Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

A propósito de un mensaje y un pastor

Dicen que en París un sacerdote preguntó al Papa: “Su Santidad arrastra multitudes, pero ¿convierte corazones?” Evidentemente sólo Dios podría responder tal pregunta, pero en México, a juzgar por muchos signos exteriores, el Papa esta vez logró que muchas personas superaran la emoción halagadora de la imagen para penetrar en el trasfondo de su mensaje y entusiasmarse con los ideales de la nueva evangelización que vino a predicar.
Parte se debe, sin duda, a los medios de comunicación que en esta ocasión dejaron del lado el afán de convertir los asuntos religiosos en discusiones políticas o de ideología partidista (desde luego, con algunas excepciones) e informaron sobre el acontecimiento simple y sencillamente desde la óptica de un fenómeno religioso para un pueblo en su mayoría católico. Mucho se ha alabado la capacidad de este Papa para sintonizar con los medios de comunicación y lograr que difundan su mensaje, pero esta vez el fenómeno superó lo previsible.

“TUMULTO EMOCIONAL”

Previa a la visita del Pontífice en las cadenas de televisión, de radio y en los periódicos se impartieron cursos a reporteros y fotógrafos sobre asuntos religiosos, sobre el significado de los actos litúrgicos y hasta los nombres de los objetos de culto; intentaron poner en forma la capacidad de expresarse con rigor, en ajuste a las exigencias de la cuestión tratada y como un servicio próximo al interés de los ciudadanos.
Las televisoras en perpetua lucha compitieron por ranking, por supuesto, pero en contra de lo que ocurre con buena parte de la programación, esta vez no con las armas de la vulgaridad y el sensacionalismo sino buscando presentar una información seria, con calidad técnica, más allá des festejo popular. Ni una sóla vez los comerciales interrumpieron los eventos masivos que protagonizó Juan Pablo II.
Por muchos días, los mexicanos escuchamos en las cadenas de radio, entreveradas con la programación normal, cápsulas con frases doctrinales entresacadas de encíclicas recientes o de la Instrucción para las familias; en televisión recitaban fragmentos de la poesía de Karol Wojtila, buscando las estrofas de contenido claro y profundo.
Informaron sobre la visita papal los mejores comentaristas, apoyados por sacerdotes y expertos, que en largas sesiones explicaban el significado de la visita, de las palabras del Papa, del Sínodo de las Américas y abordaban temas religiosos, muchas veces profundos, con afán de servir al público y haciendo a un lado, el afán laicista que por siglo y medio el gobierno ha querido imponer a la sociedad. Prácticamente todos los reporteros cubrieron los actos y desplazamientos del Pontífice, ayudados por un descomunal despliegue tecnológico y se vi en los actos a los propios dueños y directivos de los medios. Sin pudor alguno, los medios se unieron y secundaron el fervor y entusiasmo populares.
Pudimos leer incluso, al brillante y cáustico Carlos Monsiváis en un artículo titulado “¡Yo lo vi! ¡No me lo contaron! alabando el fervor del pueblo y tratando de explicarse el fenómeno “la incorporación por primera vez de un Papa a la tradición nacional. Lo no previsible en las visitas anteriores (1979/1990/1993), se consumó ahora, en el seno del fervor genuino, extraordinario, dirigido en este orden, según creo, al pontífice, al catolicismo como orgullo público recién adquirido, a la pertenencia a una comunidad nacional de emociones idénticas y reiterativas, a la juventud como disponibilidad al servicio de una creencia, a la vanidad de participar en el acontecimiento más importante del catolicismo de lengua española de fin de siglo, el viaje de despedida a México del Papa Peregrino”.
“según creo, el tumulto emocional resulta del enorme vacío sentimental o, si se quiere, espiritual de la población. La afirmación anterior es muy atrevida, propia de psicólogo de masas, o de articulista desdoblado en profeta, pero apoyo mi audacia en los testimonios a raudales, en videos y crónicas. Los que colmaban las calles, la Basílica, el Autódromo, el ex Estadio Guillermo Cañedo, lo hacían en plena huida de la orfandad psíquica, demandaban algo más, el alimento de los siglos que es la visión del mundo concentrado en unas cuantas imágenes”.
¿BAÑOS DE POPULISMO?
Una de las muchas cualidades del Papa es su inacabable capacidad para sorprender. Parecía que ya lo conocíamos, sabíamos de su resistencia física, de su capacidad para presidir largas ceremonias litúrgicas y de su paciencia para después, en privado, atender prelados, autoridades civiles, religiosas, familias y prodigar guía, aliento, consuelo Nos era familiar su devoción para rezar, escuchar, acompañar, para comprender. Sin embargo, para aquellos que critican su afán “populista” y el deseo de verse aclamado por multitudes, con la sencillez de siempre dio muestra clara de que está por encima de ello.
El lunes 25 de enero, durante su último acto masivo, el Estadio Azteca, se estremece con la voz de más de 120 mil personas que aclaman desbordadas al Papa, aquello parece una olla revienta de emociones, alegrías, tristezas, arrepentimiento, conversiones, lágrimas, felicidad. Muchas personas, más de las que sería lógico imaginar, con lágrimas abiertas o contenidas. El Encuentro con los representantes de todas las generaciones ha terminado, el Papa ya dio su bendición final, y con su frase “hoy me siento mexicano” la ovación que lo acompaña desde su arribo a México, llega al clímax a la apoteósis. El Papa mira y sonríe. Inesperadamente le dan a leer un papel, basta una seña del Pontífice para pedir silencio y el estadio entero calla, muestra de que no responde a un puro emotivismo histérico; como si nada, Juan Pablo II para en seco la aclamación en su punto más vehemente, nada más y nada menos que para pedirnos orar. Le acaban de informar de un terremoto en Colombia y pide una oración por los damnificados. Todas las gargantas recitan al unísono el Padrenuestro.

