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El valor de una ética en la investigación

Corresponde al mundo universitario este tema. Es en las aulas de los estudios superiores donde se logra o debe lograrse esa noción aproximada de lo mucho que se sabe, de lo muchísimo que se ignora y de que cada cual, en particular, desconoce casi todo. Desde este elemental ejercicio de humildad intelectual paradójica combinación de sabiduría, ingenuidad, asombro y curiosidad, puede la persona andar por los senderos del tiempo y del esfuerzo para vencer cierta ignorancia sobre alguna cuestión concreta y aportar una fracción nueva de la verdad.
El éxito de esa aventura se avala por un conocimiento amoroso de las obligaciones éticas, que afectan a la investigación científica y técnica para orientarla en la búsqueda honesta de la verdad; y por supuesto, inciden en el propio investigador, pues constituye su corpus de coherencia personal.

Ética en la investigación

La existencia de investigación implica la existencia de una verdad fuera de nosotros mismos que puede llegar a ser cognoscible, aunque en unas circunstancias determinadas sea desconocida o no fácil de aprehender. Desde esta perspectiva se atisba que la ética de la investigación conlleva una cierta abstracción, al ser una actividad que se define por su objeto. Si estas premisas no se dieran, carecería de sentido el término «investigación», y más, el buscar ahí un componente ético.
Los caminos de la investigación, como nos muestra la historia y también la propia experiencia personal, no son infalibles; hay trechos de vueltas y revueltas, de rectificaciones… Así se hace la ciencia, así vivimos del progreso. Por otra parte, si se admite la dificultad inherente de encontrar la verdad, es claro que acecha el peligro a veces por debilidad, e incluso por perversidad en cualquiera de sus posibilidades (ambición, vanidad…) de manipular los datos que quizás no son tan completos y significativos como anhelábamos.
El contenido ético de la ciencia no es algo impuesto desde fuera; simplemente exige que sea ciencia, que responda a lo que ella es. Como ya señalaba Lavoisier: «Toda ciencia, necesariamente, está formada por tres cosas: la serie de hechos que la constituyen, las ideas que la forman, las palabras que la expresan»; por lo tanto, la palabra debe hacer la idea y la idea pintar el hecho. Ese hecho es el que tiene que ver con la verdad objetiva, externa y, a veces, ajena a nuestros intereses.
Esa verdad será estrictamente científica si lleva en sí misma el sello de la estabilidad, porque la verdad no puede por menos que permanecer; puede ampliarse, profundizarse, pero no negarse. Por estas vías deduce el doctor Franco: el primer principio ético de la investigación consiste en afirmar que ésta es tanto mejor conforme más se acerque a la verdad; todo lo que es reprochable desde el punto de vista científico, lo es también desde el punto de vista ético. Una investigación mal realizada técnicamente, difícilmente puede tener una valoración positiva desde el punto de vista ético, «lo no científico no es ético» han afirmado los buenos investigadores.
Vuelvo a aclarar que los métodos de la ciencia no surgen de consideraciones morales, sino que nacen únicamente de las exigencias de su objeto de investigación. La investigación, casi siempre fatigosa, es la búsqueda de qué es su objeto, a través de sus huellas y rastros.
En realidad exige un arduo caminar: aprendizaje de las técnicas, discreción para discernir, ponderación en el discurso… Si no se tiene esto, corremos el riesgo de creer que la anécdota es categoría o que la trivialidad es metafísica.
Cada ciencia experimental (en las que principalmente centramos este trabajo) ofrece su verdad, descubierta según el método propio del desarrollo de esa ciencia; su bondad ética, valor intrínseco, dependerá de la parcela de verdad que facilite. La ética de la investigación podría asumirse a nivel poético en el siguiente verso: «atención pido al silencio, silencio a la atención».

Ética vital, personal y prudente

La ética del investigador es mucho más concreta: influye lo vital, lo personal y… ¡tantas circunstancias!; es el aquí, ahora, en mí…
Es comprometedora. Vivir con intensidad el presente, pero puesta la mirada en el porvenir; donde se asume el riesgo y la aventura de pensar, sin ahogar la imprescindible autocrítica sobre el propio trabajo, sino descubriendo en las dificultades porque además es así, nuevas posibilidades de acción y de avance…
«En la vida del investigador se presenta la añosa robustez de grueso ramaje..; no sería auténtica si sólo se percibiera la blandura de recientes meristemos [retoños], pero tampoco se puede olvidar que estos meristemos son tallos del mañana…»; es una valiosa reflexión del doctor Albareda.
La pasión investigadora, con frecuencia, tiene esa opción fundamental de meternos del todo en el camino, como atrapándonos. Si lo propio del científico es intentar descubrir la verdad que hay en la naturaleza, e incluso se dedica a la búsqueda de esa verdad oculta, es coherente y honesto el deber innato de cultivar, a nivel personal, la virtud de la veracidad. No se trata sólo de rechazar todo intento de fraude, sino también de poner los medios para evitar el engaño involuntario.
Vivir éticamente es también evitar la imprudencia científica, fruto muchas veces de prejuicios ideológicos o incluso de ciertos cientifismos. La humildad del investigador no es reconocer qué tanto sabe, sino suponer que puede saber y rectificar ese conocimiento, si es el caso y los datos lo constatan.
Relaciones entre la ética de la investigación y del investigador
La actividad científica, en su contexto, es una actividad humana; la actividad científica aparece imbuida de la ética del investigador.
Al plantear estas relaciones, decididamente no opto, en esta aportación, por una pedagogía esquemática, sino por ir dando vueltas, reflexionando, a los supuestos incoados en los apartados anteriores.
Aunque las ciencias experimentales sean autónomas en tanto que tienen su propio objeto, están íntimamente relacionadas con la perfección técnica con la que se realicen y con no pocas posibilidades de azar.
El científico debe evitar las posturas dogmáticas todo está dado, nada puede conocerse y saber que su esfuerzo bien orientado, conduce necesariamente a ser optimista, alguien con la suerte de descubrir algo más del logos en la bio-logía (¿no es de interés considerar esta alegría como un principio bioético?).
Desarrollar la capacidad de ir más allá, no conformarse con la idea de que lo bastante no basta, supone un enriquecimiento ético.
Ninguna acción humana es indiferente éticamente: las personas nos enriquecemos o nos envilecemos con nuestra actividad. Es muy alentador que la bondad humana pueda servir de plinto [trampolín] a la actividad científica, en frase de Laín Entralgo.
El progreso de la ciencia exige no renunciar a hacerse siempre preguntas. Lo común en el esfuerzo investigador es juzgar un interrogante al que hay que contestar, criticar un vacío que hay que llenar y consolidar unos hechos cuya solidez precisan. La investigación no necesita sólo de estudio sino también de estímulo ya que, con frecuencia, investigar es realizar determinaciones corrientes orientadas por un pensamiento nuevo…
Por encima de la diversidad profesional y de la diversidad investigadora, está la unidad de lo humano; el investigador, antes que investigador, es hombre. Como la investigación misma, toda actividad humana es bastante inteligente para que se plantee la pregunta: «Y esto, ¿para qué?».
La valoración ética de la investigación depende de su bondad técnica, pero mucho más de la perfección que adquiera el investigador: «Enriquecer al que sirvo».
Quizás la relación de la ética cara a la ciencia y cara al científico, responde a que la ciencia la explicamos, mientras que al espíritu lo entendemos. Por encima de la vida de la ciencia está la ciencia de la vida, hemos aprendido de los sabios.

Estilo ético ante algunas cuestiones

Algunos expertos ven la ciencia moderna como una gran expresión de democratización del saber, pues al saber científico no se accede por iniciación, sino por una forma de aprendizaje público que consiste en adentrarse en los instrumentos cognoscitivos necesarios existentes. Aunque en profundidad, sería deseable que las posiciones más elevadas se alcanzaran mediante la fuerza del propio ingenio, tantas veces desarrollado por el esfuerzo oculto del día a día.
No es tanto una investigación potente éticamente la que dispone de todos los medios técnicos para llevarse a cabo cosa altamente conveniente, sino la que aprovecha los recursos de los que dispone sean sofisticados, modernos o algo obsoletos con un talante de servicio austero y cordial ante la verdad que se investiga, ante el país al que se sirve, ante cada hombre con el que se comparte algo.
Es tan elevada la meta, tan necesario no funcionar por apariencias ni hacer síntesis prematuras, que se necesita el trabajo en equipo. Un equipo articulable, que integre, que ate cabos siguiendo el perpetuo juego de la ciencia: terminar para comenzar, con ese optimismo ya citado, con el convencimiento de seguir aceptando magnánimamente que el momento de siembra no es el de recogida, pero que la siembra es ya esperanzada y fecunda.
Todos tenemos la experiencia de que después de un buen resultado, por ejemplo, en la lectura y premio del doctorado, los aplausos se agradecen, pero entitativamente no compensan una tesis doctoral. El verdadero premio lo recibe cada uno en lo más íntimo de su alma, allí donde el silencio hace que experiencia y sabiduría crezcan cimentados en el gozo de la fatiga. Es una aventura de la inteligencia que triunfa sin ruido al ver con nueva luz la verdad, al palpar por momentos la sabiduría, descubrir el inefable valor del verbo ignorar… Como afirmó el poeta: «quien ha pensado lo más profundo, ama lo más vivo».
Por todo ello, hay muchas cuestiones que abordar; apuntemos algunas de ellas.

a) Relación con el cosmos y la naturaleza.

