-Tampoco la vi, mis ojos siguen siendo de carne. Hablamos a través de un torno. Así hablé con el ángel. Una cortina, una celosía de por medio. De este lado yo, un pequeño latido a disposición de la muerte. Del otro lado un viento, un río, un ala, un fuego congelado, ardiendo, la luz del primer día, un ángel.
-Buenas tardes, ángel.
-No me contestó el saludo. Se me olvidaba que su día, como el de los esquimales, no atardece. En verano París alarga la madeja del sol hasta la última hebra. Entonces cambié la fórmula acordándome de la Biblia.
– Dios te salve, ángel.
– Dios te salve.
-¿Qué se siente ser puro espíritu?
-Una experiencia personal es inefable. Tú tampoco sabrías decirme qué se siente tener cuerpo.
-¿No te hace falta la boca, el beso, los dedos de los pies, una sonrisa, el calor de las manos?
-Me estorbarían todas esas ataduras. Como a ti te estorbarían los colmillos de un elefante o las alas de una gaviota. Entre menos cosas tenemos somos más libres.
-¿Cómo podrías definirte?
-Como inteligencia y libertad.
-Pura metafísica, ¿no?
-No tanto. Tú también eres inteligencia y libertad, sólo que enchufado a la materia con todas sus peripecias.
-¿Qué es lo que envidias de los hombres?
-Precisamente eso, que el hombre tiene la experiencia del espíritu y yo no puedo tener la experiencia del cuerpo. Ustedes son la síntesis del universo.
-¿Te habría gustado ser hombre?
-Sólo por tener un hijo. Cada ángel es irrepetible, perfecto si tú quieres, pero infecundo. El único ser vivo que no se multiplica.
-Pero ustedes tienen la ventaja de no morirse.
-No sé si podría hablarse de ventajas. Son dos sistemas diversos de iluminación. Desde que a nosotros nos encendieron, nuestra luz no desfallece. En cambio ustedes se encienden y se apagan, pero también se apagan y se encienden.
– ¿Cuántos ángeles hay en el cielo?
-Ejércitos, pero desarmados.
-¿No te parece un derroche innecesario?
-¿No has pensado tú en las millaradas de estrellas, de mariposas, de mosquitos, los bosques de corales, los ejércitos, esos sí guerreantes, de los peces? Dios suele ser en todo derrochador.
-¿No te fastidias de estar en el cielo?
-Estar enamorado es lo único que no cansa.
-¿Qué pintor de ángeles es el que más te convence?
-Fray Angélico, sin pensarlo. Con frecuencia platico con él.
-¿Qué opinas de los pintores y escultores que los fingen a ustedes llenos de bucles, pesados de plumas, mofletudos, sonrosados, un poco unisex?
-Las caricaturas son siempre divertidas.
-He oído decir a teólogos de borla y capirote que los ángeles no existen, cuestiones de la mentalidad de la época bíblica, simple ganga y mitología.
-Yo deseo que incluso los teólogos se vayan al cielo, entonces se reirán un poco de sí mismos.
-Si no fueras tú el ángel que eres, ¿qué ángel te hubiera gustado ser?
-Gabriel, el que anunció a María. Haber entrado como un pájaro a su alcoba. Sorprender la primavera de sus ojos. Verle el cuello doblegándose al destino.
-Ahora que regreses al paraíso, ¿qué souvenir te llevas de la Tierra?
-Una tortuga. Es un trozo de eternidad caído al pozo del tiempo. Además les hará gracia a los querubines. Son los pequeños de casa.
Diálogo con el ángel de la guarda
-¿Desde cuándo andas conmigo?
-Desde que el Señor me dijo: “Ve a la ciudad que aquí localizas en este mapamundi. Ahí encontrarás una cuna que, de un momento a otro, va a llenar un niño que está por nacer. Cuídamelo. Guárdalo”.
-Con lo que tú y yo somos hermanos gemelos, aunque tú eres más gemelo que yo. Tú venías volando del cielo cuando yo venía llorando del hospital.
-Los ángeles no nacemos. No tenemos árbol ni bosque genealógico. Dijo el Señor: “Háganse los ángeles”. Y corrieron ríos de ángeles. Se encendieron constelaciones de ángeles. Cataratas y espuma de ángeles.
-¿Prefieres estar en el cielo adorando al Señor o vivir en la Tierra cuidando chiquillos traviesos y adultos adulterados?
-Aunque al Señor se le sirve donde quiera, te confieso que me gusta mucho la Tierra. Yo no sabía lo que era un reloj, una lágrima, las luces cambiantes del semáforo, una rosa de raso y la frialdad de un muerto. Un muerto con ojos congelados de vidrio blanco. Vengo de la eternidad donde nada cambia, porque el reloj no tiene manecillas.
-¿Recuerdas cuando yo tenía cinco años? Perdón, a los ángeles no se les olvida nada. Me arrodillaba sobre la cama antes de soñar con los angelitos y, con unas manos juntas y gordezuelas, olorosas a trompo y a canicas, te rezaba así: Angel de mi guarda,/ dulce compañía,/ no me desampares/ ni a mi abuela ni a mi tía. Estas santas mujeres me cuajaron las manos de chocolates, los oídos de cuentos y el cabello rebelde de chorros de limón.
-Me acuerdo, pero tu oración era interesada.
-Ay, ángel de la guarda, cómo no ha de ser interesada la oración. Tú tienes seguro social en el cielo. Pero uno…
-Para eso me tienes a mí, para cuidar de tu alma y aun de tu cuerpo.
-Entonces, ¿dónde estabas cuando, a los doce años, me caí de un nogal y me quebré las costillas?
-No soy responsable de tu imprudencia. Subiste hasta el quinto piso del árbol para robarte un nido. Un nido es hamaca de flores, castillo de barro oloroso a lavanda, hangar de paja, hotel de cinco estrellas, la suite presidencial para Su Excelencia el Gorrión o para Su Eminencia el Cardenal.
-Cuando estudié filosofía, un profesor me preguntó qué cuántos ángeles cabían en la punta de un alfiler.
-La pregunta es antigua, tonta y de mal gusto. Los ángeles somos espíritus. Como son espirituales tus pensamientos que no pesan ni ocupan lugar en tu cerebro. De otra manera, a fuerza de pensar, a los sabios les hubiera estallado la cabeza. ¿Te gustaría ser ángel?
-La mera verdad, no. Tan pesados de plumajes como andan ustedes, las largas túnicas estorbosas, el rizado permanente, el maquillaje un poco demodé, y siempre hincados, siempre con las manos juntas.
-Son ustedes quienes nos han imaginado así para vislumbrar un poco lo que somos. Si tu miras los ángeles que pintó Fray Angélico da Fiésole, quizá te sobrevenga el éxtasis.
-¿Qué haría yo sin manos, sin corazón, sin estos pies sismógrafos que registran el campo de oro en el otoño? Cristo no se hizo ángel. El Verbo se hizo carne. Carne, ¿oyes bien?, piel, músculos, frente para poder coronarse de espinas, venas para que fluyeran arroyos de sangre, costado para que lo traspasara una lanza y las palmas de la manos y los pies para que los clavos los penetraran. Cristo fue todo el manual de biología. A ti, estimado ángel mío, ¿te hubiera gustado ser hombre?
-Soy la sombra del hombre, jamás me le separo, el hermano gemelo, el guardián que lo sigue de la cuna a la tumba.
-¿No tienes miedo de que se te inoculen nuestras maldades, las caídas y recaídas?
-Estoy vacunado contra el sarampión y el tétanos. El ángel es una palmera de luz que ningún viento sacude ni apaga.
-Qué envidia. Porque uno va cae que no cae.
Caía la tarde y quise recogerla. Chispeó en el cielo una estrella frayangélica.