Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

2000, un cumpleaños universal

«¿Viste la luna azul?». No pude contestar. La luna que yo había visto, la noche anterior, no era azul; es más, ni siquiera me llamó la atención, era un plenilunio cualquiera que pasaba desapercibido. ¿Luna azul? Con ese nombre sólo recordé una canción, muy antigua, que cantaba Jane Froman a quien personificó (en la cinta biográfica With a song in my heart), la finada actriz Susan Hayward… No me quedó sino preguntar: «¿Azul?». Y vino la explicación: en este mes de enero (de 1999) han sucedido dos plenilunios y cuando esto ocurre (cada no sé cuantos años, no retuve la cifra), se llama azul y trae consigo buena suerte, porque vamos a cambiar de milenio… (???)
El cambio de siglo siempre ha originado temores y expectativas, como si el universo y todos los seres humanos, pudieran cambiar al doblar la página de un calendario. Los relatos del paso del siglo XIX al XX refieren el temor a que se acabara el mundo, la gente rezaba, encendía velas benditas y hacía mil cábalas. Esta vez, no solamente cambia el siglo sino también el milenio. Veo más expectativas, envueltas en supersticiones, qué temores, ¡hasta hay luna azul!
El 2000, ¿PARA QUIÉN?
«¿Qué estaré haciendo en el 2000?». Recuerdo habérmelo preguntado cuando estudiaba la educación básica, lo veía tan lejano que ni siquiera atinaba a predecir acción alguna…
En un artículo anterior, comenté que el año 2000 sería el 5761 para los judíos, el del dragón para los chinos, el 1378 para los musulmanes y ninguno iniciaría el 1o. de enero, por tanto: ¿para quién será el tercer milenio?
Corría el año 306 d.C. ó 1060 AUC («ab urbe condita», o sea, de la fundación de Roma), cuando Constantino inició su mandato, al final del cual, se convirtió al cristianismo. La tradición afirma que vislumbró, en el cielo, una especie de cruz, formada por las dos primeras letras de la palabra Cristo, escrita en griego: X y P, mientras escuchaba una voz que decía: In hoc signo vinces («Con este signo vencerás»). Ordenó que su ejército grabara ese signo en su escudo y se lanzó al ataque contra Majencio, a quien derrotó en la batalla de Puente Milvio.
Aunque Constantino no recibió el bautismo hasta estar postrado en su lecho de muerte, esa victoria lo convenció de otorgar libertad de culto a los cristianos, promulgándola en el Edicto de Milán (313 d.C.). En 321 ordenó que solis, el día del Sol el primer día de la semana, fuera dominica dies el día de Dios y lo declaró, además, fiesta oficial. En 324 mandó construir las iglesias de Letrán y del Vaticano, a la que se condujeron los restos de San Pedro. En 325 inauguró el primer concilio ecuménico, en Nicea, en el que 250 delegados del orbe cristiano, redactaron el texto del credo: fundamento de la fe recién aprobada. Constantino se autodeclaró «protector de la iglesia cristiana», origen de la terrible controversia que desencadenó, siglos después, la Guerra de las Investiduras y la lucha por la delimitación de poderes entre la Iglesia y las monarquías europeas. Como afirmó un historiador, «apenas se liberaba de las persecuciones, cuando [la Iglesia] cayó en la o­nerosa protección del Estado».
De pronto surgió, en los recién aceptados cristianos, el deseo de contar los años a partir del nacimiento de Cristo. Sin embargo, por la inestabilidad existente, la idea no cristalizó hasta fines del siglo V d.C.
Calcular el año no fue fácil. Dionisio el Exiguo, monje escita que trabajaba en Roma, desde el año 497, en asuntos de cronología, determinando los años en que se habían celebrado concilios, recibió del Papa Juan I (523-526), el encargo de establecer las fechas adecuadas para la celebración de la Pascua y, así, acabar con la discrepancia existente, sobre todo, con la Iglesia de Alejandría. Esto le permitió profundizar en los relatos que los cristianos se habían trasmitido, oralmente y por escrito (su dominio del griego le facilitó la lectura de textos antiguos).
¿CUÁNDO NACIÓ CRISTO?
Desde tres siglos atrás, los cristianos acostumbraban, más por tradición que por razón, celebrar el 25 de diciembre como la fecha de la natividad de Cristo. No hay dato alguno que permita determinar, con precisión, el día y el mes, ni siquiera por aproximación. Tras establecer las tablas para la celebración de la Pascua (con base en el calendario de Metón de Atenas, siglo V a.C.), Dionisio retrocedió las cuentas y determinó en su libro Sobre la Pascua, que Jesús había nacido los últimos días de 753 AUC, por tanto, el 1o. de enero de 754, debía ser el año 1 para los cristianos. Su ideal era la creación de la era cristiana.
La propuesta no se aceptó de inmediato. Las continuas luchas entre los recién establecidos reinos bárbaros, la consolidación del Imperio Bizantino y los ataques sucesivos a Roma no eran propicios para el cambio. Fue aceptada, en 644, por la Iglesia de Inglaterra, en su Concilio de Whitby; se trata de la referencia más antigua que se ha localizado. La Iglesia de Francia lo hizo en el primer Concilium Germanicum en 742. Poco a poco, las Iglesias locales la adoptaron. En Roma no ocurrió esto sino hasta el siglo IX por la influencia carolingia. Así, por el contacto con los pueblos de origen germano, sobre todo de los francos, el 754 se convirtió, poco a poco, en el año 1 de la era cristiana. Fue así como se adoptó el indicar si la fecha era anterior o posterior a la era cristiana, utilizando la inicial del Antes o el Después y la C. de Cristo. Éste es el origen del a.C. y d.C. en castellano.
Cabe señalar que el antiguo calendario romano no había estado vigente para todos. Diocleciano había ordenado que se contabilizara a partir de su ascenso al poder, con lo que el año 1038 UAC (284 del actual), se convirtió en el nuevo año 1 en la era diocleciana. Algunos seguían utilizando el calendario alejandrino (por Alejandro Magno), debido a la dinastía tolomea. Circulaban por tanto, varios cómputos del tiempo.
Los estudiosos del tema, han buscado datos que permitan afirmar, con certeza, cuándo nació Cristo: el censo ordenado a los judíos, período de Poncio Pilato como procurador romano de Judea, la muerte de infantes decretada por Herodes el Grande (rey de Judea), la estrella avistada en Belén…

