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Centros comerciales: el futuro será de vidrio.

¿Quién no daría algo por visitar hoy las ciudades del futuro? Las películas de ficción científica han presentado por años vistosos panoramas de luces, enormes máquinas que parecen controlar el mundo, hombres en trajes brillantes rodeados de un ambiente de poder y misterio.
Escritores, directores y productores asignaron al futuro una fecha: el 2000. Cada vez nos sentimos más cerca pero no encontramos signos semejantes al modelo planteado. Todo lo contrario: las máquinas disminuyen día a día su tamaño y, lejos de arrojar resplandores y sonidos extraños, se vuelven cada vez más discretas. Los hombres y mujeres visten en colores apagados y buscan «fibras naturales»; prevalece un clima ajeno al asombro y, tal vez, el poder más destacado sea el adquisitivo.
Los presagios respecto al porvenir no fueron atinados. Quizá caminando por nuestro presente, adivinemos el rostro de esas ciudades que están por nacer. Probablemente hayamos ya pisado una sin saberlo, o paseado horas entre sus muros sin siquiera reconocerla…
La sorpresa es que urbanistas y sociólogos de vanguardia ven en los grandes centros comerciales – los famosos malls – las nuevas ciudades del futuro.
Ciudades de juguete
Muchas personas pasan días enteros en centros comerciales: buscan un artículo, hacen compras de rigor, o simplemente toman helado y miran escaparates. No hace falta un objetivo fijo. Estas pequeñas ciudades de juguete regalan distracción y descanso, alivian el correr diario y ofrecen refugio a la realidad adversa o agresiva de las calles. No sólo es su seguridad lo que los vuelve tan atractivos; día a día, adquieren atributos que los convierten en un mundo a la medida.
En un centro comercial es posible caminar sin peligro, sin luces rojas ni «claxonazos», y ya que esas máquinas que alguna vez se inventaron para transportarse, se convirtieron en obstáculo para moverse, es un alivio hacerlas esperar en enormes estacionamientos.
Lejos de la lluvia y el asfalto, protegidos por una arquitectura general- mente colosal, ofrecen, en cambio, máquinas con dulces, helados, refrescos, juegos, tarjetas «personalizadas» y otras que adivinan el peso, éxito financiero o suerte en el amor. Intento de una tecnología más humana. Tregua en el siglo que quiso hacer del hombre una máquina de máquinas que, paradójicamente, le ahorraran trabajo y ofrecieran una vida más digna.

Mundos personalizados.

Casi todo puede encontrarse en un centro comercial. Incontables productos y servicios enjaulados ahí sólo para el rey: el cliente. Un chip, un coche, zoológicos y peluquerías en escaparate; revelado de fotografías, gimnasios, confección instantánea de playeras, envío de mensajes, curación (o recreación) de la vista.
Lugares comerciales y de reunión para todas las edades. En algunos países – Estados Unidos, Alemania, Canadá-, ciertos asilos desembocan directamente a las plazas. En naciones de clima extremoso, existen túneles que llevan de las paradas del metro a los centros comerciales. Además de la variedad creciente, las tiendas ya no sólo se limitan a exhibir sus productos en miles de escaparates atractivos o hasta escandalosos; invitan también a «vivir» un poco en el establecimiento.
Si de artículos deportivos se trata, existen pequeñas canchas de juego, concursos, o modelos que fingen esquiar. Involucran, invitan a formar parte de algo muy distinto al impersonal mundo de las calles. Para las personas indecisas, está resuelto su problema de «a dónde ir»: cine, gimnasio, pedicurista o cafetería; todo en el mismo lugar. Y si no sabe de qué color le gustarían sus ojos, las vendedoras introducen todas las opciones en la computadora y muestran los posibles resultados. En estas islas de la fantasía, aunque se venden muchas cosas, la atención a las personas interesada o no- se regala. Hasta los restaurantes de comida rápida, incapaces de quitarle la mostaza a la hamburguesa que así fue diseñada, llaman a los comensales por su nombre.

Nostalgia secreta

Así como después de un largo viaje se extraña el hogar, la comida, y sobre todo escuchar el propio nombre en el idioma familiar, el hombre de nuestro siglo quisiera regresar al mundo en que cada quién era cada cuál. Pepita la de las tortas, el compadre de la tlapalería, el inolvidable jardinero José, pueden seguir siendo los mismos en su pueblito.
Es difícil en las grandes ciudades, y aunque los centros comerciales siguen siendo parte de ellas – las caras familiares, los amigos que por ahí pasean- esas tiendas (fieles al ir y venir, a la crisis, indecisiones o desprecio), forman parte de un mundo que parece haber quedado encantado por un simple deseo de permanencia. Y es que, por un misterioso proceso, el hombre convierte en mundo lo que toca. Se lo apropia, le da un nombre, un sentido. Hasta los objetos personales parecen gritar, indiscretos, el nombre de su dueño. Y las pertenencias de un difunto a quien desearíamos olvidar, reviven, imprudentes, su presencia.
Por eso, todas las cosas han sido mucho más que simples objetos. Se les podría dar un nombre y, sin mucho esfuerzo, encontrarles personalidad o atribuirles sentimientos: el fax que «no quiso» dar tono, o aquellos zapatos que parecen caminar solos.
De esta forma – al atraparlo en palabras -, se vuelve propio lo ajeno, para después guardarlo en un libro o en una fiesta. Esta capacidad se convierte, a veces, en trampa: una huida de la realidad inexplicable.

Centro sin centro

La realidad más allá de la razón, que antes era motivo de manifestaciones artísticas, religiosas y culturales de todo tipo o por lo menos silentes ha sido minimizada.
Los pueblos siempre se han reunido en tomo a un misterio. Aunque al principio edificaran en lugares donde tuvieran lo necesario para vivir, tarde o temprano construían un centro que representara algo por qué vivir. A veces, el motivo precedía a la ciudad, como fue el caso de México-Tenochtitlan.
El riesgo de este nuevo modelo de ciudades-centros comerciales, puede ser, paradójicamente, carecer de centro. Aunque se encuentren motivos artísticos o hasta «servicios» religiosos en algunas cuantas plazas, se les toma como remedio a una necesidad más.
Todos son incontables aspectos de la vida – importantes, irrenunciables -, pero el único centro es el hombre que vaga por los pasillos. Su centro en todas partes, junto a la multitud de remedios a sus necesidades reconocidas, sospechadas o, simplemente, inventadas.

Generación espontánea

Las plazas comerciales – ocho en 1946 – suman hoy casi cuarenta mil sólo en Estados Unidos. Fenómeno meramente suburbano, se ha convertido en atracción social y comercial. Al visitar una ciudad, mucha gente pregunta por los centros comerciales y es frecuente que les den prioridad durante sus viajes sobre otras atracciones.
Estos espacios públicos parecen multiplicarse por generación espontánea; o tal vez gracias a una «generación muy espontánea», que quiere resolver su vida ante los ojos de miles de maniquíes.
Hay centros comerciales por todas partes: en zonas céntricas, antiguas, campus universitarios, aeropuertos, hoteles. y en algunos años, quizá será al revés: todo se podrá encontrar dentro de los centros comerciales.
No falta mucho para que se popularice la idea de vivir en ellos. Tiene sus conveniencias.
Y si así va a ser en el futuro, podría retomarse la riqueza personal y de misterio que guardan todavía los «pueblitos» – nostalgia secreta – pues, aunque sencillos, tienen más razones para llamarse verdaderos centros sociales.
Esa riqueza se incorpora ya a muchos centros comerciales y los transforma mágicamente – en lugares más íntimos, más humanos.
No ha sido en las tiendas significativamente -, sino en los amplios pasillos con bancas y fuentes, donde parece renacer la verdadera convivencia: pretexto ideal – como eran y son los centros de pueblos y ciudades – para conocer a alguien, sentirse parte de un mundo y caminar con otras familias.
Los espacios para descansar, comer o escuchar música, imitan la singular plaza de las ciudades de siempre.
Y es que el hombre – por más que corra tras novedades – nunca escapará de sí mismo; regresará a la riqueza de estar con otro frente a un misterio, pues esto antecede y da razón de ser a toda ciudad, pueblo o «centro».

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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