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Jugar hasta morir

La vitalidad juvenil, su ritmo diario es, obviamente, mucho más rápido que el adulto. Roza casi lo frenético. Y esa actividad se muestra, además incansable. Los jóvenes están casi siempre desasosegados, lo que significa que muestran una cierta incapacidad para el ocio. Por otra parte, nunca como hoy han contado con tantos medios y posibilidades para aprovechar su tiempo libre. Disponen de cientos de deportes (todos los tradicionales y los que la inquietante imaginación del hombre contemporáneo va innovando), juegos, viajes, nuevos aprendizajes, lecturas, etcétera. Y, sin embargo, la mayoría se arroja en los brazos de una pasividad estéril que hastía. El aburrimiento no acontece sólo en vacaciones. Durante el curso escolar se sienten mortalmente aburridos. Se diría que el aprendizaje les insatisface y desmotiva hasta hacer de ellos personas tediosas. Este aburrimiento se extiende y salpica también su hogar.
El triste hombre aburrido
¿Qué hay detrás del activismo que forzosamente encamina al aburrimiento? ¿Por qué no se divierten a pesar de tanta actividad y medios potencialmente divertidos?
En su libro Psicología del aburrimiento, Revers señala: “La causa del aburrimiento está en el mismo sujeto: se aburre porque no se puede entretener consigo mismo, porque no puede soñar. Cuando el sujeto se convierte para sí mismo en objeto ininteresante, entonces se instala en una posición antitética al ocio –en el cual yo me entrego a mis representaciones–, un estado en que yo soy indiferente e inactivo respecto de mis propias representaciones y, por tanto, no puedo entregarme a ellas” (1).
El aburrimiento constituye una experiencia diametralmente opuesta al ocio. Más aún, el hombre aburrido renuncia a lo que tiene de más propio: su dignidad; huye con su atención hacia las cosas, escapa mediante la hiperactividad con tal de entontecerse y evitar enfrentarse consigo mismo. El hombre aburrido es, como sostiene Kierkegaard, el que “desesperadamente no quiere ser él mismo”.
En realidad, la experiencia del aburrimiento consiste en la tristeza que acuna la hiperactividad de quienes no tienen el valor de enfrentarse consigo mismos.

Contemplación festiva

Tanto el aburrimiento como la pereza son incompatibles con el ocio. El ocio surge al encontrarse el hombre consigo mismo, cuando mediante el propio conocimiento trata de autoposeerse. No es trabajo activo; el ocio supone una nueva actitud: la del descanso abierto a la percepción receptiva en la que, por intuición, se puede llegar a contemplar otro ser. El ocio se despreocupa de las cosas, se desentiende de ellas para abandonarse al propio conocimiento. El ocio, para Pieper, es ante todo la actitud de contemplación festiva: “Vive de la afirmación. No es simplemente lo mismo que falta de actividad, ni de tranquilidad o silencio, ni siquiera interior. Es como el silencio en la conversación de los que se aman, que se alimenta del acuerdo que reina entre ellos. El ocio humano implica la detención aprobatoria de la mirada interior en la realidad de la creación” (2).
El ocio es puerta que abre paso a la reconquista de la perdida libertad personal. Supone una pausa, una rotura en ese reciclaje continuo, en el que el hombre autómata está inmerso. Constituye una experiencia de recuperación del tiempo, precisamente la que rectifica la mal aprendida temporalidad, ésa que es incompatible con cualquier posibilidad de contemplación.
Pasear por el sendero del ocio es salvar y proteger lo que de verdaderamente humano hay en uno mismo. Significa reencontrar la vivencia de la libertad personal –incluso corporal– en la que el ser contemplativo vaga libremente sin ceñirse a un lugar determinado ni a una hora de llegada. No es otra cosa que sobrepasar las coordenadas espacio-temporales de nuestra existencia para sumergirnos en una experiencia de arrobamiento y abandono. En el momento en que ponemos un límite espacial o temporal a nuestro paseo ya estamos haciendo entrar en esa experiencia el concepto de rendimiento y, con él, la eficacia pragmática y esclavizadora de lo que violenta el ser del hombre.
El paseo ocioso no coincide con lo que experimenta el turista. Este se entrega al consumo del arte, pero sin dialogar con él, y por tanto, sin permitirse el acceso a lo sobrehumano que, tomando ocasión de un monumento, por ejemplo, subyace agazapado en la intimidad del hombre.

