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Política y dinero, una confusión tóxica

PLATÓN Y LA POLÍTICA
El filósofo griego, Platón, imaginó una ciudad ideal y la describió en su diálogo la República. Para Platón, la ciudad debería estar conformada de tres clases sociales: los gobernantes, los guerreros, y los artesanos y campesinos. Cada uno de estos tres estamentos tendría una función específica y cuando todos cumplían su función, la ciudad vivía en armonía, es decir, en justicia. La justicia es pues, el resultado del equilibrio. La utopía platónica tiene muchas aristas y un deje totalitario; pero no me quiero concentrar en esos aspectos negativos, sino en la historia de esta ciudad ideal.
En un determinado momento, piensa Platón, los guerreros ambicionan el poder y acaban desbancando a los sabios gobernantes. Este sistema militarista se llama «timocracia». Con el paso del tiempo, estos militares metidos a políticos, comienzan a enriquecerse y acumulan sus bienes a costa de los campesinos y artesanos, pues pueden legislar a su antojo. El resultado es un nuevo sistema político: la «plutocracia», es decir, el gobierno de los ricos para los ricos.
El malestar entre los campesinos y los artesanos es creciente, pero no logra tomar forma sino hasta que un caudillo, un hombre salido del pueblo, aglutina el malestar. El líder dirige una revolución que despoja a los ricos de sus tierras, y cancela las deudas. Los ricos huyen de la ciudad. Este nuevo sistema se llama «demagogia», es decir, el gobierno de los pobres para los pobres, en donde se margina a otras clases sociales. La cabeza es el demagogo, un hombre de fácil palabra y gran arraigo popular. Es importante subrayar que la demagogia no busca el bien de toda la comunidad, sino sólo el de un segmento.
El demagogo, enamorado del poder, comienza a propagar el rumor de que los ricos, exiliados de la ciudad, quieren regresar a la ciudad y recuperar el poder: los ricos pretenden recuperar las tierras que le fueron expropiadas. Y no sólo eso, sino que afirma que los ricos quieren matar al jefe de la revolución. En consecuencia, añade el demagogo, hace falta un estado de excepción y una guardia personal para protegerlo de las acechanzas de sus enemigos. Además, el desorden en la ciudad es tal que hace falta mano dura para garantizar la paz. La asamblea popular otorga poderes extraordinarios y una escolta al demagogo, que al poco tiempo se convierte en un verdadero tirano que hace lo que le viene en gana.
Platón y Aristóteles pensaban que en el fondo de todas las revoluciones estaba la pleonexia, es decir, la ambición desmedida de riquezas que distorsionaba la vida de la república. Aristóteles llega a decir que la ambición desmedida de los ricos es especialmente peligrosa, pues los plutócratas no sólo despojan de su riqueza al pueblo, sino también ambicionan la riqueza de otros ricos. La pleonexia es un principio de inestabilidad. En otras palabras, el camino rumbo a la demagogia está empedrado por la plutocracia.
Claro, todo esto es mera filosofía escrita hace 2,400 años…
 
PLATÓN VS DEMOCRACIA
Me permito hacer un paréntesis. Platón era un acérrimo crítico de la democracia. Fue bajo este sistema político que se condenó a Sócrates a beber la cicuta. Una de las objeciones más fuertes de Platón a la democracia, la hace imaginando un debate entre un médico y un vendedor de dulces en una asamblea popular. El auditorio decidirá quién es el ganador. El vendedor de dulces acusa al médico, de recetar platillos de mal sabor y tratamientos dolorosos; él, en cambio, ofrece ricas golosinas. Por más que el médico se defienda y arguya que prescribe dietas y remedios porque quiere sanar a sus pacientes, porque sabe lo que es mejor para ellos, no se ganará el favor del público. Es prácticamente inevitable que el auditorio, dice Platón, decida que la mejor opción es el vendedor de dulces. En las democracias, el retórico y el demagogo saben adular al pueblo; pero no le dan lo que a éste le conviene, sino lo que le gusta.
En la antigua Atenas, algunos cargos públicos se adjudicaban por sorteo. En lugar de que las personas asumieran responsabilidades públicas de acuerdo con sus capacidades, se recurría al azar. Platón objetaba que este mecanismo era tan absurdo como elegir al piloto de la nave por un sorteo entre los marineros. ¿Quién debería manejar el barco? ¿Cualquiera o el que esté versado en la navegación? Los jurados populares en EU y los funcionaros de casilla en México conservan un deje de la democracia ateniense; también se eligen aleatoriamente. Según Platón, los gobernantes deberían ser los más preparados intelectual y moralmente, no el pueblo inculto y fácil de manipular.
 
DEMOCRACIA Y DINERO
Y, sin embargo, Churchill tenía algo de razón: «La democracia es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás que se han aplicado». La democracia tiene sus ventajas. Es un sistema de pesos y contrapesos: permite que no se concentre el poder. La república ideada por Platón tiene ese peligro, ¿quién controla a los gobernantes? Cuando no hay controles ni rendición de cuentas, el poder se acumula, se concentra y se descontrola.
No obstante, Platón y Aristóteles aciertan al subrayar el peligro de que la política sea invadida por el mercado, esto es, que concibamos la política en términos de negocio. El ex presidente uruguayo, José Mujica, decía de manera elocuente: si alguien quiere hacerse rico, que se dedique al comercio, que en la industria haga lo que quiera, pero que no se interese en la política, porque la política es para servir a la gente. No pocas veces parece que lo que tenemos como funcionarios públicos son empresarios fallidos y flojos que no encontraron mejor manera de hacer su riqueza.
A Aristóteles le preocupaban mucho los oligarcas o plutócratas. El plutócrata dice «como yo tengo dinero y soy diferente a los demás en el campo económico, entonces también debo ser diferente en el campo político». La oligarquía transforma el poder económico en poder político; destruye así la república y la vida ciudadana.
Por su parte, los demagogos mantienen que: «como todos somos ciudadanos y somos iguales ante la ley, entonces tenemos también que ser iguales económicamente». Es decir, la igualdad ciudadana se convierte en igualdad económica.
Política y economía son espacios distintos. Se trata de dos esferas distintas con sus intersecciones y sus espacios exclusivos. El quehacer político no es quehacer económico, ni el arte de negociar debe ser acción política.
Eso sí, pensaba Aristóteles, si bien la igualdad ciudadana no implica igualdad económica, en una ciudad justa y funcional, las diferencias económicas no deben ser muy grandes. Para que todos los ciudadanos sean realmente iguales ante la ley, la ciudadanía no debe ser ni extremadamente pobre ni extremadamente rica. La pobreza hace que los derechos ciudadanos sean inoperantes.
Igualmente, cuando no existe una igualdad ciudadana, se distorsiona el aspecto económico. Cuando un agente es muy poderoso en el ámbito político, ese poder acaba por distorsionar la competencia económica. Es el caso del político que se aprovecha de su influencia pública para hacer negocios privados.
Al final, pensaba Aristóteles (lo estoy explicando libremente, por supuesto), la viabilidad de la república de la existencia de la clase media. La existencia de una amplia clase media es el indicador de que una república es funcional y justa.
La presente situación en México y el mundo, obligaría a una reflexión profunda. La clase media se va achicando incluso en países como Estados Unidos. La movilidad es cada vez menor en economías que, en otro tiempo, fueron símbolo del Self-Made-Man. ¿Qué es lo que está sucediendo? Las demagogias de izquierda y de derecha soplan con fuerza en el mundo. Es lógico, la pobreza es el caldo de cultivo donde prosperan los demagogos. No llamemos resentimiento social a los justos reclamos de los marginados.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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