Ha llovido un poco, ha refrescado un poco. La tarde tiene cara de confidencia. Entre una avenida con ritmo de taquicardia y un parque durmiente, se alza el edificio que guarda en lo alto de la torre a un español que escribe como si sus libros tuvieran la ligereza de la nube. No importa el tema que toque los misterios incas, el despertar adolescente, la infidelidad femenina, el retrato de una antigua calle mexicana… su literatura tiene una cualidad ingrávida flotante peleada a muerte con el peso del tedio o la petulancia. Sus páginas no se leen, se devoran, en un suculento festín de palabras.
Los títulos de sus obras cobijan la sorpresa: Los renglones torcidos de Dios, La brújula loca, Los hijos de la lluvia, Embajador en el infierno, El futuro fue ayer, Edad prohibida…
Estrenar la palabra
En cada libro, Torcuato Luca de Tena estrena su vocación a la palabra: «Lo que me mueve a escribir es absolutamente imposible de definir. Mientras que en otras actividades humanas basta con el estudio y la dedicación, en las artes se requiere de un don especia, de un regalo de nacimiento, además del cultivo del oficio. Creo que únicamente se exigen estos dones específicos a los artistas: al pintor, al poeta, al músico… pero si no se les trabaja se quedan en nada. Si el artista se esfuerza en perfeccionar este don específico, con que ha nacido, llega a triunfar o alcanzar un determinado nivel».
En un verso, Goethe decía: «Todo podría lograrse a la perfección, si las cosas pudieran realizarse dos veces». Torcuato Luca de Tena debe conocerlo o, como buen genio, intuirlo. En la sencillez de su arte se esconde un entramado complejo que es lucha fiera con el lenguaje. «Rompo cantidades ingentes de páginas. Gracias a la computadora he dado un paso gigantesco porque puedo corregir sobre la pantalla, rectificar inmediatamente algo de lo que he escrito, modificar una palabra. Pero eso no me basta».
Al día siguiente escribo por las tardes, obligo a mi secretaria a que me lea en voz alta lo que he escrito para que, por el oído, me entre el sentido crítico que mis ojos no han captado; una vez impreso, lo leo exigencia de perfeccionamiento se consigue con un precio.
«Hay personas que publican tal y como les sale la primera vez. Yo no. Creo que queda mejor la versión de quien lo ha hecho por siete ocasiones». Desde los 18 años cuando publicó en Chile su primera obra ha forjado un destino común entre su imaginación y sus palabras. La importancia de vestir páginas blancas con tela de lenguaje otorga al escritor un matiz fuera del tiempo. «El invento de la palabra escrita abrió la dimensión de la comunicación: ya no son dos personas que están una frente a otra, sino la posibilidad de relacionarnos con la persona lejana, aun en siglos».
«La maravilla de la palabra escrita estriba en comunicamos con el futuro, con gentes a las que queremos o a quienes ignoramos pero que, algún día, podrán conocer un pensamiento nuestro».
Nacer enamorado del lenguaje
Soporta con gracia el peso de haber nacido enamorado, pues en España, su apellido se asocia a una vieja pasión por el lenguaje. Lleva el idioma en la sangre y se asoma a la vida con unos ojos de admiración infantil. Sus gestos son serenos y sus maneras garantizan la sonrisa.
Luca de Tena, así, tan apacible y ecuánime, esconde un miedo. «El lenguaje tiene algo que me atemoriza: la enorme dificultad de saber expresarse; de escribir con cierta gracia, con cierto humor, con cierta amenidad. Me aterra la idea de que un párrafo mío sea vulgar o aburrido, o que la gente llegue a una página determinada y diga: “Lo dejo porque ya no puedo seguir leyendo”. El tema de la amenidad es un arte, distinto al contenido mismo de la obra: el ingenio, el ritmo, son virtudes accesorias al hecho mismo de escribir pero que conviene cultivar».
«Señalé antes que corrijo siete veces el estilo, la manera de decir. Cierto. Pero el ritmo lo corrijo continuamente; releo lo que he escrito la semana anterior y si no tiene velocidad suficiente, o profundidad, o gracia, lo modifico, por que el ritmo, hoy, es imprescindible en la literatura».
Para todos los escritores que en el mundo han sido, hay un paso dentro del proceso creativo que resulta difícil: despedirse de sus personajes. «De la convivencia con ellos, a lo largo de dos, tres o cuatro años que dura una obra importante no escrita al azar sino en la que me he sumergido nace un amor profundo. Esos personajes han surgido dentro de uno, no son producto de querer copiar a fulanito o menganita, son pura creación; se comportan tal como ellos deben actuar, según la personalidad que se les ha otorgado y, después, se escapan del autor desarrollando una independencia curiosísima.
«Estos personajes adquieren tal realidad interior para quien escribe que los llega a querer como seres muy cercanos a él. Da tristeza acabar un libro y despedirse de los amigos con quienes hemos convivido por cuatro o cinco años intensos de nuestra vida».
«Es humano desear que mi mercancía se venda…»
La versatilidad es mariposa que revolotea con insistencia en las páginas de Luca de Tena. Imagino que se tropieza continuamente con temas que encuentra fascinantes en esa madurez adquirida en sus textos ya los que es imposible decir «no». Sólo con esa manía se explica que este español escriba tan amorosamente lo mismo de una mulata, de una avenida, de la prehistoria, de un niño o de un loco.
En este viaje largo y extenuante al centro de sí mismo, donde habitan todos los mundos, Torcuato Luca de Tena se encuentra con ese otro, que es espejo y es sombra: el lector. «El lector no es un amigo o un enemigo. Es un desconocido. En el momento de la creación literaria, si el creador es puro intelectualmente hablando, el lector no existe».
Uno escribe con la voluntad, la intención, de hacer la obra perfecta; si después lo consigue o no, es otro problema. Si uno piensa: “¿qué va a decir el lector?”, o “esto no está de moda”, entonces el escrito se chafa. Para quien escribe, existen dos mandamientos: libertad y sinceridad.
Hay una frase de un Nobel, Ramón Menéndez Pidal: “si quieres escribir algo para la posteridad, olvídate de que nadie, a quien tú conozcas, lo haya de leer”. Así, se escribe más en profundidad, más en serio, con más calidad que si se está preocupado por las modas literarias, la conveniencia política…
«La preocupación grande por el público empieza al terminar el escrito. Al entregarlo al editor, se convierte de una obra de arte que es lo que uno ha querido hacer en un producto que se vende a tantos pesos; entonces sí se empieza a pensar en tener más lectores o que la critica sea buena. ¡Cómo no! Pero se piensa después, cuando ya el escrito está terminado. Es muy humano desear que la obra, convertida en mercancía, se venda o aplauda. Pero si uno está pendiente de esto durante la creación, la obra queda lastrada, prostituida por otros intereses».
En un ambiente donde la extravagancia parece exigencia de la genialidad, Luca de Tena no atiende al requisito. Al contrario, se antoja tan normal que parece raro. Su paso tranquilo recuerda que son los hombres de todos los días los que heredarán la tierra.
Se mueve al margen de las modas literarias. Cerca pero lejos. Habla poco pero sus obras siempre hacen ruido. La pregunta gira alrededor de si el autor al salir de su espacio es un creador o un destructor de mundos, y él vuelve a la carga. «EI autor es un creador que destruye su mundo, se libera de él, sale fuera de sí y estudia el panorama de los demás. Quien escribe obras de ficción necesita salirse de su realidad, que no es lo mismo que de la realidad. Olvidarse que se llama fulano de tal, que vive en una casa de ésta o de otra manera, con tal educación, pensamientos, formación científica».
Es absolutamente insoportable la cantidad de buenos escritores que no saben hablar más que de sí mismos o a través de sí mismos. O expresando su tema principal, que puede ser la muerte o el paso del tiempo, o la revolución o la guerra que ha vivido.
«Quien escribe; aunque salga de su realidad, debe estar inmerso en la de los demás; es entonces que crea los tipos humanos de una novela, por ejemplo que en esto los rusos eran absolutamente maestros, para adentrarse en la psicología y manera de reaccionar de los otros, que no son uno mismo disfrazado. Por intuición, psicología, estudio, observación, aprehendemos cómo reaccionan esos personajes y podemos hacerles hablar como ellos lo harían, no como se expresaría el autor».
Leer es como respirar
Para quien escribe, leer es como respirar. Cuando se conocen los secretos que guarda celosamente el lenguaje, la tarea de descifrar las palabras de otro encierra un placer tras bambalinas que pocos conocen. «No hay más remedio que alimentarse leyendo. En la época de la formación, hay que desbordar el pozo de conocimientos y, una vez lleno, ya se puede extraer agua que tenga vitaminas; eso es posible gracias a la “alimentación” de la infancia, adolescencia y primera madurez. Se garantiza, así, la riqueza para expresarse con la pluma. Después, llega una época en que se lee por curiosidad, por afán de conocimiento, por estar al día».
Actualmente, no leo absolutamente nada de literatura que no sepa confirmada como una obra excelente por críticos reconocidos o por amigos con quienes me identifico. ¿Y sabes por qué? Porque no quiero estragarme el gusto.
«Es maravilloso terminar un libro y decir: “este hombre sabe escribir, sabe pensar, sabe decir”».
Para Luca de Tena, los mexicano tenemos figuras de primera línea en nuestro Olimpo literario: Alfonso Reyes, Carlos Pereyra, Octavio Paz; AIfonso Junco, poetas como Amado Nervo, Sor Juana y, hoy día, gente que escribe en profundidad como Enrique Krauze… Su semblante se transforma en niño travieso: «Los menciono con riesgo de ser injusto con otros. Me dejo muchos en el tintero y algunos me los dejo voluntariamente. Estos escritores son cumbres en la investigación, en el pensamiento, en la independencia de criterio, aunque hay otros de los que se habla más pero que son “colinitas”».
Son muchos años los que pasó en México en una casa encantadora y escondida, una vivienda que parecía evocación de un tiempo concreto que corría sólo para él. Conoce nuestro mundo literario con todos sus sobresaltos y sus pasiones. «En el presente, yo hablaría más de pensadores que de creadores. Son estudiosos de la realidad pero con una preocupación que quizá exista en ellos más que en otros equivalentes europeos: la historia como interpretación, no como relato».
Estos escritores mexicanos son legítimos herederos de la mezcla de muchas culturas, y no de cualesquiera, sino de unas realmente importantes. Los nahuas, olmecas o mayas hablando de culturas precolombinas no son sólo misteriosos por sus orígenes sino por si importancia intrínseca y su extraordinaria originalidad (el misterio de Teotihuacan y la semejanza de la palabra “dios” en griego y en náhuatl, por ejemplo). Y, después, la fundición, con la cultura europea en el momento cumbre de, su evolución».
Vocación irremediable
Torcuato Luca de Tena ha conseguido a golpe de trabajo y dedicación hacerse de un oído de coleccionista donde es posible guardar tonalidades, modos y formas de hablar de muchas latitudes. Este «oído de coleccionista» se logra con dos requisitos: ser un viajero incansable y un gourmet de las palabras. «Me encanta la manera como se expresan los mexicanos. Conservan una serie de voces que se han extinguido en otros países o en la misma España, y que aquí se guardan como ejemplo vivo de la tradición lingüística más pura».
Pongo un caso: muchos estudiosos de la lengua se plantean el problema de la incongruencia de México escrito con X y con sonido de J, pero no olvidemos que en aquella época, precisamente, el idioma llegó a estas costas cuando la X tenía sonido de J. Hay multitud de ejemplos: “ejército” se escribía con X, y existe un bellísimo poema de Luis de Góngora que dice: “Dexadme llorar, orillas del mar, ahora que en mi lecho sobra la mitad”, ese “dexadme” se pronunciaba “dejadme”. México con sonido de J y escrito con X es el respeto a la más pura tradición del español de aquella época».
Con su cara de almirante, este español va por la vida sumergiendo a todo aquel que quiera seguirle en distintas mareas, provocando tormentas o disfrutando atardeceres. No importa. Cuando cruzamos océanos a través de sus páginas, siempre nos sentimos cobijados.
«Soy un hombre con una vocación irresistible e irremediable hacia la comunicación por medio de la palabra escrita; un hombre que está en su ocaso, que también tuvo 20 años (porque los que nos acercamos a viejos también los tuvimos alguna vez), que conserva el entusiasmo y la curiosidad de la juventud y que morirá con la pluma en la mano. Moriré cuando la pluma se me caiga de la mano porque la mano también haya caído ella misma».