CÁLCULOS Y MÁS CÁLCULOS

Herodes el Grande murió en 750 AUC, el vigésimo séptimo del gobierno de Augusto, quien asumió el poder total en 723 AUC. Mateo (2,1-22) consigna que: en época de Herodes ocurrió el nacimiento de Jesús, así como la adoración de unos magos de oriente, la matanza de infantes menores de dos años, ordenada por el propio Herodes, y la estancia en Egipto, para evitar que mataran a Jesús, además refiere que el retorno de Egipto y el establecimiento de Jesús, María y José en Nazaret, ocurrieron muerto ya Herodes. Por tanto, no pudo nacer Jesús cuatro años después de la muerte de Herodes el Grande, tuvo que nacer en 747 ó 748 AUC, porque al tiempo de la matanza de infantes menores de dos años, ya era un niño, no un bebé, lo que origina un error de seis o siete años en el cálculo dionisiano. Eso, si está bien hecho el cálculo de la fecha de muerte de Herodes.
Lucas (3, 1-23) refiere que: en el año decimoquinto del imperio de Tiberio, cuando Juan el Bautista inició su predicación, Pilato era el procurador de la Judea, Anás y Caifás eran sumos sacerdotes y Herodes Antipas el tetrarca de Galilea. Establece que Cristo contaba «unos treinta años» al comenzar su ministerio, y ya Juan vivía desde hacía algún tiempo en el desierto.
El mandato de Tiberio, ocurrió de 768 a 791 AUC. Por tanto, si Cristo nació en 748 AUC, quince años después, o sea, en 784, al iniciar su ministerio, tendría ya unos 36 años y, si nació en 747 tendría 37, lo cual nos llevaría a afirmar que murió cerca de los 40 y no a los 33 como la tradición señala.
Como se ve, las cuentas no son claras. Algunos historiadores consideran que el reinado de Tiberio se inició en 766, por tanto, Cristo habría iniciado su ministerio en 782, lo que lo haría dos años menor. De cualquier manera, el «unos treinta años» que cita Lucas, no deben interpretarse como treinta exactos, cabe la posibilidad de algunos más. La conjetura de la muerte a los 33, no está sustentada en ninguna cita, deriva del erróneo cálculo dionisiano: si inicia su ministerio a los 30, muere a los 33.
Pienso que la confusión tiene su origen en los múltiples conteos romanos. Se hicieron mal las comparaciones, entre el derivado de la fundación de Roma y el diocleciano, y eso ocurrió en el propio imperio romano, al tratar de hacer la cronología de sucesos a partir de la fundación de Roma. Pensemos en un hecho: los gobernantes no morían necesariamente en diciembre, lo que origina que un año sea, simultáneamente, el primero de un gobierno y el último del anterior, ello se presta a duplicidad de cuentas. La pregunta que siempre flota es: ¿desde qué momento realizan el cálculo quienes refieren una fecha? Josefo, que no siempre es confiable, señala que Tiberio reinó veintidós años y seis meses pero también afirma que Augusto reinó cincuenta y siete años y seis meses: hemos de suponer que los cuenta desde el triunvirato, no desde el imperio. Abundamos: el calendario romano no coincidía con el judío, que inicia, hasta la fecha, aproximadamente en septiembre, lo cual complica, aún más, la interpretación de fechas. No sabemos si al decir «decimoquinto año de Tiberio», éste sería calculado desde el conteo romano o desde el judío, lo que haría un año o dos de diferencia.
