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La trampa de la democracia antiliberal

Dado su auge en el mundo, es momento de estudiar a fondo un régimen político que suele crecer dentro de una democracia plena, pero que va limitando libertades y puede llegar al autoritarismo.

 

El auge de la democracia antiliberal es un tema relevante, porque ya se pueden contar varios años en que observamos el auge de distintos gobiernos populistas que han adoptado ese régimen de gobierno en América Latina, Europa Central y Asia. La democracia antiliberal se basa en un esquema muy fino, porque de manera inteligente capta elementos de la democracia electoral y representativa, pero al mismo tiempo no es una democracia plena.

Muchas veces, cuando se habla de populismo en América Latina, se puede notar una preocupación generalizada acerca de que distintos países puedan repetir el mismo error de Venezuela con el régimen Chávez-Maduro. Sin embargo, lo que seguimos observando en Venezuela no es una democracia antiliberal. Este caso muestra el fracaso teórico y práctico del socialismo radical (comunismo). En muy pocos años, Venezuela ha pasado del populismo al autoritarismo pleno, una economía de no mercado y represión social, entre otros elementos típicos del comunismo soviético, chino, cubano o «bolivariano».

 

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Lo que vemos en otros países hoy en día es ese modelo más rebuscado, más inteligente. Para poder describir de qué se trata una democracia antiliberal, primero hay que definir puntos de referencia para el análisis. Es preciso empezar por definir qué es liberalismo. Vale la pena recordar que el liberalismo clásico es una filosofía política que se origina ante todo en Inglaterra, se relaciona con la escuela escocesa (la escuela de Glasgow), pero también tiene sus antecedentes en los Países Bajos y en las ciudades-república italianas. Se basa en tres ideas.

Primera: el liberalismo clásico reconoce los derechos humanos prepolíticos inalienables, lo que en latín se llama el iusnaturalismo. El Estado no te da derechos: más bien reconoce tus derechos inalienables, los cuales existen antes del Estado. Segunda: el contractualismo; que el Estado a final de cuentas es una serie de convenciones, acuerdos y contratos entre individuos, los cuales crean la sociedad. Tercera: el liberalismo clásico pone énfasis en la libertad económica; en tener una economía con poca intervención del Estado, que respeta justamente esa libertad económica personal, la iniciativa personal. En síntesis, según la filosofía liberal, un Estado limitado no es igual a un Estado débil. El Estado limitado es necesario para no socavar el espacio de las libertades económicas, políticas y sociales de la persona.

 

Te recomendamos escuchar este podcast  con el tema:
“El lujo con vocación social”, Jorge Cueto-Felgueroso

 

La democracia plena se nutre de la tradición liberal y, por supuesto, de la Revolución Francesa y de toda la evolución del concepto de la democracia, que abarca desde los tiempos de la antigua Grecia hasta la democracia moderna. La democracia plena o democracia liberal de mercado se basa en estos cinco elementos:

1. Un régimen de gobierno popular republicano

2. Elecciones libres, justas y representativas

3. Imperio de la ley

4. Separación de poderes

5. Protección de libertades y pluralismo político y cívico

Sin embargo, en los últimos años hemos visto este auge de nuevos líderes populistas, tanto de derecha como de izquierda, que transforman la democracia liberal plena en una democracia antiliberal o contraliberal. ¿Qué hacen? Mantienen dos de cinco principios de la democracia liberal plena, es decir, son regímenes de gobierno popular republicano y también mantienen elecciones libres, justas y representativas. Sin embargo, empiezan a reducir las libertades cívicas, económicas y políticas en sus países. Por lo tanto, vemos un cambio a partir del tercer elemento: el imperio de la ley.

 

la democracia antiliberal
se basa en un esquema
muy fino, porque de manera
inteligente capta elementos
de la democracia electoral
y representativa, pero al
mismo tiempo no es
una democracia plena.

 

Esa ley imparcial, objetiva, aplicada de manera igual a todos los ciudadanos se convierte en «imperar con la ley». Por ejemplo, utilizar el derecho fiscal, comercial, de contratos o de inversión extranjera directa en clave política-ideológica. Recientemente, uno de los regímenes populistas de democracia antiliberal provocó una controversia internacional al tratar de cerrar un canal de televisión (en manos extranjeras), crítico del partido en el poder.

La separación de poderes se convierte en politización de poderes, y la protección de libertades y pluralismo se convierte en restricción a las libertades y al pluralismo. Es decir, no es un autoritarismo pleno, donde desaparecen todas las libertades económicas, políticas y sociales. Un régimen populista democrático antiliberal empieza a limitar esas libertades para algunos y a dar más libertades a otros, dependiendo de su lectura populista del demos, del espectro público de un país.

 

 

Un populismo democrático antiliberal que se puede volver autoritario es aquel que demoniza a la oposición como ilegítima, que socaba la independencia de las cortes, que debilita la independencia de los medios, deslegitima a la sociedad civil, intimida a la comunidad empresarial, crea un nuevo capitalismo de Estado y limita el espacio de la sociedad civil organizada.

Ya en 1997, Fareed Zakaria, en su artículo The rise of illiberal democracy, anunciaba y analizaba los inicios de este movimiento. A 23 años de distancia, hoy en día se puede apreciar la aplicación total de este concepto de democracia antiliberal. Para sustentar este enfoque teórico, qué poderosa resulta la siguiente afirmación de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría: «Una democracia no es necesariamente liberal. El hecho de que algo no sea liberal no significa que no pueda ser una democracia. Para mantener la competitividad global, tenemos que abandonar los métodos y principios liberales de organizar una sociedad».

Como se puede apreciar, es un juego muy inteligente, en donde afirma que sí se trata de una democracia, que Hungría esta incluso dentro de la Unión Europea, pero que no está de acuerdo con los principios liberales. En su afirmación, el político húngaro agrega el elemento de competitividad económica, argumentando que si el mundo occidental, la Unión Europea, quieren competir con otras potencias como China, tiene que abandonar la idea de una democracia liberal plena, y jugar con este esquema híbrido.

 

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Lo que sí nos debería preocupar, tanto en el sector público como en el privado, es ese tool kit de la democracia antiliberal, que poco a poco empieza a reducir los espacios de libertad y deforma a la democracia. En estudios y análisis previos, he logrado identificar por lo menos 30 elementos distintos que componen este juego de la democracia antiliberal. Uno de ellos es la «ingeniería legislativa». Los populistas demócratas antiliberales no necesariamente acaban con los parlamentos; no cierran la vida legislativa de un país, pero empiezan a poner pequeñas piedritas en el camino, para que esa maquinaria legislativa siempre funcione en favor del populista.

Por ejemplo, está la práctica de reingresar proyectos de ley rechazados varias veces al poder legislativo, la organización de sesiones nocturnas, comisiones convocadas en el último momento, desacreditar la legitimidad de los órganos autónomos, el uso intensivo de propaganda oficial, el fomento al periodismo interesado y selectivo y la aprobación de leyes que bloquean o establecen límites a la inversión extranjera directa en distintos sectores vistos como «estratégicos».

También, está el control de la justicia de distintas maneras: la prejubilación de los jueces, el nombramiento de jueces fuera del procedimiento regular, la creación de cámaras disciplinarias u otros órganos por encima de las cortes.

 

 

Asimismo, está la «economía dirigida», la cual tiene que ver con el nepotismo, el clientelismo y la elaboración de «listas negras». Imperar con la ley puede fomentar también las prácticas monopólicas y oligopólicas y otras prácticas de desigualdad intencional y dependencia de quien(es) tiene(n) en sus manos el «imperio de la ley».

Existe también la manipulación de elementos de política social, por ejemplo: se utilizan clases de historia, de geografía, de relaciones internacionales, y hasta se usan de forma interesada la ética y la religión para distintos efectos de política pública. Por supuesto, está el uso de subsidios, los aumentos de salarios y la política social preferente hacia distintas clases sociales, como jubilados o trabajadores del sector público. Lo que es típico en el caso de los populistas democráticos antiliberales de derecha, más conservadores, es una agresiva agenda bioética, y posturas claras en contra de algunos grupos étnicos, raciales y religiosos.

Finalmente, está el uso de la fuerza militar, que tiene que ver con un ethos, una atracción, no sólo para efectos de control de espacios públicos. Por ejemplo, en Europa algunos populistas de derecha crean campos militares para estudiantes, pero no como algo forzoso, sino como una propuesta de valor adicional. En lugar de pasar vacaciones con tus amigos en la playa, los cuerpos militares te ofrecen la opción de ir a un campo de verano militar. Se ofrece lograr un certificado o un cierto aval de cara al Estado, pero al mismo tiempo es un poco juego, diversión. Estas medidas anclan, atraen a la gente hacia el Estado, crea este ethos militar, nacionalista dentro del país.