Cualquier clase de conocimiento, es una prolongación del conocimiento natural espontáneo que el hombre posee de las diversas realidades que forman parte de él y de su mundo; en la medida en que nos adentramos en los últimos reductos del saber, se debería sentir el «vértigo de espacios infinitos» y reconocer la parcialidad de la racionalidad científica. Así, además, se saldría del encorsetamiento de un utilitarismo que no logra regular el tumultuoso progreso de la tecnología.
Un factor característico de la modernidad en Occidente, es la rápida sustitución de lo natural por lo artificial como mundo del hombre. Mediante la tecnología, el hombre más que dominar la naturaleza comienza a pensarse como patrón y hacedor de su propio destino; una fase más extrema de esta trayectoria es aquélla, a la que vamos llegando, en la que el hombre ya no se contenta con proyectar el mundo y los sucesos según sus deseos, sino que acaricia la tremenda idea de proyectarse a sí mismo: todo el campo de la biotecnología.
Si el hombre se va convirtiendo, siempre más, en árbitro de su propio destino, está claro que resulta para él todavía más urgente saber hacia dónde ir. No podemos tener cada vez más medios y menos valores.
La ética en todos sus campos: ser, deber ser, valorar… nos recuerda que, en definitiva, los grandes problemas nunca están resueltos de una vez por todas, sino que, en cada fase de la historia, pueden ser repensados en la novedad inédita de las situaciones para las cuales deben proporcionar criterios de juicio y guías para la acción, para incentivar el ejercicio de derechos, asumiendo los deberes que conllevan ante la responsabilidad del mundo natural.

b) Actuación ante los animales de experimentación.

La biósfera y el ambiente natural forman parte de la herencia común de la humanidad. Ante la utilización de los animales de experimentación, el investigador no puede olvidar que tienen esa connaturalidad viviente con el hombre; cabe destacar que los animales están dotados de sensibilidad y memoria (confróntese el Código elaborado a este respecto, en la celebración del centenario de muerte de Claude Bernard).
Ante el mundo natural más ante el mundo animal, el estilo ético consiste en ese deber saber cuidarlo, usarlo, no para manipularlo… El daño innecesario a un animal es éticamente ilícito porque aboca en un desorden ético de la persona. Precisamente, el progreso facilita la higiene, el uso de anestesia y la supresión, en la medida de lo posible, de pruebas dolorosas; eliminar las pruebas ya superadas por adelantos científicos, la utilización de células en cultivo en lugar de animales.

c) Costo económico.

Una actitud correcta para evitar gastos es mejorar los hábitos de trabajo. Que nuestra capacidad mental nos otorgue, no sin esfuerzo, luchar por estar en el origen de los cambios, con capacidad para aceptar que, quizá, se van quedando obsoletas nuestras técnicas de trabajo, e incluso los propios conocimientos.
Se gasta mejor y, por tanto, se rinde más, si se ejercita la capacidad de pensar y la de hacer pensar (no está claro dónde el hombre encuentra más gloria…;así se suplen fallos, se ahorran gastos precipitados, se invierte audazmente en proyectos…
El investigador se forja intentando una sintonía entre el cuidado a los más pequeños detalles de lo que acontece en el propio rincón de trabajo, y la mirada atenta el equipaje puesto hacia cualquier lugar de la ilimitada geografía universitaria, donde esté la posibilidad de aprender, contrastar, intercambiar puntos de vista en un diálogo riguroso y plural…
Se descubre, una y otra vez, que la complejidad del estudio de lo real ha de huir del picotear por la simple ventaja. Se trata de aceptar conjuntos; cada parcela del saber, cada punto, es una convergencia de contornos. Todo es limitado e interdependiente. Con este estilo es más fácil evaluar éticamente los aspectos económicos.
No podemos dejar de considerar que el costo de la investigación en algunas áreas por no decir que en todas, pero al menos sí en las de altas tecnologías resulta muy elevado, ni que también muchos campos de investigación básica no reportan eficacia ni beneficios inmediatos (no entraremos en el terreno biomédico, con el tema de la calidad de vida, etcétera).
La política de investigación correcta tendrá que lograr el difícil orden de prioridades, donde intervienen tanto los poderes públicos como las entidades privadas. Hay un campo de derechos, quizá no regulados, en el que se evalúa la calidad del investigador y la necesidad de resultados; para ver bien, sin miopías ni fantasías, para ver todo lo que hay y sólo lo que hay… de donde surgirán perspectivas abiertas y dilatadas de actuaciones válidas.

d) Relación con alumnos y subordinados.

La clave es siempre la búsqueda de la verdad por encima de los intereses personales, la intención de hacer un trabajo que contribuya al bien de la sociedad, el respeto a los derechos e iniciativas de los demás, compartir la grandeza y sabiduría del otro, el servicio desinteresado y el gasto de nuestro tiempo en facilitar el trabajo de los demás, aportar experiencias para que otros comiencen donde yo termino, etcétera. Es un modo de ver y mirar no manipulado, quizás la escala podría establecerse: ver sin mirar, entrever, ver, ver dentro de.., entonces ya estamos en condiciones de captar el significado de las cosas. ¿Es utópico..? Quizás no tanto.
O nos proponemos el ideal de alentar el trabajo intelectual de los que nos acompañan sin servilismos junto con el cumplimiento del deber de hacer una obra propia sin disculpas, o no hay por dónde vivir y convivir. Trabajar con valor esta meta y comunicarla, sin inhibiciones ni jactancias, es fuente de amistad, algo impagable en las relaciones con los demás: con los que, momentáneamente, a nivel intelectual, parecieran estar en situación menos privilegiada por puesto, conocimiento, edad, etcétera.

e) Relaciones profesionales y sociales.

Otra norma ética básica de la investigación es el respeto a la dignidad de la persona, de donde emana la inviolabilidad de los derechos humanos. Estos derechos ya se manifiestan en el mismo hábitat universitario (por ejemplo, no utilizar el trabajo de los otros para las publicaciones personales; no encargar a nadie que nos resuelva tareas arduas, de las que cada cual debe sacar « otra cosa» , esto se llama generosidad…).
Cabe citar las diferencias entre competencia y prestigio profesional que a todos les es debido y la competitividad. Hace ya tres lustros, Naisbitt ponía un dedo en la llaga: la formación especializada está siendo sustituida por la sociedad de la información. A nivel científico, el error ético estaría en tratar sólo de publicar para ser conocido y reconocido.
No quedan al margen de este apartado los medios de comunicación: para no hacer de la divulgación, siempre conveniente, una fuente de errores, y para no vender el experimento que merece unas normas más estrictas de prudencia, etcétera.

En definitiva

Es preciso un trabajo técnico de calidad. Pero no todo lo técnicamente posible es éticamente lícito.
Toda reflexión profunda servirá, a la vez, para elevar la mente y para perfeccionar el trabajo. La investigación es vida, y la vida no admite destrenzamientos; es el triunfo de la unidad, coordinación, entronque; es la superación de todas las diversidades en el íntimo fluir de lo permanente; es el río a través de la variedad de accidentes de la cuenca; es la fuerza que enhebra la diversidad de los actos y de las cosas con el hilo de la finalidad.
La ciencia no es en sí perniciosa o valiosa, lo es su aplicación y ésta la realizan los hombres, hombres incompletos… Hay que saber zurcir, hora a hora, las posibilidades y las limitaciones. No es sencillo deslindar la racionalidad humana de la racionalidad de la ciencia; es decir, no se puede atribuir a la ciencia la tarea de tratar problemas para los que no tiene instrumentos conceptuales y métodos adecuados. En esta línea se encuentran todos los problemas relacionados con el « sentido» : ésos son los que principalmente preocupan al hombre y que también resuelve « creando ciencia» .
Pero la ciencia que se crea, de alguna manera nunca está creada; es una minúscula y a la vez grandiosa forma del saber humano. Si antes la ciencia parecía fuente de incredulidad, hoy muestra su radical menesterosidad. Y la ciencia más audaz espolea a la fe y a la trascendencia más que a la duda. No hay que tener miedo a pensar… nuestra inteligencia, se ha dicho, es un rascacielos al cual faltará eternamente el último piso. Por ello la pasión por la verdad no es una entelequia, es un reconocimiento de lo trascendente; es la certeza de que lo más bello, hondo y excelso, lo que más puede atraer a la mente y deleitar el entendimiento no es, en definitiva, lo que cada uno quiere encontrar, sino lo que realmente hay. No hay belleza como la verdad.
Seamus Heaney, premio Nobel, afirma en boca de uno de sus personajes: « quizás estemos en la tierra para que nuestra inteligencia se instruya y pueda convertirse en espíritu (…) la poesía no es la música del alma, sino el silencio de una inteligencia que ha ido formándose en el mundo hasta transformarse en espíritu capaz de cantar libremente» .
Un buen comienzo o un buen final en la actividad del investigador.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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