Otium vs. neg-otium

El concepto de ocio ha sufrido una fuerte tergiversación en su significado a lo largo de los siglos. En el mundo clásico, el concepto de ocio –en latín schola– significaba “escuela”. En la actualidad se entiende, sin embargo, como no-trabajo, es decir, como pausa o descanso para recuperarse y volver a trabajar. El ocio aparece así como un concepto vinculado al trabajo, al esfuerzo, sólo que negativamente. Por eso, estar ocioso significa hoy, algo peyorativo, emparentado en alguna forma con la pereza.
El concepto de diversión entraña un cierto desentenderse de sí mismo para atender a lo externo de uno mismo. Es lo que acontece con quienes preocupados por pasarla bien, escapan de sí y de sus problemas para arrojarse al flujo del estímulo ambiental y lograr así distraerse. En este sentido, la diversión (verterse hacia fuera) traiciona y subvierte el concepto clásico de ocio, por cuanto comporta un cierto extrañamiento, enajenación y escape de sí mismo.
Algo parecido sucede, aunque en un tono más matizado, con el concepto de entretenimiento. El hecho de entre-tener-se implica, en primer lugar, no estar en sí mismo sino entre las cosas que nos rodean, que son las que al fin nos tienen y distraen. Y, en segundo lugar, entre-tener-se significa que, gracias a estar entre las cosas, se nos alcanza una cierta posesión (un cierto tener). Por estas circunstancias, el entretenimiento está más cerca del ocio que la diversión.
Por todo ello preferiría emplear el término de fróne –que se podría traducir por sabiduría– para designar la diversión ociosa (3). Lo característico del ocio es alcanzar la sabiduría mediante la contemplación, estando bien asentado en el ser que se es.
En las sociedades donde no se cultiva el ocio se multiplican las conductas de “evitación”. Es la consecuencia de la inmersión en un tiempo cíclico y amenazante del que el hombre desesperado no puede escapar; la vida se torna entonces, apenas, una opción para la excitación –sexo, droga, alcohol, rock duro, embriaguez, danza frenética…–, la recaída y la salida de la recaída para, el próximo fin de semana, volver a recaer. Esto sucede cuando la existencia no da ya más de sí y necesita, forzosamente, una inyección de vigor artificial y prestado. La entrega al mito dionisíaco (Dionisios, o Baco, que danza y cae extenuado, al que destrozan y vuelven a componer) pone de manifiesto el vacío de la propia existencia y el grito de desesperación de quien en ella se pierde por no estar en contacto con su realidad.
Estas rupturas y recomposiciones sucesivas de la propia vida surgen como la única arma que se emplea contra el tedio y la monotonía a pesar de su ineficacia. Pero ni el tedio ni la monotonía se resuelven en la búsqueda alienante y esperpéntica de novedades fugitivas. Y es que del desorden provocado por el mito dionisíaco jamás podrá emerger el orden, la paz consigo mismo y la serenidad que tanto se anhela. Pero el encadenamiento de tantas incoherencias y errores hace que el hombre vaya dando tumbos, de un choque a otro, sin jamás detenerse a ser por fin lo que es.

La crítica a Baco

La crítica al estilo de vida dionisíaco puede concretarse en tres frentes que denominaré con las cuatro proposiciones siguientes:

  1. Lo novedoso no es lo innovador.
  2. Lo caleidoscópico no es lo creativo.
  3. La rigidez no genera flexibilidad.
  4. Lo instantáneo nunca será un proyecto autorrealizador.

