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Hacia una nueva relación entre trabajo y ocio

Trabajamos como término medio ocho horas al día, cuarenta a la semana, cerca de dos mil al año… más el tiempo que invertimos en ir y venir del trabajo, más las horas en que pensamos en el trabajo o hablamos de él. Por lo menos una tercera parte de nuestra vida es trabajo.
Ante esta avalancha de cifras vale la pena rondar un poco el tema. Para algunos, el trabajo es, por principio, molestia, incluso tormento. Para otros, al revés, el trabajo se vuelve obsesión, se enganchan a la rueda vertiginosa del reconocimiento profesional o del aumento de calidad de vida y se vuelven adictos al trabajo o “workaholics”.
Entre éstos, algunos lo disfrutan a tal grado y les brinda tantas satisfacciones, que le dedican demasiadas horas e incluso se aburren cuando tienen que suspenderlo. Sus metas y el desarrollo personal se circunscriben al ámbito del quehacer profesional.
El concepto de trabajo ha evolucionado con el hombre. De un abierto desprecio, algo destinado a los esclavos, se le entronizó hasta los excesos de que hablamos. Ahora parece encaminarse a otro estadio, más hacia ese difícil justo medio.
El trabajo en sí es algo magnífico en su triple dimensión: la transformación del mundo, la transformación y el desarrollo de nuestra propia persona y el medio para entablar contacto con los demás, intercambiar, y, a fin de cuentas, servir a la sociedad en que vivimos.
Pero el trabajo no es todo en la vida del hombre. Hay otras dimensiones que también nos hacen crecer y ahora, la sociedad más consciente de ellas, busca el equilibrio. Un buen desarrollo profesional complementado con una vida familiar rica en amor y servicio y con suficientes horas de “ocio” enfocadas al desarrollo del espíritu y la cultura, dan por resultado personalidades maduras y estables. Éste es, incluso desde el punto de vista del mercado laboral, uno de los “productos” más cotizados en nuestro momento.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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