El ingeniero Domínguez es una persona muy ocupada, dijo su secretaria con firmeza. Y quienes exigíamos verlo, guardamos un respetuoso silencio. Hicimos fila para concertar una cita y nos retiramos con aire solemne.
Algunos tuvimos la suerte de hablar con él un par de semanas después; otros esperaron meses, y se preguntaban si nunca descansaría, si nunca estaría en paz. Pero, tiempo más tarde, un periódico los contradijo: Descanse en paz el ingeniero Domínguez.
Muertos por culpa de Karoshi
Así como en otros tiempos se daba la vida por el honor; y éste podía implicar antes muerto que desempeñar labores “serviles”, ahora el hombre se avergüenza de hacer menos que los demás y busca superarlos, aunque a veces muera en el intento. Busca tener por lo menos dos trabajos, se inscribe a múltiples cursos y, en nombre de una vida dinámica e intensa, se llena de preocupaciones innecesarias. De este modo, al no tomar un descanso que nadie le prohibe, acaba sufriendo aquello que debería disfrutar.
En 1991 murieron más de 600 japoneses de karoshi, muerte fulminante por agotamiento, por la que, además, las viudas no pueden recibir indemnización.
Y es que en Japón es poco frecuente que los ciudadanos descansen. Tan acostumbrados al trabajo absorbente, y pendientes de su rendimiento como fuente de seguridad personal, no saben cómo ocupar sus días libres. A tal grado ha llegado esta actitud, que se organizaron concursos sobre planes de vacaciones. Quien propusiera el más atractivo, obtenía como premio volverlo realidad. Pero también es cierto que quien no sabe descansar, aun en la playa encontrará tensiones.
“Los olores de mi tierra”
Y es que el afán de no quedarse atrás en experiencias, viajes, hazañas, tiene el precio del agotamiento. Se trabaja para decir que se aprovecharon muchas horas, se viaja a más países –a costa de no disfrutar una región especialmente hermosa–, para evitar el frecuente: ¿Fuiste a Europa y visitaste sólo un país?, no se cuestiona la huella profunda que puede dejar una región en el alma. ¿Sólo tomaste un rollo de fotografías? ¿No fuiste al “mall”?.
Pero “… cuando se corre durante seis meses a lo largo del planeta, se ha visto menos de lo que yo he visto en el mismo tiempo, aspirando los olores de mi tierra” (1).
Cuando alguien nos informa que tomará un descanso, inmediatamente lo relacionamos con vacaciones: una piña colada junto al mar, o un tour –tal vez agotador– por sitios de interés. Estamos tan acostumbrados a la eficiencia y los proyectos, que esto se refleja en nuestros planes de descanso. Un viaje se convierte en una larga lista de lugares que hay que visitar, así como la agenda de trabajo en un espacio lleno de pendientes.
Otras personas mezclan ambas cosas. Los niños se llevan sus cuadernos a la playa; y, a veces, papeles importantes de la oficina van y vuelven, casi idénticos, excepto por el olor y las manchas de bronceador de coco.
Buscamos aprovechar al máximo el tiempo libre para disminuir las cargas de trabajo, lo que puede resultar contraproducente. Pues quien piensa todo el tiempo en sus problemas, difícilmente les encuentra solución.
¿Soluciones?: en la bañera
No por casualidad fue en la bañera que Arquímedes descubrió lo que había estado preguntándose, y Newton bajo un árbol. Cuando a Einstein lo reprendieron al confundirlo con un jardinero ocioso, simplemente estaba paseando por los prados y, tal vez ahí, vislumbró sus más geniales teorías.
Y es que para volver verdaderamente creativo nuestro trabajo, necesitamos tiempo de descanso, de ocio.
Cuando los límites nos ahorcan, nos restringimos a poner frente a los ojos del jefe algo que parezca más o menos trabajado. Como si las ideas vagas, una vez escritas, se volvieran claras y precisas…o hasta geniales.
Con un poco de paz, calma, después de un verdadero descanso, encontraremos mejores caminos para resolver nuestro trabajo. Muchas veces la respuesta está ahí, como un niño “aplicado” al que nunca se le pregunta la lección, porque nos hemos acostumbrado a ver su mano levantada. Cuando callamos, él habla. Cuántas veces nos ha sucedido que, al dejar de pensar en un asunto, surge espontáneamente una respuesta especialmente creativa.
