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La asombrosa y triste historia de la inteligente y casta Susana

Susana escribía y «calificaba» los exámenes para los alumnos del profesor. Pero no hablaba. Ante los inconformes, el profesor se limitaba a decir: «Susana, además de casta, es muy inteligente y no se equivoca». Los alumnos no tenían posibilidad de superar su situación. Si lanzaban improperios contra ella, daba lo mismo; permanecía impertérrita como el hierro. (No sé si del ejemplo de las de su estirpe tomaron los periodistas la idea de apodar a la Thatcher, la Dama de Hierro).

UN PASADO CONFUSO

Sin embargo, los antecedentes de Susana no eran muy claros. Tomó su nombre del hebreo, en una evidente alusión al pasaje bíblico. Pero sus apellidos manifestaban su confuso origen latino y anglosajón: Ignorat-But-Movet. Sí, Susana, la casta, ignoraba todo. Decía y manifestaba lo que su sabio dueño, el lógico profesor, conocía, sabía y deducía. Susana se movía tal como él indicaba, ejecutaba sus órdenes sin el menor pestañeo. Ejecutaba a los alumnos sin la menor conmiseración.
No imaginaba que al cabo de los años tendría por compañera, a mi lado, a otra casta Susana. Mi Susana, como la de aquel profesor de tiempos lejanos, es casta… y permanecerá así hasta que se aleje de mí. Muchos días, es más, muchas noches he pasado a su lado sin la menor emoción. Hemos hecho juntos largos viajes y jornadas, visitas a hoteles y restaurantes. Susana seguirá casta hasta el fin de sus fríos días.
Alguno se asombrará también de mi castidad teniéndola junto. No hay mérito. Susana es gris y monótona. Sus ropajes, opacos. El resplandor de su rostro, frío. Cuando poso mis manos sobre sus zonas «sensibles» me doy cuenta de su insensibilidad (¿frigidez?). Algunas primas suyas, japonesas, de más altos vuelos, se colorean el rostro. Pero son igualmente gélidas. No hay peligro de erotismo.
Y, a pesar de todo ello, hoy no puedo vivir sin mi Susana. Sin ella tú, estimado confidente, no estarías leyendo esta triste historia. Susana no me interpela, me «siente». Mis manos ejercen sobre ella un embrujo… y hasta me siento inteligente. Con ella está escrito esto. Pero… (siempre hay un pero).

DERROTADO POR ELLA

Ese pero es que, mientras más estoy a su lado, más tonto me creo. Sobre todo si hago caso a sus juegos. Entonces sí parece inteligente. Me gana, porque ignoro la capacidad mental de sus progenitores: seguro que son más inteligentes que yo. Ellos inventaron esos juegos, ¡cómo no va a vencerme! Hace tiempo, cuando tuve a mi lado mi primer Susana, me invitaba las tardes de los domingos a jugar a los soldaditos: hacía pasar sus helicópteros de izquierda a derecha y viceversa; dejaban caer paracaidistas a los cuales yo, armado de un solo cañón sobre un parapeto, debía liquidar antes que tocaran tierra: si llegaban al piso cuatro de ellos, se ponían de acuerdo y, bajo el parapeto, dinamitaban mi cañoncito. Cuando parecía vencerla (porque le había liquidado no sé cuántos paracaidistas), sacaba sus bombarderos que, en cuanto aparecían, me lanzaban tamañas bombas. Idee una estrategia: cuando aparezcan sus aviones por supuesto, liquidaré previamente a infinidad de paracaidistas, dispararé todos mis tiros, y aunque me quede sin parque, derribaré al menos un bombardero. Así lo hice y creí vencer. Pero no. Susana mezcló helicópteros, paracaidistas y bombarderos. Resultado: perdí irremediablemente varias tardes de domingo.
Hoy le tengo prohibido sacar sus jueguitos. Mejor, mediante mis manos la embrujé, borrando de su memoria esos juegos (que, por cierto, eran nuevos, con lo cual esta nueva Susana tenía más oportunidades de humillarme y hacerme creer que es inteligente y, claro, más que yo; pero no imaginó que no se lo permitiría). El año pasado hice como aconseja el dicho: cambié mi vieja por una nueva. Mi nueva Susana es más esbelta. Me dijeron que, por eso, era más ligera. No lo creo. Tal vez tenga uno o dos kilos menos. Y cuando va conmigo en largos traslados o viajes, casi da lo mismo. Con cierto desprecio la miro y pienso (no se lo digo para que no se «sienta»): todas son iguales.

