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Sor Juana: una musa que sigue inspirando

Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, ocasionó revuelo en el mundo cultural – más específicamente literario- , al cumplir en abril de 1995, trescientos años de su muerte, ocurrida por contagio de la peste, durante una epidemia que azotó la capital de la Nueva España, mientras cuidaba a sus hermanas en religión, es decir, otras monjas del Convento de San Jerónimo, religiosas jerónimas como ella. No es para menos la cantidad de homenajes que le brindaron el año pasado a esta gran poetisa de España -en el siglo XVII, México era virreinato- y de América.
Sin embargo, la incertidumbre que ofrecen datos aislados o incompletos sobre su persona, contribuye a que Sor Juana haya sufrido agravios, críticas infundadas o fuera de contexto. Con el curso de los años se agiganta la atracción que ejerce esta monja jerónima, no sólo por el mérito de su obra poética – considerada dentro de los grandes poetas de lengua española- sino por el reflejo que deja, en sus escritos, de una personalidad compleja e interesante: Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí, desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos.
A veces, las señales de su interioridad resultan transparentes, como cuando refiere por qué se enclaustró: Era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Pero en ocasiones, resulta indescifrable, con lo cual el lector queda con más curiosidad por lo desconocido que satisfacción por lo clarificado. Los críticos de su obra emiten veredictos sobre Sor Juana acomodados al propio enfoque, y en consecuencia, no pasan de ser meras conjeturas las más de las veces. Así ocurre cuando buscan aplicar a su personalidad estrofas donde se expresa del amor: Feliciano me adora y le aborrezco;/ Lisardo me aborrece y yo le adoro;/ por quien no me apetece ingrato, lloro/ y al que me llora tierno, no apetezco.// A quien más me desdora, el alma ofrezco;/ a quien me ofrece víctimas, desdoro;/ desprecio al que enriquece mi decoro,/ y al que le hace desprecios enriquezco.

REBASAR LO ORDINARIO

Sus atractivos personales, sumados al vivo ingenio con que versificaba en cualquier ocasión y a su amplia cultura desde corta edad, llevaron al virrey mismo de la Nueva España a comprobar el talento fuera de serie de la muchacha. Dispuso para ello que un distinguido grupo de profesores de la Universidad de México, la interrogaran en varios ramos de la ciencia, y la que aún daba la impresión de ser casi una niña, resolvió con soltura el examen, para admiración de los severos catedráticos y de toda la corte. El asombro se aquilata más al considerar que tocó a Sor Juana vivir en un momento histórico de escasa oportunidad cultural para la mujer. “La monja -expresa de ella Octavio Paz- encarnaba una excepción doble e insoportable: la de su sexo y la de su superioridad intelectual”.
Juana de Asbaje adquirió prestigio y renombre – ganados a pulso –  en el ambiente cortesano de la capital. Su éxito social en tales esferas rebasa lo ordinario si se ve a la luz de su nacimiento ilegítimo. Vino al mundo, según se acredita, en la alquería de San Miguel Nepantla, pequeño caserío que mira hacia los nevados Iztaccíhuatl y Popocatépetl, en noviembre de 1648, fruto de la unión transitoria del capitán vascongado Pedro Manuel de Asbaje con la criolla mexicana Isabel Ramírez, tal como prueba su fe de bautismo y se lee en el testamento de su madre: “Yo he sido mujer de estado soltera y he tenido por mis hijos naturales a doña Josefa María y a doña María de Asbaje y a la monja Juana de la Cruz, religiosa del convento del señor San Jerónimo”.
Experiencias difíciles debió enfrentar la futura lumbrera intelectual y podríamos afirmar que su desarrollo precoz es comprensible. Menciona en un romance: Las canas se han de buscar/ antes que el tiempo las pinte:/ que al que las pretende, alegran,/ y al que las espera, afligen.// Quien para ser viejo espera/ que los años se deslicen/ ni conserva lo que tiene/ ni lo que espera consigue. Sor Juana conocía el tipo de existencia que llevaban otras mujeres; sin dejar de ser doncella, escribe como si hubiera sido desposada y viuda. De innata capacidad crítica, su agilidad mental, fina sensibilidad e imaginación, completaron lo que parcialmente había recabado. En Los empeños de una casa, atractiva comedia de enredo, anota la autora en labios de don Carlos, uno de los personajes: Castaño, yo estoy resuelto/ a que don Rodrigo sepa/ que soy quien sacó a su hija/ y quien ser su esposo espera;/ que pues por pensar que fue/ don Pedro, dársela intenta,/ también me la dará a mí/ cuando la verdad entienda/ de que fui yo quien la robó.

EN BUSCA DEL SILENCIO

Sabemos más de ella. Vivió hasta los ocho años al lado de su abuelo materno, refugiándose en las lecturas que éste le proporcionó. Juana afirma que leía y escribía desde los tres años de edad. Luego, en la Ciudad de los Palacios, vivió con una tía casada; intervino más tarde Pedro Velázquez, pariente de los Asbaje, bien colocado en la corte, quien logró que la esposa del virrey Marqués de Mancera, recibiera a Juana a su servicio.
El favoritismo en que sucesivos virreyes y virreinas tuvieron a Juana (incluso siendo ya monja), la predilección de la virreina en turno por la joven letrada, señala dotes naturales de la muchacha que otras personas supieron apreciar, no problemas afectivos desorbitados hacia sus benefactoras. A favor de su normalidad, tenemos, por ejemplo, la famosa pieza poética en que Sor Juana censura a los hombres inconsecuentes en sus reclamos: Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis. Y a favor de su gratitud a los gobernantes, con el respeto acostumbrado, cuando cumplió un año de vida el hijo de un virrey (que andando el tiempo fue también virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España), le escribe: Gran Marqués de la Laguna,/ de Paredes Conde excelso,/ que en la cuna reducís/ lo máximo a lo pequeño;// Salisteis, en fin, a luz,/ con aparato tan bello,/ que en vuestra fábrica hermosa/ se ostentó el saber inmenso.
La muchacha disfrutó unos años del brillo de la corte y habiendo deslumbrado al ambiente palaciego -su afán de saber la acompañó de la cuna a la tumba- , sorpresivamente decidió renunciar al mundo cortesano para entrar en un convento, apoyada, eso sí, por la virreina. Le faltaban unos meses para cumplir dieciséis años; lo intentó primero con las carmelitas descalzas pero no soportó ese grado de austeridad y pasados tres meses tocó a las puertas de la Congregación Jerónima, donde profesó en 1669 y permaneció hasta su muerte.
Rompían gentes de la corte el silencio conventual en busca de la poetisa, solicitando panegíricos, poesías de aniversario, felicitaciones -Vivid, siempre vivid/ aplaudido: que no es mucho,/ si os es deudor todo un Cielo,/ que os aplauda todo un mundo- , sainetes, villancicos – Por celebrar del Infante/ el temporal Nacimiento,/ los cuatro elementos vienen:/ Agua, Tierra y Aire y Fuego.// Con razón, pues se compone/ la humanidad de su Cuerpo/ de Agua, Fuego, Tierra y Aire,/ limpia, puro, frágil, fresco- , comedias, etcétera, que si bien reportaban al convento dinero y regalos, no significaban a su persona sino distracciones. Y, a la verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar gusto a otro. Aceptaba los encargos – acordes a los solicitantes, más no a su condición de monja- y de su pluma fluían obras de arte… La sorprendente facilidad para versificar hace que la poetisa exclame, en un dejo de inocencia: Creía que hacerlos también acontecía a los demás… hasta que la experiencia me ha demostrado lo contrario.

MUSA MEXICANA

Al mismo tiempo, las relaciones intelectuales de Sor Juana con sabios y eruditos del México virreinal fueron intensas, tanto por las conversaciones que sostenían como por el trato epistolar que cursaba con ellos. Don Carlos de Sigüenza y Góngora expresó de Sor Juana: “Quisiera pasar por alto la estimación con la que yo la miro, la veneración que ella ganó por sus obras, para hacer manifiesto al mundo cuánto, en la naturaleza enciclopédica y la universalidad de sus letras, está contenido en su ingenio, de manera que se pueda ver que, en una sola persona, México disfruta de lo que, en todos los siglos pasados, las gracias han concedido a todas las mujeres sabias que maravillan grandemente a la historia”.
Sor Juana incursionó en prosa, poesía dramática y poesía lírica: hay para todos. En género dramático abarca piezas devotas, de homenaje a personajes distinguidos, y dos obras de teatro: Amor es más laberinto y Los empeños de una casa. Su poesía lírica es amplia, clasificada según algunos en villancicos, temas sentimentales y de asuntos mítico-filosóficos. Con todo, al parecer se considera indigna: Nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio que pide la obligación de quien escribe; y así, es la ordinaria respuesta a los que me instan, y más si es asunto sagrado…
En prosa destacan epístolas, especialmente la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde responde al obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, respecto a las recriminaciones que hace éste a la monja jerónima, por “su dedicación a la ciencia, la filosofía y la música, más que a los escritos devotos” propios de una religiosa, además de desear que “imitara a Santa Teresa, así como en el tono, también en la elección de los asuntos…”. Está claro que Sor Juana no era mujer ingenua, ni tímida, antes incurriría en la precocidad y el arrojo, pero… en descargo de la Décima Musa diremos que su poesía sobre temas religiosos refleja una vida espiritual seria y de profundidad teológica. Se trata de una mujer creyente, en una época y territorio de raigambre cristiana. Entre sus letras para cantos sacros, al aludir a la presentación de Nuestra Señora en el templo, plasma en dos estrofas: María, que de Dios mismo/ alto fue bello Concepto,/ ostentación del Poder, y del Amor el esmero,// ¿con cuánta mayor razón/ será Templo de Dios? Luego/ no es presentarse María,/ sino dedicarse el Templo.
Al inicial empeño de enaltecer la figura de Sor Juana, que culminó con la remodelación del claustro donde vivió la monja jerónima hasta su muerte, han seguido proyectos que en nada honran su figura y sí afectan su dignidad. Un nombre ilustre y los lugares donde se distingue a tal nombre merecen respeto, máxime al tratarse de nuestra Décima Musa.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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