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Shakespeare, un hombre para al eternidad

IS344_Miscelanea_02_principalPocas obras tan completas como la de Shakespeare, donde se mezcla la genialidad, la belleza y la esencia de la naturaleza humana. Evidencias históricas indican que el dramaturgo, además de la excelencia literaria, se preocupó por plasmar su fe en un tiempo en el que se le perseguía.
 
Cuando se considera en su conjunto la grandiosidad de la obra de Shakespeare, su profunda humanidad  –pues entendió y plasmó la infinita gama de virtudes y pasiones humanas– su visión universal –y universalista– de la condición humana; surge la interrogante de dónde procedían todas esas maravillas, de qué sustrato de pensamiento, de qué oculto universo abrevaba.
Y es que en su monumental obra,1 Shakespeare recorrió toda la gama de las emociones humanas. Es por eso que T. S. Eliot consideraba que William Shakespeare nos da la mayor amplitud posible de la experiencia humana. Esta realidad ha llevado a que, a lo largo de cuatro siglos, los estudiosos se hayan asombrado de la relativa simplicidad del Shakespeare histórico, es decir, del personaje de carne y hueso; nacido, muerto y enterrado en Stratford-upon-Avon (que es algo así como decir en México Tequisquiapan o Atotonilco, lugares atractivos,  pero no eminentes), criado en un ámbito rural, que nunca asistió a la universidad, que estuvo lejos, por lo menos en su etapa formativa, de los círculos académicos y cortesanos de su tiempo y que abominaba la vida bohemia.
Además, prácticamente no se conserva su correspondencia privada ni documentos de negocios; apenas se atesoran seis textos con su firma. En suma, parecería casi un desconocido. Esta asombrosa dicotomía y abismal asimetría entre su vida pública y privada, ha sido fuente continua de cierta perplejidad y de las más disímbolas teorías, hasta llegar incluso a exponer que Shakespeare no era Shakespeare, sino apenas un fantasmal pseudónimo tras el cual se escondía un auténtico autor literario, proponiéndose como tales a Christopher Marlowe, Edward de Vere e incluso a ¡Francis Bacon!, aunque era sabida la aversión de los tres a la vida de teatro.
En honor a la verdad, las hipótesis que hablan de un Shakespeare ateo, escéptico, relativista, homosexual, rabiosamente feminista o de un Shakespeare que no era él mismo, tienen poco sustento. En cambio, a lo largo del tiempo se ha consolidado la información disponible para estudiarse: la fe de bautismo, su matrimonio con Anne Hathaway, su éxito en Londres y las propiedades que compró ahí y en su villa natal; su muerte, entierro y monumento funerario (construido hacia 1620) que lo muestra como literato; la recopilación e impresión de la casi totalidad de su obra en 1623 en el famoso First Folio financiado por sus amigos; entre otras evidencias.
 
OBLIGADO A ENCUBRIR Y DISIMULAR
Antes que nada, surge la pregunta: ¿por qué escondía su fe? El violento cambio que el rey Enrique VIII dio en su concepción religiosa rompiendo con Roma y fundando la cismática Iglesia Anglicana con el Acta de Supremacía en 1534, fue un trauma para muchos ingleses que habían vivido con firmeza su fidelidad a la Iglesia católica. Una fidelidad que no podía volatilizarse de la noche a la mañana. Muchos, como Shakespeare y su familia, permanecieron fieles a su creencia y a su conciencia. Fueron años duros, en los que la corona inglesa (primero Enrique VIII y después su hija Isabel I) buscaba erradicar el catolicismo de su reino. Miles de seglares, sacerdotes y dignatarios fueron arrestados, torturados y ajusticiados como traidores, sin que la eminencia intelectual sirviera de parapeto, como es el célebre caso de santo Tomás Moro.
Ante la persecución, Shakespeare, como miles de ingleses, se vio obligado a silenciar o disimular su fe. Tuvo que vivir de forma enmascarada, como su Edgar en el Rey Lear. No renegó de sus creencias, pero tuvo que pasar desapercibido. Como afirma el jesuita Peter Milward respecto a la difícil situación de los católicos en Inglaterra: «es el tipo de cosas que mueven a mantener la fe con discreción». A los católicos ingleses les iba la vida en ello. Se sabe que numerosas comunidades y personas en Inglaterra resistieron heroicamente por su fe, hasta el siglo XX, con diferentes estrategias. Todas ellas han sido denominadas como: criptocatolicismo, término que significa etimológicamente católico oculto.
Si bien ya en 1808 el primer romántico francés François-René, vizconde de Chateaubriand, había especulado sobre el asunto, el primer estudioso en sostener formalmente la criptocatolicidad de Shakespeare fue Richard Simpson, un importante erudito británico del siglo XIX, en sus obras La filosofía de los sonetos de Shakespeare (1868) y La escuela de Shakespeare (1870). A él le han sucedido figuras de la estatura intelectual del historiador británico Thomas Carlyle, el cardenal John Henry Newman, el escritor francés Hillaire Belloc y por supuesto, G. K. Chesterton, quien contrapone al insigne John Milton como poeta protestante ante William Shakespeare como poeta y dramaturgo católico. Todos ellos perciben una visión católica en Shakespeare y la expresan desde la naturalidad de un mismo bagaje intelectual; una afinidad profunda en el ámbito de las tradiciones y las ideas; y la adecuada valoración del texto y el contexto.
Así, por ejemplo, Newman (antes de su conversión) afirma en La idea de la universidad que «Shakespeare tiene tan poco de protestante que los católicos pueden sin extravagancia reclamarlo como propio». Asimismo, en Europa y la fe Belloc establece que: «Las obras de Shakespeare fueron escritas por un hombre claramente católico, en sus hábitos de pensamiento». Y por su parte, el genial e incisivo Gilbert K. Chesterton, en su ensayo Chaucer (1932) escribió: «Que Shakespeare fue católico es algo que cualquier católico siente por un sentido común convergente y se da cuenta de que eso es verdad».
 
HOY, ¿QUIÉN SIGUE ESTA TEORÍA?
Modernamente, entre quienes sostienen esta tesis destaca el profesor Peter Milward, jesuita inglés, catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad Sofía de Tokio; considerado una autoridad en literatura isabelina y el máximo experto sobre religión y religiosidad del cisne de Avon.
Desde 1973 Milward fundamentó esta postura en su obra El trasfondo religioso de Shakespeare. Cuatro décadas después, está cada vez más convencido de ello y lo demuestra en su libro Influencias bíblicas en las grandes tragedias de Shakespeare, donde analiza acto por acto y línea por línea, las cuatro grandes tragedias shakesperianas: Hamlet, Otelo, Macbeth y el Rey Lear. En todas ellas ha encontrado numerosas referencias bíblicas, sobre todo en las últimas tres, escritas ya al comienzo del reinado de Jacobo I, a las que llama las «obras de la pasión de Shakespeare» porque nos hacen volver de manera continua al misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en los evangelios.
Ahora bien, el catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad Sofía de Tokio, en su más reciente libro Shakespeare el Papista demuestra cómo todas las obras señaladas admiten una interpretación católica y bíblica y concluye que «si no se admite este sustrato, este fondo católico, muchas obras permanecerían enigmáticas».
La postura de Milward ha sido tan convincente que incluso el anterior primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, después de leer la obra de Milward afirmó en público el catolicismo de Shakespeare y afirmó: «hay cosas en sus obras que no se pueden entender sin comprender los conceptos de perdón y de gracia». Ambas cuestiones propias del catolicismo.
A lo anterior se suman dos obras indispensables de Joseph Pearce, escritor británico y profesor de Literatura en el Thomas More College of Liberal Arts en Merrimarck; biógrafo de Tolkien, Lewis, Oscar Wilde, Chesterton y Alexander Solyenitzin, con títulos que dejan en claro su postura: La búsqueda de Shakespeare: el Bardo de Avon y la Iglesia de Roma, y Con los ojos de Shakespeare: la presencia católica en sus obras, ambas publicadas en inglés por Ignatius Press en 2008 y 2010, respectivamente. Es tal el cúmulo de evidencias presentadas, que ha llevado a un autor inicialmente escéptico como Peter Ackroyd a variar su postura y admitir el pensamiento de fondo católico de Shakespeare en su más reciente libro Shakespeare: Una biografía, publicada por Neri Pozza en 2011.
También podemos citar a dos importantes autoras: la principal biógrafa alemana de Shakespeare, Hildegard Hammerschmidt-Hummel, quien se dice convencida de que el dramaturgo inglés era católico y que su religión ayuda a entender su vida y obra. En segundo lugar tenemos a Elisabetta Sala, prestigiada literata italo-inglesa, con su libro El enigma de Shakespeare; ¿cortesano o disidente? (2011) en el que afirma que quedan «pocas dudas de la convencida adhesión a la fe católica del genio». La contundencia de la obra y la claridad de su exposición culminaron al publicarse en 2011, en el órgano oficioso de la Santa Sede L’Osservatore Romano, un artículo homónimo de la pluma de la autora, exponiendo una síntesis sobre la criptocatolicidad de Shakespeare.