LOS OFICIOS DE SUSANA

Así son sus primas. Varios amigos siempre llevan consigo a una prima menor de mi Susana. Vayan donde vayan. Y, claro, como nuevos ricos que creen que todo lo pueden, las presumen como si a pesar de su gris aspecto lucieran como despampanantes rubias. Esas grises rubias les tienen comido el coco. Mis amigos ya no piensan. Siempre dicen: «espérate, mi Hewlett te va a apantallar», y su miniSusana les responde: «son 356’789,468.321, querido» (o, también: «son 4», porque mis amigos no se molestan en utilizar su materia gris para sumar 2+2).
Otros se creen todavía más porque su macroSusana gobierna su casa: a las 5:30 a.m. enciende el agua caliente; a las 7 a.m. el microwave; pero, al parejo, mis amigos me dicen sorpresivamente: «me voy, porque mi Susi clausura la cerradura, pone la alarma electrónica y electrifica los muros, todo esto al mismo tiempo, a las 12 de la noche, y no puedo volver a entrar sino después de las 5:28 a.m., antes de que ponga el agua caliente. Ya vez que no escucha razones…».
Y todavía quedan los que practican deporte con su miniSusana. Sí, aunque usted no lo crea. Por ejemplo, van corriendo, colocan un par de dedos sobre ella, y ella responde: «estás muy excitado, querido, baja tu ritmo o estallará tu corazón» (y no precisamente de emoción).
A propósito de emoción, otro amigo deportista, se ejercita en una bicicleta: todos los días, religiosamente, recorre de 15 a 20 ó 25 kilómetros según el tiempo con que cuente, pero unido como por un cordón umbilical a su miniSusana, la cual después de que él le ha dicho que es hombre y de tantos años (la muy inteligente no se da cuenta de ello ni cuando está montado en la bicicleta) le informa la distancia, velocidad, kilometraje, kilocalorías consumidas y ritmo cardiaco; como este amigo es muy especial, lee mientras pedalea, y a veces se emociona con la lectura, por lo cual la miniSusana le reclama: «bip, bip, bip, estás muy acelerado y acalorado, querido». Pero no se da cuenta que no es por ella ni por el pedaleo, sino por lo que está leyendo, así es que mi triste amigo tiene que bajar aún más su velocidad de tortuga gigante.

SIN PELIGRO DE ROMANCE

Volvamos a los orígenes de Susana y sus familiares. Su estirpe es, me duele confesarlo, penosa. Muchos hombres han intervenido en su procreación. Amancebados en Syllicon Valley, Cal., en la campiña francesa o con amarillos panoramas, las procrean en serie. Y ahora pretenden que ellas nos generen en serie (por clonación, claro).
Muchos hombres (¡y mujeres!) posan sus dedos sobre ellas. Hijas de prostitución, la ejercen con sus compañeros manteniendo su castidad. Porque lo que ellas prostituyen no es el cuerpo, sino el pensamiento.
Quienes están a su lado y, sobre todo, quienes colocan sus manos sobre ellas, se consideran sabios. No importa si son necios o inteligentes, retrasados mentales o depravados morales. Todos se toman a sí mismos por inteligentes. Algunos lo son. La mayoría no. No importa que citen a miles de autores, a Paz o a Popper: su estado mental, si bien les va, continúa siendo el mismo, aunque algunas veces más bien se deteriora.
Aunque los creadores de Susana y sus familiares se proclamen en el reino de la I.A., en realidad se encuentran en el de lo inanimado. ¿Cómo voy a pensar que mi casta Susana ha llegado a la madurez o siquiera a la adolescencia si le es imposible pensar que piensa, si no es capaz de considerarse a sí misma como un yo pensante? No digo que no lo diga. Pero, en este caso, ¿realmente se considera un yo o sus creadores la han programado para que escriba (algunas hasta dicen): «soy Susana, la casta». ¿Casta? Es decir, ¿tiene mérito estar hecha de acero, hierro o aluminio, y no provocar ninguna emoción en los hombres? ¿Cómo es que su pensamiento no siente? No, con ella no hay peligro de pasar del erotismo al amor (véase el último libro de Paz, La llama doble).
Sí, yo seguiré con mi gris y personal Susana Ignorat-But-Movet, aunque no me excite. Pero, tristemente, no le concederé el mérito del pensamiento. El que piensa en casa (y fuera de ella) soy yo, que, al cabo, ella ni se da cuenta.

RECUADRO:

La superstición de las computadoras
No quiero ni puedo (…) discutir con un robot. Carece de sentido. Espero que desaparezca la superstición creo que vivimos en una era increíblemente supersticiosa y los más supersticiosos son los científicos de que se puede construir una computadora que sobrepase la mente humana.
Las computadoras pueden resolver problemas matemáticos, lo que equivale a las facultades de un nivel bajo de la actividad humana, pero son incapaces de desarrollar un pensamiento original.
¡Ni siquiera podrían expresar que son más poderosos que nosotros!

Sir John Eccles. Premio Nobel de Medicina

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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