En dos ocasiones, en 76 y en 82, me sentí fracasado a causa del entorno: las cosas no salieron como yo esperaba. Y reaccioné como muchos: me sentí víctima y busqué a quién culpar. En esa época leí Tough Times Never Last, People Do (Los tiempos difíciles no duran, la gente sí) de Robert Schuller, y percibí que mi fracaso se convertía en oportunidad.
Cuando buscamos el éxito y la victoria, solemos encontrar muchos oponentes, reales e imaginarios. Lo importante es repetir: “Persistiré hasta alcanzar el éxito. No nací para la derrota. Siempre daré un paso más; porque dar un paso cada vez no es difícil. Si persisto lo necesario, alcanzaré la victoria”.
La batalla de la vida, no siempre la gana el más fuerte, más preparado o más hábil. Tarde o temprano, se demuestra que el ganador es quien creyó poder hacerlo y persistió: paga, gustosamente, el precio del éxito. En cambio, otras personas, aparentemente más dinámicas y ambiciosas, en realidad no están dispuestas a hacer el mismo esfuerzo.
El éxito comienza, entonces, con la voluntad. Todo reside en la disposición mental; por eso muchas carreras se pierden aun antes de haber comenzado, y muchos cobardes fracasan antes de empezar. Tenemos que estar seguros de querer alcanzar el éxito antes de intentar ganar el premio. Por tanto, pondremos especial cuidado en fijarnos metas realistas, no conformistas, ni convencionales y luchar por alcanzarlas. Necesitamos saber dónde estamos parados; no podemos darnos el lujo de perder la brújula. Es la ubicación acertada la que dará la medida de nuestras metas.
Aprender del fracaso
Puede suceder que, a pesar de nuestro entusiasmo, determinación de triunfar y objetivos realistas, por diferentes circunstancias, no podamos alcanzar el éxito en determinado momento. ¿Seremos capaces de aprender de nuestros fracasos?
El planteamiento parece paradójico, pero debemos educar y educarnos para que la adversidad y el fracaso representen, también, un beneficio. Esto será posible si somos capaces de extraer las experiencias positivas que todo fracaso encierra. También la amargura de fallar nos ayudará a crecer. Quien nunca ha fracasado, después de años de continuos éxitos, no será capaz de vivir sin ellos.
Aprendamos a aceptar el fracaso como parte del éxito, como la primera etapa del proceso. Muchos hombres de empresa promedian nueve fallas por cada éxito; lo que sucede es que los primeros no tienen la misma difusión que los segundos. Es más, tenemos la tendencia a ocultar los fracasos.
El secreto reside en no paralizarse y volver a empezar tantas veces como sea necesario. La pregunta debe ser: ¿podré hacerlo distinto y mejor, la próxima vez? La vida es como un juego en el que se aprende y se crece y, en esa medida, nos vamos colocando en un mejor lugar.
Al preguntar a muchas personas de qué han aprendido más, si del fracaso o del éxito, encuentro que el común denominador es que su mayor enseñanza se desprendió de los momentos de peligro y crisis personales, retos inesperados y confrontaciones. En otras palabras, recordaron tiempos donde la continuidad se les salió de las manos y no tenían experiencia, ni existían reglas para seguir. Pero al sobrevivir, maduramos. Debemos agradecer a lo discontinuo, a lo impredecible.
Pequeños comienzos dispararon grandes cambios, como en las invenciones: el descubrimiento del teléfono permitió trabajar sin estar juntos; con el fax y las computadoras nos relacionamos sin tener que desplazarnos.
El cambio ha perdido su ritmo de continuidad, pero no debe ahogarnos; tenemos que controlar nuestra ansiedad y darle otro nombre: aprendizaje. Aprender a aprender. El cambio es el caleidoscopio del mundo, el preludio del progreso.
La mitad de los empleados en las naciones industrializadas mantendrá su empleo de tiempo completo tradicional; el número de autoempleados aumentará considerablemente y las compañías subcontratarán grandes cantidades de trabajadores. Se mantendrá sólo un monto central de dirigentes esenciales para coordinar la totalidad de la actividad, cualquiera que ésta sea. El 80% de los empleos requerirá de capacidad mental, más que de habilidad manual; los individuos con mayor capacidad mental será más solicitados. La flexibilidad es el trampolín para crecer.
La enfermedad del YO
Por otra parte, consideremos qué habilidades y actitudes van de la mano; cada quien lleva consigo una actitud en cada tarea. Debemos responsabilizarnos de seguir cultivando día con día, en cada acto de nuestra vida.
El desarrollo de buenas actitudes empieza por la actitud mental. Es en la mente donde en un principio se gesta la idea, donde damos forma a lo que queremos realizar, donde visualizamos el éxito, donde soñamos. En la mente se inicia cualquier proyecto. Por consiguiente, primero hay que planificar, no podemos ir a la deriva. Si somos capaces de percibir con claridad lo que deseamos, estaremos en mejores posibilidades de conseguirlo. En cambio, si pensamos que las cosas saldrán mal, tal vez actuemos como profetas. Será esencial vigilar constantemente nuestra actitud mental, dejar de preocuparnos por detalles insignificantes, cuidarnos de no contraer la “enfermedad del YO”, o aspirar a “más y más”, sin medida.
También podremos contribuir a que otros alcancen el éxito. Creo, sinceramente, que ésta es la diferencia entre los triunfos esporádicos y el éxito. Algunos directivos buscan motivar mediante incentivos, miedo o intimidación. Obviamente los dos últimos no son la base del éxito y, los incentivos, si no se otorgan adecuadamente, pueden considerarse, por el empleado, como parte de su paga, como un derecho más y pierden, entonces, su significado. Para que funcionen en verdad es necesario que se otorguen como verdaderos estímulos, que inciten al progreso y superación personal.
Si como dirigentes queremos que cada individuo logre algo por encima y más allá de lo que se espera de él, o de lo que ha logrado antes, es necesario realizar un seguimiento constante, una evaluación periódica que califique nuestro método y, así, determinar si seguimos adelante o rectificamos.
Nuestra principal responsabilidad es crear un ambiente propicio donde florezca el talento. No podemos dar a nuestra gente sólo filosofía o instrucciones. Debemos ayudarla y motivarla para que desarrolle su potencial y, sobre todo, para que lo alcance en grupo, que es el éxito más grande.
El éxito sostenido demuestra, con su perdurabilidad, que no es producto de la casualidad, que no es fórmula mágica. Tampoco la puesta en marcha de un método de acción continua, sino que es un hábito del esfuerzo, de la superación constante, de una educación de la voluntad hacia el éxito, su factor determinante.
El mejor momento: hoy
Nadie escapa de los tiempos difíciles; algunas veces miramos desde la cima y otras desde la falda de la montaña. Pero el espíritu de lucha sí puede estar siempre en la cima, ello sí depende de nuestra voluntad, esfuerzo y disciplina.
Debemos tomar en cuenta nuestros instintos y emplear, así, la estrategia propicia en el momento adecuado. Hay quienes les llaman “latidas”. El licenciado Miguel de la Madrid Hurtado, las denomina “latidas ilustradas”, porque tienen elementos de sustentación, bases. Cuando los instintos son adivinanzas bien educadas, permiten la actividad creativa de la mente. Surgen, entonces, ideas fructíferas que no debemos rechazar, sino analizar sopesando ventajas y desventajas. Como dirigentes podemos fomentar la creatividad en quienes trabajan con nosotros y encaminarnos a formar un equipo exitoso, que su motivación no dependa exclusivamente del dinero, sino que vea más allá, se preocupe por los otros. Un grupo que busca lo trascendente, porque conoce el significado de la excelencia.
Existe una enorme diferencia entre tener y ser. Entre un juego excelente y alcanzar la excelencia en el juego. Casi cualquier jugador puede desarrollar un excelente juego de fútbol o un vendedor podrá tener un mes de ventas magnífico. Pero quienes distinguen la excelencia en el juego o en las ventas, habrán de ir más allá de un triunfo esporádico o fortuito. Cuando el esfuerzo continuo se convierte en hábito, es parte de la realización. No puede negarse esta gran verdad: quien prueba la satisfacción del éxito, difícilmente podrá ya vivir sin él.
El mejor momento para empezar a prepararse es hoy. ¿Cuánto tiempo emplea en superarse? ¿Cuándo fue la última vez que convirtió una debilidad en una fuerza? Si escogemos las áreas de nuestra vida que queremos mejorar, será más fácil. La clave está en no darse por satisfecho nunca. Decía Gabriela Mistral: “¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal qué plantar, una empresa que acometer!”.
El éxito es maravilloso, pero no es posible esperar, tampoco, una serie sin fin de éxitos. Hay que situar al éxito y al fracaso en su justa dimensión.
A todo nos halaga el reconocimiento público. Pero, ¿qué pasa cuando nos abuchean? ¿Cuando las cosas no salen como las habíamos soñado?
El éxito y la fama tienden a evaporarse rápido, por eso no debemos asumir que durarán eternamente. No permitamos que el fracaso o el éxito nos roben el sentido de la vida. Ambos son experiencias, no nos angustiemos ante el fracaso porque nos inmovilizará; renovemos nuestra actitud mental y saldremos del “bache”.
Empezar por el sueño
También debemos ser capaces de imponernos límites. De lo contrario, corremos el riesgo de perder la dimensión de lo verdaderamente importante.
Muchas veces, la imagen distorsionada del éxito es resultado de una sociedad de consumo en donde el triunfo representa el poder, el dinero, las mujeres… Es una falacia. Nada de ello perdura, ni resiste los embates de la vida, ni tiene significado trascendente, si no es empleado para el logro de metas más altas.
Sin duda, el mayor triunfo es poder hacer las cosas que nos gustan. No para nuestra subsistencia, sino simplemente porque nos agrada. Al alcanzar el éxito consistente, también podremos darnos este lujo: hacer lo que nos gusta, simplemente por eso.
Según la revista Fortune, casi la totalidad de las 500 empresas más sobresalientes que mencionan, empezaron con un sueño. Sin duda fueron sueños trasladados al papel y de ahí materializados en la práctica. Si plasmamos por escrito, por ejemplo, cinco objetivos que nos gustaría alcanzar en los próximos tres años, los visualizaremos gráficamente y esto nos ayudará a dar un paso más hacia la meta. Otra práctica que sirve para conocernos mejor es escribir nuestro obituario, como si lo hiciera nuestro mejor amigo que sin duda nos conoce bien. De esta manera plasmaremos los logros que hubiéramos alcanzado a los70 años de vida, por ejemplo.
Para finalizar, sólo me resta mencionar el plan que todo ganador debe formularse. Un buen plan de juego estará diseñado para que cada uno:
* Conozca bien su producto o su objetivo.
* Sea honesto consigo mismo y conozca sus capacidades.
* Estudie a la competencia y conozca sus fuerzas y debilidades.
* Busque ofrecer aquello que otros necesitan.
* Conozca y mantenga las leyes y reglas.
* Aprenda el valor del silencio.
* Se prepare para dar y recibir sorpresas.