En una charla para
IPADE, la golfista
mexicana describe cómo
llegó a ser la número uno
del mundo, y qué sigue
después de alcanzar una
cumbre tan alta.
Agradezco al IPADE la oportunidad de compartir mi historia, dentro y fuera del campo de golf, y cómo fui creando una estructura con mi carrera, mis metas y mi sueño de convertirme en la mejor del mundo. Todos se imaginan a Lorena Ochoa con un trofeo, ganando en alguna premiación, pero poco se sabe de todo lo que tuve que vivir para lograrlo. Me gusta compartirlo porque espero que le sirva a alguien para animarse a soñar en grande. Lo más hermoso es que no hay límite para los sueños.
CÓMO ENFRENTAR EL FRACASO
Comienzo esta historia en el US Open. Los profesionales soñamos desde pequeños con ganar este torneo. Es como ganar una medalla de oro en las Olimpiadas, y lo imaginaba desde niña, cuando jugaba con mis amigas. Ya como profesional, acudí en 2005 a un US Open en Colorado. Era el inicio de mi carrera: eran cuatro días donde estaban las 144 mejores del mundo. Yo ya era una jugadora formada, fuerte, pero aún no estaba en los mejores lugares.
El tercer día terminé dentro de las primeras cinco, y el cuarto día amanecí con la sensación de que iba a ganar, que era la mejor. Llegué al campo de golf calentando muy bien, sintiéndome con ritmo, energía, muy segura, invencible. Comencé a jugar, y en el hoyo nueve volteé a ver el pizarrón: vi que estaba tres golpes atrás. Me decidí a jugar de forma agresiva y ganar. Empecé par en el hoyo 10, y luego birdie, birdie, birdie, birdie (puntuación bajo par en cada hoyo). El pizarrón decía: «Lorena Ochoa, de México, primer lugar». Me quedaban cuatro hoyos por jugar. Hay que imaginar lo que sentí en ese momento. Traté de concentrarme, de entrar en mi burbuja, en mi rutina. Jugué muy bien los dos siguientes; me quedaba un hoyo y necesitaba, para ganar, un birdie o incluso cuatro, cinco, seis golpes; hasta con siete podía irme a desempate.
Me “eché un ocho” en el último hoyo del US Open y perdí. Hay que imaginar la tragedia: toda la preparación, no únicamente la mía, sino la de mi equipo, de mi familia, de mis patrocinadores, de la gente que me acompañaba en esos…
No hay límite para los sueños. Lo importante es atreverse a soñarlos y trabajar cada día para alcanzarlos.
De cada fracaso nace
una oportunidad de
aprendizaje que te prepara
para lo que sigue.
momentos. Cada uno reaccionó como pudo. Recuerdo muy bien que en ese último putt, donde ya estaba llorando, casi sin poder ver la pelota, levanté la cabeza y, como en una película de miedo, todos los medios de comunicación se me acercaron. Decían: «¿Qué pasó? ¡Qué tragedia! ¿Por qué lo dejaste ir? ¿Por qué no ganaste?». Yo, llorando, sin poder respirar, sin poder hablar, les dije: «Me siento muy contenta, porque es la primera vez que compruebo que puedo ganar un torneo tan importante. No lo pude ganar en esta ocasión. Felicidades a la campeona».
Me fui entonces a hacer todo lo que tiene que hacer un profesional: ir a la Casa Club a firmar la tarjeta, felicitar a la campeona, acudir a la premiación, firmar autógrafos… Después de dos horas y media de seguir llorando, estaban mis papás esperándome en el coche y me dijeron: «Chaparrilla, ¿qué quieres hacer?». Fuimos a un restaurante a llorar y ver la premiación en televisión, y así le seguimos, como somos los mexicanos.
Esa experiencia me cambió la vida, porque efectivamente me di cuenta de que sí tenía la capacidad de ganar un torneo tan importante. Quizá no en una primera o segunda ocasión, pero las cosas suceden y se hacen realidad. No es un cuento de hadas; estamos en la vida real. ¿Qué tenemos que hacer? Tomar las cosas buenas, aprender, motivarnos, inspirarnos, tomar seguridad, saber qué fue lo que pasó, por qué no ganamos, y analizar qué tenemos que cambiar para estar mejor preparados para la siguiente ocasión.
