Podríamos imaginar a un hombre que visita a su doctor y le dice: “quiero desarrollar ampliamente aptitudes musicales y quiero también ser más responsable o más apasionado”.
El doctor, después de análisis y estudios le aplica un tratamiento con medicamentos o estímulos electromagnéticos, o quizá cirugía. El sujeto se transforma y puede aspirar a convertirse en el nuevo Mozart del tercer milenio.
Esta ficción tan poco probable podría darse de acuerdo a como entienden al ser humano muchos neurólogos y otros científicos. Si el ser hombre no es más que producto de la actividad neurofisiológica, en el momento que la ciencia conozco a fondo todas las funciones del cerebro podría aprender a manipularlas y crear sobre pedido capacidades, emociones o sentimientos.
¿Somos los humanos solamente un producto sofisticado de la actividad neurofisiológica? Mi “yo” mis emociones, pensamientos, preocupaciones o deseos ¿son únicamente funciones del órgano más complejos que conocemos? No soy responsable entonces de nada ni tengo mérito alguno puesto que todo en mí es producto de estímulos y reacciones.
El viejo lema socrático “conócete a ti mismo” se podría abordar desde el ángulo puramente científico. En un laboratorio o consultorio neurológico me podrían dar amplia respuesta de cómo soy.
El enigma del cerebro y la mente apasiona hoy a los científicos, pero rebasa los límites de la medicina porque nadie sabe cómo ni dónde se cuela algo inmaterial: el espíritu al que aún no han podido detectar ni “ubicar” físicamente.
Varios colaboradores abordan este atractivo asunto y nos hablan de los descubrimientos y las corrientes actuales. No faltan otros temas de interés: nos honra la firma de Torcuato Luca de Tena, ofrecemos análisis políticos y la usual reseña del festival de Cannes además de temas empresariales polémicos: la autoridad y la ética profesional.
En medio de todos estos asuntos ISTMO cambia ropaje y deja entrar el color a sus páginas: todo en un esfuerzo de hacer la publicación más atractiva al creciente número de lectores.