El dilema del impostor digital

“La Inteligencia Artificial (IA) no reemplazará a los escritores,
pero los escritores que usen IA reemplazarán a los que no lo
hagan — al menos hasta que los lectores vuelvan a desear algo
que solo los humanos pueden ofrecer: vulnerabilidad”
— Yuval Noah Harari, historiador y autor de Homo Deus.

 

¿Estoy haciendo trampa? Esa era la pregunta silenciosa que carcomía a un amigo mío cada vez que usaba ChatGPT. La empezó a utilizar hace año y medio. Es un gran escritor. Publica con frecuencia. Pero desde que descubrió la inteligencia artificial se sintió como un impostor.
Decía: «El texto es mío… pero no del todo». El texto que le salía era claro, ágil, bien estructurado, incluso mejor que antes, pero sentía culpa. Es como si hubiera encendido el modo trampa. Entonces le dije: «No es trampa, es una herramienta. Y tú eres quien dirige la orquesta».
Usar inteligencia artificial para escribir no te convierte en menos autor. La IA no siente, no conoce tu historia, no tiene propósito. Tú sí. Tú decides el tema. Tú sabes qué mensaje quieres transmitir. Tú eliges qué conservar y qué borrar. La idea original es tuya; la IA no sustituye tu experiencia: la amplifica.
Es como tener un ghostwriter turbo, disponible 24/7, que te ayuda a ordenar ideas, sugerir estructuras y encontrar palabras. Un «escritor fantasma» es una persona que escribe textos en nombre de otra, sin recibir crédito como autor. El contenido se publica bajo el nombre de alguien más, aunque haya sido el otro quien lo escribió.
El ghostwriter adopta el estilo, la voz y el enfoque de la persona para quien escribe. Uno de los más famosos fue Tony Schwartz, que escribió el libro The Art of the Deal, que se publicó como si el autor hubiera sido Donald Trump. Fue este un gran éxito editorial, que posicionó a Trump como un muy buen negociador.
¿La IA te da ventaja? Claro que sí, por supuesto, pero no más que usar una calculadora, un editor o una buena taza de café. Lo valioso no es que tengas ayuda, sino lo que haces con esa ayuda. Debes saber aprovecharla como lo que es: una buena herramienta, no un fin en sí mismo. De nada sirve una herramienta poderosa si no tienes algo valioso que decir.

¿QUÉ TANTO ES TANTITO?
Aquí empieza el dilema. ¿Hasta dónde está bien apoyarse en IA? ¿Cuándo dejas de ser autor para convertirte en supervisor de textos ajenos? Es una pregunta seria, no por tecnofobia, sino por integridad.
Algunos la usan para redactar discursos que nunca sentirán. Otros, para “fabricar” libros de liderazgo que no vivieron. Mucho cuidado: hay una línea sutil entre usar IA como apoyo… y usarla como máscara. Una cosa es tener un bastón que te acompaña, otra es esconderte detrás de él. Como en muchos temas éticos, es una línea que cambia según la intención. No depende del resultado, sino de la honestidad con que la usas.

CUÁNDO SUMA Y CUÁNDO RESTA
La IA aporta:
• cuando clarifica ideas que ya tienes
• cuando te ahorra tiempo en estructura, sin vaciarte de contenido
• cuando te ayuda a expresarte mejor, sin traicionar tu voz
• cuando funciona como espejo que te permite ver tu propio pensamiento con más nitidez

En cambio, el riesgo empieza:
• cuando no sabes qué estás diciendo, pero suena bonito
• cuando sustituyes reflexión por rapidez
• cuando presumes como tuyo algo que ni entiendes
• cuando crees que escribir se trata solo de estilo, y olvidas que también es fondo

La tecnología es neutra, lo que cuenta es el uso que hacemos de ella. No se trata de prohibir, sino de asumir responsabilidad.

¿Y LOS ESCRITORES?
Para los que escribimos, este debate es urgente. La IA puede ser una bendición o una trampa disfrazada. Nos permite escribir más, pero también puede llevarnos a escribir menos… con menos alma. Corremos el riesgo de que todo suene bien, pero no diga nada.
Lo diré sin rodeos: si no hay vivencia, no hay verdad; si no hay verdad, el lector lo sabe.