Y es que para encontrar sentido, para incorporar la belleza a nuestras vidas, se necesita callar, reposar las ideas como un buen vino. Porque “no es corriendo, no es en el tumulto de las gentes y en el apresuramiento de cien cosas atropelladas como se reconoce la belleza y como florece ésta. La soledad, el silencio, el reposo, son necesarios para todo nacimiento, y si alguna vez un pensamiento o una obra de arte surgen como un relámpago, es que ha habido antes una larga incubación de morosidad (…) Así, cuando escribo esto, en los sitios en que hablo para no decir nada, mis dedos corren solos por el teclado de la máquina; pero en cuanto intento decir algo, tengo que pararme” (2).
Un hijo en la lista de espera
Quienes corren toda su vida, muchas veces viven ausentes, están agotados; y para la familia esto significa un daño grave.
Sé de un hombre de negocios con quien era muy difícil conseguir una cita debido a sus múltiples ocupaciones. Un día en que su secretaria le informaba qué personas lo verían la próxima semana, descubrió que su propio hijo se había inscrito en la lista de espera para hablar con él.
Y aunque no todos los casos llegan a este extremo, las personas que trabajan mucho y descansan poco, no pueden ofrecer a los suyos verdadera atención. Además, el cansancio excesivo convierte hasta las diversiones y compromisos familiares en una carga más, mientras que para con-vivir debe ser vida aquello que se comparte; y no la tiene en realidad quien sólo sufre.
Oda al jabón
En cambio, disfrutar lo que se hace cotidianamente, permite buscar nuevas actividades de esparcimiento, lo que favorece el disfrute de una larga vida. Hace dos meses falleció una señora de 98 años, que en realidad nunca aparentó tal edad. Hablar con ella era literalmente una delicia. Con un simple ¿qué has hecho?, surgían espontáneamente “odas” al agua caliente de la bañera, al jabón perfumado, a los frijolitos con salsa del desayuno, o al último gol del mundial…
Si yo no conociera su vida hubiera pensado que era fácil. Todo lo contrario. Tal vez justamente por eso aprendió el arte de convertir todos los momentos en una ocasión de festejar y, de este modo, descansar.
Sin embargo, los extendidos prejuicios y sospechas respecto a aquello que resulta abiertamente divertido y descansado o que, simplemente, no se encuentra relacionado de manera directa con nuestro trabajo, ocasiona constantes dobleces y disimulos en las relaciones.
Un simple gusto
“Por mi parte –y eso que creo que he superado los prejuicios– cuando voy a comer a casa de un amigo, si por el camino alguien me pregunta en un tono que adivino reprobatorio: ¿conque va usted a comer fuera de casa?, me siento obligado a defenderme contra la sospecha de dejarme llevar por el simple encanto de la amistad y adopto un aire grave para contestar: Sí, tengo que ver a unos señores. El interlocutor comprende que no se trata de un simple gusto” (3).
Este vicio de justificar y esconder el descanso, revela desconocimiento de su valor, ventajas y, sobre todo, de que constituye un derecho no sólo para el que descansa, sino para los demás, que podrán tratar con una persona serena, creativa, coherente…
No tenemos que implicar al médico –diciendo que nos mandó descansar–, para tomar con tranquilidad unas vacaciones. Ni llegar a situaciones límite como “no estoy para nadie”, una vez al borde del surmenage.
Los días de descanso obligatorio son un elocuente mensaje para los “superhombres” del siglo XX; así como para los creyentes, es saber que hasta Dios descansó el séptimo día de la creación.
Pero no sólo hace falta descansar 10 ó 20 días al año; sino trabajar a tal grado, que las cosas sigan bajo control; que el trabajo sea auténtico trabajo, intenso pero creativo, sereno, ordenado.
Que así como la joven de 98 años, podamos hacer una oda a nuestros instrumentos de trabajo, a la ventana de la oficina o, simplemente, encontrar en un día de paseo, o en la regadera, la manera de volverlo divertido y eficiente.