Todos ellos han buscado esclarecer la verdad en contra de un secular prejuicio académico de parte de un grupo de estudiosos y fundamentan la catolicidad de Shakespeare en un imponente cúmulo de indicios y pruebas, mismas que se pueden resumir en cuatro: 1) Entorno familiar, 2) Educación y formación, 3) La catolicidad de la obra de Shakespeare y 4) La obra perdida de Shakespeare sobre Tomás Moro.
1. El entorno familiar de William Shakespeare
Shakespeare procedía, tanto por vía paterna como materna, de familias católicas de larga raigambre, contándose en ellas incluso sacerdotes. Hoy en día ya nadie puede negar que el padre de Shakespeare, John, además de artesano y comerciante de lana era católico: un recusante, alguien que se negaba a asistir a las ceremonias del culto oficial anglicano y por ello pagaba las sanciones y multas correspondientes. Existe documentación que prueba que pagó una de estas multas en 1592. Y que en su lecho de muerte recibió la extremaunción de un cura católico oculto. Por su parte, la madre de William, Mary Arden, procedía de una de las más notorias familias católicas de condado de Warwickshire. Hacia 1584, a causa de su fe y como secuela de la llamada Conjura de Sommerville, ambos progenitores, junto con varios familiares de ambas ramas fueron sometidos a un proceso no concluyente bajo la acusación de alta traición lanzada por Sir Thomas Lucy, de Charlecote Park. Destaca el hecho de que un tío materno, Edward Arden, fue ejecutado por traición tras ser acusado de pertenecer a la resistencia católica y de ocultar a un sacerdote en 1580.
Por si fuera poco, la mujer con la que William Shakespeare se casó en 1583, Anne Hathaway, era católica y su familia lo había sido por los cuatro costados. Varios de sus primos serían procesados como recusantes católicos. Se sabe que la boda fue oficiada por el padre John Frith en la villa de Temple Grafton a algunas millas de Stratford, quien figura en un listado acusatorio de 1586 como sacerdote católico romano. Aunque no fue un matrimonio perfecto, ciertamente duró para toda su vida.2
También sabemos que su padre, John Shakespeare, recopiló de su puño y letra un testamento espiritual del mártir jesuita san Edmund Campion que se encontró escondido entre las vigas del techo de su casa de la calle Henley en Strafford. El revelador documento, reconocido como auténtico, fue probablemente escondido allí en tiempos de la Conjura de Somerville de 1583, en lo que eran años de cacería indiscriminada de disidentes católicos como consecuencia de un severo bando promulgado en nombre de la reina Elizabeth en 1591; también en el nombre de la famosa Conjuración de la Pólvora de 1605, ya con Jacobo I en el trono. Este documento es valioso y contundente. Después de minuciosos estudios, desde principios del siglo XX se estableció que se trataba de la «última voluntad de un alma», un «testamento espiritual» que había sido originalmente redactado por san Carlos Borromeo, para uso de los milaneses que morían por la peste sin asistencia espiritual. Los misioneros ingleses que pasaron por Italia consideraron que el documento se adaptaba perfectamente a la situación de los católicos de Inglaterra que, perseguidos por la corona, con frecuencia morían sin recibir los últimos sacramentos.
La tradición católica en la familia continuó, porque es un hecho que Susan, la hija favorita de Shakespeare fue acusada de pertenecer a la resistencia católica. Y tanto ella como su abuelo figuran en las listas de católicos que se negaban a acudir a las funciones obligatorias religiosas del Estado anglicano. Sabemos que Shakespeare dejó la mayoría de su fortuna a su hija Susana, la católica, y le dejó muy poco a la otra hija que se casó con un protestante. Asimismo, la mayoría de los beneficiarios de su testamento eran católicos militantes de la zona de Stratford-Upon-Avon.
2. Su educación y formación
Se formó en el prestigiado King’s New College de Stratford, una escuela local de gramática, que era en aquel entonces una de las artes liberales. Fue alumno de excelentes profesores, muchos de ellos católicos perseguidos. Probablemente dos tercios de los maestros eran católicos. Uno de ellos, Simon Hunt, profesó después en la Compañía de Jesús. Thomas Jenkins, quien sucedió a Hunt como profesor, fue discípulo en Oxford del ya citado Edmund Campion, hoy canonizado. El sucesor de Jenkins en la escuela en 1579, John Cottam, era el hermano del padre jesuita Thomas Cottam, quien después fue ejecutado en Inglaterra, junto con un condiscípulo de Shakespeare, Robert Debdale. Además está su relación con sacerdotes católicos, como Edmund Campion y Robert Southwell, éste último un gran poeta y místico; ambos eran jesuitas perseguidos que murieron como mártires. En unos de los sonetos de Southwell hay una dedicatoria «a mi digno y buen primo William Shakespeare», quien siempre se encuentra inmerso en este mundo subterráneo de grupos católicos.
A lo anterior se agrega el descubrimiento de un libro de registro del Colegio Inglés en Roma, poco después de 2000. Coincidiendo con los famosos años perdidos de la vida de Shakespeare, de los que prácticamente no se sabe nada (abandonó su Stratford natal en 1585 y reapareció en 1592 en Londres, donde comenzó su carrera de dramaturgo), aparece la firma en 1585 de un tal Arthurus Stradfordus Wigomniensis y se menciona además en él que un maese Gulielmus Clerkue Strafordiensis llegó a ese seminario en 1589. Según el vicerrector actual del Colegio, Andrew Heaton, el primer nombre puede descifrarse así: (El compatriota) del (rey) Arturo de Stratford (en la diócesis) de Worcester y el segundo es simplemente Guillermo el Amanuense de Stratford. En 2009, el Colegio organizó la exposición titulada Non Angli sed Angeli, montada en la cripta del colegio, con documentación de los viajes secretos que hicieron a Roma muchos católicos ingleses y los que hicieron los jesuitas de Roma a Inglaterra «para defender su fe, no obstante la amenaza de captura, torturas y martirio».
Así, los padres, parientes, amigos y maestros de Shakespeare eran todos católicos, como lo eran también muchos de sus protectores, destacando entre ellos el conde de Southampton, de quien está comprobado que ocultó a sacerdotes tanto en su residencia campestre de Titichfield Abbey como en la que tenía en Londres. Al mismo Shakespeare los puritanos lo atacan por católico. Y cuando arrecia la persecución y aumentan las apostasías (por ejemplo, la de John Donne, uno de los grandes poetas metafísicos ingleses), Shakespeare nunca cede. Su última actividad en Londres, antes de volver a Stratford en 1613, fue comprar una casa en la ribera sur del Támesis, la famosa Blackfriars Gatehouse (Portal de los Frailes Negros), un notorio centro de actividad católica. Era un conocido refugio de sacerdotes y lugar de celebración de misas, que él compra y mantiene activo. Tal vez es por todo ello que hacia 1690 el archidiácono anglicano, Richard Davis, más de 70 años después de su muerte, señala con dureza que: «Shakespeare murió como un papista» lo que constituye un testimonio incontrovertible.
3. La catolicidad en la obra de Shakespeare
El argumento más fuerte sobre su condición católica es el conjunto de su obra, la cosmovisión plasmada en sus grandes libretos. Es necesario comprender que para exponer sus ideas Shakespeare tuvo que recurrir a diversos símbolos que eludieran la censura y apelaran a su catolicismo. Tenemos como ejemplo un tema como las peregrinaciones, una costumbre típicamente católica y medieval, pero que fue prohibida por los protestantes en tiempos de Enrique VIII, quien cerró a la fuerza todos los santuarios en Inglaterra. Encontramos referencias a peregrinaciones en muchas de sus obras: Ricardo II, El Mercader de Venecia, Como gustéis y El Rey Lear. Otra referencia recurrente de los católicos perseguidos en Inglaterra ha sido la condición del destierro y de la marginación que con frecuencia aparecen en sus obras, sobre todo en el ciclo histórico. Otro indicio de catolicidad lo encontramos en el gran respeto con que el dramaturgo y sus personajes tratan a los frailes y religiosas en obras como Romeo y Julieta, Mucho ruido y pocas nueces y Medida por medida; en ésta última, la protagonista es monja. En contraste, los dramaturgos protestantes como Chistopher Marlowe y Robert Greene los tratan con gran escarnio como personajes malévolos y ridículos.
También aparecen en sus obras (de manera particular en Enrique V, Romeo y Julieta y en Medida por medida) diversas ceremonias y liturgias católicas, referencias a los sacramentos y la invocación de los santos, así como alabanzas a la Santísima Virgen María y el rezo del rosario. Aparecen también prácticas como el ayuno, lectura de los himnos de las horas, la Eucaristía y la confesión.
Otros dos temas propios del catolicismo son la censura a la usura, presente en El mercader de Venecia, que las iglesias protestantes autorizaban sin más y la existencia del purgatorio; el padre de Hamlet se lamenta amargamente de haber muerto sin la extremaunción, por lo que ahora anda penando, la obra se extiende en una visión sobre el bien y el mal, el pecado, la gracia y el perdón, todos estos temas marcadamente católicos. Como dice Chesterton, Shakespeare no marca el comienzo de una nueva civilización sino el final de otra, tradicional, la cristiandad medieval, que él recoge y sublima. En ese sentido, sus biógrafos han apuntado que es más cercano a santo Tomás de Aquino y Dante que a Freud y Jüng.
Mención aparte merece el famoso Soneto XXIII, en el que se las ingenia para nombrar al mártir Tomás Moro, impronunciable en la Inglaterra protestante;3 también hace lo que Pearce considera una referencia críptica a la misa católica.4 El soneto concluye con el reconocimiento de no tener el valor de Tomás Moro pero expresa el deseo de que sus obras den testimonio de su fe y de su posición católica. Hay que decir que este significado aparece más claro en el idioma inglés original y se diluye en las traducciones al español.
4. La obra perdida de Shakespeare sobre Tomás Moro
Enrique VIII fue la última de las obras escritas y montadas por Shakespeare. Sin duda, la estela de rectitud de la reina Catalina, la esposa repudiada del rey Enrique permanecía en la memoria de muchos ingleses no conformes con el cisma anglicano. Todavía existían en Inglaterra muchos católicos que, en la clandestinidad, mantenían su fe, siendo para ellos Catalina un ejemplo de firmeza. Lo mismo que Tomás Moro, amigo y consejero de la trágica reina. Por ello es claro que en el Londres de 1613, tras ver en escena el aire de «dama virtuosa» de la reina Catalina, mientras que Ana Bolena y su hija la reina Isabel eran puestas en entredicho, se destaparían viejos rencores. El estudioso Ignacio Amestoy escribe que «lo más probable es que por esta razón, en la segunda representación de la obra se produjera un fuego que destruyó el viejo Globo, que sería reconstruido al año siguiente, para desaparecer definitivamente por otro incendio en 1644. Y es que el teatro de Shakespeare, muy explícitamente en esta obra Enrique VIII, era un teatro comprometido».
Por ello, es notable que en 1844 se publicara el manuscrito de un libreto escrito a siete manos, entre las que se ha identificado la autoría de William Shakespeare, centrado en la vida de Sir Tomás Moro. Escrita a fines del reinado de Elizabeth I o inicios del reinado de Jacobo I, fue probablemente una pieza concebida para montarse de manera privada en ámbitos católicos, pero no se descarta que a la muerte de la reina se desempolvara para ver si pasaba la férrea censura inglesa. Es una obra conmovedora, porque muestra, al decir de Joseph Pearce en el prólogo de la edición hecha en 2012 por la editorial Rialp, «la poderosa influencia de Tomás Moro en la conciencia cultural, religiosa y política de Inglaterra pasados más de cien años de su martirio». Aunque carece de la grandiosidad de la mayoría de la obra shakesperiana, es una obra militantemente católica, audazmente directa, que despierta fuertes emociones. No en balde, sirvió de inspiración al dramaturgo inglés Robert Bolt para la composición del libreto de Un hombre para la eternidad, tanto en teatro como en cine, en la inmortal película ganadora de seis óscares protagonizada por Paul Scofield.
«Un hombre para la eternidad, para todas las épocas» es una frase que caracteriza a santo Tomás Moro, pero que lo hermana con su admirador William Shakespeare, quien fue calificado de igual manera por uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, quien vaticinó: «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad».
En el cuarto centenario de su deceso, es hora de conceptualizar de manera integral la vida y obra del gran dramaturgo en su grandeza y esencia, en su universalidad derivada de su profunda fe.
 
Notas finales
1          Monumental por su grandiosidad y excelencia, no por su extensión, ya que 37 obras teatrales seguras, y tres más que le son adjudicadas, constituyen una obra de buen tamaño, pero no demasiado amplia.
2          Las cláusulas del testamento de Shakespeare, que parecieran mostrar cierto rencor hacia ella, con base en el contexto social, han sido revaloradas como prueba de gran estima. Y uno de sus sonetos, dedicado a ella,
emplea ingeniosos juegos de palabras afirmando que «Ana tiene el camino» (Anne hath the way) y «salvó mi vida» (And saved my life), lo que literalmente se oye como: «Anna salvó mi vida».
3          «More than that love which more hath More expressed». «Más que el amor que más y mejor (Moro) ha expresado».
4          «The perfect ceremony of Love’s right». «La perfecta ceremonia, la que es rito del amor», mostrando una profunda comprensión teológica de la Misa como re-presentación del sacrificio de Cristo por supremo Amor.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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