La Estrella de Belén no aporta información confiable. Los astrónomos se inclinaron, durante años, por la búsqueda de un cometa, debido a la referencia de Mateo sobre los magos de Oriente: «(…) y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño». El cometa no se ha encontrado, aunque existen cometas que cruzaron nuestra órbita celeste y nunca más volverán a cruzarla.

TODAS LAS POSIBILIDADES PRESENTAN OBJECIONES

Los astrólogos, los que hoy celebran la entrada de la «Era de Acuario», el New Age, presentan una opción: Saturno.
Para los astrólogos babilonios, Saturno era una estrella protectora y Marte adversa. Siete años antes de la era cristiana, el Medio Oriente estuvo «bajo el signo de Saturno». Curiosamente, la astronomía parece confirmarlo. Hace algunos años, quizá diez, el astrónomo alemán Oswald Gerhardt, profesor de la Universidad de Berlín, presentó sus estudios sobre la órbita de Saturno y concluyó que siete años antes de nuestra era, cruzó el cielo de Belén, en trayectoria de norte a sur, brillando en la constelación de Piscis. La fecha sería: 747 AUC, o sea, la calculada para el nacimiento de Cristo. ¿Le daremos crédito?
El censo que refiere Lucas siendo Cirino gobernador de Siria, que motiva el viaje de José y María a Belén, para empadronarse, no ha podido aportar una fecha precisa e incuestionable. Los gobernadores romanos tenían poder absoluto. Cobraban múltiples impuestos, además de los que enviaban a Roma. Publicaban los edictos que juzgaran necesarios, en nombre del César. Es obvio que el citado empadronamiento tenía fines tributarios. ¿Lo ordenó Augusto? No existen datos. Se calcula que Cirino fue gobernador poco tiempo, quizá cuatro años antes de la era cristiana, lo que lo ubicaría en 750 AUC. No sabemos en realidad cuánto tiempo se proporcionó para el registro, «por aquellos días» es un lapso vago, incluso podría interpretarse como que el edicto era anterior y se concluyó el empadronamiento en época de Cirino.
Los romanos no llevaban una cronología exacta, prueba de ello es que los emperadores y el senado imponían los cambios sin oposición alguna, además, el establecimiento de la fundación de Roma lo realizó Varrón en el siglo II a.C., no fue un cálculo medido desde el primer momento, sino calculado, retrospectivamente, quinientos años después. Seguían un calendario astronómico, reformado por Julio César, pero su conteo cronológico era, desde 445 AUC (509 a.C.), marcado por los nombres de los cónsules, de este modo: «M. Claudio L. Furio coss. (consulibus), que significaba: «durante el consulado de Claudio y Furio» sin especificar año.
Aquí yo diría: ¡qué más da! Los romanos se equivocaron al decidir empezar a contar desde el año de la fundación de Roma, los griegos nunca llevaron cuentas claras. ¿A quién le consta el año en el que dice estar? Porque tampoco hace 5761 años de la creación del mundo, incluso hay quien duda de la fecha exacta de la hégira, que inicia el calendario musulmán… ¿Existe alguien que, a partir de un hecho determinado, pueda jurar con toda certeza en qué año estamos?

UNA MISMA CRONOLOGÍA, UN MISMO MENSAJE

Lo cierto es que, conforme se expandía el cristianismo se divulgaba la nueva cronología; los reinos bárbaros, que dieron origen a los países europeos, lo fueron adoptando. Los viajes colombinos y las posteriores conquistas portuguesas, inglesas y francesas, lo implantaron en el continente americano, en los Mares del Sur y en África. Sólo Asia no lo adoptó. Hoy, sin embargo, es utilizado incluso por los países con calendario propio, como era común; así, las referencias a.C. y d.C. son leídas como «antes de la era común» y «después de la era común», para evitar la referencia a Cristo. Por tanto, habrá quienes no festejen el cambio de milenio porque tienen su propio conteo; pero todo el mundo, datará con el 2000 todos los documentos oficiales.
Conviene señalar que, el tercer milenio no principia el año 2000, sino el 2001. El año 2000 cierra el segundo milenio. El conteo no se inició en año cero, sino en año uno, por tanto, el 2000 cierra decena, centena y millar, o sea, década, siglo y milenio. El primero de enero de 2001 sí iniciaremos el tercer milenio. Así, tendremos la oportunidad de celebrar dos veces: el cierre y la apertura de milenio…
Un hecho llama la atención: es un calendario que ha sobrevivido a pesar de todo. Solamente el calendario chino y el judío, aún vigentes, tienen más de cinco mil años de antigüedad, pero únicamente los utilizan los chinos y los judíos: no se han divulgado; más aún, el chino, fuera de su tierra, se utiliza con connotación tradicionalista, casi folklórica. Muchos hemos podido constatarlo al asistir a las festividades del nuevo año en algún China Town.
La Revolución Francesa trató de implantar su propio calendario, la Convención así lo determinó en 1793, pero solamente duró hasta 1805, Napoleón retomó la era cristiana.
No hace dos mil años del nacimiento de Cristo, ni siquiera podemos decir que de su ministerio, porque entonces nos faltarían años para cambiar de milenio. Hace dos mil años no existían cristianos, aún no había seguidores de Cristo, él vivía, a sus seis años, totalmente desapercibido, posiblemente en Nazaret.
Dionisio el Exiguo tuvo una meta clara: crear la era cristiana con todo el mensaje que ello encierra. Cometió un error al calcularla, pero lo interesante es que ha prevalecido, es universal, desplazó a todos. Realicemos el conteo pensando en una era cristiana. Se cumplió su deseo.
Sería fácil decir: «hace dos mil años del nacimiento de Cristo» (aunque sea por aproximación), pero lo impactante, como he dicho, es todo lo que ello encierra.
Dos mil años de un mensaje de amor, de un mensaje de paz, de intentar buscar lo que une y no lo que separa… de apostar a la vida y no a la muerte. Ésa ha sido la enseñanza.
Lo que más me impresiona, es el mensaje del perdón: el Galileo dijo a sus discípulos: «Si un hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: “me arrepiento”, lo perdonarás».
¿Amar? Es difícil a veces, pero no imposible. ¿Perdonar? ¿Pedir la abolición de la pena de muerte? ¿Perdonar al asesino? ¿Condonar la deuda para países pobres? ¿Ver en el delincuente al hermano en desgracia? Eso cuesta, pero ése es el mensaje de los dos mil años…

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter