En un medio tan inmenso como internet, el buscador que ordena e indexa la información es quien le da forma a nuestra experiencia en la red. ¿Estamos estudiando a fondo quién es y cuáles son los intereses que mueven a Google?
Felipe II administró uno de los imperios más extensos en la historia prácticamente sin salir de la Península Ibérica, con la ayuda de una red de virreyes y burócratas que garantizaba que los documentos que requerían la sanción real llegaran desde cualquier confín del imperio a El Escorial. Al monarca le gustaba repetir constantemente «Quod non est in actis non est in mundo»1; en la práctica, el también llamado «Rey papelero» hizo de esa alocución uno de los principios de su gobierno. Felipe II sabía bien que sus vastos dominios eran mucho mayores y más ricos que lo expresable a través de documentos, pero también sabía que, para efectos del gobierno y la administración, la realidad mediada a través de los documentos podía ser más relevante que cualquier otra perspectiva de esa misma realidad.
Hoy en día los medios de comunicación también median entre los seres humanos y la realidad; en el entorno digital actual la realidad mediada resulta cada vez más relevante que cualquier otra perspectiva.
CONSECUENCIAS SOCIALES Y ESTRATEGIA EMPRESARIAL
Podemos entender internet como un océano de información; de hecho algunas de las primeras denominaciones del uso social de internet tenían una clara inspiración marítima. Hasta hace unos años uno «navegaba» o «surfeaba» en internet, aunque recientemente las metáforas navegacionales han sido desplazadas por las reticulares, debido a la creciente familiaridad con las redes sociales.
Equiparar internet o cualquier medio con un ambiente o ecosistema pone de manifiesto una dimensión muy relevante de la comunicación humana: los medios que utilizamos para comunicarnos generan ambientes, y los ambientes o entornos en los que nos movemos pueden ser igualmente considerados medios. Esta idea es el punto de partida de la Ecología de los medios (Media Ecology), que pretende explicar los medios de comunicación como generadores de entornos humanos en los que individuos y sociedad actúan y viven.
Para la ecología mediática, por ejemplo, la principal consecuencia de la televisión no es la que provocan los contenidos televisivos, sino el hecho de que la televisión da lugar a un medio humano centrado en la visión (y el espectáculo), que condiciona todos los contenidos televisivos y deja sentir su impronta en muchas esferas sociales.
Si bien la ecología mediática consigue poner de manifiesto algunos de los factores más relevantes en la configuración de los entornos humanos que se originan con base en la acción de los medios de comunicación, es, por otro lado, relativamente ciega a otros aspectos centrales de la realidad mediática, como el hecho de que los medios son empresas mercantiles que se mueven por una retahíla compleja de intereses.
En efecto, la televisión, como medio, ha contribuido a generar una cultura visual, pero gran parte de las consecuencias sociales, culturales y políticas de la televisión en nuestro país han ido de la mano de factores como la estrategia empresarial de las grandes televisoras o su cercanía con esferas políticas y gubernamentales, por encima de los contenidos televisivos específicos.
El caso de la televisión, particularmente en nuestro país, brinda un contraste muy interesante contra el cual se puede examinar teóricamente algunas facetas del actual entorno digital. La televisión, sin duda, cambió la cultura en muchos de sus niveles, pero por mayor que haya sido el alcance del medio televisivo (analógico), la infraestructura tenía unos límites claros y se circunscribía al espectro radioeléctrico. La propiedad de las empresas televisivas también se limitaba a unos pocos grupos empresariales. En contraste con lo anterior, conviene considerar algunas preguntas que pueden antojarse ingenuas pero resultan necesarias para comenzar a encuadrar la cuestión: ¿cuáles son los límites de internet? ¿quién o quiénes son los dueños de internet?
¿QUIÉN ES EL DUEÑO DE INTERNET?
Internet, como cualquier sistema de comunicación y de transmisión, tiene un límite de capacidad. Dentro de la teoría de la comunicación y la información, la capacidad de transmitir información a través de un canal –con una merma debido al ruido– se suele expresar con el teorema de Shannon, llamado así en honor de Claude Shannon, el ingeniero de Bell que dio origen, junto con Norbert Weiner, a la teoría matemática de la información, que configuró el sistema moderno de comunicación telefónica y criptográfica.
Los límites de internet como plataforma de comunicación (en su almacenamiento y tráfico) tienen que ver en gran medida con los aspectos más «duros» de su infraestructura, como los cables trasatlánticos de fibra óptica y las granjas de servidores, que tantas veces pasan desapercibidos debido al discurso etéreo que las grandes empresas tecnológicas buscan difundir y que prefiere hablar de nubes (o de la nube), aire y movimiento que de cables, servidores o infraestructura fija2. Y si bien internet tiene límites, sus confines sobrepasan por mucho las capacidades humanas de procesamiento de información.
Según World Web Size (www.worldwidewebsize.com), uno de los proyectos que busca calcular la dimensión de la red, la web indexada (o superficial), es decir, la que se puede explorar a través de motores de búsqueda como Google, consta de 4.26 billones de páginas al día de hoy (22 de enero de 2018), a lo cual habría que añadir la red profunda de información no indexada (redes privadas o gubernamentales, bases de datos encriptadas, etcétera) y que se estima es varios centenares de veces mayor que la red superficial y puede constituir más de 90% de la información en internet. Internet tiene límites, pero es monstruosamente grande, tan grande que es absolutamente inmanejable si no se cuenta con una herramienta que ayude a navegar en ese aparente infinito de información.
Lo anterior podría brindar una perspectiva muy distinta a la segunda de las preguntas que se planteaban anteriormente: ¿quién es el dueño de internet? Volviendo a las comparaciones con la televisión, la pertenencia de la empresa televisiva hegemónica a un individuo o a un grupo de individuos es crucial. Es muy relevante, a efectos de influencia en el ambiente, quiénes son los dueños de las dos empresas televisivas preponderantes en un sistema de duopolio pero, en un sistema de diversos jugadores importantes, la posesión de un canal específico importa progresivamente menos cuanto más competida y equitativa sea la lucha por llegar a los usuarios.
Por otro lado, en un sistema de uno o dos canales televisivos, la necesidad de una guía es nula. Como bien saben los servicios de cable y televisión satelital, un sistema de cientos de canales requiere la ayuda de una guía que permita al usuario encontrar los canales o contenidos que busca. En un hipotético y fantástico sistema televisivo que contuviera miles de millones de canales en todos los idiomas imaginables, una guía sería completamente imprescindible para poder sintonizar algo que siquiera tenga sentido para el usuario, pero sobre todo para encontrar lo que se quiere ver. En un sistema así, la posesión de un canal no sería tan relevante como la de una guía televisiva efectiva que permita llegar al contenido deseado.
Google no es internet, aunque haya algunas personas que así lo crean, al menos operativamente, al equiparar cualquier búsqueda posible en internet con «googlear». Internet es tan vasto en información que la única manera de moverse en la red con expectativas de obtener algún resultado útil es a través de un motor de búsqueda. Es ahí donde radica el poder y la importancia del buscador más utilizado para acceder a internet.
Si bien antes se ha utilizado el símil de una guía de televisión en un sistema con millones de canales, una comparación más elegante –que además refiere claramente a uno de los grandes textos de la literatura hispanoamericana–, es La biblioteca de Babel de Borges3. En ese relato tanto magistral como inquietante, el escritor argentino idea una biblioteca total compuesta de una infinitud de salas hexagonales, de cuyas seis paredes dos sirven como comunicación a otra sala semejante, y cuatro contienen, cada una, cinco anaqueles que almacenan 32 libros de 410 páginas, con 40 renglones de 80 símbolos cada uno. Borges se imagina que en esa biblioteca se contienen todos los libros posibles, producto de todas las combinaciones de símbolos, renglones y páginas. Así, hay libros que no son otra cosa que «cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV», volúmenes que se componen únicamente de puntos y espacios pero, al abarcar todas las combinaciones posibles, en algún anaquel de esa biblioteca inabarcable se encuentra también el catálogo de catálogos que da sentido a todas esas salas hexagonales.
El catálogo de una biblioteca aparentemente infinita o la guía de un sistema de televisión sin límites aparentes tienen funciones semejantes: brindar cierto orden a un volumen de información ingente que de otra manera resultaría caótico. Un canal de televisión, un libro o un sitio de internet son medios e instrumentos de comunicación, pero las funciones desempeñadas por un libro-catálogo de una biblioteca no son las mismas que las de cualquier otro libro de esa colección, ni las de la guía son las mismas que las de cualquier otro canal de televisión. Ni son las mismas las de un buscador con respecto de cualquier otro sitio de internet. Caer en la cuenta de ello muestra la diversidad de funciones ejercidas por los medios, así como la necesidad de una reflexión social más robusta con respecto al papel que desempeñan.
EL PODER DE LOS BUSCADORES
El estudio y reflexión riguroso en torno a los medios de comunicación es un fenómeno reciente. Las primeras investigaciones académicas sobre a los medios y sus efectos sociales acontecieron en el primer tercio del siglo XX. Aunque pronto se estableció que los medios tienen una multiplicidad de funciones que incluyen la transmisión de información, de ideologías y el establecimiento de un orden social4, muchos de los primeros estudios se centraban en la muy llamativa capacidad de transmisión de información de los medios masivos. Si esa fue la constante en los estudios académicos en torno a los medios de comunicación, el conocimiento social con respectos de estos, propiamente, nunca abandonó el paradigma de la transmisión.
