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Cortesía, porque nuestra imagen no es sólo imagen

Por su misma esencia, la cortesía está ligada al encuentro y a la acogida, es un instrumento del que nos servimos, de modo más o menos reflexivo, para acercarnos unos a otros. Al mismo tiempo, pocas realidades humanas son tan drásticas como a veces la cortesía para recordarnos que hay diferencias entre los hombres. Alguien podría pensar que un episodio de incomunicación nos debería llevar sólo al recuerdo de un hecho: «Ah, sí, es que existen otras lenguas». Pero no es así. No sólo nos acordamos de un hecho, sino que nos sentimos como puestos de nuevo ante un misterio.
Y cuando no se trata del fenómeno general del lenguaje, sino del más específico de la cortesía, llaman la atención dos matices nuevos que parecen moverse en sentido contrario. Por un lado, se acentúa la variedad de ámbitos en los que tiene lugar el contacto interpersonal, porque, aparte de los registros del lenguaje (selección de palabras, estilo, etcétera), está el inmenso campo de lo no verbal: la mirada, el tono de la voz en sus mil matices, la posición del cuerpo, multitud de posibles gestos, etcétera. Por otro lado, el carácter vital y concreto de la cortesía hace que esa sobreabundancia de recursos conserve a veces una notable unidad y sea administrada de una manera básicamente intuitiva y espontánea.
Cuando se vive un error de cortesía el trauma suele ser profundo, pero ordinariamente la cortesía en concreto da más satisfacciones: es en el ámbito de lo abstracto donde nos parece un milagro sobrevivir al contacto humano. Dicho de otro modo: de una lista de costumbres y prescripciones de otros pueblos se puede concluir que es muy difícil comunicarnos, si no es que imposible. De la experiencia concreta de habernos comunicado, quizá con esas mismas costumbres y prescripciones de por medio, la conclusión será, si acaso, que es muy difícil explicar cómo lo hicimos.

ACTUALIDAD DE LA CORTESÍA

Entre los actuales estudios sobre cortesía en el ámbito lingüístico, uno se ha convertido en un clásico: Politeness. Some Universals in Language Usage, de Penelope Brown y Stephen C. Levinson [1] .
El título es significativo precisamente porque sugiere una prueba de la universalidad del hombre donde menos lo hubiéramos sospechado. El análisis echa mano saltuariamente de muchas lenguas y culturas, y de modo regular acude a tres idiomas que filológicamente no están conectados entre sí: el inglés (lengua indoeuropea), el tamil (lengua dravídica, del sur de la India), y el tzeltal (de Chiapas, perteneciente a la familia maya). Poco a poco el lector va concluyendo que la inmensa variedad de sensibilidades sociales es una multiplicidad de medios para obtener sustancialmente lo mismo.
Siendo un clásico, es obvio que para los lingüistas el libro de Brown y Levinson no es una novedad. Como aquí no me dirijo a lingüistas, me permitiré exponer en términos sencillos espero los perfiles de la cortesía que ahí se presenta. Para reflexiones que salen de esta teoría clásica de la cortesía se puede ir a otro trabajo mío que aparecerá próximamente en nuestro país [2] .
Al definir cortesía, los diccionarios suelen recurrir a las nociones de consideración, respeto, atención, afecto [3] .
Conviene que no se nos escape lo más importante: se trata siempre de relaciones entre personas, se trata de consideración, respeto, atención o afecto que una persona tiene a otra, que una persona le muestra a otra.
Entre las ramas de la lingüística están la semántica, la sintaxis y la pragmática. La cortesía es un capítulo de ésta última. La semántica se ocupa del significado de los signos. Pienso que nos es más o menos familiar hablar de una «cuestión semántica», donde se trata justamente de ver qué quiere decir una expresión. La sintaxis estudia las relaciones de los signos entre sí. No es difícil darse cuenta del necesario nexo entre semántica y sintaxis, ya que un signo puede cambiar de significado cuando cambia un signo que lo acompaña. Por ejemplo, aquí he hablado de «lenguas» sin necesidad de aclarar que no me refiero al órgano de la boca, pues el contexto era suficiente.
La pragmática, en fin, tiene como objeto la relación que hay entre los signos y quienes los usan. Con frecuencia, al oír una palabra en boca de una cierta persona, aparte de la información semántica propia de la palabra su significado recibimos una de carácter pragmático, es decir, acerca de la persona que la pronuncia: si es educada o no, si está de buenas o de malas, si desea acercarse a nosotros o quiere mantener una distancia, etcétera. Éstas son cuestiones pragmáticas.
Los estudios de pragmática están viviendo un auge notable. A mí me parece fascinante este interés, por la atención que implica sobre la persona. Hace dos años, en un congreso sobre diálogo en Bolonia, escuché una ponencia del filólogo inglés John Sinclair [4] , de la Universidad de Birmingham, titulada «¿Es posible entablar una conversación con una computadora?» La respuesta era negativa, y entre los motivos aducidos me llamaron la atención los dos últimos, que eran una especie de resumen de los anteriores: lack of person y lack of agenda. La ausencia de la persona es el motivo fundamental, pero, ¿qué criterios seguimos para concluir que no hay persona? Aquí entra lo último:
ausencia de iniciativa. Un programa de software nos puede reservar sorpresas por ser demasiado complejo. Una persona, incluso una que no llamaríamos compleja, nos las reserva siempre, precisamente porque hay una iniciativa, porque no se limita a lo que alguien puso en ella. Si ésta puede ser una de las conclusiones de la pragmática, bienvenido sea su auge entre los lingüistas.
EL ARTE DE SALVAR LA CARA
En sentido técnico, la cortesía se refiere sólo a la comunicación donde la distancia es grande o, en otras palabras, donde es bajo el grado de semejanza percibida [5] .
A la relación de alto grado de semejanza los lingüistas le llaman familiaridad, y si el grado es altísimo, intimidad. Al género que engloba estos tres tipos de distancia le llaman deixis. Sin embargo, en lugar de este tecnicismo usaré el término cortesía, que no es inusual entre los mismos lingüistas. La cortesía de Brown y Levinson tiene en su base la noción de cara, que es la imagen de sí que cada uno de nosotros desea tener. Las reglas de la cortesía tienen de alguna manera el cometido de «salvar la cara».
Circula por internet una definición jocosa de cortesía:
«cortesía es un medio diplomático que usan los humanos para ocultar su cara animal y vivir en paz». Esta definición responde bastante bien al sentido negativo de la expresión «salvar la cara». Sin embargo, Brown y Levinson proponen algo más profundo. Es un simplismo separar tajantemente en el hombre su ser y su aparecer. Mi imagen no es algo realmente distinto de mí. O, dicho al revés, yo no soy algo realmente distinto de mi imagen. Pertenece a la condición humana el encarnar en una presentación: yo soy yo y mi imagen. Nuestra presentación puede ser más o menos fiel a nosotros, y ésta es una responsabilidad que hemos de asumir.
Cuidar una forma no es necesariamente mentir. Bien puede ser un esfuerzo de verdad. Un caso de esfuerzo fallido lo ilustra el cuento de Julio Torri titulado El mal actor de sus emociones, y todos podríamos añadir un episodio personal. La profundidad de la propuesta se ve igualmente en el hecho de que el cuidado de la cara no se limita a la propia, sino que incluye también la ajena. Se considera incluso una cortesía superior la que en primer lugar cuida la ajena. ¿No es lo que llamamos finura? Si alguien queda mal para que yo quede bien, ¿no me parece una delicadeza extraordinaria?
Un punto capital de esta teoría es la distinción entre dos aspectos de la cara, denominados cara positiva y cara negativa. La primera responde al deseo de aprobación, de que los demás consideren deseable lo que nosotros consideramos tal. La segunda responde al deseo de autonomía, de que nuestra vida no sufra constricciones.