 

 

Tú sabes qué
mensaje quieres
transmitir. Tú eliges
qué conservar y
qué borrar. La idea
original es tuya;
la IA no sustituye
tu experiencia: la
amplifica.

 

Escribir no es solo juntar palabras: es juntar experiencias, emociones, contradicciones. Es transmitir lo que llevas dentro de ti, y eso lo llevas tú, no el CPU de algún servidor… Eso, por ahora, sigue siendo humano.

EL FUTURO YA LLEGÓ
La IA no va a desaparecer; va a estar cada vez más presente en todos los oficios, también en el de escribir, obviamente. Por eso, más que preguntarnos si debemos usarla, hay que preguntarnos cómo queremos hacerlo.
Debe usarse con integridad, con autenticidad, con intención; recordando siempre que lo importante no es la herramienta, sino la historia por contar. Cada época tiene sus dilemas éticos, y este será uno de los nuestros. Cada persona, cada autor, debe responderlo con honestidad. No se trata de rechazar el futuro, sino de entrar en él con los ojos bien abiertos.
¿Usas IA para escribir? Perfecto. Solo asegúrate de que la voz que se escucha siga siendo tuya, que la pluma, aunque sea digital, siga escribiendo desde tu experiencia, y de que detrás de cada texto haya una historia real que valga la pena contar.

«La inteligencia
artificial puede
imitar el estilo,
pero no el alma. El
mayor dilema del
escritor ya no es
la hoja en blanco,
sino el espejo vacío
que le devuelve
una máquina.
Una herramienta
poderosa en manos
sin criterio solo
amplifica el vacío.»

 

Escribir con máquinas.

LOS DILEMAS ÉTICOS DE UN ESCRITOR
QUE USA INTELIGENCIA ARTIFICIAL.

La página en blanco ya no es lo que era.
Antes era vértigo y posibilidad; ahora también es una interfaz. Hoy, cualquier escritor puede invocar una herramienta de inteligencia artificial y pedirle ideas, giros narrativos o incluso capítulos enteros. Pero con ese poder llegan también preguntas incómodas. ¿Dónde termina la voz del autor y dónde empieza el algoritmo? ¿Quién es realmente el autor de una obra escrita en colaboración con una máquina?

El primer dilema es de autenticidad. Si la IA escribe por mí, ¿sigo siendo yo el autor? En una era donde la firma importa más que nunca —porque representa experiencia, visión, estilo—, delegar parte del proceso creativo a una tecnología genera un cortocircuito. ¿Es un atajo legítimo o una forma elegante de plagio?

El segundo dilema es de transparencia. Muchos escritores —columnistas, novelistas, guionistas— están utilizando IA para acelerar su flujo de trabajo. Pero pocos lo dicen. ¿Debe el lector saber si lo que lee fue generado o coescrito por una máquina? ¿Se vuelve el arte menos valioso si no es enteramente humano? La opacidad crea desconfianza, pero la transparencia puede destruir la mística.

Un tercer dilema es de dependencia. Lo que comienza como una herramienta útil puede volverse una muleta. Cuando la IA escribe más claro, más rápido o incluso «mejor», el escritor corre el riesgo de atrofiar su propio músculo creativo. ¿Puede el talento sobrevivir a la comodidad? ¿Cómo se protege la chispa humana cuando lo eficiente desplaza a lo artesanal?

Finalmente, está el dilema moral del contenido. Las IA pueden generar textos verosímiles, pero también reproducen sesgos, prejuicios y errores. Si un escritor se apoya en estas herramientas sin criterio, puede amplificar desinformación o banalizar temas sensibles. ¿Quién es responsable de lo que escribe la máquina?

La escritura, como todo arte, es también un acto ético. No basta con producir textos; hay que hacerse cargo de lo que se dice, cómo se dice y con qué medios se construye. En este nuevo escenario, el escritor ya no solo debe preguntarse qué quiere decir, sino también con quién —o con qué— está dispuesto a escribirlo.

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No. 26 
Febrero – Marzo 2025

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