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Fanatismo. La verdad con sangre entra

Gerd Rossner es alemán, está desempleado y sólo vive para el odio. El es un neo-nazi berlinés, dispuesto a defender una discoteca, a golpe de muerte, para evitar la entrada de jóvenes turcos. La frase que se ha generalizado en estos sitios, y que se coloca en lugares visibles es: A los extranjeros no se les ha perdido nada aquí…
Aletea – como mariposa blanca- con sus sandalias, su sari y su rosario; es la madre Teresa. Con 83 años encima y apenas 40 kilos, esta yugoslava de origen albanés ha conmovido al mundo. En los cinco continentes, dirige a más de 4 mil hermanas dedicadas de por vida y exclusivamente a los pobres más pobres, sin recompensa material alguna. Desde un leproso en Nueva Delhi hasta un joven que agoniza en una calle en Nueva York, cualquier ser humano es, para ella, Cristo.
Todos le dicen el presidente Gonzalo y el poder se lo ha ganado a pulso. Abimael Guzmán y su Sendero Luminoso – el grupo terrorista peruano de orientación maoísta- son los causantes de más de 20 mil víctimas, unas 5 mil desapariciones y miles de personas desplazadas. Debemos llegar al pueblo y hacerle entender que no estamos contra él; debemos utilizar medios de persuasión, especialmente la palabra. No somos asesinos, sólo aplicamos la justicia revolucionaria
La lista podría seguir y seguir con personas, de todos los tiempos y geografías, que han hecho de su ideal, su vida. Pero, ¿cuál es la diferencia entre ellos? O mejor todavía, ¿existe alguna?
Una fe dispuesta a todo
Hoy presenciamos las nuevas correrías de los nacionalismos (pensemos por ejemplo, en la ETA), los musulmanes (recordemos el caso Rushdie), y somos testigos de otras muchas cegueras violentas. Son demasiados los hechos y posturas que llamamos fanáticos. A los que corren en muchedumbre tras la celebridad de cualquier espectáculo, y le rodean y aclaman delirantes, los nombramos – con préstamos de otra nación- fans. Son admiradores de una figura deslumbrante y fugaz, pero no fanáticos, aunque estén enajenados en masa y frenéticos. Sin embargo, su posición ante el divo – nombre que originariamente designó al dios mitológico- evoca la relación de una divinidad que los arrebata. También decimos que ¡corren tras su ídolo!.
“Otros hechos que calificamos como fanáticos – dice el sociólogo José María Sanabria- carecen incluso de esta analogía; ni siquiera son lejanas y minúsculas caricaturas, sino brusquedades, exaltamientos, intransigencias, quizá, o, tal vez, firmeza, amor a la verdad magnanimidad y otras conductas que (por ignorancia o malicia) se quieren descalificar con un epíteto despreciativo, llamemos a cada cosa por su nombre.
El fanático se siente poseído por los dioses, que le otorgan junto a la luz, la fuerza; y pierde al atribuir su actitud a don divino- toda mesura humana. Este prometido endiosamiento, este sentirse lleno por lo divino, es propia, y literalmente el entusiasmo: en-theós-mos, una posición total que somete la razón y enajena la voluntad. Se llamaron fanáticos (palabra derivada de fanum, el templo) los ministros de algunas religiones telúricas. Visionarios que unían, a la función del culto, la de iniciar a otros en las secretas honduras del misterio que ellos penetraban.
La palabra fan, más radical, equivale en griego a mostrar, a poner ante los ojos. Al parecer, algunas de aquellas antiguas religiones abrían un claro en el bosque, alrededor del árbol sagrado, para hacerlo ostensible y reunirse en torno suyo; y de esta acción y su efecto de resaltar el objeto de culto- deriva el sustantivo fanum. Fainéticos -fanático- significa el que revela, y emparenta con fainomai los fenómenos-, que son el revelador de las cosas, el rostro con que se brindan a nuestra mirada. El fanático posee una fe dispuesta a todo (situación muy lejana de un común seguidor de Michael Jackson o de un aficionado al automovilismo).

Adictos a una idea

Nuestra época se siente atraída hacia los fanatismos, justamente porque no tiene arraigo en nada. El fanatismo es la actitud de una mente adicta a una idea. Como el adicto, el fanático no concibe su existencia ni la del mundo sin ese ideal absoluto, en comparación al cual, su vida y la de los otros, resulta insignificante. No importa lo que pueda costar el logro de su objetivo, el fanático está resuelto a pagarlo. Quienes no participamos de su idea somos enemigos a exterminar, objetos de guerra santa. El fanático tiene, ante todo, clara conciencia de haber deshojado la realidad y encontrado el meollo del misterio que se oculta a todos.
Continúa José María Sanabria: La conciencia de ser un vidente – o seguirle- es la que proporciona al fanático su peculiar actitud ante el mundo, actitud de quien, persuadido de poseer la verdad absoluta – que a otros, para su mal, se oculta -, siente en tal grado su fuerza Que consagra la vida a su defensa y propagación. con desproporcionada exaltación de ánimo y grave desprecio hacia cuantos le son hostiles o indiferentes. Ningún fanático resiste las imprecisiones y tardanzas de la libertad”.
El suyo es el color que deslumbra; para los demás, que no lo acompañan, sólo existe – desde la óptica del fanático- oscuridad. Pero no se conforma con ese color de la existencia, busca a su alrededor aliados y enemigos. El campo de batalla está siempre frente a sus narices; no reconoce ningún terreno donde su molde no encaje. Toda la realidad se maneja bajo parámetros de su realidad. Por eso sus adversarios le parecen siempre inferiores: el único poseedor de la verdad es él y, en ese sentido. es un dogmático. No entiende la riqueza de los matices que existen en el arco iris.
El entramado complejo de la realidad, las infinitas venas que laten bajo la piel de la existencia, no impresionan al fanático porque no logra vislumbrarlas (y, de percibirlas, las desecharía). Las fronteras de lo real están pintadas, para él de negro y de blanco. Así como el error es para el fanático, error a secas, su verdad es lo verdadero: un atisbo de lo absoluto que todo lo envuelve. Todos los niveles de la vida humana pueden y deben ser penetrados por ella; empapa al sujeto, dándole una concepción enteriza de la realidad y moviéndole a una acción congruente con los principios. Por eso el fanático, actúa.

Sin lugar para la misericordia

El lema del fanático pudiera ser: sólo nosotros pensamos bien, los demás se equivocan. El error no significa, en el fanatismo, ignorancia o desviación respecto de una verdad, sino error a secas, error absoluto, error de los pies a la cabeza, porque el que en esto se equivoca –insiste Sanabria- yerra incluso cuando respira: su presencia es ya un error. Si no rectifica ante el anuncio profético se autocondena, merece la exclusión de la comunidad y la pérdida consiguiente de todo derecho, también el de vivir. El fanático no conoce matices.
Es expresivo que para los musulmanes, la redondez del planeta se divida en dos partes: dar al-islam, la zona de los creyentes, y dar al-harb, la zona de guerra. No le importan al fanático ni su patria ni su gente, sólo la verdad que ha visto y le arrebata; por eso ignora la misericordia: fuera del campo de su estrecha verdad, el mundo es far al-harb, terreno para la guerra y el exterminio. Hay que talar el bosque y hacer ostensible el mensaje, única realidad salvadora.
Como señala el filósofo Daniel Innerarity pocas cosas hay más repulsivas que la complacencia con lo que es o se sabe. Y casi ninguna tan ridícula como la actitud de quien () exhibe impúdicamente su seguridad y cree dominar así un movimiento que le arrastra y sobrepasa. Los diversos grupos fanáticos tienen distintas versiones del paraíso en la tierra. Desde un terrorista irlandés que, en aras de la justicia social, arrasa con ciudadanos comunes, hasta un creyente norteamericano dispuesto a darse muerte, si así se lo pide su líder, en un holocausto privado.
Donde está tu corazón, ahí está tu ideal, se ha repetido con frecuencia. La calidad de vida corre paralela al objeto amado. Cuando el corazón se vacía de humanidad ya no hay lugar para la equivocación, la rectificación o la duda: para lo humano. Por eso, la entrega de nuestros tres protagonistas iniciales no da siluetas similares.
Tomarse demasiado en serio – afirma el filósofo Hervé Pasqua-, atenerse al punto de vista personal más que a la verdad, por encima de la libertad de los otros, es síntoma de fanatismo. Todos estamos inclinados a pensar que quienes tienen opiniones contrarias a las nuestras son tontos. Para corregirse de esta necia vanidad hay que saber reírse de uno mismo.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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