LA VOZ MORAL MÁS INCANSABLE DEL SIGLO

Otro elemento impresionante de ese encuentro fue el despliegue tecnológico que sólo conocíamos en eventos deportivos donde se juegan tanto millones de dólares, el desfile con las banderas de todos los países y regiones de América, los enlaces por satélite con multitudes reunidas en muchas naciones, la coreografía y el espectáculo preparados al servicio de una idea religiosa, una fiesta similar nunca se había visto en México.
No es normal que la visita de un hombre paralice a una ciudad de 19 millones de habitantes, que se cierre la circulación en colonias enteras cercanas a los lugares, no de donde va a estar, sino de donde va a pasar, que se interrumpa el tránsito en el anillo periférico, en un sentido, porque va a pasar el Papa, y en el opuesto, porque los coches se detienen para ver su vehículo.
El público que esperaba largas horas en el frío o el calor para ver pasar al Papa unos segundos, también reaccionó distinto en este viaje, no lo impulsaba sólo nuestra tradicional hospitalidad o nuestro gusto por la fiesta, ni volver a demostrar al Papa que “México sabe gritar”, es cierto que las reuniones multitudinarias, las imágenes producen una gratificación inmediata, modos intensos de sentimiento; pero esta vez, la sensibilidad y la inteligencia, vibraron al unísono con el entusiasmo de sentirse iluminadas por la verdad, la gente quedaba comentaba satisfecha que se sentía más cerca de Dios porque había visto de cerca a su representante en la tierra.
En una ocasión, a la vuelta de un viaje a Australia la periodista española Paloma Gómez Borrero preguntó Al Pontífice si merecía la pena tanta fatiga y gasto por un viaje y él explicó “Sí, claro que merece la pena, porque soy portador para el mundo de un mensaje de salvación. Un mensaje que ha costado nada menos que la sangre de Cristo. No hay cansancio ni dinero suficiente para pagarla”.
Estoy segura que en este nostálgico viaje de despedida a México, Juan Pablo II, viejo y cansado, más lento y parco, logró despertar en muchos mexicanos la actitud de apertura a las grandes tareas comunes. Su discurso es el mismo de siempre: defensa a la cultura de la vida, vuelta a los valores de la cristiandad, pero el México al que llegó es distinto al de los viajes anteriores. Nuestro país también está cansado de tantos errores y deseoso de volver a las fuentes que dan paz al alma. México se ha movido muy lento en su camino para tomar su lugar en el concierto de las naciones, el Papa vino a darnos un empujón a recordarnos que tenemos que acatar la mayoría de edad y ser misioneros, no tierra de misión.
Es más que cierta la frase con que la revista Time lo definió cuando hizo una selección sobre los líderes y revolucionarios del siglo, mencionan a Juan Pablo II, “la voz moral más incansable del siglo”.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter