En relación con el uso y abuso del poder, ¿quiere mencionar de alguna característica concreta sobre el manejo del poder en nuestro país?
Como sabemos, todos tenemos, por lo menos, tres necesidades básicas de tipo social: la necesidad de afecto, la de reconocimiento y la de poder.
¿Qué entendemos por necesidad de poder? La capacidad de influir en algo o en alguien. Esta influencia puede manifestarse de manera explícita y clara -“haz esto o aquello”- , por ejemplo a través del mando; o de una forma soterrada como la que puede ejercer, en un momento dado, una madre al hacer chantaje al hijo: tiene poder e influye, aunque no directamente. Es decir, no dice al hijo: “Quédate este fin de semana”, sino: “No importa. Estoy sola, pero ya estoy acostumbrada…”.
Todas las personas en nuestra relación social y en cualquier tipo de organización, incluso en el matrimonio, buscamos satisfacer esa necesidad de poder, simplemente porque -al igual que el afecto y el reconocimiento- lo requerimos, y cuando esa necesidad no se resuelve normalmente, intentaremos satisfacerla en forma velada.
Un ejemplo de este caso sería el de una secretaria, que puede detentar un enorme poder: ella decide, en muchas ocasiones, a quién concede cita su jefe, redacta personalmente muchas cartas y resuelve asuntos, ella es la voz de su jefe. Puede ser que el jefe le ayude a satisfacer su necesidad de poder y, efectivamente, le dé esas atribuciones o puede ser que ella se las tome por su cuenta.
El viejo truco del chantaje
Para hablar de algo que ocurre con frecuencia en nuestro país, podemos mencionar la indudable influencia que tiene la mujer en la familia; sin embargo, en algunas cosas el marido no le permite actuar ni opinar.
La mujer influye en el esposo en muchos aspectos, desde decidir sobre la compra de una casa o elegir el colegio en que se educan los hijos, hasta pequeñas soluciones diarias como ir a un restaurante, comprar determinadas cosas, etcétera.
Cuando ella no puede satisfacer la normal necesidad de poder en relación con su esposo, posiblemente se sentirá devaluada y buscará otras fuentes de satisfacción, que generalmente encontrará en sus hijos.
En cuanto al poder que la mujer tiene sobre los hijos, en principio la madre quiere el bien de ellos, aunque ocurre que, por su frustración al no satisfacer la necesidad de poder en forma sana, la influencia sobre los hijos se torne muy subjetiva y excesiva, y ya no busque exactamente el bien de ellos sino el propio; usa la capacidad de poder para su propia satisfacción.
Cuando los hijos son pequeños, normalmente la toman en cuenta pero conforme pasa el tiempo, su incidencia sobre ellos será menos directa y buscará otras formas de conseguir lo que desea, utilizando sobre todo el chantaje sentimental aunque ella no sea consciente de lo que esconde su actitud.
De allí surge toda una problemática que se extiende hasta cuando los hijos se casan; las madres siguen influyendo, incluso en contra de la felicidad de ellos. Es bastante frecuente que la madre absorba al hijo ya casado -al soltero no digamos- e interfiera tanto en su vida que llegue a trastornar las relaciones conyugales o, incluso, a provocar el divorcio. Hay familias donde se percibe una actitud de rechazo hacia la abuela porque ésta ha interferido en la marcha natural del hogar. Ése es un típico ejemplo del abuso en el ejercicio del poder.
En México esto se da más que nada por ignorancia, la gente no sabe que hay dos maneras de querer a una persona: sensible o racionalmente. Cuando se quiere con la cabeza se busca lo mejor para la persona amada, cuando se quiere sensiblemente, se hace en función de uno. La madre debería pensar qué le conviene objetivamente a su hijo y no qué cree ella que le conviene; usar su fuerza de influencia para que el hijo haga su propia vida, no para satisfacerse a sí misma.
Todo esto es tradición cultural. Hay incluso un autor que dice que el problema del mexicano es que tiene mucha madre y poco padre. Eso es verdad, en México la madre por lo general tiene tanto poder que muchas veces abusa, generalmente con artimañas.
En cambio, cuando el marido toma en cuenta a la esposa y ella influye en él de manera importante, esa actitud negativa hacia los hijos prácticamente no se da. Es indudable que existen en México mujeres que son ejemplo de lo que debe ser una madre y cómo debe ejercer el poder con sus hijos, sobre todo con los casados: los dejan en total libertad; no interfieren en su vida personal; no hablan nunca de su nuera en términos negativos; permiten que ella tome las decisiones… Simplemente están en una actitud de presencia, de acogida, pero no dan directrices.
Prepotencia y servilismo
Imagino que este tipo de educación dificulta el uso adecuado del poder y abre el camino a la prepotencia o al servilismo…
En efecto, si alguien en su educación ha visto que se ejerce el poder de manera arbitraria, así lo aprende. El poder no se muestra por lo general como un instrumento para servir, para ser mejor, para hacer más funcional la vida sino que se ve como una especie de capricho. Si yo pienso que con mi influencia, con mi poder, puedo hacer lo que quiera, como quiera y cuando quiera, surgirá la prepotencia.
Si el poder se enseña para ejercerlo en términos de servicio, basado en razones, de una manera equilibrada, seguramente será más difícil encontrar situaciones de prepotencia o, su contrapartida, de servilismo.
Como dije, el poder es una necesidad que todos tenemos y que puede adoptar diversas formas. Se puede influir en alguien para servirlo, para controlarlo o dominarlo. No puede hablarse del poder como algo malo en sí. Su bondad o maldad dependerá del uso que se le dé. Si se trata de dominar a una persona, el poder está mal usado, si por el contrario se busca servirla, ayudarla, será un buen instrumento.
El servilismo es la conciencia de que hay alguien arriba que detenta el poder y que más vale afiliarse a como dé lugar, aunque sea contra la propia dignidad, con tal de estar bien con esta figura de autoridad.
¿El abuso del poder tiene que ver con la inseguridad?
Por lo general todo lo que es extremo -el poder, el afecto- habla de problemas de inseguridad. Como no me siento seguro, tengo que garantizar a como dé lugar el uso de mi influencia y me impongo. En lugar de proponer, impongo y en lugar de convencer, trato de vencer.
El devaluado poder de su firma
Las crisis económicas afectan la seguridad de las personas, su autoaprecio. Es el problema de tener todo nuestro poder en el bolsillo…
Nuestras fuentes de seguridad son materiales o espirituales. Cuando la seguridad se basa únicamente en lo material y esto falta, sobrevienen crisis tremendas… y es bastante fácil que falte. En cambio cuando la persona posee una seguridad fundada en fuerzas espirituales, ya puede haber carencia de lo material, que la persona se mantiene segura.
¿Qué ha pasado ahora con mucha gente? Es que, en efecto, se había vivido en una ficción. La tarjeta de crédito para algunos era como tener dinero en efectivo y eso es mentira, porque no estaba respaldada con dinero que se tiene realmente sino que se dispone en el momento y luego habrá que pagar. La ficción se fabrica al usar un recurso con el que no se cuenta, lo importante es “salir del apuro”.
Pero esto no es nuevo, ha sido parte de nuestra mentalidad. Existía la famosa frase: “está endrogado”, porque antes de las tarjetas de crédito se acudía al Monte de Piedad, al compadre que prestaba en los apuros… La única diferencia es que ahora “endrogarse” es sencillo; la tarjeta de crédito facilita esta tendencia natural de muchos mexicanos. En ciertos casos, se llegó a deudas tan importantes porque lo único que se lograba pagar eran los intereses, no el capital; cuando faltan los recursos hasta para pagar los mínimos, viene la crisis total en la gente que ha basado su seguridad en lo material.
Las profundas crisis personales sobrevienen en quienes fincaron toda su seguridad y reconocimiento en los bienes materiales más que en los aspectos espirituales.
Incluso dentro del matrimonio, si no existe solidez espiritual, al presentarse un problema económico es fácil pensar en el divorcio. Los problemas van desde la insuficiencia para pagar los gastos mínimos de la familia hasta el debilitamiento del papel representado por el hombre dentro del matrimonio. En los últimos tiempos, muchas mujeres llevan dinero al hogar porque son quienes trabajan, y esto, no porque los hombres no tengan acceso a esa actividad, sino porque a ellas no les importa trabajar en esas “chambitas”: vender perfumes, ropa, comida… tienen más recursos. El hombre no se lo plantea aunque podría ganar dinero porque, según él, su dignidad está en juego y acaba por ser un mantenido de su esposa.
La regla de oro
¿Cuáles serían algunas señales de alarma para darnos cuenta de que usamos inadecuadamente el poder?
* No pensar en el largo plazo. Finalmente, los bienes valiosos no son de corto plazo, aunque generalmente estos producen placer inmediato.
* Cuando en el ejercicio del poder, la persona que lo sustenta es la única -la primera y última- beneficiada.
* No tener razones suficientes para ejercer el poder. Razones “razonables”, valga la expresión.
* No delegar. Querer absorber todo. Centralizar el poder.
* Falta de conciencia sobre lo que significa la profesionalidad: hacer bien las cosas, oportunamente y como deben ser hechas.
* El placer malsano de tener a una persona a mi disposición.
* También está el caso de quien tiene un papel de servicio y no lo proporciona ni en la forma ni en el tiempo oportunos porque le satisface saber que personas o cosas dependen de ella.
* Cuando me desquito con quien está bajo mis órdenes porque percibo que quien ejerce poder sobre mí no lo hace adecuadamente. Un fruto de la frustración es la agresión.
Cuando nos enfrentamos a quien ejerce inadecuadamente el poder vale la pena hacérselo notar de manera directa. Pero es importante precisar que la forma deberá adecuarse dependiendo de la persona que se trate. Habrá que indicarle que abusa de su situación privilegiada, que pasa sobre las personas, que no toma en cuenta las otras opiniones, etcétera.
La regla de oro sería: No hacer al otro lo que no me gustaría que me hiciera a mí. Éste sería el criterio: pensar cómo me gustaría ser tratado.