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Principios para una ética personalista

Nos encontramos en medio de una lucha dramática entre la “cultura de la muerte” y la de la vida; producto genuino de una civilización de la comodidad y la violencia. No es extraño: la lógica del egoísmo desemboca fatalmente en injusticia y muerte. Se incurre en la ley del más fuerte, se pierde el sentido de la justicia y se mina la confianza recíproca entre los hombres.
Contemplamos, también, elocuentes y esperanzadores ejemplos de compañía, solidaridad y apoyo en la prueba. Esto nos anima a la esperanza. Es bien distinto el camino del amor y la verdadera compasión que brota en el corazón humano ante el sufrimiento y la muerte de otro hombre, especialmente cuando éste cae en la tentación de la desesperanza y el abatimiento.
La crisis que atraviesa la deontología y la ética médica se manifiesta principalmente en la vasta pérdida del consenso en torno al carácter absoluto del respeto a toda vida humana.
Con lenguaje metafórico, no exento de humor, Carlos Llano señala: “se dice que los dinosaurios se extinguieron por evolucionar equivocadamente: mucho músculo y poco cerebro, ¿acaso no hemos desarrollado, también nosotros, mucha técnica y poca alma?, ¿un espeso caparazón de poder material y un corazón que se ha quedado vacío?”.

MISIÓN AL SERVICIO DE LA VIDA

Afirma acertadamente Lino Ciccodne: “la medicina, tanto a nivel de ciencia, como de profesión, puede constituir el lugar privilegiado, para dar respuesta a la nueva demanda ética que emerge en la sociedad contemporánea”. Es comprensible. Según Bruaire: “en medicina se trata de la esencia de la vida y la muerte, de todo el sentido de nuestra existencia”, se trata del campo “en el cual el ser del hombre está cuestionado y puesto a prueba”. Las actuales condiciones sociales, económicas y culturales hacen con frecuencia más ardua y difícil esta misión al servicio de la vida.
En el actual contexto social debe madurar en todos, particularmente en los agentes sanitarios, un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y exigencias de una vida humana cabal. La auténtica crítica social deberá dirigirse a la reforma tanto de la mentalidad como de las condiciones de vida y ha de llegar hasta la raíz de los problemas.
No es suficiente preocuparse porque las condiciones materiales de vida se acomoden a la justicia social y a la dignidad humana. Es imprescindible, también, intentar que los usos sociales y los factores ideológicos respeten los fines esenciales del hombre y se adecuen a ellos. Únicamente cuando el sistema social se inspire en esos fines logrará la realización eficaz del bien común.

LA VIDA ES SIEMPRE UN BIEN

Es importante subrayar la singular “instalación” del hombre en la realidad. ¿Por qué tanto empeño en establecer este lugar de privilegio? ¿Cuál es la razón de la desigualdad entre el valor de los seres naturales y la dignidad del hombre? En palabras de Max Scheler, el hombre es capaz de “elevarse por encima de sí mismo y partiendo de un centro situado, por decirlo así, allende el mundo espacio-temporal, convertir todas las cosas, y entre ellas también a sí mismo, en objeto de su conocimiento”. Expresa Tomás Melendo sencillamente que el hombre es digno porque es racional y libre. Está hecho para “hacerse con la realidad” y para autodeterminarse. La vida del hombre es mucho más que un existir en el tiempo. Es tensión hacia la plenitud.
(Para los creyentes) el hombre refleja la realidad misma del Absoluto; aquí encuentran las raíces de la altísima dignidad humana. Hablar de persona es referirse al encuentro con lo sagrado y con la seriedad de la vida.
De aquí derivan unas consecuencias inmediatas inspiradas en el último documento de Juan Pablo II sobre la vida humana.

  1. El hombre es señor no sólo de las cosas, sino también y sobre todo de sí mismo, y en cierto sentido, de la vida que transmite por medio de la generación. Este señorío no hace al hombre dueño absoluto y árbitro incensurable, sino administrador. La vida se le confía como un tesoro del que ha de rendir cuentas.
  2. La vida humana es sagrada. Existe, pues, una fuerte llamada a respetar el carácter inviolable de la vida física y la integridad personal de cada ser humano. Esto tiene su culmen en el precepto positivo que lo obliga a hacerse cargo del prójimo como de sí mismo. Es claro que no se trata sólo de “no matar”, sino de respetar la vida y promoverla.
  3. La cuestión ecológica. El hombre tiene una responsabilidad específica, presente y futura, sobre el ambiente de vida. Ante la naturaleza estamos sometidos no sólo a las leyes biológicas sino también a las morales, cuya transgresión no queda, a corto o largo plazo, impune. Es una cuestión que va desde la preservación del hábitat natural de las diversas especies y formas de vida, hasta la “ecología humana”.
  4. Responsabilidad específica de la vida propiamente humana. Esta responsabilidad alcanza su vértice en la procreación. La generación de un hijo es un acontecimiento profundamente humano, participación especialísima del hombre y la mujer en la obra creadora de Dios.
  5. Cuidar más a los que más necesitan. El deber de acoger y servir a la vida incumbe a todos y ha de manifestarse principalmente con la vida que se encuentra en condiciones de mayor debilidad: cuando viene al mundo y cuando sale del tiempo. Aquí se sitúan, de manera principalísima:

a) la dignidad del niño aún no nacido y el reconocimiento indiscutible que reclama la vida desde sus comienzos.
b) la vida en la vejez y en el sufrimiento. Si nuestro país se puede preciar aún de tener un buen nivel de integración de los ancianos en el núcleo familiar ¾ la vejez está rodeada de veneración y gratitud¾ , no estamos inmunes a la tendencia que lleva a apreciar la vida sólo en la medida en que proporciona placer y bienestar, y en la que el sufrimiento aparece como una amenaza insoportable, de la que es preciso librarse a toda costa.
Ante el sufrimiento o las limitaciones propias de la tercera edad, el hombre se ha de sentir interpelado por todas estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en esas circunstancias, encontrar en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y la solidaridad
6.Verdad y vida. El hombre debe comprometerse a mantener la vida en la verdad que le es esencial. Distanciarse de ella equivale a condenarse a la falta de sentido y a la infelicidad, y en consecuencia, ser también una amenaza para la existencia de los demás, una vez rotas las barreras que garantizan el respeto y defensa de la vida en cada situación.
7. Vida y bien. Es absolutamente imposible que la vida se conserve auténtica y plena alejándose del bien que, a su vez, está esencialmente vinculado a los preceptos de la ley natural
8. La ley natural no es una carga. El bien que hay que cumplir – aun siendo arduo y reclamante de heroísmo muchas veces – no se superpone a la vida como un peso que carga sobre ella, ya que la razón misma de la vida es precisamente el bien, y la vida se realiza sólo mediante el cumplimiento del bien. Los preceptos morales que salvaguardan la dignidad de la persona son siempre una condición para su crecimiento y alegría.
9. Protección de la vida y ley civil. La “ley natural” inscrita en el corazón del hombre es punto de referencia normativa de la misma ley civil. Los valores humanos y morales son esenciales y originarios, derivan de la verdad misma de la persona, expresan y tutelan su dignidad. Son valores, por tanto, que ningún individuo, mayoría o Estado pueden crear, modificar o destruir sino sólo reconocer, respetar y promover.
10. Vida y solidaridad. Sólo con una visión nueva – por qué no decirlo, con un “corazón nuevo”- se comprende y lleva a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un regalo que se desarrolla al darse. La vida encuentra su centro, sentido y plenitud en la entrega, con todo lo que esta intuición profunda conlleva.

LOS PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA

La bioética, como disciplina teórico-práctica, vuelca lo asentado hasta ahora en el valor de la vida humana, atendiendo a los principios que han de regir el actuar biomédico en sus múltiples áreas y facetas de desarrollo. Guy Durand señala que la reflexión bioética se basa en hechos, principios y reglas. La bioética no quiere principios determinados de forma abstracta que se impongan a la realidad autoritariamente. Concluye en hechos, pero necesita de principios y reglas.
Existen dos principios fundamentales complementarios, unánimemente reconocidos: el respeto a la vida humana, que pertenece a la objetividad y debe servir de finalidad a la actuación ética y el principio de autodeterminación de la persona, que remite al dominio de la subjetividad y es esencial en ética.

  • Estos dos grandes principios no suprimen las normas más concretas y específicas, como podrían ser: el precepto de no matar; la noción de medios proporcionados; el principio de totalidad; el acto de doble efecto; el consentimiento libre e informado, etcétera.
  • Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta las reglas clásicas específicas de la deontología médica, como el principio de beneficencia, de benevolencia y de confidencialidad.
  • Y también principios más recientes que influyen en la consideración bioética: el principio utilitarista de buscar el mayor bien para el mayor número de personas; el principio de universalización que propone siempre a la persona como fin y nunca como medio; el principio de igualdad en dignidad y valor de todas las personas; el de justicia y equidad, que puede compensar el utilitarismo primando la ayuda a los menos favorecidos.

Estos principios designan, por tanto, una orientación fundamental, inspiradora de la acción. En cambio, las reglas están más cerca de la misma acción, la determinan y enmarcan; en definitiva, permiten la aplicación concreta de los principios. Los valores pertenecen al orden del bien o del ser, como el valor de la vida, la dignidad de la persona o la autonomía del hombre como ser libre. Los principios y reglas – las normas- deben estar al servicio de los valores y traducirlos en términos operativos.
Como puede verse, el equilibrio entre todos estos principios y valores no siempre es fácil. La bioética encuentra frecuentemente conflictos de principios y valores que es necesario jerarquizar o regular, en casos concretos y a nivel teórico. Toda reflexión bioética está condicionada por sus propios valores, opciones, creencias, la manera de entender al hombre, a la vida y a la medicina. Por esta razón, son decisivas las opciones fundamentales sobre el sentido de la vida humana y su definición, el sentido de la persona, el sufrimiento, la vejez, la muerte, procreación, sexualidad y, por supuesto, el sentido de la misma ética.
Ante la heterogeneidad temática, de disciplinas o ciencias participantes y de marco de referencia, se plantea el problema de la posibilidad de un fundamento objetivo para una ética clínica válida universalmente, que sea, por lo tanto, fuente de un consenso ético y jurídico en una sociedad pluralista. Existen diversos modelos éticos de referencia: el o­ntologista, el deontologista y el personalista.

PERSONA Y ÉTICA

La ética personalista evita el utilitarismo y rehuye los excesos de la escuela o­ntologista o, al menos, busca conciliar objetividad y subjetividad en una ética de los valores. La ética personalista se centra en el ser humano, con un interés manifiesto por las declaraciones de derechos, incluidos los de enfermos y la insistencia en determinados principios bioéticos, como los que define Carlo Cafarra:
1º. Cada persona humana – cada una- , posee un valor infinito. Este valor no está condicionado a nada y, por tanto, la persona nunca puede ser usada.
2º. La persona es una unidad. Posee pluridimensionalidad: espíritu, cuerpo y psique. Sin embargo, no es la suma de tres componentes. Más bien, la persona humana “es” –  no posee -espíritu, “es” –  no posee – cuerpo, “es”  – no posee – psique. La consecuencia inmediata es que el cuerpo humano no puede tratarse, por ejemplo, como cuerpo animal. Cuando me relaciono con un cuerpo humano, en realidad es esta persona la que es tratada.
3º. La actividad científica en sus tres sentidos -investigación, aplicación, tecnología- es actividad humana, y como actividad de la persona, debe ser éticamente juzgada. La ciencia en el sentido de investigación rigurosa, en sí misma y por sí misma, es siempre buena éticamente pues su fin es la investigación de la verdad, y ésta es el máximo de los bienes. Aunque el conocer la verdad es siempre bueno, sin embargo, no todos los medios para conocerla lo son. Existen tecnologías que presentan problemas éticos. Otro tanto cabe decir de la aplicación de los resultados científicos. Éste es el caso de la bomba atómica en cuanto aplicación de conocimientos físico-matemáticos.

Para terminar, establecemos algunas ideas concluyentes:

a) La concepción personalista mantiene el primado y la intangibilidad del ser humano, considerado como valor supremo, punto de referencia, fin y no medio. Sólo a partir de ese fundamento es posible construir una bioética plenamente respetuosa con la dignidad última de la persona.
b) No puede contar con bases sólidas una sociedad que -mientras afirma valores como la dignidad personal, la justicia y la paz- se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y violación de la vida humana, sobre todo si ésta es débil y marginada.
c) Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida, que exprese la verdad plena sobre el hombre y su vida:
* nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la vida del hombre;
* nueva, para ser asumida con una convicción más firme y activa por quienes tenemos fe en la trascendencia del ser humano;
* nueva, para que suscite un encuentro cultural serio y valiente con todos.
d) Parafraseando el canto a la vida de un autor contemporáneo, esta vida mortal a pesar de sus tribulaciones, oscuros misterios, sufrimientos, su fatal caducidad, es un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con júbilo y gloria (Resumen de la conferencia presentada en las Jornadas de Bioética. Guadalajara, 1995).

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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