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Cazando alas

En nuestra cultura postmoderna, los mejores talentos y los mayores esfuerzos se vierten en objetos volátiles. Manos maravillosas -angélicas- diseñan envoltorios exquisitos, visten y desvisten maniquíes sin ojos (el escaparate es paradigma de la fugacidad). Rapidísimos cerebros se ocupan en redactar llamativos lemas publicitarios, cartas promocionales, frases sugestivas y guiones para radio y televisión, a los que amenaza una vida muy corta.
Los creativos despliegan ante nuestros azorados relojes – como vuela una baraja en poder de los tahúres- un mundo hermoso: lleno de éxitos, imágenes poderosas, moños de colores y aromas embriagantes. Todo al alcance de quien se atreva a comprarlo.
Prestigiadas manos, envidiados cerebros, triunfadores de cuerpo entero, nos están redecorando el planeta. Un aire desenfadado y fuerte, sutil y altivo, se exige en las artes gráficas y en la moda, en los automóviles y en los restaurantes; se usa en la empresa, en los laboratorios, en la política y en la familia. La creatividad mágica – instantánea- es el “ábrete sésamo” que se murmura en las solicitudes de trabajo.

Por un solo corazón

Es de risa. Nuestro siglo tan de vuelta de todo, anda a la caza frenética de ángeles. Porque, ¿a quién busca?, ¿quién puede ser verdaderamente ingenioso, sin fatigarse, y eficaz?
Tareas como regir el curso de los planetas o impedir el choque de los soles exigen, sin duda, un alto índice de imaginación.
Los ángeles – ágiles en el tiempo y en la eternidad- , soportan mayores responsabilidades que los agitados inversionistas de la bolsa, políticos sagaces y mecenas artísticos; sufren más peligros que guerrilleros y periodistas.
Podría objetarse que la creatividad urge sobre todo en los asuntos que involucran personas, y se manifiesta nítida en la conquista de un reino, una mujer o un territorio, más que en la armonía musical del universo o la marcha afortunada de la historia. Es verdad. Un solo corazón reclama más talento que todos los mundos: por esto, unos ángeles singularmente inteligentes, miembros del gremio de los custodios, se encargan de los hombres.
Las maromas, pantomimas y hasta lágrimas que cada uno provoca a su guardián, bastarían para poner en marcha la Facultad de la Fantasía en nuestras universidades.

Colmar el mundo de poesía

No es broma. La tradición filosófica occidental atribuye a estas criaturas trabajos de inspirado: custodiar palabras definitivas – cualquiera sabe lo que se juega en un mensaje genuino- , librar las batallas de Dios, incluir en los sueños, deshacer entuertos como el Quijote, impedir la anarquía física, cultivar las semillas primeras de los seres…
Un catálogo de autores se ha valido de su figura para llevarnos a mundos espléndidos, porque los ángeles colman el mundo de poesía. Lograr el orden es, finalmente, el oficio lírico por excelencia.
Quien reflexione acerca de los trabajos angélicos encontrará que requieren espontaneidad, inventiva y entusiasmo: la creatividad es una actitud permanentemente alegre. La razón de esta libertad es muy sencilla: los ángeles derrochan personalidad, cada uno es completamente él mismo. Pueden resolver los más difíciles problemas de ingenio en la práctica porque no se permiten ni un mínimo de acción masificada. El centro de cada ángel es la coherencia: cumplen radicalmente su palabra.
El secreto que la postmodernidad pide a gritos consiste, al final, en ser un poco ángel. Asumir la verdad del propio yo y donarla en oficios libres, divertidos, peligrosos; lo que implica, desde luego, una dosis suficiente de locura. Rescatar las alas del olvido, vestirlas y gozar de los privilegios del vuelo -atreverse al espíritu, saborear sonrisas- es requisito para jugar a fondo el reto que el fin de siglo propone.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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