Entre las líneas de su obra magna, puede entenderse la originalidad del pensamiento maderista, que puso a la democracia en el centro de las aspiraciones políticas de los mexicanos.
Sabemos que Madero redactó en seis meses La sucesión presidencial en 1910 con el propósito de que fuera un instrumento para su campaña política a nivel nacional. La obra fue impresa en diciembre de 1908 en San Pedro de las Colonias con un tiraje de 3,000 ejemplares.
A principios de 1909 Madero lo distribuyó por correo a políticos, intelectuales y periodistas independientes. La primera edición se agotó de inmediato y Madero publicó una segunda edición corregida y aumentada.1
El libro tiene la estructura de un discurso clásico: exordio, narración, argumentación y peroración. Pero su dimensión retórica es más compleja. Aristóteles distinguía entre la retórica forense, la deliberativa y la epidéctica. Madero combina en su libro los tres estilos. Por una parte, se dirige al pueblo, lo invita a defender la democracia, a recobrar su dignidad. Por otra, se dirige a Díaz: lo alaba, reconoce sus méritos, lo juzga, lo critica e incluso lo amenaza. Puede decirse que la obra fue un éxito en el objetivo deliberativo mas no en el epidéctico. Madero convenció al pueblo, no a Díaz.
DEMOCRACIA PARA TODOS
¿A quién estaba dirigido en verdad el libro? ¿Al pueblo o al César? Me parece que aun cuando Madero se dirigía a Díaz, se dirigía al pueblo. La fuerza de su discurso a Díaz consiste en el carácter revolucionario de su discurso dirigido al pueblo. Un análisis retórico de La sucesión presidencial en 1910 también debe tomar en cuenta la manera en la que Madero utiliza la historia de México para sus fines. Su tesis es que el militarismo tiránico había sido una desgracia para el país y que era tiempo de dejarlo atrás. Madero no fue un historiador; sus conocimientos de historia nacional estaban basados en la lectura que hizo de México a través de los siglos.2 Sin embargo, en varias ocasiones Madero hace referencia a la historia de Roma y de Francia para ilustrar algunas de sus afirmaciones sobre las desgracias producidas por el poder absoluto.
La originalidad de La sucesión presidencial en 1910 consistió en su defensa a ultranza de la democracia. Madero rechazaba tajantemente la idea de que México no estaba maduro para la democracia efectiva. Según Madero, la democracia no tenía que esperar a que el proceso evolutivo transformara a los mexicanos. Los mexicanos debían luchar de manera pacífica por su libertad y acabar de una buena vez con la tiranía. Sólo en caso de que el tirano violara la voluntad popular, podría justificarse una lucha de otro tipo.
Madero defendió que la alternancia tendría que ser decidida de manera democrática, no por un líder carismático, como Bernardo Reyes, ni por una élite ilustrada, como la de los científicos, sino por un partido político que decidiera en una convención su plataforma política.
En Metahistoria, Hayden White ha retomado la distinción hecha por Karl Mannheim entre la idea liberal de que la estructura social será mejorada en un futuro remoto y la idea radical de que ese cambio tendrá lugar en un futuro inmediato.3 Los liberales se preparan para realizar la utopía, es decir, la aplazan, los radicales se sienten listos para realizarla, es decir, la precipitan. El discurso de los científicos, de Sierra, era un discurso liberal en ese sentido de Mannheim; el de Madero, en cambio, era radical. Es por eso que su discurso puede calificarse como revolucionario. Y lo era, no sólo en México, sino en el resto del mundo.
En aquellos años, en los Estados Unidos, el país que se consideraba la cuna de la democracia moderna, la sociedad ponía muchas barreras al sufragio: los pobres, los negros, los inmigrantes… los marginados tenían obstáculos para votar. Madero, en cambio, luchaba por una democracia total. Por esa razón, debería ser incluido en la lista de los grandes promotores de la democracia de la historia.
A Madero se le ha llamado el mártir de la democracia, pero quizá sería preferible describirlo como el padre de la democracia mexicana. Las primeras elecciones en el país se realizaron durante el Virreinato y, luego, a pesar de la poca simpatía de los conservadores por la idea de voluntad popular, también hubo elecciones en el México independiente. Sin embargo, nadie le había dado al fenómeno electoral la importancia que Madero le dio en La sucesión presidencial en 1910.4
Para los liberales del XIX, las elecciones consistían en un principio de legitimación jurídica del poder. Las elecciones locales y federales designaban a los congresos y a las autoridades municipales, estatales y federales. Durante el régimen de Díaz se realizaron elecciones en tiempo y forma. Sin embargo, el respeto a la voluntad popular no era visto como algo fundamental para el bienestar de la patria.5
Salvando las diferencias, algo semejante sucedía en los demás países occidentales. A principios del siglo XX, las élites pensaban que la democracia no podía tomarse demasiado en serio ya que, de otra manera, se garantizaba el desastre. 6
Durante el porfiriato, importaban más el orden, la paz y el progreso que la libertad y, para garantizarlos, no importaba que la voluntad de la plebe quedara en segundo plano. Pero también para los viejos liberales, la voluntad popular podía ignorarse cuando estaban en juego fines más altos como, por ejemplo, la separación del Estado y la Iglesia. Para Madero, por el contrario, la democracia significa la efectividad del sufragio, es decir, la materialización de la voluntad popular. Este concepto de democracia supone la conformación de un nuevo concepto de pueblo. No es un pueblo compuesto por castas, corporaciones o clases, sino por individuos que depositan sus votos en las urnas.7
Madero invoca por vez primera al pueblo mexicano como un actor político real. Los liberales mexicanos del XIX lo postulan como una abstracción por medio de la cual formulan sus principios legales, pero no lo reconocen como realidad autónoma, como actor político. En los numerosos planes que hubo en el siglo XIX, se le habla al pueblo de México de manera muy distinta. Los levantados siempre hablan en nombre del pueblo; de lo que los firmantes de los planes consideran que era su felicidad, su beneficio, su libertad. Madero, en cambio, le habla al pueblo como un agente del cambio social, no como a un espectador de una lucha política por su redención.
EL LIBERALISMO SOCIAL DE MADERO
Hay que subrayar que el pensamiento político de Madero no es el del liberalismo clásico mexicano del siglo XIX.8 Para Madero, el énfasis no está en la defensa de las libertades individuales frente al poder tiránico y dogmático de las corporaciones, como la Corona o la Iglesia, sino en la lucha por la democracia y la promoción de la solidaridad social. Madero no hace de la libertad un fetiche, sino que pone un énfasis especial en la abnegación y eso lo acerca a la tradición altruista y utilitarista del siglo XIX de autores como Mill.
Si se quisiera definir el liberalismo de Madero diríamos que era el liberalismo reformista o social de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. No olvidemos que Madero se formó en Francia y en los Estados Unidos y que, por tanto, conocía la cultura política de la Tercera República y de la gestión de Theodore Roosevelt (1901-1909).9 En ambos países estaba en su apogeo un movimiento social reformista que luchaba por la profundización de la democracia, la propagación de la educación pública y la mayor participación del Estado para fomentar la igualdad de oportunidades y ponerle un freno al poder del gran capital.
Este movimiento, que en los Estados Unidos se conocía como progresivismo y en Francia como radicalismo, rechazaba el viejo liberalismo ultraindividualista y el capitalismo salvaje, pero no adoptaba las premisas marxistas de la lucha de clases o de la dictadura del proletariado. En el ámbito anglosajón, este nuevo liberalismo estaba inspirado en la obra de autores destacados como T. H. Green y
Lester Frank Ward, ambos, por cierto, críticos de la filosofía social de Spencer.10 Si se buscara antecedentes anglosajones del pensamiento político de Madero, por allí habría que localizarlos.11 Pero la influencia principal del pensamiento de Madero, la más tangible, viene de otro lado, de una corriente del pensamiento francés que ahora nos resulta ajena, incluso extraña, pero que en aquel entonces tuvo una gran influencia no sólo en Europa sino en América Latina: el espiritismo de Allan Kardec.
Se puede decir que es Madero quien inventa o, por lo menos, acaba de inventar la idea del pueblo mexicano como un pueblo democrático. Lo inventa al dirigirse a él en su discurso de la manera en la que lo hace: como un sujeto político pleno, listo para actuar. Una vez convocado, el pueblo democrático ya no volvería a dispersarse en nuestra historia. Para usar el término de Reinhart Koselleck, el insoslayable logro histórico, político, ideológico de Madero fue abrir un horizonte de expectativa de los mexicanos.12 Este horizonte no sólo se abrió para las clases medias, sino para toda la población, porque el maderismo se transformó en un movimiento de masas.
La contrarrevolución de Victoriano Huerta no triunfó, no podía hacerlo, porque ese horizonte ya estaba abierto en las conciencias y no volvería a cerrarse, como se comprobó a todo lo largo del siglo XX mexicano. Ni la muerte de Madero, ni el fracaso de su movimiento ni todo lo que pasó después acabaron con las expectativas democráticas que él inspiró en los mexicanos.
INSTITUCIONES, NO PERSONAS
El énfasis de Madero en la no-reelección no ha sido suficientemente valorado, quizá porque se asume que estaba dirigido ad hominem contra Díaz. Sin embargo, Madero tenía razones generales para defender ese principio, que iban desde los precedentes históricos de Washington y de Bolívar, que habían renunciado a perpetuarse en el poder por considerar que ello iba en contra de los intereses de la
República, hasta el argumento de que cuando un político no tiene la reelección en la mira, puede actuar de manera más libre para llevar a cabo su programa.13
La concepción de Claude Lefort de la democracia como el vacío simbólico del poder podría ayudarnos a entender la insistencia de Madero en la no-reeleción.14 Cuando un hombre se ubica en el centro del poder y desde ahí consigue reelecciones indefinidas, aunque sean legales, la democracia pierde una de sus características centrales: que el poder no tenga rostro ni figura. En una democracia genuina, el poder no debe tener nombre y apellido, mucho menos de manera indefinida. Es por ello que la no-reelección, uno de los bastiones del sistema político posrevolucionario, ha servido como muro de contención para los presidentes que han ocupado el poder de manera tan absoluta, o para decirlo a la manera de Lefort, sin dejar huecos. Y por razones semejantes, el tema de la alternancia electoral fue tan importante en el último tercio del siglo XX. Ya no se trataba entonces de que el poder tuviera siempre el mismo rostro, sino de que tuviera siempre las mismas siglas, el mismo escudo.
Notas finales
1 En 1960, la Secretaría de Hacienda editó un facsímil del manuscrito de La sucesión presidencial en 1910. Esta edición, prologada por Agustín Yáñez y anotada por Catalina Sierra, nos permite conocer con exactitud las diferencias que hay entre el manuscrito y las ediciones del libro. Las citas aquí son de la segunda edición de 1909, que es la definitiva.
2 La orientación liberal de su lectura de la historia de México es deudora de la magna obra editada por Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, en cinco volúmenes, México, J. Ballescá y Co., 1884-1889. Los héroes de su narración histórica son Juárez y, sobre todo, Lerdo de Tejada.
3 Hayden White, op. cit., pp. 32-38.
4 En la “Carta a Santa Anna”, dice Lucas Alamán que ellos, los conservadores, “Estamos decididos contra la federación; contra el sistema representativo por el orden de elecciones que se ha seguido hasta ahora; contra los ayuntamientos electivos y contra todo lo que se llama elección popular, mientras no descanse sobre otras bases.” Lucas Alamán, “Carta a Santa Anna”, en Alberto Saladino, Pensamiento Latinoamericano del siglo XIX, México, UNAM, 2009, p. 277.
5 Sobre el tema de la democracia electoral en el México del siglo XIX se pueden consultar José Antonio Aguilar Rivera (coord.), Las elecciones y el gobierno representativo en México 1810-1910, México FCE/ Conaculta/ IFE/ Conacyt, 2010.
6 Por ejemplo, en 1908, en los estados sureños de los Estados Unidos había restricciones para que no votaran los indios, negros, expresidiarios, pobres y vagabundos.
7 Vid. Pierre Rosanvallon, El pueblo inalcanzable, México, Instituto Mora, 2011.
8 Según Jesús Silva Herzog: “Las ideas de Madero coincidían con las de los economistas de Francia e Inglaterra que aparecieron como novedades (…) allá por la segunda mitad del siglo XVIII. (…)”. La Revolución mexicana, Vol. I, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, p. 123. Esto es un error que denota o bien la ignorancia de Silva Herzog o bien su mala fe. Pero va más allá y dice así: “El señor Madero, hombre bueno, sincero e idealista, perteneciente a una familia acaudalada, poseedor él mismo de una buena fortuna, no entendió, no pudo nunca entender cabalmente los problemas vitales de México”. Ibidem. Lo que Silva Herzog sugiere es que Madero fue incapaz de entender los problemas de México porque no podía dejar de pensar como hacendado. Esta opinión fue luego repetida ad nauseam por los demás historiadores marxistas de la Revolución.
9 Sobre estos temas, vid. Michael Wolraich, Unreasonable men, Theodore Roosevelt and the Republican rebels who created progressive politics, New York, Palgrave Macmillan, 2014; Sidney M. Milkis, Theodore Roosevelt, the Progressive Party, and the transformation of American Democracy, Lawrence, University Press of Kansas, 2009; Gerard Delfau, Radicalisme et République, Les temps héroïques (1869-1914), Paris, Jacob Duvernet Editions, 2001; Jean Marie Mayeur and Madeleine Rebérious, The Third Republic from its origins to the Great War 1871-1914, The Cambridge History of Modern France, Cambridge, Cambridge University Press, 1988.
10 La obra principal de Green es Prolegomena to Ethics, Oxford, Clarendon Press, 1884, y la de Ward es Dynamic Sociology, New York, D. Appleton and Co., publicada en dos volúmenes entre 1883 y 1897.
11 Por ejemplo, la lucha contra el alcoholismo, que incluyó en su plataforma electoral, está ligado al movimiento progresista norteamericano, que en aquella época pugnaba por la prohibición.
12 Cfr. Reinhart Koselleck, Futuro pasado, para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
13 Vid. Francisco Madero, “Brindis pronunciado durante el banquete ofrecido por el Club Aquiles Serdán”, en Discursos 2 ,1911-1913, México, Editorial Clío, 2000, p. 37.
14 Claude Lefort, Essais sur le politique, Paris, Seuil, 1986.