Lo novedoso no es lo innovador. El mito del progreso en el que todavía algunos creen, no se centra en lo que el hombre es y vale, en lo que puede hacer de su vida con el concurso de su libertad. Lo novedoso remite a lo técnico. Se postula que los nuevos hallazgos de la técnica serán la solución para resolver sus problemas personales. Pero ninguna técnica puede erradicar el tedio de la vida humana; ninguna novedad puede hacer que emerja la paz espiritual. La innovación del hombre no se alcanza por la entrega a lo novedoso. Elegir sólo lo novedoso, por sus apariencias, supone la trivialización de la libertad.
Lo caleidoscópico no es lo creativo. La entrega de la atención a los cambios incesantes y vertiginosos de realidades fragmentarias e inconexas sirve más para la confusión y el atontamiento que para el resurgimiento de una tarea creativa por cuya virtud se alcance la metanoia personal. Ciertamente que el reagrupamiento de la vida fragmentaria muy frecuentemente se configura de una forma nueva. Pero como tal reagrupamiento se ha hecho de espaldas a cualquier criterio, nada puede garantizar que la nueva textura biográfica así configurada permita dar alcance a la verdad de lo que se es.
La rigidez no puede generar flexibilidad. Por muy repetitivas que sean las situaciones dionisíacas, por vertiginosos que sean los cambios, al término sólo encontraremos una nueva situación rígida desde la que volver a empezar a escapar del fastidio y del aburrimiento. La flexibilidad es otra cosa; tiene que ver con la adaptación a la realidad que, más allá de todos los cambios, es respetuosa con lo que no cambia, con el ser que se es. La rigidez –precisamente por su incapacidad para la flexibilidad y adaptación– puede reiterarse cuantas veces se quiera o puede romperse, pero jamás adaptarse. El hecho de que se reitere no la hace más flexible. Y el hecho de que se rompa no la hace más adaptativa.
Lo instantáneo nada tiene que ver con un proyecto biográfico autorrealizador. Lo que ahora aparece como novedoso entre ciertos jóvenes es precisamente la escasa tolerancia a la frustración que supone la espera: sus deseos son inmediatamente satisfechos sin necesidad de realizar ningún esfuerzo. Y esto exactamente es lo que hace que muchos de ellos sean incapaces de diseñar, con entera libertad, un proyecto ambicioso para sus vidas. Se han vuelto tan codiciosos que sólo aspiran a la empobrecedora satisfacción de lo que se les da en un instante fugitivo. También por eso falta ambición, esa capacidad de deslumbrarse ante un valor lejano y grandioso que es preciso conquistar y que no permite ahorrar ninguna energía hasta darle alcance, cualquiera que sea el tiempo que ello les lleve.
Por eso el hombre dionisíaco es un hombre circunstanciado, un hombre que no elige lo que quiere ser, sino que se entrega a lo que las circunstancias hacen o deciden de él. Por eso, también, su trayectoria biográfica es no tener trayectoria alguna. Al no disponer de ningún proyecto, las cosas acontecen en él pero sin integrarlas, sin unirlas, sin vertebrarlas ni asumirlas alrededor de un eje unitario que le haga ser en el futuro la persona que quiso ser.
Juego y proyecto biográfico coinciden
Desde luego, muchos jóvenes no responden a este patrón; sin embargo lo señalo para comprender cuál es el sentido de la diversión en la familia. Los niños y jóvenes se divertirían más y serían más felices si se conocieran mejor, si buscaran las fuentes de esa diversión en su intimidad. La capacidad de divertirse tiene mucho que ver con el ocio, y éste es escenario natural para el juego, especialmente cuando se reintroduce nuestra vida como juego.
El juego supone inicialmente que hay alternativas excelentes para cada actividad. Todo juego tiene un mínimo de reglas, si se suprimen, el juego deviene en una actividad sinsentido y, por consiguiente, aburre y produce fastidio. El juego es divertido precisamente porque está regulado por normas: pocas, claras y bien establecidas. Esas normas no constriñen la libertad sino que la orientan, enmarcan y amplían para que el hombre sepa a qué atenerse. Las normas estimulan la atención y la inteligencia ante un reto: encontrar la mejor opción posible entre diversas alternativas para solucionar un problema.
El juego es un entrenamiento que hace al hombre un ser capaz de resolver problemas, y esto lo hace feliz; tanto más cuanto que el problema que ha de resolver es el de su propia vida: qué hacer con ella. Juego y proyecto biográfico coinciden.
Todo hombre quiere saber. Es ésta una verdad que se repite desde Aristóteles, hace ya veinticuatro siglos. Y saber acerca de sí, puesto que, por amor propio, el saber que más anhela cada persona es acerca de aquello que más quiere, es decir, su propio ser. Para cada persona, lo más interesante es su propio ser. Por consiguiente, podemos concluir que los hijos se divierten en el contexto familiar, en la medida que juegan y resuelven el problema de sus propias vidas a través de los proyectos que, como personas, han concebido y tienen en el contexto del ocio familiar. A nadie se le ocurrirá sostener que proyectarse en lo que uno planea ser o hacer de su propia vida es un trabajo hercúleo. Porque en el proyecto de convertirse en persona, hay muy pocas restricciones normativas, apenas alguna limitación temporal o espacial y, a qué dudarlo, un vasto y magnánimo ámbito de libertad. Concluyamos, pues, en que los hijos se divierten más cuanto mayor alcance tenga y mejor diseñado esté el proyecto por el que han optado libremente para llegar a ser la persona que quieren ser. Y esta especial actividad lúdica es plenificadora y, por eso mismo, felicitaria y divertida. (Resumen de la conferencia “El sentido de la diversión en la familia”, presentada en el Primer Congreso Panamericano sobre Familia y Educación. Monterrey, 1994).

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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