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Cannes 98 Decepciones, sonrisas y lágrimas

Si cada Festival guarda para la posteridad una imagen, el 51 Festival Internacional del Film de Cannes seguramente conservará la de Roberto Benigni saltando de alegría o postrado ante Martin Scorsese, presidente del jurado, después de anunciar el premio que coronaba «La vita e bella» Gran Premio de Cannes 98. Minutos más tarde se anunciaba la Palma de Oro, otorgada por unanimidad y merecidamente a «La eternidad y un día» con la que Theo Angelopoulos¸ rebosante de calma, obtenía al fin el reconocimiento a su talento.
Aunque no hayan faltado obras de calidad, es preciso reconocer que la selección de este año no era especialmente brillante. Como si el Festival, cada vez más encerrado en una óptica de «cine de autor», se negara a admitir que ese cine está en crisis y que el relevo de los grandes Fellini, Bergman, Antonioni, Buñuel, Visconti… no tiene lugar todavía.
La exigencia de calidad, lógica en un Festival, se confunde con un género de cine determinado, sin duda interesante, pero que no agota la realidad cinematográfica y, sobre todo, que no ha producido en los últimos meses obras capitales.

Un gigantismo que se acentúa

En cuanto al certamen en general, Cannes sigue estando enfermo de gigantismo. La multiplicidad de secciones, los Festivales paralelos, las presentaciones excepcionales, todo ello aumenta peligrosamente el número de proyecciones.
A nivel de organización, se realiza un esfuerzo real para facilitar el trabajo de la crítica. Pero la cuestión sólo estará definitivamente resuelta el día en que el Palacio de los Festivales cuente con una nueva sala de gran capacidad que deberá construirse en los próximos dos años. También parece deseable limitar el número de obras presentadas (podían contarse cerca de sesenta, además de las sesiones especiales, Un certain regard, treinta más en la Semana de la crítica y en la Quincena de los realizadores), para revalorizar la idea de selección. Por lo demás, será preciso resignarse al aspecto multitudinario del certamen. El éxito indudable del Festival, como cita del cine del mundo, es la causa de la afluencia récord de profesionales y curiosos. Y en último término, quienes se agolpan para presenciar la montée des marchés son el mejor testimonio de que el cine sigue siendo un arte popular.

Los grandes temas

¿Arte popular? Esta afirmación parece ilusoria si consideramos las películas en competición. ¿De que nos hablan? Estaríamos tentados a responder que de las desdichas del mundo.
En el capítulo social entran sin duda las obras de Víctor Gaviria y Ken Loach. El primero con «La vendedora de rosas» aborda nuevamente el tema de la juventud perdida: la víspera de Navidad un grupo de jóvenes, recién salidos de la infancia, se topan fatalmente con un destino trágico. La película posee un estilo brillante y una indudable preocupación estética que no perjudica en absoluto el carácter de denuncia de su obra.
Ken Loach retorna a Glasgow con «My name is Joe». Joe (Peter Mullan, consagrado como mejor actor), antiguo alcohólico y desempleado, ocupa sus energías como entrenador de un equipo de futbol compuesto por jóvenes que sufren las consecuencias de la crisis económica y moral de la región. Joe saldrá de la legalidad para ayudar a uno de sus jugadores, pero todo será en vano y terminará en un suicidio que pretende poseer carácter de sacrificio. Una vez más, Loach defiende una causa, salvando todo el carácter humano de sus personajes.
«The General» de John Boorman (premio a la mejor dirección), cuenta las aventuras de Martin Cahill (Brendan Greeson), célebre criminal de Dublín, especie de Robin Hood moderno, finalmente liquidado por el IRA. Rodada en blanco y negro, y de forma sumamente clásica, la película ofrece una visión original de la crisis irlandesa, incluso si el personaje central no posee la envergadura necesaria para hacer de él un héroe.

