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Los deseos disparatados de Nezahualcóyotl

No hace mucho tiempo publiqué en estas mismas páginas unas reflexiones sobre la antropología náhuatl. En el punto relativo a las relaciones del hombre con la divinidad, creo haber ofrecido una perspectiva poco frecuente porque acudí a la poesía y no a la religión oficial. Según comentarios de algunos lectores, ese planteamiento tuvo el efecto de hacer sentir a los poetas nahuas más cercanos, más congéneres nuestros, justamente como personas, como gentes que, al igual que nosotros, tenían un corazón y unas aspiraciones, vivían con deseos, esperanzas, temores, conocían el gozo y la aflicción. “¡Qué trivialidad”, podría replicar alguno, puesto que, a poco que se piense, resulta evidente que así había de ser, que eran personas de carne y hueso. Y es verdad. También es verdad que una cosa es enfrentarse a nombres, por muy personales e intransferibles que sean ¾ Ixtlilxóchitl, Matlalcihuatzin, Nezahualpilli; Izcóatl, Yoyontzin, Totoquihuatzin; Acamapichtli, Huitzilíhuitl, Chimalpopoca¾ , aunque adivinemos una historia detrás de cada uno, y otra muy distinta sentir temblar un corazón detrás de un poema: “¿Son acaso verdaderos los hombres?/ ¿Mañana será aún verdadero nuestro canto?” (Cuauhtencoztli).
En este brevísimo artículo ¾ apenas una posdata¾ , sólo quiero presentar un texto de Nezahualcóyotl que no recogí aquella vez por un prurito metodológico. Contaba con dos traducciones discordantes y carecía del original que me habría permitido salir de dudas. Renuncié a utilizar el poema, pero una vez publicado el escrito me di cuenta de que era tal vez el mejor, y de que precisamente la discordancia de las traducciones lo hacía aún más interesante. Inconvenientes del exceso de rigor, que ahora intentaré subsanar, pero antes de transcribir el poema voy a recordar el contexto en que resulta relevante su consideración.

“¡Muéstrese la amistad!”

Desde el punto de vista de la religión oficial ¾ y que conste que no todas las tradiciones religiosas coincidían en esto¾ , el imperativo supremo era el de mantener en vida este mundo alimentando el sol con la sangre de los hombres. Es esto lo que se ha llamado “escatología cósmica”: el sujeto de salvación es el mundo, no el individuo humano.
Los poetas nos ofrecen una visión radicalmente diversa. En ellos habla el hombre concreto que se pregunta qué será de él. Qué será de él en esta vida y después de la muerte. Es una escatología personal, viva, expresada casi siempre con acentos que llegan a conmover. En la poesía, el imperativo supremo de la existencia humana parece ser: “hay que buscar a los amigos”. El hombre está sobre la tierra y al lado de otros para tener amigos. Nada como la amistad da sentido de plenitud al hombre y le hace entrever quién es. No me detengo en este punto porque ya lo expuse en el artículo anterior. Ahí señalé también que, siendo la amistad la cifra de la identidad del hombre, era natural que fuese también la amistad la incógnita crucial a la hora de preguntarse cómo será la vida después de la muerte.
La existencia sobre la tierra tiene una sombra que la vuelve muy amarga: la vida plena son los amigos, pero los amigos no duran. Tarde o temprano se nos mueren y morimos también nosotros. ¿Y qué encontraremos en la otra vida? ¿Nos encontraremos con ellos? ¿O serán otros amigos? ¿O no hay amistad? ¿O, al contrario, es el lugar de lo duradero? Estas preguntas retornan insistentemente en la poesía náhuatl: “Nosotros los hombres, ¿a dónde tendremos que ir?” (Tecayehuatzin;”¿Nunca llegaré a conversar con ellos como acá en la tierra?”; “¿Hay allá amistad?” (Ayocuan;”¡Quiero flores que duren en mis manos!” (Cuacuauhtzin).

“¿En dónde vives, Dador de la vida?” (Aquiauhtzin)

Nezahualcóyotl, que tiene este mismo sentir, da un paso más. También él busca a sus amigos. Es más, dice que no hace más que buscar a sus amigos. Pero da a entender que tampoco la más optimista de las respuestas a los interrogantes mencionados lo dejaría satisfecho. Intuye que ni siquiera una vida interminable en sociedad con aquéllos por quienes suspira ¾ Ilhuicamina, Tezozomoctzin, Cuacuauhtzin¾ colmaría las ansias de su corazón. Su corazón le pide más.
Tradiciones transmitidas por los ancianos dicen que después de la muerte iremos a la casa del Dador de la vida. Una creencia muy ambiciosa, sin lugar a dudas. No obstante, también esto le parece insuficiente a Nezahualcóyotl. No basta ir a Su casa: hay que ver qué relación tendremos con Él.
Estos dos puntos de insatisfacción se resuelven en una misma demanda. Una demanda que, sin embargo, es una locura: Nezahualcóyotl quiere ser amigo del Dador de la vida. Es tan evidente la desmesura de este deseo (¡un hombre amigo del Dador de la vida!) que su poesía se convierte en la más desgarradora de todas. En los Romances de los Señores de la Nueva España se encuentra aquella poesía que comienza:
No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo.
Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado, por todas partes es también venerado.
Es allí donde, aparte de afirmar que “nadie puede ser amigo del Dador de la Vida”, Nezahualcóyotl se encara con Él directamente:
Nadie en verdad
es tu amigo,
¡oh Dador de la Vida!
Pero en un poema de los Cantares mexicanos surge un matiz particular:
¡Nadie es amigo
del que da la vida!
(…)
Él nos atormenta,
él es quien nos mata.
Es ésta la traducción de Garibay. Y es éste el pasaje al que me refería desde el principio. Aquí se declara imposible esta amistad y se enuncia la causa (la hostilidad del Dador de la vida). Véase la diferencia con la traducción de León-Portilla:
¡Nadie puede ser amigo
del Dador de la vida!,
(…)
esto nos hace enfermar,
nos causa la muerte.
Aquí el orden se invierte: se enuncia la condición doliente del hombre y se señala la causa (esa amistad imposible). No es que no podamos ser sus amigos porque nos atormenta, sino que nos atormenta el no poder ser sus amigos. No es Él ¾ el Dador de la vida¾ sino eso ¾ no poder ser sus amigos¾ la causa de nuestra amargura.
“Yo por eso lloro, me pongo triste”
Gramaticalmente las dos traducciones son impecables, pues el sujeto de los verbos no es explícito y caben ambas interpretaciones:
Ayac huel icniuh
ipalnemohuani,
(…)
tech cocolia
in tech mictiani.
Asimismo, desde un punto de vista conceptual no es absurda la primera traducción, puesto que también en el citado poema de los Romances se dice que “nos enloquece el Dador de la Vida”, donde no hay posible ambigüedad sobre el sujeto del verbo, y en otros versos del poema de los Cantares se afirma que “nadie vale nada ante el Dador de la Vida”, y se lanza a la divinidad una queja directísima: “¡tú quieres darme muerte!”. Sin embargo, estas coincidencias en la atribución a Dios de una acción dañina no me parecen sorprendentes en un contexto pagano y, en cambio, encuentro más relevante su convivencia con afirmaciones de signo contrario ¾ “¡Tú compadeces al hombre,/ tú lo ves con piedad!”¾ y con invocaciones a la divinidad que no tendrían lugar si se le considerara intrínsecamente maligna. Son más bien gritos ante el misterio, la diferencia entre decir “no te entiendo” y no decir nada por considerarlo inútil.
Me parece importante conservar la posibilidad de entender el poema como lo traduce León-Portilla porque está en perfecta sintonía con la visión náhuatl del hombre, el cual, llamado a la amistad, se enfrenta a un doble infortunio: padecer porque los amigos no duran y padecer porque el que dura no es amigo. Es esto último, claro, el disparate, la ocurrencia delirante, el deseo desmedido. Un hombre, amigo del Dador de la vida, ¿en qué cabeza cabe? El caso es que el deseo cupo en un corazón. Y es bien sabido que a veces el corazón está a sus anchas en lo que la cabeza juzga locura. Si el misterio, aunado al dolor, no aniquila, quizá es que se alberga la esperanza en un arreglo de corazón a corazón:
¿Cómo lo determina tu corazón,
Dador de la Vida?
¡Salga ya tu disgusto!
Extiende tu compasión,
estoy a tu lado, tú eres dios.
Nota bibliográfica y léxica
Los poemas de Nezahualcóyotl se pueden encontrar en el libro de José Luis Martínez, Nezahualcóyotl. Vida y obra (FCE. México. 1986;ahí se indican otras publicaciones donde es posible hallarlos, incluso en náhuatl ¾ aunque no todos¾ , como Poesía náhuatl, de Ángel María Garibay (UNAM. México. 1964, 1965 y 1968), y Trece poetas del mundo azteca, de Miguel León-Portilla (UNAM. México. 1975). También se pueden consultar los libros de León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (FCE. México. 1988) y Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl (FCE. México. 1987).
En todas las citas conservo la ortografía y la puntuación de las ediciones de donde las tomé. En algunos poemas introduje pequeñas modificaciones, teniendo siempre en cuenta el original, pero en las dos traducciones del texto principal sólo ajusté la división de los versos para hacerlas coincidir.
La primera terna de nombres del primer párrafo se refiere al padre y la madre de Nezahualcóyotl y al hijo que lo sucedió en el trono. La segunda son los “firmantes” de la Triple alianza, el segundo de los cuales es el mismo Nezahualcóyotl bajo su seudónimo poético.
No se vaya a pensar que en los textos citados “amigo” se dice coatl. Espero que nadie concluya: “Ya decía yo que vivir, lo que se llama vivir, sólo con los meros cuates”, y haga del Señor de Tezcoco un pionero de la institución ciudadana nuestra que lleva un nombre derivado de esa raíz. El término empleado es icnitl. Usado en composición, icnitl adquiere una connotación de bien, de privilegio, como en el verbo icnelia, hacer bien. En cambio, coatl exalta primero la amistad con la alusión a hermano, más aún, a gemelo, pero luego la eclipsa con su otro significado de serpiente. Connotación, ésta última, no tan fuera de lugar si del cuatachismo se trata.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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