Arthur M. Whitehill – profesor de Dirección Internacional de Empresas en la Universidad de Hawai, en la Universidad Keio de Japón, en la Escuela de Economía de Harvard y en el Instituto de Estudios Internacionales de Japón- , con más de treinta años de investigación y trabajo en las principales universidades y corporaciones niponas, propone en su libro La gestión empresarial japonesa, mostrar el día a día de las empresas del Japón a la luz de su peculiar historia. Quizá en ningún otro país del mundo se dé un contraste tan patente entre el más profundo arraigo histórico y la permanente y vertiginosa evolución. Por ello, el sentido de esta exitosa sociedad no es comprensible sin un acercamiento histórico que muestre el origen y las causas de la aceptación general de pautas conductuales desconcertantes para Occidente. En efecto, y por dar un ejemplo, ¿en qué otro país, el Ministerio del Trabajo emprende campañas publicitarias para incentivar a la población a trabajar menos?
El ascenso de los empresarios
Whitehill se remonta al período del clan Tokugawa, que dominó Japón desde 1603 a 1868. Estos dos siglos y medio fueron años de paz, prosperidad y desarrollo cultural, enmarcado todo en una sofisticada burocracia estatal, un régimen feudal altamente organizado y jerarquizado. Durante este período, Japón vivió en un casi total aislamiento, propiciado y vigilado por el régimen hasta el punto de prohibir el regreso de todo japonés que hubiera viajado al exterior por considerarlo contaminado con la cultura occidental. En este ambiente se formó un medio étnico inusualmente homogéneo, una nación-familia, que explica el fuerte componente nacionalista que hasta hoy alienta la empresa nipona.
Dentro del sistema feudal japonés, los comerciantes ocupaban el nivel social inferior de una jerarquía muy estricta. Sin embargo, el último medio siglo del período Tokugawa, los comerciantes prosperaron constituyendo una economía de negocios que iba mucho más allá de lo esperado en una sociedad feudal. Surgieron la banca, las cartas de crédito, las operaciones comerciales a largo plazo, etcétera, desarrollando una élite de experimentados comerciantes que industrializaron rápidamente el país cuando las puertas del comercio se abrieron al resto del mundo.
Actualidad de la tradición
La empresa japonesa sigue manteniendo una estructura enraizada en el período feudal. Por ejemplo, la noción de ie, que significa familia extensa y solía transcender los lazos de consanguinidad, bien puede aplicarse a lo que hoy se denomina la familia corporativa o empresa-hogar. En principio, la idea es que el empleado permanezca en la empresa toda la vida y establezca con ella lazos de lealtad mutua. La empresa tiende a ser paternalista y ella misma puede formar parte de una “familia” mayor o grupo de empresas relacionadas.
El buen ejecutivo japonés se forma por la amplitud de sus contactos personales, más que por los grados académicos. Y el trabajo mediante tales contactos crea una compleja red de obligaciones que influye en casi todos los aspectos de las operaciones comerciales, en desmedro de los contratos escritos y los procedimientos operativos preestablecidos que priman en las gestiones occidentales. Se da prioridad absoluta a las preciosas y frágiles relaciones personales: cualquiera sea el problema, éstas constituirán la base de la solución. De modo que se le otorga todo el tiempo disponible al desarrollo de estas relaciones y normalmente, en una primera cita entre ejecutivos, el tema de los negocios ni siquiera se menciona.
Por ello, manifiestan un saludable desdén por los abogados: proporcionalmente a la cantidad de habitantes, Estados Unidos tiene veinte veces más abogados que Japón. Los grupos económicos más importantes, como Mitsui, integrado por más de 2000 empresas, 250 mil empleados y ventas por billones de yenes al año, ni siquiera tienen existencia legal formalizada.
Una sociedad integrada
El individualismo, que caracteriza al empresario occidental, en Japón sencillamente no existe. Aislado y enfrentado a continuas catástrofes naturales y guerras, el pueblo japonés se ha formado como una cultura integrada, al interior de la cual la gestión empresarial se vive ante todo como una misión cuyo destino es claramente superior a los individuos. Esta filosofía se retrata de cuerpo entero en el hecho de que los sindicatos japoneses sean física y psicológicamente parte de las empresas y que incluso sean una fuente de ejecutivos: se considera que el alcanzar liderazgo sindical es una excelente preparación para cargos de responsabilidad dentro de la empresa.
Saber es poder
A lo largo de trescientos cincuenta y tantas páginas, Whitehill explica lo que llama el Sistema Nacional Integrado, que caracteriza a la gestión empresarial japonesa y que la coloca en el sitial que actualmente ocupa. Siendo indudablemente un fenómeno complejísimo, no es sin embargo incomprensible. Y sobre todo no es impenetrable. Whitehill explica detalladamente el error de apreciación al considerar el mercado japonés como “cerrado”. La verdad es que se han eliminado las restricciones a la importación de productos industriales y los aranceles se encuentran en el nivel más bajo del mundo. La percepción de este mercado como cerrado tiene, afirma Whitehill, harto más de percepción que de realidad. Lo que falta es adecuar, mediante el conocimiento del medio, esa percepción a la realidad.