Variedad política

Con la desaparición del bloque comunista, Cannes se libra de obras ideológicas que en el pasado constituían una parte de las cintas venidas del Este. La política se representó, sin embargo, por dos obras que corresponden a preocupaciones diferentes. Sólo Cannes permite comentar «Primary Colors» de Mike Nichols junto a «Khroustaliov, mi coche» de Alexei Guerman.
Nichols adapta un bestseller inspirado en Bill Clinton (protagonizado por John Travolta). La película, dulcificada respecto al libro, ofrece un buen análisis de los affaires de la vida política norteamericana. Con un elenco de primer orden Emma Thompson, Kathy Bates, Adrian Lester, etcétera la cinta no llega a una conclusión demasiado pesimista: la democracia es el menos malo de los sistemas políticos posibles y la lucha despiadada por el poder será una especie de «selección natural» en que el elegido será el menos malo de los candidatos posibles.
Frente a la película norteamericana, interesante y divertida, la obra monumental de Alexei Guerman es un film mítico cuyo proyecto existe desde hace diez años. Se trata de un cine de autor mal digerido por su extraordinario hermetismo. La mitad de los periodistas abandonaron la sala y quienes se quedaron al final confesaban no haberlo comprendido. Se trata de una crítica al stalinismo que pierde toda su eficacia como documento político y casi su interés cinematográfico que con una mayor claridad hubiera sido grande, pues Guerman es capaz de crear un mundo fascinante con sus imágenes.

Comedias italianas

«La vita e bella» es una cinta pensada para el público. En Italia, Roberto Benigni es considerado una especie de Chaplin y este último parentesco es más evidente cuando nos habla de su héroe, Guido, modesto camarero judío y su familia. Se trata de un relato del fascismo y el antisemitismo en tono de comedia, aunque al final de la película la emoción es más fuerte que la comedia: Guido y su familia son deportados a un campo de concentración. Guido explica a su hijo que todo lo que pasa ahí es simplemente un juego en el que ellos deben participar ganando puntos, si obtienen cierto número, el premio será la llegada de un tanque. El tanque llega al fin en el momento de la liberación, cuando ya han matado a Guido. Algunos medios de comunicación judíos atacaron el film considerando que el tema no admitía un tratamiento ligero. Sea como fuere, ello no impide señalar que Benigni ha realizado, hasta el momento, su mejor película y sin duda la más ambiciosa.
En «Aprile», Nanni Moretti narra los avatares electorales de su país en los últimos cuatro años con una obra divertida gracias a la fuerte personalidad de su autor que hace gala, como siempre, de su egocentrismo exacerbado: una reflexión personal en la que sigue ocupándose de política pero sólo para decirnos que ésta ocupa un lugar secundario en la vida de los hombres.

El vanguardismo del Grupo Dogma y los excesos ingleses

Los daneses del Grupo Dogma Lars Von Trier y Thomas Vintenberg pueden pasar hoy por vanguardistas del Séptimo Arte. Su grupo se compromete a rodar con ciertas exigencias: decorados reales, sin accesorios, sonido directo, cámara al hombro, nada de filtros ni efectos especiales. Su carta magna que califican de «voto de castidad» tiene el aire de un texto humorístico. En todo caso, «Idioterne» de Lars Von Trier ha fracasado. Una especie de happening organizado por un grupo de jóvenes que juegan a los enfermos mentales con escenas que rozan la pornografía, buscando inventar todas las formas de la idiotez. Una cinta incomprensible en sus intenciones, confusa en su desarrollo, incierta en sus resultados.
«Festen» de Thomas Vintenberg retrata una fiesta familiar en la que pronto se instala el drama. El jefe de la familia, Helge, cumple sesenta años y reúne a sus hijos. El conflicto estalla cuando, en un brindis, uno de ellos acusa a su padre del suicidio de su hermana por haber abusado sexualmente de ella y de él siendo niños. Este tema explosivo se trata magistralmente. La película podría considerarse una condena extrema a la «liberación sexual» impuesta en Occidente en la época en que los personajes de la película fueron víctimas del incesto.
La cinta de Terry Gilliam, «Fear and Loathing in Las Vegas» cuenta los estragos de la droga sobre dos individuos, un periodista (Johnny Deep) y su abogado (Benicio del Toro). Las situaciones son repetitivas y los personajes tratados como marionetas sin la menor consistencia humana. Si Gilliam buscaba denunciar los efectos sociales de la droga lo que parece deducirse por un comentario final su intento es ineficaz en la medida en que sus modelos no son capaces de inspirar ni siquiera sentimientos de compasión.
Todd Haynes en «Velvet Goldmine» narra los fenómenos conexos al glam rock (cruce del rock underground norteamericano y la música pop inglesa) con vedettes que hacían gala de su bisexualidad manifestada en su aspecto andrógino. El espectador normal, en todos los sentidos del término, difícilmente sentirá simpatía por unos personajes que aparecen como ejemplos de diversas formas de perversión sexual. Basado en la explotación de la música lo que explica el modesto premio a la contribución artística y en la provocación inútil, la película no va más allá de un largo videoclip.

Presencia oriental

Desde hace algunos años, las películas de extremo Oriente no faltan a la cita del Festival. Tsai Ming-liang es un especialista de la incomunicabilidad expresada especialmente en las grandes ciudades. En «El agujero» la acción transcurre en Taipei. El brote de una epidemia obliga a las autoridades a evacuar un barrio, pero hay quienes se niegan a partir. Así sucede en un inmueble modesto donde el hombre del piso de arriba y la mujer del piso de abajo se limitan a compartir un agujero entre los dos pisos. Este agujero será, en cierto sentido, símbolo de la comunicación imperfecta y, en último término, imposible. Aunque la idea es original, la acción es estática y casi sin diálogos, alternados éstos con canciones populares de Hong Kong. Es evidente que esta cinta no hará volver las masas al cine.
Hou Hsiao-hsien describe en «La flores de Shanghai» los problemas humanos que existen en el interior de una casa de prostitución situada en el enclave inglés de Shanghai. Se trata de una larga sucesión de escenas, en que la cámara barre un espacio de noventa grados representando a una serie de personajes sentados en torno a una mesa. Una película de difícil acceso a un público occidental, pero que ilustra perfectamente un aspecto de la cultura china, todo ello a través de imágenes de extraordinaria belleza.

Películas «inclasificables»

Tuccio (el actor-director John Turturro) es el autor de una obra «Illuminata» que debe interpretar su esposa, la diva de la compañía, pero los propietarios del teatro no están seguros del éxito. Tuccio hará todo lo posible, incluso acciones no limpias, para que su obra sea montada: se trata de una prueba de amor hacia su esposa. Lo importante aquí es el paralelo entre teatro y vida. Por momentos farragosa, con digresiones inútiles, la cinta termina mejor de lo previsto. Un homenaje sincero al teatro de parte de un hombre enamorado del cine y del teatro.
«Henry Fool» es una cinta sobre un bohemio que escribe, según él, una obra genial. Impulsa al barrendero Simon, un joven con aire de retrasado mental, a escribir también; los poemas de Simon alcanzarán un éxito fulgurante e incluso el Nobel, mientras que la obra de Henry se considerará mediocre. Simon enviará a Henry a Estocolmo para recibir el Nobel. El director de la cinta, Hal Hartley, habla en ella de amistad, amor, creación literaria y notoriedad. Sin embargo, todo ello es demasiado esquemático, perjudicando la credibilidad de sus personajes en aras de la originalidad cinematográfica.
A medio camino entre la autobiografía y la ficción se sitúa «Corazón iluminado» del argentino Héctor Babenco. Un hombre vuelve a la ciudad de su adolescencia después de veinte años, evoca sus amores con una joven desequilibrada y se envuelve en una nueva aventura que remite a la antigua. Nada es plenamente convincente en esta película que posee, sin embargo, el sello de la autenticidad.
La sinceridad es también la marca de «Dance to my Song» del australiano Rolf de Heer. El Festival guardará el recuerdo del director llevando en sus brazos a su intérprete y guionista, Heather Rose. Con una grave lesión cerebral y condenada a vivir en silla de ruedas, Heather en colaboración con Frederick Stahl, otro enfermo, escribe la historia de Julia encerrada en su handicap físico que encuentra en su camino un hombre con el que conocerá el amor. Casi un cuento de hadas, la historia defiende las cualidades del corazón frente a la sola belleza física. Las imágenes son fuertes y en ningún caso dejan indiferente al espectador. Sin embargo, la narración es en buena parte insostenible al igual que la historia de amor, de la que puede admitirse su carácter simbólico.