Esta distinción da lugar a dos tipos de cortesía. Cortesía positiva es insistirle a nuestro invitado que se vuelva a servir pastel. Cortesía negativa es no manifestar contrariedad si no quiere repetir. Una versión acentuada de la primera sería servirle sin preguntar. En el caso de la segunda sería no sugerir siquiera una segunda vuelta («si quiere, que pida»).
La experiencia nos enseña que todo esto puede ser muy complejo.
Hace años comía yo con unos amigos nacidos en Italia, de madre mexicana y padre italiano. Al final, uno de ellos me preguntó si me quería tomar una paleta. La madre intervino inmediatamente: «¿Cuándo vas a aprender que a un latinoamericano no se le pregunta? Si le preguntas te dirá que no. Si se lo pones delante se lo comerá sin chistar». Esto tiene sus matices, naturalmente, pero el caso es que me comí la paleta y que, años más tarde, huésped de unos amigos en Austria, conté esta breve historia. A la hora de la cena me tocó protestar porque me servían demasiado (lo cual niega parte de lo dicho por la mexicana) y la señora de la casa no austríaca sino eslovaca me replicó: «ahora que me explicaste cómo hay que tratar a los latinoamericanos, yo ya no pienso preguntarte nunca si vas a querer o no».
Brown y Levinson dicen que todos reconocemos secuencias como la siguiente: «¿Quieres tomar algo? No, gracias, no te molestes. ¿De veras?
Mira, tengo whisky, tequila… Bueno, te acepto un tequila doble». Llaman a este comportamiento «una reluctancia no muy reluctante», e ilustran el caso con material de Tenajapa, Chiapas, que es donde recogieron información sobre el tzeltal. Dicen que ahí «tales secuencias se tienen que cumplir, con mayor o menor duración, aunque para los interlocutores pueda estar claro desde el principio si el ofrecimiento se va a aceptar o no. Ofrecer una sola vez sería tan sorprendente como aceptar a la primera» [6] .
Es un estira y afloja en el que vive la relación interpersonal.
En algunas circunstancias puede ser largo, como ciertas caravanas en Italia ante las puertas («Después de usted. Por favor, usted primero. No podría…»). En otras puede ser breve, como el mexicano «ya que insistes» que no está precedido de insistencia alguna, o la británica ausencia de un segundo ofrecimiento, que sería considerado una violencia.
ESTRATEGIAS DE LA CORTESÍA
Las reglas de la cortesía consisten, pues, en defender la cara. Y si hay que defenderla es porque sufre amenazas. Así surge una noción central en el análisis de la cortesía: los actos que amenazan la cara (Face Threatening Acts: FTA).
El esquema de la obra de Brown y Levinson responde a cinco estrategias de cortesía, ordenadas según respondan a las amenazas a la cara en una escala de menor a mayor. Un grado mínimo de amenaza permite realizar el acto de modo directo, sin particulares precauciones. Un grado máximo nos puede obligar a prescindir de ese acto. Entre estos dos extremos caben muchos grados.
Un escalón cercano al extremo de no realizar el acto es el de no decir propiamente lo que queremos comunicar, sino hablar de otra cosa de tal manera que eso se pueda deducir. A esto se le llama «off record». Si el contenido es explícito, se llama «on record» y puede ser, como dijimos antes, de modo directo o, en terminología rigurosa, «sin acciones compensatorias». Pero puede llevar consigo acciones compensatorias («oooye, ya que te salió tan bien el último trabajo, ¿no te gustaría…?»), y aquí entran los dos tipos de cortesía ya mencionados, positiva y negativa. Estas cinco estrategias quedan claras en el siguiente esquema [7] :
menor——–Grado de amenaza de la
cara——–mayor
realiza el FTA
on record
sin acciones compensatorias
1 con acciones compensatorias
cortesía positiva
2 cortesía negativa
3 off record
4 no realices el FTA
5 Varias veces en mi vida he oído, con diversas formulaciones, la idea de que «las reglas están para saltárselas». Pienso que un principio como éste no sólo se apoya en la noción de regla, sino que de algún modo la determina. Si se entiende, se entiende también qué es una regla. Se entenderá, por ejemplo, que regla no es lo mismo que ley. No se puede decir que «las leyes están para saltárselas», aunque en nuestro país sea éste un principio que pocos se saltan.
Tratándose de la cortesía, lo común es pensar que está constituida por muchas reglas, y que éstas alguna vez admiten excepciones. Esto es verdad, pero hay algo que explica todavía mejor la naturaleza de la cortesía: la cortesía es esencialmente excepción.
Elemento importante de la lingüística contemporánea son las llamadas «cuatro máximas de Grice» [8] , inspiradas en la clasificación kantiana de las categorías:
Cualidad: «Sé sincero» (1. no digas lo que consideres falso; 2. no digas aquello para lo que no tengas pruebas adecuadas).
Cantidad: «No digas ni más ni menos de lo necesario».
Relación: «Sé pertinente».
Modalidad: «Sé claro» (1. evita oscuridades y ambigüedades; 2. sé ordenado).
Estas máximas trazan las exigencias del lenguaje máximamente eficaz y económico, y son, en mayor o menor medida, presupuestos de toda comunicación. Por ejemplo, sin suponer que normalmente se habla para decir la verdad, no sólo no se podría comunicar la verdad, sino que ni siquiera se podría engañar [9] .
Ahora bien, ¿es así como hablamos? Si así fuera, la comunicación humana sería mortalmente aburrida, aparte de que los criterios de sinceridad, necesidad, pertinencia y claridad son sumamente flexibles. La sinceridad, por ejemplo, depende del sentido que se dé a las palabras y a la fuerza de las afirmaciones. Nuestros autores observan que «en las culturas árabe, india y mexicana una proposición como “Ven mañana y lo tendré listo” es lo mismo que decir “dentro de unos días”, dicho con no menos sinceridad que cuando nosotros decimos “Espera un segundo” queriendo decir “unos minutos”» [10] .
Una tesis fundamental del libro es que «un poderoso y capilar motivo para no hablar según las máximas es el deseo de conceder atención a la cara» [11] .
Y en efecto, un vistazo a la obra da la impresión de que la cortesía es la sistematización de las posibles violaciones de las máximas de Grice.
¿CONVIENE HABLAR DIRECTAMENTE?
El habla efectiva contiene muchas virutas. Es posible prescindir de ellas, pero no hay que caer en el racionalismo de eliminarlas sistemáticamente. Una respuesta afirmativa a una pregunta puede adoptar, entre otras muchas, las siguientes formas: «¿Quién? ¿Yo? Sí»; «Sí, así es». Según un lenguaje máximamente eficaz y económico bastaría decir «Sí».
Aunque no excluyo que alguna vez pueda ser aconsejable esa reducción, prefiero pensar antes en lo que de hecho expresan esas partes «superfluas» de la respuesta. Pueden ofrecernos tiempo para pensar mejor, pueden quitarle sequedad al monosílabo, pueden dar un poco de ritmo a la frase, pueden darle tiempo al interlocutor para reformular su pregunta, pueden darnos material sonoro para dejar oír el tono de la voz que en un monosílabo se acaba demasiado pronto, pueden evitar que demos la impresión de responder sin pensar, pueden esconder con fingida duda una seguridad que nos parece inoportuna, pueden despertar la atención del oyente para que no pierda la respuesta aunque haya empezado a escuchar tarde, etcétera, etcétera, etcétera.
Dijimos que en ocasiones se puede hablar directamente, sin ninguna acción compensatoria. Eso significa hablar más o menos como prescriben las máximas de Grice. Fuera de este caso se entra en las violaciones de tales máximas. Incluso entonces, las máximas conservan su vigencia porque su violación es significativa, es decir, porque «lleva a los interlocutores a inferir algo a partir de lo que se acaba de violar» [12] .
Una veloz revisión del índice del libro puede ser ilustrativa.
La cortesía positiva usa estrategias como explicitar la atención otorgada al interlocutor (Debes de estar cansado…;usar exageraciones (Tienes una casa absolutamente increíble;usar expresiones que indiquen la pertenencia al mismo grupo (por ejemplo, lenguaje juvenil, local, etcétera, o uso inclusivo del pronombre «nosotros»;evitar desacuerdo (Exactamente, es eso lo que yo quería decir;considerar lo proprio como perteneciente también al interlocutor (Ahí en la casa de ustedes…; presuponer o afirmar el conocimiento e interés por lo que el interlocutor desea (Como sé que te gusta seguir las grandes ligas…;ofrecer, prometer (Despreocúpate: yo me encargo;ser optimista (Ya verás que sí lo vas a conseguir;dar razones o pedirlas (¿Por qué no te vienes un día a cenar a mi casa?;incluir al interlocutor en la actividad (Vamos a calentar la cena aunque sólo lo haga quien habla)…
La cortesía negativa, que ante todo evita coaccionar, es en ciertos aspectos lo contrario de la positiva: preguntar en vez de presuponer (¿Me ayudas a poner la mesa?;ser pesimista con respecto a las buenas disposiciones del interlocutor (Ya sé que esto no te interesa…), o a sus conocimientos (Por si no lo sabes…), o a sus capacidades (la palabra «pesimista» nos puede sonar fuerte, pero no es otra cosa el uso del condicional que nos es tan familiar: ¿Podrías pasarme el agua?;ser deferente (una sobrina mía dice que en casa es Lupe normalmente, Guadalupe si su mamá está enojada, y Lupita si le van a pedir un favor;pedir disculpas (Qué pena, has de estar muy ocupado, pero fíjate que…;mostrar reluctancia (Se me está ocurriendo que a lo mejor podría pedirte un favor…;usar construcciones impersonales (La gente es de veras tonta, en lugar de Eres estúpido)…
A estas dos series de estrategias, que tienen en común ser «on record», se añade otra serie «off record»: insinuar (Está haciendo fresquito, ¿no?, en lugar de Por favor cierra la ventana; dar pistas asociativas (¿Tienes clases mañana?, en lugar de ¿Me podrías dar un aventón?;quedarse corto (Está medio chistoso, en lugar de Me parece horrible;usar tautologías (Si me ves, es que fui. Es un modo italiano de rechazar una invitación;contradecirse (¿Está tu mamá? Sí y no porque se está bañando;ser irónico (¡Sí cómo no!;usar preguntas retóricas (Hmm, ¿qué te puedo decir?;ser ambiguo (Ya sabes, lo que se te ofrezca;ser incompleto (Lo que son las cosas sin decir luego cómo son)…
ELIJA USTED SU CORTESÍA
Me parece que casi todos los ejemplos que he ido poniendo los podemos reconocer como posibles recursos nuestros o que, en cualquier caso, podríamos encontrar en nuestro ambiente.
Si nos fijamos en primer lugar en los ejemplos, quizá sentiremos como propios todos los recursos de la cortesía. En cambio, si nos fijamos más en las definiciones o en los nombres de las estrategias, es probable que tendamos a sentir como nuestros algunos grupos de estrategias, mientras que otros los asociaremos a otras culturas.
En mi artículo arriba citado [13] , propongo distinguir entre una cortesía de la delicadeza y una de la claridad. Es un tratamiento completamente distinto del que acabamos de ver y algún día intentaré aclarar en qué relación se encuentran. Desde esa otra óptica, parece claro que en México la sensibilidad dominante es la que prescribe delicadeza, no la que prescribe claridad. Desde la óptica de Brown y Levinson las cosas no parecen tan evidentes. ¿Preferimos en México la cortesía positiva o la negativa? ¿O recurrimos más a las estrategias «off record»?
En el eje delicadeza-claridad no sólo nos reconocemos en la delicadeza, sino que nos parece que ésta responde más inmediatamente a la esencia de la cortesía, por mucho que entendamos la importancia de la claridad.
Los autores de Politeness, cuando explican la cortesía positiva, advierten que puede parecer un poco rara, pues la que intuitivamente se reconoce como cortesía es la negativa. Pienso que en esta advertencia se nota que son anglosajones, cuyas relaciones interpersonales privilegian el contacto indirecto, lo cual es independiente de que se siga el paradigma de la claridad o el de la delicadeza. No me atrevo a afirmar que los latinos seamos predominantemente directos, porque enseguida me saltan contraejemplos a la mente, pero me parece claro que somos menos indirectos que los anglosajones. Creo que, aunque podemos encontrar numerosos ejemplos de comunicaciones «off record» y de cortesía negativa, nos reconocemos bastante en muchas estrategias de cortesía positiva que serían impensables en una sensibilidad británica.
Nótese que digo británica, y no me refiero al idioma inglés en general. De la inexistencia en inglés de una distinción entre tú y usted se podría concluir que hay menos distancia que en español. Esta conclusión sería precipitada, porque queda por ver con qué otros medios se cuenta para indicar distancia o cercanía. De hecho Brown y Levinson colocan a Inglaterra entre los países de grande distancia social, junto a la India, Japón y Madagascar, aunque los grados y las modalidades no son ciertamente iguales [14] .
Un trabajo de investigación sobre el lenguaje de la cena familiar lituana me ofrece un ejemplo en sentido contrario [15] .
Las lenguas bálticas, como las eslavas, cuentan con numerosos diminutivos, todos claramente jerarquizados. Para muchos de nosotros el acercamiento a este fenómeno lo habrá ofrecido la literatura rusa. Y habremos notado, al mismo tiempo, la enorme distancia social ahí vigente. Pero la distancia puede desaparecer (por ejemplo en el ámbito familiar) sin que los matices de los diminutivos pierdan su sentido. Copio una conversación en la que participan Linas, de 5 años, Vilius, de 13 (ambos varones), y los papás. No aparecen los diminutivos, pero es relevante saber que se habla en una lengua muy sensible a las jerarquías:
Madre: Sabes, Linas
Linas: ¿Qué?
Madre: ¿Sabes lo que le pasó a un ruso?
Linas: No
Madre: Estaba tomando té como tú y se sacó un ojo
Linas: ¿De veras?
Vilius: Qué padre
Padre: Se sacó el ojo con la cuchara
Madre: Con la cuchara, sí
Vilius: No me digas
Padre: Tú también, vas a estar bebiendo así y te vas a picar el ojo
Madre: Sí
Padre: Vas a alcanzar a tu abuelo en el hospital
Acababan de operar de un ojo al abuelo. Nótese que en ningún momento se dice «Quita la cuchara del vaso para beber». Como la historia de la madre no surte el efecto esperado, el padre es un poco más explícito, pero nunca completamente. ¿Cuántas violaciones a las máximas de Grice podemos contar aquí?
Y sobre todo: ¿hay alguna diferencia esencial entre esta conversación y una que pudiera tener lugar en una familia mexicana de composición semejante?
Hay un adjetivo en la descripción de las máximas de Grice que nunca me ha convencido. ¿Qué significa eficaz? Es claro que se trata de la eficacia de lo exacto, de lo económico. Pero la experiencia nos enseña y espero que lo dicho hasta aquí lo confirme que un lenguaje máximamente eficaz es con frecuencia el que repite, o el que omite, o el que dice lo contrario de lo que quiere decir (ironía), o dice «otra cosa» (metáfora). Con frecuencia es ése el lenguaje que logra que nuestra imagen sea verdadera.
CONOCER LAS REGLAS Y SABER VIOLARLAS
Como parte de la pragmática, el estudio de la cortesía es prevalentemente descriptivo. No nos dice cómo hemos de comportarnos sino cómo nos comportamos de hecho, con algunas razones explicativas. Sin embargo, aún no siendo una disciplina normativa, ofrece ideas de fácil aplicación. No pienso en lo más específico de las estrategias, como sería la decisión de actuar «off record» o en cortesía positiva, o, más concretamente aún, hacer una promesa, mostrarse pesimista o usar una construcción impersonal. En estas elecciones suele ser más acertada la intuición.
