Ha pasado de moda la mentalidad de que el cosmos es bonanza sin límite que puede utilizarse sin responsabilidad. El presumir sobre el despilfarro se ha convertido en algo de mal gusto. Ya no admitimos, por ejemplo, el desperdicio de agua “sin oficio ni beneficio”, bajo el “yo la pago, puedo hacer de ella lo que quiera”. Es la conciencia social de que los recursos son limitados y debemos preocuparnos, personal y socialmente, para protegerlos.
La empresa es también reflejo de ese cambio de mentalidad social.
En una ocasión, se me informó el enorme gasto de clips utilizados en una empresa, en un corto período de tiempo. Imagino que no sería menor el gasto de papelería, pongamos por caso. Si recorremos, renglón por renglón, en qué se gasta tanto dinero, necesariamente nos plantearemos la necesidad de una cultura de disminución de costos.
El origen del desperdicio es una especie de ceguera ante la conservación de recursos pensando en el futuro. Una irresponsabilidad ante la sociedad, de la que formamos parte, que requiere, o requerirá, de esos recursos.
Dos caminos a seguir
En una empresa, el trabajador desperdicia porque él no paga ese material: no es suyo.
Si pretendemos lograr una cultura de bajar costos existen, básicamente, dos caminos:
1. Recurrir a supervisores a quienes se dé cuenta de la utilización de los recursos de la empresa; desde un lápiz hasta una computadora, así como del tiempo –también recurso de la empresa– de cada trabajador (afanador, ejecutivo, directivo…). Este camino puede ser útil en algunos momentos de desarrollo, pero plantea otros problemas: ¿quién supervisa a los supervisores? ¿cuál es su costo?
2. Lograr, desde de la organización, esta cultura.
Este camino necesita de agudeza para entender que el “minimizar costos” no es un valor absoluto. De serlo, habría que cerrar la empresa para acabar con ellos.
Hay que tener claro que el bajar costos tiene que ver con el bien global de la empresa. Es indispensable un criterio administrativo suficiente para identificar cuáles bajar y saber en qué momento el elevar costos redundará en una maximización importante de utilidades. Es conveniente realizar un estudio para encontrar el punto de equilibrio entre minimizar costos y maximizar utilidades.
El camino de la cultura de bajar costos requiere un esfuerzo global para reeducar al personal, comenzando por ejecutivos, directores, gerentes, ya que los trabajadores suelen ser su reflejo.
No se puede pedir a un empleado que saque el mayor partido a los recursos que utiliza, en una empresa donde la jerarquía no tiene la más mínima conciencia en este renglón.
Ayudas para ayudar
El departamento de desarrollo humano deberá planear estratégicamente “cápsulas de aprendizaje” para el aprovechamiento óptimo de los recursos, tanto para programas de actualización de ejecutivos como de capacitación para trabajadores.
El derrotero a seguir puede ser:
a. Detectar las razones del desperdicio.
b. Reforzar, mediante “cápsulas de aprendizaje”, la conducta contraria:
¿Por qué se desperdicia? |
¿Cómo contrarrestarlo? |
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A esta camino pueden ayudar otros instrumentos:
1. Campañas de posters muy bien pensados y colocados estratégicamente en: baños, lugar donde se encuentren las tarjetas de entrada y salida; zonas de trabajo…
2. Selección de literatura para los ejecutivos: la necesidad de ahorrar recursos para aumentar utilidades. Si los ejecutivos ponen el ejemplo, la reeducación de los trabajadores se facilitaría enormemente.
3. Indicaciones concretas para los subordinados: utilización de papel de “doble uso” para recados escritos que posteriormente se transcribirán a máquina; reutilizar clips en lugar de tirarlos; cuidados pertinentes para prolongar la vida de las computadoras o algún otro instrumento de trabajo; uso, hasta el límite, de lápices, gomas…
4. Etcétera.
Lograr una cultura de no desperdicio, implica un gran esfuerzo de reeducación. Vale la pena. El dinero desperdiciado se vuelve contra la salud de la empresa afectando, directa o indirectamente, a cada persona que labora en ella.