Pero no regresan al redil: más bien, acuden al supermercado religioso. Es gente de mediana edad, acomodada, que experimenta la necesidad de encontrar cierto sentido a sus éxitos materiales. Se fabrican una fe a la medida, de doctrina etérea, que no les exige cambiar su conducta.
La generación del baby boom en Estados Unidos tiene 75 millones de miembros. Su juventud coincidió con años agitados, y dos de cada tres abandonaron la religión. Ahora, la noticia es que 18 millones (casi la cuarta parte) de estos norteamericanos han vuelto a frecuentar los templos. Y la cifra sigue creciendo.
Este retorno masivo no ha podido pasar inadvertido. No tanto porque vuelvan a llenarse iglesias, cuanto por el florecimiento de muchas nuevas. Los baby boomers no regresan, en su mayoría, a su antigua religión. Por el contrario, han hecho surgir fes originales, que se adaptan a su mentalidad burguesa, poco exigente en materia de compromisos personales.
En Estados Unidos, para responder a la nueva demanda espiritual, ha surgido el Church Growth Movement (CGM), que aplica al proselitismo religioso los métodos comerciales: estudios de mercado, marketing y publicidad. Los expertos del CGM no miden la eficacia de un pastor por su fidelidad al Evangelio: lo que cuenta, según ellos, es si «la gente sigue acudiendo a la iglesia y dando dinero».
Este enfoque comercial es el que se descubre en la oferta de la Segunda Iglesia Baptista de Houston. Pero son muchos más los ministros que han adoptado estas técnicas. Para que aumente la feligresía, dice un pastor baptista de Austin, Texas, «la regla número uno es que una iglesia no puede crecer más aprisa que sus lugares de estacionamiento». Una de las iglesias más florecientes (200,000 miembros) y más entusiastas del marketing religioso es la Unitarian Universalist Association (UUA).
La UUA ha iniciado una campaña publicitaria que hace propaganda de la fe como si ésta fuera artículo de consumo. Nada de conversión personal: «En vez de tener que adaptarme a una religión, he encontrado una religión que se adapta a mí», dice el anuncio de UUA.
El éxito de semejantes procedimientos se debe a que la última oleada de creyentes considera la religión como una necesidad subjetiva, no como un don divino que hay que acoger tal cual es. Son clientela, más que grey. O, como dice un reportaje de Newsweek (1), no se convierten: escogen. Esta forma de ver las cosas implica una importante carga de egocentrismo -acudir a la fe para sentirse realizado-, que imprime en la nueva religiosidad tres notas características.
Espiritualidad a la carta
1. Las denominaciones de origen pierden importancia. Volver a la práctica religiosa no significa hacerse católico, presbiteriano, baptista o cualquier otra confesión determinada. «A la gente ya no le importan las etiquetas -asegura un pastor-. Lo único que quieren saber es: ” ¿Qué se ofrece ahí?”». Convencido de ello, este ministro emprendió una reconversión basada en ampliar la oferta de servicios -religiosos y de otro tipo- y en cambiar el nombre de Primera Iglesia Baptista por otro más neutro y comercial: Pastor de las Colinas. Según el mencionado estudio sobre la religiosidad de los baby boomers, el 60% rechaza la necesidad de pertenecer a una fe determinada. Estos creyentes buscan una religión a su medida, y numerosos ministros están dispuestos a proporcionársela. Un feligrés del Pastor de las Colinas describe así el espíritu de los nuevos tiempos: consiste en «poner a las personas por encima de la doctrina y de las denominaciones religiosas; una actitud a favor de la vida, el amor y la libertad: es más estar a favor de algo que contra algo. Al final, lo que nunca se pide es ir contra las propias preferencias. Para que éstas no rocen con el credo, se adaptan convenientemente los artículos de fe.
Analfabetismo religioso
2. La doctrina es lo de menos. El nuevo creyente burgués no desea creer cosas muy concretas: Por un lado, parte de una situación de ignorancia religiosa. «Somos una comunidad bíblicamente analfabeta», dice el pastor de una floreciente iglesia de Indiana. Aunque el nombre de esta comunidad no alude a ninguna confesión concreta, el título de Iglesia de los Discípulos de Cristo todavía parece demasiado arriesgado para una feligresía que desconoce las enseñanzas más célebres del Maestro. El pastor reconoce que, cuando en sus sermones se refiere a alguna parábola evangélica, tiene que contar la historia desde el principio para que su audiencia capte el significado. Además, el público que llena los templos nuevos o reconvertidos, acude para satisfacer el sentimiento, más que la mente. De modo que su interés por aprender una doctrina es bastante escaso. El ministro al frente del templo del Pastor de las Colinas se ha adaptado bastante bien a las modestas exigencias doctrina- les de sus feligreses. En su predicación utiliza – y vende a la salida- una versión light de la Biblia compuesta por él mismo. Se trata de un resumen que no requiere más que unas cuantas sesiones para leerlo entero, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Los más impacientes pueden limitarse a los pasajes fundamentales, destacados en negrita.
El resultado es un conjunto de creencias etéreas que no exigen adhesión firme ni personal. En esta simplificación doctrinal, se abandonan los términos clásicos de la teología.
Sentimiento de inocencia
3. Desaparecen las exigencias morales. El infierno y la condenación han quedado desterrados de este credo pret a porter. Los que se adhieren a él no están dispuestos a que se les inste a cambiar de conducta, por lo tanto, no desean oír hablar de obligaciones, responsabilidades y castigos. El atractivo de la nueva oferta religiosa, dice una conversa, es que «acepta totalmente a la gente tal como es, sin ningún tipo de mandamientos o prohibiciones». Un fenómeno parecido se observa en el campo católico, al que han regresado muchos baby boomers que en su día dejaron de practicar. Frecuentan los salones parroquiales, forman grupos de estudio, ayudan en tareas asistenciales…; son feligreses muy activos. Los problemas se observan cuando se llega a los temas personales, especialmente la sexualidad. Consideran que sus vidas privadas no son de la competencia del confesor. Un sacerdote de Milwaukee advierte en ellos una gran agudeza para descubrir los pecados de la sociedad; pero, añade, «no quieren saber nada de pecados personales».
Las nuevas iglesias se adaptan a las características de este público, borrando la noción de culpa y creando en los oyentes un artificial sentimiento de inocencia. Por tanto, no hace falta arrepentirse de nada.
Beatería moderna
Todo esto es algo así como la beatería contemporánea: intensa vida social en los recintos eclesiásticos, satisfacción fácil de vagas inquietudes religiosas, sin problemas de conciencia. Para ello, se fabrica una religión conforme a la propia conciencia, con un eclecticismo que todo lo aprueba, una fe sin aristas y un Dios que no manda.
Es interesante observar que este credo cumple los requisitos del canon progresista establecido por los profetas de los tiempos nuevos. Aquí se encuentra la suprema libertad del creyente adulto, que no necesita de imposiciones autoritarias. También se tiene la dosis necesaria de preocupación social, satisfecha mediante la participación de actividades caritativas de fin de semana. Pero el resultado es una religiosidad burguesa que recuerda ofensivas actitudes del pasado.
(1) 17-XII-90