Me refiero más bien a conocimientos más generales, como saber, por ejemplo, que alguna frase puede ser parte de la estrategia de cortesía y no el núcleo de lo que nos quieren comunicar, o la capacidad de percibir que «hay diariamente un sinfín de recordatorios de la relatividad sociocultural de la cortesía» [16] .
El que es consciente de esto sufre menos desencuentros.
Sí, es importante conocer las reglas. Y no menos importante es saber violarlas. Saber, no simplemente atreverse. ¿Y qué quiere decir saber? Ahí están toda la cortesía, toda la retórica, todo el savoir-faire. Hay quien lo estudia y quien lo recibió de regalo. Pero tanto unos como otros deben siempre recordar que se trata de una realidad viva: deben recordar que, porque nuestra imagen no es sólo imagen, ésta exige ser gobernada desde una sabiduría.

[1] Cambridge University Press. Cambridge (UK), 1987. Es la segunda edición de un libro publicado en 1978 con el título Universals in Language Usage: Politeness Phenomena. Uso una reimpresión del año 2000.

[2] «La cortesía: el arte de traducir». Aparecerá en marzo en el número 38 de la revista Ixtus, dedicado al tema «La hospitalidad y el dolor».
[3] «Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona» (Diccionario de la Real Academia Española;«Conjunto de reglas mantenidas en el trato social, con las que las personas se muestran entre sí consideración y respeto» (María Moliner. Diccionario de uso del español).
[4] El profesor Sinclair es el iniciador del proyecto del corpus de la lengua inglesa, es decir, una base de datos que incluye toda la literatura, periódicos de todo el mundo, conversaciones telefónicas, etcétera, y supone la organización de miles de millones de palabras listas para todo tipo de consultas. Este proyecto lo desarrolla ahora el Centre for Corpus Linguistics de la Universidad de Birmingham (http://www.english.bham.ac.uk/ccl).
[5] De hecho este matiz explica los grados del adjetivo «cortés». Del muchacho que es familiar y directo con sus amigos no se dice que sea muy cortés, aunque ese trato sea perfectamente adecuado (por eso tampoco se dice que sea descortés).
[6] Politeness…, p. 233.
[7] Politeness…, p. 60.
[8] Paul Grice. Logic and Conversation, artículo publicado en 1975. Uso la versión italiana incluida en el volumen: Paul Grice. Logica e conversazione. Saggi su intenzione, significato e comunicazione. Il Mulino. Bologna, 1989. pp. 55-76.
[9] «Nadie podría siquiera aprender un idioma en una sociedad donde existiera la presunción de que nadie dice la verdad. Este principio es tan fundamental que tal vez por eso sus violaciones superficiales nos proporcionan la mayor parte de las figuras de lenguaje y muchos de los instrumentos de la retórica» (Politeness…, p. 221).
[10] Politeness…, p. 177.
[11] Politeness…, p. 95.
[12] Michela Cortini. «Silence as tool for the negotiation of sense in multi-parties conversations», en Negotiation and Power in Dialogic Interaction. E. Weigand-M. Dascal (eds.). John Benjamins. Amsterdam/Philadelphia, 2001. p.176.
[13] «Cortesía: el arte de traducir».
[14] Politeness…, p. 251.
[15] Ausra Abraskeviciute, «Ugniukas Finish Eating the Little Potato: Directives and Address in Family Dinner Conversations». University of Vilnius. Vilnius, 1998. pp. 60-61. El material analizado consiste en la grabación en video de la cena de nueve familias con niños entre 2 y 13 años.
[16] Politeness…, p. 253. Queda pendiente en este artículo todo lo que se refiere a la diversa cortesía de los interlocutores dentro de un mismo contexto social, como la frecuencia con que un subordinado usa cortesía negativa y off record, mientras que a él le hablan con cortesía positiva.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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