestra propia historia y compartimos narrativas ajenas. «La lengua es a veces tan central a los proyectos vitales de las personas que éstas pueden llegar a verla no sólo como algo que valoran, sino como algo que afecta su identidad como personas»9 y la capacidad lingüística se hace presente en todo conocimiento, todas nuestras relaciones y nuestra comprensión acerca del mundo.
Las lenguas indígenas han sido sistemáticamente menospreciadas por las instituciones estatales y la sociedad en general pues se les relaciona con el retraso. Las políticas públicas, hasta bien entrado el siglo XX, se encaminaban a silenciarlas, pues el ideal se anclaba en la homogeneización cultural y la alfabetización castellana.
MENOSPRECIO HISTÓRICO: CONSECUENCIA DE DOS ERRORES
Los dos errores nacionales enunciados permean el imaginario de los mexicanos, han quedado plasmados en textos (desde Los grandes problemas nacionales de Molina Enriquez, hasta por lo menos, El laberinto de la Soledad de Octavio Paz) y afectan gravemente la vida de millones de personas. Quienes nacieron indígenas, difícilmente encuentran hoy algo valioso en su pertenencia étnica a causa del menosprecio sistemático sufrido. Según la Enadis 2010 realizada por CONAPRED, sólo 9.4% de la población indígena considera que sus tradiciones y costumbres son valiosas o ventajosas.
Algunas consecuencias de estos errores, a veces difundidos desde las instituciones, son:
1. Discriminación fenotípica. Los medios han diseminado una imagen parcial y muchas veces degradante de los indomexicanos, a quienes presentan en situación precaria, ignorantes de las «cosas importantes», reducidos a situaciones serviles y siempre en búsqueda de un blanqueamiento racial. Federico Navarrete explica que los medios «imponen una de noción claramente racial de la belleza física, identificada con el fenotipo “blanco” o europeo, asociada con la sofisticación, el éxito social, la prosperidad económica y la “modernidad”. Al mismo tiempo, identifican a los fenotipos “indígenas” o “mestizos”, que son más prevalentes en el país, con la fealdad, la pobreza y la marginalidad, brutalmente englobada en el término naco».10
2. Discriminación lingüística en las instituciones. Especialmente desde el México posrevolucionario se pretendió unificar a la nación a través de la castellanización, un factor importante para lograrlo fueron las escuelas.
3. Autoestigmatización. Diversos estudios muestran modos en que los indomexicanos interiorizan el menosprecio histórico del que son víctimas: los padres se niegan a enseñar a sus hijos sus lenguas originarias, pues consideran que aprender el castellano es la manera de salir de su situación precaria. Piensan que sus lenguas se han vuelto inútiles y dificultan de manera patente la entrada a la vida social y laboral.
4. Falta de libertad de expresión y de participación política. En las reformas constitucionales de 2002 se reconoce la diversidad cultural, al menos en papel, como un componente valioso de nuestra nación; sin embargo, este ideal integrador no incluye los mecanismos básicos para lograr que los indomexicanos gocen de una participación democrática real. La falta de espacios públicos donde utilicen sus lenguas dificulta la expresión de sus preferencias y necesidades como grupos culturales diferenciados.
La carencia de puentes interculturales (que se construyen por medio de una educación diversificada en contenidos, políticas de reconocimiento, mecanismos de acción afirmativa a favor de los grupos indígenas vulnerables), también obstaculiza su integración a la vida nacional. Parece ser que estas minorías, a causa de su identidad cultural, han sido excluidas de los derechos de ciudadanía de todo mexicano.
SITUACIÓN ACTUAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS:
Además de la discriminación y la violencia lingüística, hay otras dificultades para quienes nacen y viven como indios en nuestro país, que van desde la falta de reconocimiento y de voz hasta el empobrecimiento cultural. Enumeramos las principales:
- Desnutrición y carencia alimentaria. Resultados de CONEVAL de 2012 señalaban que 34.4% de la población indígena padecía carencia de alimentos, es decir 4.5 millones de personas.
- Falta de acceso a la salud corporal e integral. Según CONEVAL (2012), 4.1 millones de indígenas no cuentan con acceso a la salud.
- Pobreza. Las encuestas de CONEVAL señalan que en 2012, 45.4% de la población indígena tenía un ingreso inferior a la línea de bienestar mínimo y 26.6% se encontraba en estado de pobreza extrema.
- Educación. Dos de cada tres niños entre 6 y 14 años de edad que no van a la escuela son indígenas. El índice de analfabetismo de la población hablante de alguna lengua indígena es cinco veces mayor que el del resto de la población (INEGI, 2011). 28% de la población indígena de 15 años o más no ha concluido su educación primaria (INEGI, 2006).
- Falta acceso a la justicia. Según la CNDH hoy hay 8,334 indígenas en cárceles del país, muchos no saben por qué fueron encarcelados y generalmente no cuentan con intérpretes competentes.
- Laboral. De acuerdo con Carlos y Emiliano Zolla, en zonas indígenas las personas «trabajan desde niños hasta el fin de sus días».11 El trabajo infantil es mucho mayor que el que se registra en comunidades no indígenas, la mitad de la población gana en promedio un peso por hora de trabajo y carece de prestaciones y seguridad social.