Si se piensa, por ejemplo, en las preocupaciones sociales que despierta un medio como la televisión, es fácil encontrar temores relacionados con la transmisión de información falsa o que ataca a ciertos valores, pero con poca frecuencia se ha identificado la organización social derivada del uso de la televisión como un factor de preocupación o interés socialmente difundido. Yendo más allá, no poco del conocimiento compartido en torno a los medios de comunicación los asume como canales o transmisores neutrales de una información que, esa sí, puede resultar sesgada o tendenciosa.
Asumir la neutralidad de los medios y canales de comunicación disponibles ha sido la constante debido a la falta de un conocimiento social robusto sobre las realidades mediáticas. Dicha carencia de conocimiento, en nuestro entorno digital actual, tiene manifestaciones específicas y novedosas. Si los primeros estudios académicos y científicos sobre los medios centraban su interés en la transmisión de información a través de esos canales novedosos y su capacidad, en ocasiones sorprendente, de persuadir a las audiencias, la segunda mitad del siglo XX presenció un cambio de enfoque en el examen crítico del papel de los medios en la sociedad.
Uno de los lugares comunes en la historia de la reflexión teórica sobre los medios es resaltar la enorme importancia que tuvo el planteamiento de Maxwell McCombs y su propuesta teórica del «establecimiento de la agenda» social a través de los medios. En una visita en diciembre de 2017 a la Universidad Panamericana, McCombs comentaba con profesores y alumnos cómo las primeras versiones del ahora icónico artículo de 1972 fueron rechazadas por varias revistas académicas5. Parte de las razones en ello tienen que ver con el hecho de que McCombs proponía un cambio de paradigma en el que los efectos de los medios de comunicación tienen más que ver con el conocimiento que con las conductas. Como se explica en muchos cursos de Teoría de la Comunicación y los medios, para McCombs los medios «no dicen qué pensar, sino sobre qué pensar».
Internet es un océano de información que excede en mucho las dimensiones humanas individuales de administración, memoria o uso. Los buscadores son cruciales para nuestra habilidad de usar internet, pero no son herramientas neutrales. Al presentar los resultados de una búsqueda en internet, los motores de búsqueda están configurando nuestro ambiente cognitivo, decidiendo qué se lee y qué no o, en todo caso, qué es más probable que se identifique como resultado cognitivamente consistente a una búsqueda.
Si se busca, por ejemplo, «el equipo más grande de México» en Google o Yahoo!, muchos de los primeros resultados son noticias sobre el Club América, sin duda uno de los más populares del país (tácitamente asumiendo que los equipos relevantes en México son los de fútbol y no los de otro deporte). La misma búsqueda en Bing, el buscador de Microsoft, arroja como resultado acaso algo inesperado: un artículo de maquinacementera.com.mx, la Enciclopedia de Cruz Azul.
El ejemplo es inocuo y quizá un poco bobo. Pero las diferencias entre los resultados que arroja un buscador u otro se vuelven más problemáticas si la búsqueda versa sobre asuntos más complejos y delicados, como «partido político más corrupto» o «balance de las reformas estructurales en México», donde diferentes resultados pueden generar visiones muy distintas de la realidad. Yendo más allá, como señala Eli Pariser en su libro El filtro Burbuja (cuyo explícito subtítulo es Cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos), los algoritmos de los buscadores van perfeccionando la capacidad de generar resultados relevantes para los usuarios con base en las búsquedas y consumo de información previo, de manera que se va generando un entorno cognitivo crecientemente consistente que tiende a confirmar las propias visiones del mundo.
La realidad es sin duda más grande que internet, pero la mediación ejercida por internet sobre esa realidad es cada vez más relevante, debido al alcance que tiene. Para muchos, el mundo digital tiene el atractivo de un acceso más plural y democrático a la realidad. Todos los medios, sin embargo, tienen un sesgo y presentan una realidad tamizada por sus propios filtros institucionales. Cuanto mayor alcance parezcan tener los medios de comunicación más necesaria se vuelve la reflexión académica y crítica sobre ellos. Lo contrario generará la absurda situación de buscar comprender el ambiente humano obviando uno de sus factores más constitutivos.
Notas al pie
1 Que se traduce al español como «lo que no está en las actas, no está en el mundo».
2 Uno de los aspectos más interesantes de la exposición Big Bang Data, albergada en el Centro de Cultura Digital de enero a mayo de 2017, era llamar la atención sobre la ingente infraestructura física que hace posible la sobreabundancia de datos en nuestra sociedad.
3 La vida en La biblioteca de Babel es una constante búsqueda: «Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso el catálogo de catálogos.» Considérese que algo muy semejante puede decirse de la vida en internet.
4 Cfr. Elihu Katz, Communication Research since Lazarsfeld.
5 En el marco del I Coloquio Panamericano de Teorías de la Comunicación.