Después de ese torneo me fui a jugar a Canadá y quedé en tercer lugar. Mi caddie, la persona que carga el equipo de golf, se retiró porque no pudo con la presión, con el fracaso de no haberme podido dirigir ni ayudar. Cada uno toma las tragedias de distinta manera. A mí me inspiró y me ayudó a salir adelante; me dio la seguridad de que tenía la capacidad de ganar cualquier torneo. Y no tuve el diálogo interno de: «Claro, la mexicana perdió. Estando en un momento tan importante no supo ganar. No es suficiente, no va a poder».
De hecho, hoy le doy gracias a Dios por no ganar en esa ocasión, porque no estaba preparada para la fama, ni para el dinero, las actividades profesionales, ni la atención de los medios de comunicación. Con toda seguridad habría perdido el sentido de realidad, y mi carrera no habría sido la misma. Más adelante, cuando me tocó ganar, estaba ya lista.
Cómo tomamos una tragedia, una mala noticia, un mal resultado, cómo nos fortalece o no… está en nosotros. No importa la edad ni la ocupación, cada uno debe pensar en su motivación.
¿Cuál es tu «US Open»? ¿Qué estás intentando lograr? ¿Con qué sueñas todos los días?
Lo que hacía todas las
mañanas a primera hora
era identificar lo que me
costaba trabajo.
TRABAJA EN LO QUE MÁS TE CUESTA
Es la programación mental lo que me sirvió. Escuchar nuestra voz interior es una de las cosas más importantes que podemos hacer como seres humanos. Primero, se trata de atreverse a soñar. Todos tenemos algo que queremos lograr.
Cuando tenía 13 años llegué con Rafael Alarcón, mi maestro, después de perder un nacional, y le dije: «Rafa, quiero ser la mejor del mundo».
Me preguntó si sabía lo que estaba diciendo, y le respondí que sí, que quería ser la mejor del mundo y hacer todo lo que estuviera a mi alcance para lograrlo… y quería que me ayudara.
Me preguntó si ya lo había platicado con mis padres o mis amigas, porque cuando se comparte se toma una mayor responsabilidad y las personas forman parte de ese sueño: los involucras, te acompañan. Nada en la vida vale la pena si lo hacemos solos.
Muchas cosas marcaron la diferencia en mi carrera. Me preguntan qué era lo que hacía diferente. No entendían cómo una jugadora que encontró su lugar en el tour respetando mucho a las demás, fue después vista y respetada ganando también.
La diferencia era que yo sabía muy bien cómo estaba mi juego, mi cuerpo, cómo me podía anticipar, planear.
Todos tenemos cosas que hacemos bien: nos levantamos alegres, tenemos buena comunicación con la familia, con la pareja, quizá hacemos ejercicio y vamos a trabajar. Fluye tu día, te sientes productivo, solucionas cosas… pero lo que te cae mal, lo dejas para mañana. Lo que tenías que estudiar, mejor lo pasas al viernes, y el trabajo que debías entregar, para la semana entrante.
Cuando era profesional, lo que hacía todas las mañanas a primera hora era identificar lo que me costaba trabajo. Sabía, por ejemplo, que era mala para las 80 yardas, y en lugar de esperar a ir a Guadalajara o que Rafa fuera a verme a un torneo, tomaba 600 pelotas, ponía cinco diferentes objetivos a 80 yardas y les pegaba con un bastón y con otro: de subida y de bajada, con los ojos cerrados, bajita, alta… y decía: «Soy muy buena para las ochenta yardas. Voy a ganar». Yo era la responsable.
Tenemos que pensar en ese 20% que no nos sale de manera natural, para mejorar. De ser personas que manejan bien su 80%, debemos acercarnos cada vez más a un 90–95%.
Esto requiere trabajo constante.
Cuando tenemos un día malo o regular, en ocasiones no sabemos qué sucedió, pero es necesario analizarlo. Yo trataba de ver si había cometido un error, por qué estaba inquieta arriba de la pelota, con mi swing rápido, ansiosa.
En otro escenario, en un torneo en televisión con un gran público, había realizado la rutina más rápido de lo normal, sin estar al 100%. Tuve un mal pensamiento de que iba a fallar y ejecuté mal. Me di cuenta de que mi error había sido mental.
