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El motivo de una fiesta incesante

La reflexión sobre el sentido de la fiesta en la existencia humana atrae cada vez más la atención de muchos pensadores que intentan captar la esencia de lo festivo en sus múltiples apariencias. Para Roger Caillois, la equivalencia moderna de la fiesta sería la guerra, en la que encuentra las características de lo festivo: estallido de energías contenidas, fusión de los individuos en un acontecimiento total que los absorbe, derroche de lo previsoramente ahorrado… Según Harvey Cox, para que el hombre moderno pueda captar la realidad divina debe desarrollar su festividad y su fantasía, dimensiones hoy atrofiadas por el predominio de lo racional y lo pragmático. También en los espectáculos se anima al público a convertirse en actor de la fiesta: el teatro se hace happening, y los festivales de rock (piénsese en Woodstock II) garantizan una emotiva eliminación de barreras. Y sin necesidad de elucubración teórica, el comercio crea sus propias fiestas de consumo (día del padre, rebajas de diciembre o llegada de la primavera), mientras el homo faber pretende tender “puentes” cada vez más amplios para superar la corriente cotidiana de un trabajo al que no encuentra sentido.
Hombres que se alegren
Este afán de distraerse, de desviar la atención, no implica necesariamente que el hombre tenga hoy más conciencia de la amenaza del aburrimiento. Para que exista un clima festivo interior, y no sólo clima bullanguero, hay que preguntarse en qué reside la esencia de lo festivo y qué hay que hacer para que el hombre conserve o reconquiste su capacidad de participar en auténticas fiestas. Esta es la tarea que propone el filósofo Josef Pieper en su obra Una teoría de la fiesta (1).
Con una visión superficial, parece obvio que celebrar una fiesta es algo así como “pasar un buen día”. Pero ya Nietzsche apunta que el problema es más complejo: “No es muestra de habilidad organizar una fiesta, sino el dar con aquellos que puedan alegrarse en ella”. Si las únicas armas son una cartera bien repleta y el tiempo libre, sólo se engendrará un simulacro de fiesta, manipulación de la alegría que intenta disfrazar el aburrimiento. La “buena vida” es algo desesperadamente poco festivo, a juzgar por el vacío existencial de los sectores sociales más dados a ella.
Para descubrir las raíces de la fiesta no basta preguntar a la historia o a la sociología, pues inevitablemente entra en juego la idea que uno tenga de la plenitud humana, felicidad o vida eterna; en definitiva, afirma Pieper, hay que partir de una concepción del hombre.

Una afirmación del mundo

Mediante aproximaciones cada vez más profundas, Pieper va desvelando diversos elementos que confluyen en la fiesta: pausa en el trabajo, que no sea mero vagabundeo, sino una posibilidad para contemplar las realidades supremas sobre las que reposa la existencia humana; pérdida de ganancia útil, pero manifestación de una riqueza existencial; alegría de poseer lo que se ama; actualización de una tradición que sigue plena de sentido; esperanza de salir renovado de la fiesta, como lo expresa la ancestral costumbre de desearse recíprocamente “felicidad” con ocasión de las grandes solemnidades. Pero todos estos aspectos sólo pueden dar fruto si encuentran terreno abonado en la sustancia misma de la fiesta: “celebrar por un motivo especial y de un modo no cotidiano la afirmación del mundo hecha ya una vez y repetida todos los días”.
Pero, ¿no es esto una invitación al conformismo, al optimismo superficial que cierra los ojos al caos del mundo? ¿No es cierto que “quien ríe no ha recibido todavía la terrible noticia”, como dijera B. Brecht? Sin duda, el nihilismo activo que proclama el absurdo de la existencia agosta la raíz de la fiesta. Sólo quien entiende el mundo como criatura puede afrontar la realidad sin colorearla ni despreciarla, apoyado en “la convicción, críticamente fundamentada, de hay una bondad del ser, divinamente garantizada, inalcanzable por ningún poder terreno”.
Quizá la incapacidad del hombre moderno para celebrar una fiesta auténtica radique en su presuntuoso afán de autonomía, en su resistencia a reconocerse como criatura, que lleva a buscar refugio en lo intrascendente, sin tener cubiertas las espaldas por lo trascendente. “Si puede celebrarse como fiesta un día especialmente elegido –dice Pieper–, es en cuanto manifestación de una fiesta, aunque oculta, nunca interrumpida”.

ACEPRENSA

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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