Selección francesa

Las películas francesas presentaron este año cuestiones relativas a la crisis moral. La más curiosa es quizá «La classe de neige» de Claude Miller, que aborda la pedofilia criminal. No hay en la película ninguna imagen referente directamente a ello. El padre de Nicolas (Clément Van Den Bergh), un niño de o­nce años, cuenta a su hijo, para protegerlo, cómo algunos pequeños son víctimas del tráfico de órganos después descubriremos que el padre asesinó a un niño. Nicolas edifica una historia basada en pesadillas y angustias que desconciertan a todos a su alrededor. La película conduce estos sueños horribles a una realidad que será al final más terrible todavía, pero esta última tratada de forma sumamente elíptica.
«Lecole de la chair» de Benoit Jacquot se sitúa en la Francia actual. Dominique (Isabelle Huppert), una mujer rica, se hace amante de Quetin (Vicent Martinez), más joven y de clase social inferior. Pero él amante a su vez de un abogado encuentra a una muchacha de su edad con la que desea casarse. Los amantes terminan por separarse y se encontrarán años más tarde. El reproche a la cinta es el escaso interés humano que despierta su protagonista, víctima de una pasión física tardía, frente a un individuo que ha perdido referencia moral aunque aspire a la vida normal a la que finalmente accederá. Correctamente filmada y con una relativa discreción en las imágenes, la película pasó casi inadvertida.
Del lado de «Ceux qui maiment prendront le train» la confusión de sentimientos es aún mayor. Un importante número de personas toman el tren en París para asistir al entierro de un famoso y seductor pintor homosexual. Se trata de antiguos amantes del muerto que viajan con sus respectivas esposas y parientes. Con indudable maestría, Patricie Chéreau conduce un relato agitado y lleno de confusión que pretendía sorprender en Cannes por la calidad de su película y la audacia de sus imágenes. Pero hoy la sorpresa en este terreno es improbable. Chéreau confunde «su mundo» con el mundo en general.
La renovación del cine francés estuvo representada por una primera película, «La vie rêvée des anges» de Erick Zoncka, que se revela como un fino observador del comportamiento humano. Dos muchachas, Isa (Elodie Bouchez) y Marie (Natacha Regnier), se conocen en Lille y comparten un departamento mientras su propietaria, una joven de su misma edad, se encuentra en coma profundo. Sus concepciones de vida difieren: mientras Isa tratará de ayudar a la enferma, Marie vivirá una aventura con un joven profundamente egoísta. El premio de interpretación femenina, otorgado ex-aequo a las dos actrices es un reconocimiento indirecto al trabajo de Zonka.

Palma de Oro

Theo Angelopoulos, como en otros tiempos Andrej Wajda, obtuvo al fin la Palma de Oro que se le escapaba inexplicablemente en 1995 en que presentó «La mirada de Ulises» que es, quizá, su mejor film. «La eternidad y un día» no desmerece en absoluto de su anterior película, es de la misma vena y tal vez aún más personal al abordar el tema del balance de una vida. El guión escrito con su cómplice de siempre, Tonino Guerra habla de la creación artística, el compromiso político y la solidaridad mundial (refugiados, incomunicación, fronteras…). Todo ello tamizado por los recuerdos personales, los pesares más íntimos que producen las ocasiones perdidas, el no haber sabido dar a los otros todo el amor que merecían.
Como en «La mirada de Ulises», un artista, en este caso un escritor, Alexandre (Bruno Ganz), se interroga sobre su vida. En vísperas de entrar al hospital del que probablemente no saldrá, intenta visitar a su madre y a su hija, y encuentra también una carta de su desaparecida esposa. Pero no sólo el pasado retiene su atención, recoge en su coche a un niño, solitario refugiado albanés, que está a punto de ser detenido por la policía. No se trata de un gesto político sino de simple solidaridad humana. Por este gesto, la llama de la vida continuará brillando para el escritor.
Película de madurez, serenidad y melancolía. El empleo de un lenguaje cinematográfico más depurado, hará más asequible la obra. El ritmo sigue siendo pausado, la voluntad de «filmar de otra manera» evidente, pero se ha abandonado la lentitud exasperante de otras obras, como si Angelopoulos hubiera encontrado el equilibrio entre sus exigencias de esteta y su preocupación por transmitir un mensaje. El cine se hace para compartir una emoción con el público, para obligarle a reflexionar. «La eternidad y un día» es una obra que resonará largamente en la sensibilidad del espectador descubriendo, para cada uno, cosas distintas.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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