Son situaciones en las que me sentí incómoda, y lo que tuve que hacer después de jugar fue sentarme con una limonada, hablarle a mi psicólogo para contarle lo que había sucedido, y pedirle que me hiciera una rutina: visualizaciones…
perfectas, iros perfectos, salir al campo de golf, practicar un poco e ir a dormir.
Otras jugadoras terminan de jugar enojadas, frustradas, se van a la plataforma y se dedican a pegarle a la pelota con repeticiones posiblemente malas… y se cansan. Yo trataba, más bien, de guardar mi fuerza y me dedicaba a las visualizaciones con tiros perfectos, hasta que me sentía cómoda. Sabía que se trataba de un tema de ansiedad, no de una mala estrategia, ni algo físico, ni de técnica.
Cuando juegas 40 semanas al año, tienes que cuidar tu cuerpo, mente, alimentación y descanso para estar bien la semana siguiente… y la siguiente. Pero si no sabes por qué estás tan frustrado, no puedes mejorar.
Lo que hacía muy bien era analizar con exactitud y detenimiento cosas pequeñas que pudiera identificar para poder trabajarlas. Es algo con lo que cualquiera se puede identificar y puede hacerse en el día a día.
“El 20% que más trabajo cuesta es donde se marcan las verdaderas diferencias.”
¿De qué nos serviría vivir un día con nuestro 80% para llegar frustrados y cansados por la noche sin saber lo que pasó? Lo que va a ocurrir es que al día siguiente repetiremos el error.
ENCUENTRA TU RITMO
Ese trabajo de análisis me sirvió mucho como profesional, y hoy como mamá lo hago también. Veo con claridad si me está costando trabajo la comunicación con mi hija. Porque si la despierto a las siete para que se apresure, desayune y nos vayamos, es una tragedia.
Más bien, la despierto a las 6:50, me acuesto con tiempo en su cama, platico con ella, le doy su ropa, la acompaño a desayunar… y gracias a esos diez minutos tenemos la mejor mañana: nos damos un beso y se va contenta.
El 20 % que más trabajo
cuesta es donde se marcan las
verdaderas diferencias.
va al colegio. Es fácil si cada uno se fija en pequeñas cosas que puede mejorar.
Cuando era la número uno del mundo, cometía tres o cuatro errores al día. Somos seres humanos y nos equivocamos. Conocí a muchas golfistas muy buenas que se frustraban al cometer un error, cargaban y acumulaban el enojo, y eso no las dejaba brillar ni ganar. Tienes que ser más ligero contigo mismo.
En el deporte todo ocurre muy rápido y tienes que reaccionar, adaptarte, solucionar el error de la mejor forma posible. Cuando cometía un error, me quedaba con el coraje y la frustración solo por cinco segundos, y cuando levantaba la cabeza, lo veía ya como un reto que debía solucionar pronto para ir al siguiente hoyo y seguir ganando. Debemos considerar lo que ocurre en su justa medida para vivir más ligeros y contentos.
Cuando llegué a la LPGA (Ladies Professional Golf Association) y finalmente me convertí en profesional, jugué muy bien mi primer año: 33 torneos, seis exhibiciones en Asia. Tenía 35 días destinados a mis patrocinadores, a mis marcas, a mi fundación… y descansé solo cuatro semanas ese año. Sin embargo, cuando llegué a mi casa, pensé que ya no quería seguir jugando golf, que era terrible estar continuamente viajando con una maleta. Estaba exhausta, física y mentalmente; no era lo que me había imaginado ni lo que esperaba.
Al final no renuncié. Lo que hice fue anticiparme al año siguiente y diseñar un calendario que me funcionara: con menor número de torneos, sin jugar más de cuatro semanas seguidas, y regresando a Guadalajara para “cargar pilas”. Reduje los días dedicados a patrocinadores a un máximo de 15 y planeé ir a Asia solo en dos ocasiones.
Con esos ajustes, el año fue mejor. Tuve un mayor equilibrio, estuve mejor emocionalmente y mis resultados se reflejaron en el campo. Es así: nuestra situación emocional y personal se ve reflejada en lo profesional. Por eso, además de cuidarnos, debemos tener la capacidad de pedir ayuda.
Cuando me tocaba jugar, sabía muy bien el lugar donde estaba y cómo estaba el campo. Si había cuatro semanas seguidas de juego y en la tercera estaba el US Open, me anticipaba para tener mi mejor golf, estar muy bien preparada, sentirme bien emocional y físicamente, darlo todo y hacerlo con mucha calma. Es como en Navidad: hay que ahorrar y cuidarse con la comida, porque vendrán días en los que se come más. Es nuestra responsabilidad conocer lo que estamos haciendo y hacia dónde vamos, para tener el mejor resultado.
«Nuestra situación
personal y emocional
siempre se reflejará
en lo profesional.»
TU VOZ INTERIOR
Es necesario escuchar tu voz interior. Quizá está tratando de mostrarte el rumbo o hablarte de una decisión importante, de invitarte a atreverte a hacer un cambio, ser valiente y dar un salto al vacío a pesar del miedo.
Tengo una experiencia sobre esto en el campo de golf. Estuve en un torneo en Francia, a tres semanas de convertirme en la número uno del mundo. En ese momento era la número dos, me quedaban dos semanas por jugar y mi juego era ya tan consistente que mis números subían y subían.
El último día de ese torneo, en el hoyo 18, pegué mi tiro de salida y la pelota cayó mal, en una posición un poco incómoda. Mi caddie me comentó: «Lorena, no se ve bien la pelota, está incómodo el rough. ¿Por qué no tiras antes del río?».
Le pregunté: «Lanz, ¿cuántas yardas hay a la bandera?». Esa pregunta era parte de nuestra rutina, que es lo más importante que tenemos los deportistas. La rutina tiene que ser precisa: preguntar la información que necesitas recibir. Si te hacen un comentario de más, o si tienes en la mente algo que no era parte de tu rutina, se arruina todo. Así de sencillo.
En esta ocasión, Lanz estaba hablando de más y pensé: ya perdimos. Ya enojada, tomé mi bastón, hice el swing… y el resultado fue que quedé en segundo lugar, después de haber tenido mi mejor verano y estando a semanas de convertirme en la número uno del mundo.
Terminé de jugar y le llamé a mi papá para anunciarle que terminaría con Lanz. Trató de disuadirme, afirmando que era un gran tipo, que estaba a punto de ser la mejor, que él tenía buenas estadísticas, que era amigo de Rafa. Me dijo: «Por favor, no vayas a cometer el peor error de tu vida».
Después hablé con Rafa y le dije lo mismo. Él consideró que había sido solo un tiro equivocado, que no pasaba nada por haber quedado en segundo lugar en Francia, que no era posible quedarme sin caddie en ese momento.
Pero yo sentía que, a pesar de todo lo que me estaban recomendando, debía terminar con Lanz. Porque nadie mejor que yo sabía lo que estaba sintiendo.
Lo que necesitaba era un caddie que me dijera las yardas, qué fierro necesitaba y que me asegurara que íbamos a ganar. Creo en las segundas y terceras oportunidades, pero Lanz no pudo con el estrés, se precipitaba y no logró darme seguridad cuando más lo necesité.
Fui con Lanz, hablé con él, terminamos. Lloramos. No lo podía creer, porque hacía un año que veníamos trabajando muy bien. Pero si no me hubiera atrevido a tomar esa decisión, las semanas que tenía para llegar a ser la mejor del mundo se habrían alargado.
No me quedé sola. Porque justo la semana del torneo en Suecia llegó mi primo. Quedamos en segundo lugar, y tres semanas más tarde conocí a mi nuevo caddie en Ohio. Con él no solo gané ese torneo por cinco golpes, sino 23 más en mi carrera.
«No hay que tener miedo de tomar decisiones
difíciles cuando tienes claridad en tus valores.»
No basta con escuchar tu voz interior. También hay que tener el valor de hacer los cambios necesarios para acercarte a lo que crees que es verdadero para ti. Esos cambios traerán consecuencias, y no siempre serán buenas. Habrá altibajos. Sin embargo, si estás convencida de que a largo plazo es justo lo que necesitas, sigue adelante. No dejes de trabajar por ello.