 

esa ley imparcial,
objetiva, aplicada
de manera igual
a todos los ciudadanos
se convierte en
«imperar con la ley».

 

¿Qué estrategias podríamos adoptar de cara al populismo democrático antiliberal? ¿Hay que atacarlo, marginarlo, tolerarlo, transformarlo o abrazarlo? Hasta cierto punto hay que tolerarlo como parte de la vida democrática. El populismo es señal de agravio y malestar social. Los populistas señalan problemas estructurales, como por ejemplo la falta de inclusión social, el abuso de poder, la corrupción, la falta de competitividad económica, la falta de movilidad social, etc. El populismo promueve nuevas formas de participación política y la generación de movimientos de base. Por lo tanto, existe en las democracias tanto maduras como aquellas en proceso de consolidación: de Australia a Argentina; y de Dinamarca a India.

Sin embargo, es necesario que el sector privado y la sociedad civil tomen acciones proactivas para limitar los riesgos de la democracia antiliberal. Se necesita «abrazar» el diagnóstico populista, tratando de «transformar» el agravio social, que es la causa raíz del populismo político. ¿Cómo hacerlo? Tanto la literatura de ciencias políticas como las mejores prácticas de la política pública nos dan varios ejemplos.

 

 

Para empezar, es fundamental ofrecer una formación educativa, tipos de trabajo, salarios, prestaciones y otras formas de movilidad social que sean más atractivas que aquellas requeridas por el marco regulatorio. Se requiere crear oportunidades reales para las minorías y los grupos desfavorecidos. Pocas veces nos preguntamos qué pasa en nuestras sociedades con las personas con discapacidades, minorías étnicas, raciales y religiosas, huérfanos, personas con antecedentes penales, etc. A veces esas formas de discriminación social empiezan desde el kinder. ¿Será que allí estará el voto populista enojado? Podríamos llamar esta primera opción «competir con la política pública» a través de responsabilidad social y sustentabilidad. Es decir, cuanto más opciones atractivas de movilidad e inclusión social genere el sector privado, tanto menos atractivo se vuelve la dependencia de las políticas asistencialistas del Estado.

En segundo lugar, se necesita promover un nuevo contrato social basado en los valores de la sociedad abierta: pluralismo, diversidad, competitividad, profesionalismo, meritocracia. De cara al populismo democrático antiliberal, es necesario rechazar la mentalidad identitaria de clase, género, raza, etc. Es un tarea de cada uno, que involucra a las familias, las empresas, las universidades, las colonias, las asociaciones civiles. Es necesario promover el cambio y rechazar el statu quo, el cual alimenta la agenda antiliberal.

 

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En tercer lugar, se necesita promover una nueva cultura política y cívica. Los estudios de S. Levitzky, D. Ziblatt y J. Linz muestran ampliamente que las democracias maduras, fuertes y estables son aquellas donde predomina la cohesión social, la inclusión, el civismo, el autodominio y la abstención (no venganza) de los actores políticos. Para lograr este tipo de cultura, se necesitan recursos para financiar la presencia en redes sociales, radio y televisión. Se requiere la acción conjunta de las ONG, parroquias, clubes residenciales en cuanto a la formación en política, historia, literatura, relaciones internacionales. Hasta en cosas muy prácticas, como los cursos de manejo, de primeros auxilios, de autodefensa. Todas estas iniciativas representan momentos de contacto y de convivencia, más allá de la rígida segmentación social.

Es también imperativo promover una visión de la democracia y de la libertad más allá de la que nos dan. Es decir, la democracia plena no es solo un mecanismo de bienestar material. Si fuera así, las protestas en Hong Kong o la posición actual de Taiwán no tendrían sentido. Por otro lado, las sociedades de Rusia, Bielorrusia, Venezuela y muchos otros países autoritarios muestran que la libertad se defiende siempre.

La democracia liberal no es solo un tema de elecciones y de Estado de Derecho. Como muestran distintos índices y estudios, no existe democracia sin demócratas. Y los verdaderos demócratas son aquellos que saben vivir la libertad, el pluralismo y la diversidad no solo en las urnas, sino también en la familias, las empresas, la academia y la sociedad.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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