Si los comparamos con el resto de la población, los indígenas son los mexicanos más excluidos, encaran mayor pobreza, desnutrición, rezago educativo, dificultad para acceder a los sistemas de salud y de justicia nacionales, mayor discriminación y falta de oportunidades de movilidad social. Lo preocupante en un país de pobres como el nuestro es que la situación es más precaria entre mayor sea la pertenencia étnica estructural, 26.6% de los indígenas se encuentra en pobreza extrema, mientras que en el resto de la población es de sólo 7%.
¿POR QUÉ RECONOCER Y PROTEGER A LOS PUEBLOS INDÍGENAS?
El movimiento zapatista no fue el único detonador para los impostergables cambios en la concepción de los indios mexicanos, sus necesidades y su papel en la nación. Algunos años antes, la comunidad internacional movía los delicados hilos de los que pende la tensión entre los Estados y las comunidades indígenas de varios países latinoamericanos. Basta recordar algunos ejemplos:
- Desde 1949, la Declaración universal de los derechos humanos reconoció que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros», sin que exista distinción alguna de raza, color, idioma, origen nacional, posición económica, nacimiento, etcétera, para otorgar los derechos y libertades personales.
- En 1989, el Convenio sobre pueblos indígenas y tribales 169 de la OIT hizo notar que los grupos indígenas en todo el mundo habían sido víctimas de una laceración profunda en sus leyes y valores, y demandaba respeto a las formas de vida y organización de sus costumbres e instituciones, reconociéndolos como sujetos de derechos colectivos.
- En 1993, la Conferencia mundial de derechos humanos de Viena reconocía: «La dignidad intrínseca y la incomparable contribución de las poblaciones indígenas al desarrollo y al pluralismo de la sociedad» y reiteraba «la determinación de la comunidad internacional de garantizarles el bienestar económico, social y cultural y el disfrute de los beneficios de un desarrollo sostenible».12
Así las cosas, además de la llamada de atención que generó el levantamiento zapatista en México y en el mundo, las declaraciones, convenios y tratados internacionales que defendían los derechos de los pueblos indios, jugaron un papel muy importante en el cuestionamiento sobre la realidad indígena. Las reflexiones giraron en torno a cuatro ideas centrales:
a) El valor intrínseco de las personas indígenas. Según los artículos 1, 2 y 7 de la Declaración de las Naciones Unidas de los pueblos indígenas, las personas indígenas son libres e iguales a todas las demás y tienen, como todos, por el sólo hecho de ser personas, derecho a la vida, la integridad, la libertad y la seguridad, y en general, al disfrute de todos los derechos humanos y libertades fundamentales.
b) La importancia de la ciudadanía. Los integrantes de los pueblos indígenas gozan de todos los derechos de la ciudadanía mexicana. Su inclusión en el ideal democrático implica una reinterpretación profunda del Estado desde una perspectiva multinacional, capaz de englobar en un plano de igualdad formal diferentes cosmovisiones.
c) La justicia social y la reparación de los daños. La integración de los pueblos indios a la vida nacional no es una cuestión de caridad, sino de justicia, pues como señala Villoro: «La no exclusión es la condición primera de la justicia».13 La sociedad carga una deuda histórica para con estos pueblos, por lo que habrá de idear mecanismos de reparación.
d) La fecundidad de los pueblos indios. Los pueblos indios tienen mucho que enseñarnos, por lo que hay que reconocer su valor y sabiduría, sobre todo en cuestiones de ecología, medicina herbolaria, educación y solidaridad. El 16 de febrero de 1996, integrantes del EZLN, representantes de organizaciones estatales y la sociedad civil firmaron los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. El documento acordaba reformas constitucionales que reconocieran la diversidad cultural, aseguraran la autonomía de los pueblos originarios y su participación en la vida nacional. Ni los acuerdos ni las demandas fueron respetados, sin embargo, a partir del movimiento zapatista, el asunto indígena se puso sobre la mesa de los intereses y urgencias del país, y en 2001 vinieron las reformas constitucionales.
El panorama para los pueblos indígenas no es sencillo, hay mucho trabajo por delante, sin embargo ha habido avances significativos en la apertura de las políticas públicas hacia su reconocimiento cultural, la valoración de sus culturas originarias y la conservación de sus lenguas. Destaca la labor de la CNDH y la CONAPRED y la creación de organismos gubernamentales como la CDI, el INALI (que trabaja en el fortalecimiento cultural y el rescate lingüístico) y la DGEI (que este año entregó más de 7 millones de libros de texto gratuitos en 36 lenguas originarias y 62 variantes lingüísticas).
Actualmente, el Programa especial de los pueblos indígenas 2014-2018 trabaja en dos prioridades de desarrollo: impulsar leyes para evitar su discriminación y crear leyes que protejan y autentifiquen los conocimientos ancestrales sobre herbolaria.
Además, contamos con los valiosos aportes de estudiosos como Rodolfo Stavenhagen, Bruno Baronet, Federico Navarrete, Rebeca Barriga, Dora Pellicer, Pilar Máynez, Francisca Pou, Patrick Johansson, Miguel León Portilla, entre otros, quienes trabajan por el rescate cultural y la defensa de los derechos de los pueblos indios, para que la Patria que entre todos construimos sea «una donde quepan todos los pueblos y sus lenguas, que todos los pasos la caminen, que todos la rían, que la amanezcan todos».14