Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Prepararse para el trabajo del 2000

Una diferencia interesante entre las dictaduras y las democracias es que en las primeras los gobernantes cambian cuando los matan o se mueren, mientras que en las segundas se van a casa cuando resultan excesivamente caros. Estos costos están ascendiendo apreciablemente, pero echarle la culpa a los políticos es un remedio que no arregla nada.
Mientras transcurre la década de los noventa lo relevante parece no dejarse enredar por las coyunturas, sean las de balanzas de pagos, sucesivas elecciones o los dientes de sierra de los otimismos-pesimismos de los inversionistas. Y es que el sistema de trabajo evolucionará con rapidez hacia una mayor movilidad y, quienes no sean capaces de orientarse hacia las áreas de actividad donde más necesidades de trabajo existan, encontrarán graves dificultades.
Esto será duro para las personas con edades cercanas a los cincuenta años, porque lógicamente sólo se nos ocurre aprender un nuevo oficio cuando la crisis obliga. Ahora bien, lo más triste es tener treinta y comportarse como si tener un puesto de trabajo fuera un derecho.
El tema del trabajo será más de contenido que de título, lo que incidirá en el desempleo, que se seguirá cebando en aquellos que no estén al día.
Individuos y empresas «reciclables»
Citando a Alvin Toffler: «Los granjeros en la actualidad utilizan computadoras para calcular los piensos a base de grano, los profesionales de las acererías manejan consolas y supervisan terminales de video, los empleados de bancos de inversiones utilizan sus computadoras portátiles para poder intervenir en los mercados; importa poco que se etiqueten estas actividades como agrícolas, fabriles o de servicio. Incluso las categorías profesionales se derrumban; denominar a alguien encargado de almacén, operario de má- quina o vendedor, oculta más que revela. Las etiquetas pueden seguir siendo las mismas, pero no los cometidos de los puestos de trabajo». Esto todavía no se nos aplica de lleno, pero se acerca con rapidez. El estancamiento de la población activa industrial y el incremento de la dedicada a los servicios son una clara manifestación.
El gran desarrollo de los servicios para las empresas, el trabajo por cuenta propia, la próxima avalancha laboral de la mujer y la entrada de nuevos segmentos de empleo son indicadores hacia los cuales mirar. Por ejemplo, en Gran Bretaña, el mundo del arte mueve la misma cantidad como su industria automovilística, y el tercer sector en Estados Unidos (hospitales, museos, servicios comunitarios…) da empleo a más de siete millones de personas. Y también habrá que considerar que las «salidas» de los puestos de trabajo serán, cada vez más, de manera fulminante y con escasa indemnización; los altos pagos serán pronto un recuerdo. Caminamos rápidamente hacia una sociedad de servicios sofisticados, con grandes oportunidades pero que exige capacitación y flexibilidad profesional, condiciones por otra parte muy convenientes para sentirse trabajando a gusto.
Bastantes empresas son hoy verdaderas universidades laborales, con respetables presupuestos para la formación de sus empleados de todos los niveles: idiomas, informática, técnicas de trabajo (como los antiguos cursos de métodos y tiempos), capacitación para el liderazgo (como los viejos cursillos sobre el ejercicio del mando), técnicas de negociación, cursos sobre dirección por objetivos o fomento de la creatividad, etcétera.
Desde el punto de vista individual hay que revisar si se están aprovechando esas facilidades, y desde la óptica de la entidad hay que comprobar, en cada momento, cuántos participan en alguna actividad de perfeccionamiento y cuántos no. Los individuos y las empresas que no se reciclen con intensidad en la actualidad ponen las bases para el desempleo y la suspensión de pagos al final de la década. No se trata de mandar a cursos a quienes no tienen nada qué hacer, sino poner al día a aquellos en los que se basa la realización de las actividades clave. y entonces, ¿qué hacer con los políticos? En primer lugar, depender lo menos posible de ellos, al no delegarles nuestro propio trabajo; y en segundo término, colaborar y presionar a que se formen, recordándoles siempre que cuanto hacen y dicen cuesta dinero, y que es bueno que resulten un poco menos caros y un poco más apacibles.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter