El dolor es un contenido frecuente en los mensajes que difunden los medios de comunicación y uno de los temas que mayor número de críticas genera por parte de todos los sectores sociales. Así, sobre los informadores que cubren estas noticias, recaen con demasiada asiduidad acusaciones de falta de sensibilidad, de comerciar con la desgracia ajena y de no respetar “el espacio necesario para sufrir”. Al margen de la aparición de nuevas modas que hacen de la explotación del sufrimiento ajeno uno de los principales recursos para sumar espectadores con rapidez y poco esfuerzo ¾ por ejemplo el fenómeno de los reality-shows o videos y películas snuff (maltratos y asesinatos reales grabados en directo)¾ la polémica se suscita cada vez que se produce un accidente, tragedia aérea, catástrofe natural, asesinato, guerra, matanza despiadada, etcétera.
¿Pornografía del dolor?
Además, aunque en un mundo caracterizado por el continuo cambio resulta arriesgado predecir el futuro, una de las pocas cosas que se puede afirmar con toda seguridad es que el dolor seguirá siendo uno de los contenidos habituales de los mensajes informativos que difundan los medios de comunicación. Y no resulta nada extraño que así sea si tenemos en cuenta que el dolor es una experiencia central en la vida de todo hombre, “por muy egoísta que sea y por muy programada que se tenga la vida, nadie puede escapar al sufrimiento” señala Aquilino Polaino-Lorente; y que la información, además de estar hecha por hombres, dirigida a ellos y sobre temas que les incumben, tiene como finalidad prestar un servicio a través de la satisfacción del derecho a la información. Es entonces cuando los informadores se encuentran sin saber cómo actuar, cuando los más directamente implicados por el suceso sufren las negligencias de los comunicadores y cuando la sociedad en general reacciona con una mezcla ambivalente de despiadada crítica y atracción morbosa. Por eso, los informadores se juegan mucho cada vez que tienen que abordar una situación de dolor; en el modo como lo traten informativamente, anteponen el servicio y el respeto de la profesión hacia la persona humana o hacen primar lo contrario. Del concepto que se tenga de la profesión y de la persona, resultarán los diversos tratamientos informativos.
A pesar de que el dolor aparece siempre y no hace distinciones, puede manifestarse de múltiples formas y cada persona lo vive en cada ocasión de diferente manera, el hecho de que tenga unas manifestaciones externas características que permiten reconocerlo, unido al hecho de que todos sepamos qué es pese a que, si nos pidieran definirlo, probablemente no encontraríamos las palabras adecuadas, hace que nos sintamos atraídos por el dolor ajeno y, en cierto modo, nos sintamos reconocidos en él.
Lo que unifica estas vivencias es que se trata de experiencias desagradables para quien las padece, las cuales, aunque sea momentáneamente, dejan al sujeto en un estado de debilidad y de necesidad especial que exige, en la medida de lo posible, la recuperación de la normalidad.
Es precisamente esta situación de necesidad la que, a pesar de que el dolor es individual, involucra a los demás hombres en el padecimiento ajeno. Los medios de comunicación tienen al mismo tiempo, la posibilidad y obligación de permitir, si bien en forma vicaria, la participación en la experiencia dolorosa ajena.
Ahora bien: el tratamiento informativo del dolor, aunque posible y necesario, no está exento de dificultades. Pese a que el doliente tiende a manifestar su estado, voluntaria e involuntariamente, a través del llanto, quejido, determinados gestos, etcétera, puede haber obstáculos que lo dificulten o impidan. Por un lado, están los que se derivan de la puesta en forma del dolor para su difusión informativa: tanto en el caso de que sea el propio doliente quien actúe de emisor, o de que sea un emisor ajeno, existe una desproporción entre la dimensión subjetiva del dolor y la capacidad de la expresión humana.
En segundo lugar, las dificultades proceden de la naturaleza de los medios de comunicación y de los condicionamientos propios de la profesión informativa. La información que nos hacen llegar está mediatizada, es decir, la experiencia dolorosa no se transmite directamente de emisor a receptor, sino a través de un medio y como consecuencia de una serie de operaciones técnicas. Esto no significa que el conocimiento del dolor así transmitido sea irreal; al contrario, lo que los medios pretenden es hacer partícipes de una realidad a muchas personas al mismo tiempo, extender su conocimiento y comprensión. Lo que no se puede pretender es que los mensajes informativos transmitan toda la riqueza y particularidades propias del sufrimiento y del dolor, ni produzcan en los receptores las mismas reacciones que se generarían en el caso de que ese dolor o sufrimiento se presenciara o viviera en el lugar y momento en que se produjo; mucho menos cuando los medios se dirigen a un público variado. Por otra parte, aunque no se puede afirmar que haya un medio mejor que otro para informar del dolor, las características específicas de cada uno generan dificultades y condicionamientos distintos que es necesario superar.
Un tercer grupo de dificultades se deriva de la actitud social contemporánea que se caracteriza por un desmesurado rechazo a todo sufrimiento y un exagerado culto a la belleza, al cuerpo, la utilidad y la diversión, lo cual no parece favorecer demasiado los efectos beneficiosos que, en caso de que la información fuera correcta, probablemente se producirían. Por último, un evidente grupo de dificultades se deriva de la atracción de la información por lo que el profesor Luka Brajnovic denominó los campos magnéticos de la información: “Llamo así a aquel tipo de periodismo que actúa más en función de la difusión del medio que en función de un honesto ejercicio de la profesión. Estos campos magnéticos de la profesión son a veces tan atrayentes y hasta atractivos como una tentación aunque siempre conducen a un error”. Tales prácticas representan una de las principales amenazas para un tratamiento informativo y adecuado del dolor, ya que la expresividad de muchas de sus manifestaciones, unida a la atracción que despierta en los receptores, favorece un aprovechamiento injusto e innecesario. En este sentido podría hacerse extensivo a todos los casos en que esto ocurre, el calificativo con que George Will bautizó la manera como los periodistas de televisión se aproximaban a las familias y amigos de los secuestrados del avión de la TWA en Beirut en 1985: pornografía del dolor.
Un asunto del que hay que informar
Si se parte de que la razón de ser de la profesión informativa es prestar un servicio a la persona humana a través de la satisfacción de su derecho a la información necesario para poder convivir en sociedad y, puesto que el dolor es una experiencia presente en la vida de todo hombre, se adivina enseguida la estrecha relación que existe entra la información y el dolor. Dicho con otras palabras: el dolor es un asunto del que hay que informar.
Ahora bien, el papel de los medios de comunicación es posibilitar el intercambio de informaciones necesarias para la existencia de la comunidad. Entre una actividad y el ámbito en que se desarrolla debe haber congruencia. En este caso, debe haberla entre la función propia de la información, el ámbito público o comunitario y el contenido de lo que se comunica. El derecho a la información consiste en poder conocer los asuntos de relevancia o significación pública, es decir, comunitaria; por eso no resulta apropiada la difusión a través de los medios de comunicación de informaciones de naturaleza íntima o privada, cuyo conocimiento será adecuado, sin embargo, en otros ámbitos diferentes. El proceso de selección de un mensaje informativo dentro del amplio concepto de realidad es, pues, fundamental. La decisión de lo que efectivamente se ponga en forma de mensaje y se difunda corresponde a los informadores, en cuanto encargados de satisfacer profesionalmente el derecho a la información del público. Pero tal misión no constituye una decisión arbitraria.
De acuerdo con José Ramón Muñoz Torres, al receptor le interesan aquellas informaciones que tengan relevancia en su vida. El dolor y el sufrimiento, por lo tanto, son asunto que a priori, dado su carácter universal y por afectar a los fines de todo hombre, gozan de interés informativo. Porque, por una parte, todo dolor y sufrimiento concretos remiten al dolor universal que a todos afecta; y, por otra, el ser humano se siente preocupado e interesado por aquello que afecta los fines de otros seres como él. De este modo, recibir información del dolor y del sufrimiento ajenos, al mismo tiempo sirve para que el receptor se reconozca como doliente en el dolor de los demás, y tiene carácter ejemplar.
Pero que un asunto que implique dolor tenga interés informativo por las causas, consecuencias, o algunas circunstancias que lo rodeen, no quiere decir que necesariamente lo tenga el sufrimiento de sujetos dolientes concretos. Pues, al mismo tiempo, el sufrimiento y el dolor son experiencias personales e incluso íntimas, que no siempre pertenecen al ámbito público o comunitario ni siempre habrá que informar de ellas.
En la experiencia de dolor aparecen implicados factores diversos que hacen que en cada caso y en cada persona su vivencia sea distinta. Por eso es difícil establecer criterios concretos aplicables a todas las situaciones posibles. Tan sólo se pueden enunciar principios generales: será el informador quien, a la vista de lo que observe, decida en conciencia el modo de llevar a cabo la información caso por caso, previendo en la medida de lo posible las consecuencias de su actuación; en cada mensaje que elabore y difunda, el profesional de la información debe estar convencido de la necesidad de incluir imágenes o testimonios concretos de sufrimiento y de dolor. De todas formas, se puede informar de una situación dolorosa sin necesidad de mostrar directa y explícitamente el dolor, en especial, de forma icónica.
El dolor y el sufrimiento, en términos globales, son realidades que a priori gozan de interés informativo. No obstante, ante un posible mensaje informativo pueden darse tres situaciones: que se pueda informar, que se deba hacer o que, aunque se pueda, no deba hacerse.
* Se puede informar del dolor cuando, aunque su conocimiento por el público receptor no sea necesario, sea útil. Con la condición de que lo que se difunda no pertenezca al ámbito de la intimidad de nadie, se cuente con el consentimiento de los sujetos directamente afectados, no se dañen otros derechos humanos y se respete al de la información.
* Se debe informar del sufrimiento y del dolor concreto cuando tengan trascendencia pública.
* No se debe informar cuando no pertenezca al ámbito de interés público o cuando su difusión dañe injustamente algún derecho humano del doliente o de otros sujetos.
* Así como el sujeto del derecho a la información es universal toda persona; el objeto, esto es, el mensaje, es general. La generalidad de los mensajes implica que no todo lo que materialmente se podría difundir se puede hacer desde un punto de vista deontológico y legal. Para que así sea, el mensaje informativo tiene que cumplir unos requisitos básicos que, en el caso de los mensajes de dolor, además del cumplimiento de la verdad y del bien, vienen marcados por la necesaria coordinación de la información con el resto de los derechos humanos (vida, libertad, intimidad, honor, propia imagen, paz) y, en especial, siguiendo los dictados de la justicia distributiva con los derechos de los más necesitados: los sujetos dolientes, quienes nunca pueden desaparecer de la mente ni del corazón del profesional de la información cuando lleva a cabo su trabajo. De modo similar a como se ha dicho en el caso del terrorismo, hay que informar desde la perspectiva de los dolientes.
Informar junto al corazón doliente
Informar del sufrimiento y del dolor demanda de los profesionales de la información sensibilidad, humanidad, discreción y comprensión. Para ello, el informador ha de tener personalmente resuelto el sentido del dolor; y, en especial, la relación entre el informador y el sujeto doliente ha de estar presidida, a mi juicio, por tres criterios básicos:
* no aprovecharse de las circunstancias de superioridad del informador con respecto al doliente (por su especial estado de debilidad y aturdimiento;
* profundo respeto hacia quienes, ya sea de forma voluntaria, ya por iniciativa del periodista, intervienen en un mensaje informativo;
* asimismo, profundo respeto a su voluntad de participar o no en una información, siempre, claro está, que sea necesario y posible solicitarla.
“Es muy importante dice Liz González, periodista de televisión que los reporteros entiendan que las familias tienen la opción de decirles no sin ninguna obligación cuando los periodistas les piden una entrevista”. En palabras de Christopher Meyers: “no puedo reclamar legítimo derecho a la información sobre el sufrimiento de otros, a no ser que ellos me lo quieran dar. Eso es así incluso si tiene el potencial de hacerme más cuidadoso y mejor persona”.
En cualquier caso, en los supuestos en los que se deba o se pueda informar del sufrimiento y del dolor, se debe actuar con la prudencia necesaria para evitar que la información lo provoque o aumente injustamente; en el caso de que el daño resultante como consecuencia de la difusión de un mensaje sea inevitable, para que se procure minimizarlo; y, para que su información genere el mayor número de efectos beneficiosos, tanto en los dolientes como en los no dolientes.
El papel de los medios de comunicación en las informaciones de dolor, de todas formas, no ha de limitarse a mostrarlo o a darlo a conocer, sino que pueden y deben llevar a cabo un importante papel formativo, preventivo, de apoyo a los dolientes y de vehículo de solidaridad. Pero tampoco hay que olvidar los efectos negativos que se pueden generar en la cobertura informativa del dolor, tanto en el doliente, aumentando innecesariamente su dolor, como en los no dolientes, provocando insensibilidad ante el dolor ajeno como consecuencia de un repetido tratamiento informativo desproporcionado y sensacionalista, fomentando el interés por el morbo y la desgracia por la desgracia, y una especie de satisfacción egoísta por comparación con los que sufren y están peor que él. Por el contrario, el propósito de las informaciones de dolor debería ser, con palabras de Javier Bauluz, revolver el corazón de los receptores. Ello se logrará en la medida en que los informadores acierten a coordinar el deber de informar que legitima su profesión, con el respeto que merece una de las experiencias más próximas a la dignidad del hombre: el dolor.