La gente quería que yo jugara golf para siempre. Tenía 28 años. Sin embargo, así como un día soñé con ser la mejor del mundo, también soñé con ser mamá. Para mí, ambas cosas eran igual de importantes. De niña soñaba con ganar un US Open, pero en el mismo nivel estaba el deseo de convertirme en madre. Por la educación que recibí en casa, por los valores, por mi familia, por mi fe.
Llegó un momento en que el golf dejó de ser mi prioridad. Ya no era lo que más me ilusionaba. Me costaba trabajo hacerlo todo. La vida de un profesional tiene muchas exigencias: asistir impecable a cenas formales, sentarte con el dueño de un banco, agradecer, esperar el momento de recibir un premio… y todo sin tiempo suficiente para descansar, entrenar o simplemente jugar.
Yo ya no podía más. Ni siquiera levantarme. Y sentí que, si seguía así, iba a terminar odiando el golf. Claro que temía las críticas de los medios. Pero la alternativa era seguir en el desgaste, seguir por inercia, sin alegría. Y quizás, por complacer a otros, tomar una decisión que no era la mía.
Afortunadamente, tuve el valor de escucharme. Tomé esa decisión en el momento perfecto. Pude cerrar un ciclo feliz, en paz con el golf, que hoy sigo disfrutando, y con el apoyo de los patrocinadores, que siguen respaldando mis nuevos proyectos.
Hoy mis hijos tienen 13, 11 y 9 años. Y puedo decirlo con certeza: es más fácil ganar torneos de golf que ser mamá. Pero también es lo mejor que me ha pasado en la vida.
En 2003 estuve a punto de rendirme. Sentía que ya no podía más. Era demasiada presión, mucho desgaste físico y emocional. Ese año me cuestioné todo y decidí que debía seguir jugando, pero con un propósito más grande.
Hablé con mis papás y les dije que quería abrir una fundación. Me trataron de disuadir: “No eres tan famosa, no tienes dinero”, me decían. Les contesté que sí, que era difícil vivir con tanto estrés, viajando con una maleta. Pero estaba convencida de que todo tendría sentido si lo hacía por alguien más. Por los niños. Por una causa. Por algo más grande: becas, maestros, educación.
Ese año difícil terminó transformando mi vida. Abrí la fundación y entendí el verdadero significado del esfuerzo. Compartir esto me llena de alegría porque creo que cuando replanteas tu proyecto de vida, todo adquiere más sentido. Levantarte cada día con motivación no siempre es fácil. Hay soledad, entrenamiento, competencia, distancia. Yo despertaba sin saber en qué ciudad estaba o qué día era. Viví 45 semanas al año con una maleta y en hoteles.
Tener una fundación me dio otra perspectiva. Comprendí que Dios me dio una herramienta —el golf— y, con ella, la oportunidad de hacer mucho más. Lo más significativo: cambiar la vida de una niña o un niño a través de la educación.
Nunca me vi solo como Lorena Ochoa, la golfista. Espero que me recuerden por lo que hago hoy fuera del campo de golf, que considero aún más valioso. Si podemos ayudar, ayudemos. Si podemos involucrarnos con una causa social, hagámoslo. Yo empecé con una pequeña escuela en Guadalajara, y soñaba con ayudar a nivel nacional.
Hay niñas y niños que nacen en situaciones muy difíciles, y cambiarles la vida es algo increíble. Darles seguridad, herramientas, estudios, para que rompan ciclos de pobreza o abuso y se conviertan en lo que ellos quieran ser.
Hoy la fundación tiene 30 colegios en 13 estados del país. Ayudamos a más de 13,000 niños cada año.
Soy una persona completamente normal, que se atrevió a soñar y a compartir sus sueños. Nada vale la pena si lo haces solo. El rol que jugaron mis hermanos, mis papás, mis seres queridos, fue fundamental. Representar a México fue una experiencia maravillosa, y hoy siguen conmigo, siendo parte de mi equipo. Saben lo que quiero, lo que me mueve.
Sigo teniendo metas. Una es mi fundación. Otra, el diseño de campos de golf. También estoy comprometida con impulsar el golf público en México. Recientemente abrimos la primera escuela en nuestra academia, donde damos clases gratuitas a niñas y niños de escasos recursos. Ya tenemos 32 alumnos con equipo y uniforme completo.
Creo profundamente en esto:
es muy importante creerte lo que quieres lograr.