Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

De cómo erradicar las amibas puede conducirnos a la civilización

Existen dos tipos de hipocondríacos: los ilustrados y los analfabetos. Los primeros sufren mucho, porque leen manuales y prontuarios de medicina. Yo soy uno de ellos. Sabemos, por ejemplo, que la sacarina es cancerígena, que la aspirina lastima al estómago, que una apendicitis nos puede matar. Los segundos, sencillamente se sienten enfermos; su sintomatología es vaga e imprecisa. No saben qué es un linfoma ni un CUSI.
Haciendo honor a mi hipocondría, tengo terror a las amibas. No es una obsesión infundada. La tercera causa de muerte en nuestro país son, ni más ni menos, que las enfermedades gastrointestinales. Las amibas no son algo de poca monta: se pueden enquistar en el hígado, perforar los intestinos y causar la muerte.
Las amibas se adquieren fácilmente: frutas, verduras, hielo, agua. Ideal para pescar una amibiasis es una ensalada de lechuga o unas fresas con crema. Afortunadamente reitero mi condición de hipocondríaco ilustrado si se llega a tiempo, la cura es efectiva: tres días de metronidazol. Desafortunadamente, las amibas no suelen presentar síntomas graves sino cuando ya está avanzada la enfermedad, muy a pesar de que existen algunos signos relativamente claros de amibiasis. Cualquier gastroenterólogo mexicano los conoce.
La amibiasis es propia de los países del tercer mundo o economías emergentes como actualmente se dice para no herir susceptibilidades. Muchos pediatras del sector salud recomiendan un tratamiento anual de metronidazol. Tal parece que la amibiasis es parte de la identidad nacional. No soy economista, pero estoy seguro de que las empresas mexicanas se ahorrarían varios millones de dólares si se evitaran las diarreas amibianas.
Hace unas semanas estuve en Puerto Rico. Obsesivo y prejuicioso, opté por tomar distancia de frutas y verduras. Caribe, palmeras, Latinoamérica: desconfié de los alimentos. Sólo como lechuga en Estados Unidos y Europa. Craso error. Según me comentaron algunos médicos puertorriqueños, la amibiasis está prácticamente desterrada de la isla. Los gringos, imperialistas y todo, fueron eficaces.
¿Qué hay detrás de la amibiasis? Trópico, pobreza, ignorancia y, en nuestro país, falta de cumplimiento de la ley y del sentido del deber.
¿Crees que en los restaurantes elegantes la ensalada César viene sin bichos? Ingenuo. Podría enumerar varios establecimientos y fastuosos hoteles donde el control de alimentos es pavoroso.
Un amigo, anglosajón de pura cepa, me repite una y otra vez: «Ustedes los mexicanos no se han dado cuenta del bien que produce cumplir la ley». Si elimináramos de Insurgentes esa larga avenida que cruza el valle de México los coches estacionados en lugar prohibido, si los «peseros» recogieran al pasaje donde está indicado y no donde les pega la gana, el tráfico y la contaminación disminuirían notablemente.
En la novela El señor de las moscas, de Goldwin (llevada a la pantalla para alegría de los perezosos), uno de los personajes afirma en un momento dado: «Las reglas, las reglas, son lo único que tenemos». La trama de la novela es sencilla. Un grupo de muchachos naufraga en una isla desierta. Una parte de ellos se deja llevar por la barbarie, cazadores que apuestan a la brutalidad y a la fuerza. Los otros apuestan a la ética y las reglas. El primer grupo quiere comer carne inmediatamente; el segundo, abandonar la isla y regresar a la civilización. Los cazadores triunfan.
No nos hagamos tontos, detrás del desmoronamiento social que estamos viviendo hay un incumplimiento generalizado de la ley: desde los semáforos hasta la Constitución. Somos un pueblo anárquico, primitivo. No hemos descubierto aún las bondades del cumplimiento de la ley. El reglamento de tránsito del D.F. es válido para todos… menos para mí.
Alguien definió «civilización» como aquel lugar donde las cosas funcionan como deben funcionar. Donde el agua potable es potable, la policía antisecuestros impide los secuestros, los profesores de primaria saben leer y escribir con corrección, y los impuestos son usados a favor de la comunidad .
El infierno puede verse de dos maneras: como aquel sitio donde la gente cumple su deber y sólo exclusivamente su deber (el médico cura, pero no sonríe, pues no está pactado en el contrato), o como aquel lugar en donde nadie cumple su deber.
Ignoro si México llegará algún día a superar la postración económica y social con funcionarios públicos corruptos. De lo que estoy seguro es que mientras los mexicanos no comencemos a cumplir la ley cercana (el «prohibido estacionarse»), difícilmente lograremos remontar el sub-realismo. La confianza es un valor intangible pero real, constitutivo y esencial de la civilización. Hace unos días, un funcionario me criticó por hablar de valores y patrones culturales: «son nebulosos, lo eficaz son los sistemas de coacción». Mi respuesta no le agradó: todo sistema coercitivo es evadible, sobre todo por quien lo controla; son los valores y patrones culturales los que garantizan el funcionamiento de la sociedad.
Mientras en los restaurantes no desinfecten la lechuga y las fresas, seguiremos padeciendo amibas y gastaremos en medicinas el dinero que podríamos invertir en educación. Y mientras no tengamos una verdadera conciencia de respeto a la legalidad en todas sus formas y niveles seguiremos viviendo como decía mi abuela con el «Jesús» en la boca. ¿Una manía?

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter