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La aventura de la sobriedad solidaria

Alelí amarillo. Los ingleses le llaman violeta de las murallas. Es capaz de crecer donde apenas crece nada: en las grietas de los viejos muros, sobre las torres desmochadas de las fortalezas, entre las piedras frías de un sepulcro, al sol que apenas se filtra a través de las troneras de un castillo en ruinas. Por eso, el alelí amarillo es la imagen de la fidelidad en la desgracia. Por eso, también el alelí amarillo es el símbolo de toda solidaridad.
Hay alguna razón para el desánimo.
Se estima que en un futuro cercano:

  • Una tercera parte de las tierras cultivables puede desaparecer, víctima del crecimiento de las ciudades, carreteras, autopistas y aeropuertos.
  • Existirá una progresiva degradación de la tierra laborable como resultado de técnicas agrícolas abusivas. Es una tendencia que viene de bien lejos. Los ojos de Platón hace 2,500 años eran ya capaces de sentir que lo que entonces quedaba era, en comparación con lo que había existido antes, «como la osamenta de un enfermo, sin una pizca ya de grasa; ha desaparecido la tierra mullida, sólo queda el armazón desnudo del suelo».
  • Se acentúa la desertización de antiguas áreas fértiles, como consecuencia de los incendios tantas veces provocados voluntariamente, la desforestación salvaje y el pastoreo hiperintensivo.
  • El trigo, por ejemplo, se viene cultivando por los hombres al menos desde hace 9,000 años. Y comenzó su cultivo probablemente en la zona denominada el Creciente Fértil, que abarcaba parte de lo que hoy es Israel, Turquía, Irak e Irán. Pues bien, esta región, que fue la cuna del pan, es hoy en su mayor parte un desierto…
  • La mitad de las selvas tropicales corren el riesgo de desaparecer a golpe de hacha, y con su destrucción podrían también alterarse las funciones que vienen cumpliendo a favor del mundo entero esos sistemas biológicos.
  • En la creciente contaminación ambiental, los mares parecen llevar la peor parte. Son tratados como inmensas cloacas a los que se hace engullir, hasta asfixiarlos, desde productos radioactivos, gases neurotóxicos o residuos de alcantarillas. Mares convertidos por el egoísmo humano en basureros universales, que salpican sus inmundicias en todas las playas de la tierra.
  • Crece la desproporción en el reparto de las riquezas del mundo. Se acentúan, así, las diferencias entre ricos y pobres, entre cultos e incultos tanto en términos personales como en relación con las sociedades y los pueblos y el abismo Norte-Sur se hace cada vez más ancho y profundo.
  • Se multiplican en todas direcciones y prácticamente en todas las sociedades, múltiples formas de pobreza tan graves o aún más que la pobreza material o económica: negación o limitación de los derechos humanos; asfixia de la libertad religiosa; marginación de millones de personas en la tarea colectiva de construir su propia sociedad; sofocamiento de la iniciativa social en materias económicas; consolidación de un horizonte humano alérgico a toda trascendencia; difusión, en suma, de un modelo antropológico unilateral, reductivo y hasta profundamente sórdido, sin esperanza ni destino, sin finalidad ni libertad conquistada.
  • Sigue y sigue la destrucción masiva de seres humanos: el hecho, sin duda, más grave o brutal de nuestra historia reciente cuyo costo social se hará progresivamente dramático.

¿Dónde queda la sensibilidad contemporánea ante tanta pobreza humana?
¿Ha dejado de ser cierto que más vale un pensamiento del hombre o la ternura de una caricia que todo el oro del mundo?
¿Estará en entredicho como se pregunta Ballesteros la credibilidad de la propia ciencia económica, incapaz de resolver temas aparentemente económicos como la conservación y distribución adecuada de los recursos naturales?
¿Está a punto de secar sus flores el alelí amarillo, la fidelidad ante la desgracia de los hombres?
Hay, en verdad, en el mundo nuestro una llamada al desánimo, pero también por razones epocales hay un sitio para la luz de la esperanza. Porque nuestro tiempo el mejor tiempo de los posibles para nosotros, el único que tenemos conserva un rescoldo vivo de solidaridad. Es tiempo, como ha descrito plásticamente Innerarity, de:

  • Preferir la comunicación a la cohersión.
  • Optar por lo personalizado frente a lo anónimo.
  • Reducir las relaciones autoritarias y dirigistas.
  • Privilegiar la diversidad.
  • Sustituir la homogeneidad por la pluralidad, el encuadre mecánico y funcional por la cordialidad, la inmovilidad por la iniciativa.
  • Aminorar la rigidez de las organizaciones.
  • Escapar de las lecciones pedagógicas abstractas, del lenguaje tópico de los políticos, de los roles distantes y convencionales.
  • Es tiempo de descompromiso con el Estado, de las iniciativas locales, de identidades territoriales.
  • Es tiempo, también, de una solidaridad más auténtica.

BOICOT AL VINAGRE DE LOS CUATRO LADRONES:
Bernanos suponía que los ricos, desde el fondo de sus cofres, podían disponer de muchas más vidas que un Monarca Justiciero. Lo que ocurre concluía es que esa potencia de vida o muerte, que se aloja en esos cofres es como la potencia de las estatuas o de los ídolos: no tiene ojos ni oídos. Es un poder que mata sin saber que ha matado.
De la insolidaridad puede decirse lo mismo. Tiene toda la indiferencia hierática, fría, y sorda, del que deja morir sin saber que mata. Tiene toda la asepsia del vinagre de los cuatro ladrones. Un vinagre hecho de menta, ruda, ajo, romero, salvia y lavanda potentes hierbas antisépticas empleado como remedio en una epidemia de peste en Marsella el año 1722. Alguien ha contado que cuatro ladrones, convictos, mantuvieron que ese vinagre les había protegido contra la infección mientras se dedicaban a expoliar los cadáveres de las víctimas de la epidemia…
Por el contrario, la solidaridad no es un puro sentimiento transitorio, ni un estado de ánimo, ni una moda pasajera movida por el viento de la oportunidad. Se asienta en sólidas y profundas razones:
a) En razón de la creación, existe en el hombre la ley de la solidaridad. Lo que ocurre es que ni la solidaridad se da en nadie en estado químicamente puro, sino entreverada de fragmentos insolidarios; ni la ley de la solidaridad se cumple mecánicamente, sino moralmente, es decir, con libertad y con lucha.
Esta concepción de la solidaridad originaria no una solidaridad sobrevenida más o menos artificialmente ha sido advertida con cierta nitidez por la mayor parte de los pueblos que hoy designamos insolidariamente como tercermundistas. En ellos se subraya, por ejemplo como ha escrito Ballesteros, cómo la garantía del derecho a la vida, del derecho al alimento, al vestido, a la vivienda, exige la propiedad comunal de la tierra, o al menos, excluye su disponibilidad ilimitada.
b) La solidaridad también existe porque la tierra es una sola comunidad, dotada de una unidad original espiritual, jurídica y económica. El mensaje más hondo del modo de pensar ecológico hace referencia, en este sentido, a la recomposición, a la recuperación, de esa unidad perdida.
Hay que recordar que la existencia de varios mundos el primero, segundo, tercero y cuarto mundo erosiona radicalmente la unidad del género humano y la compromete seriamente. Por esta razón, el progreso humano, si quiere ser algo más que un ingenuo y perverso embobamiento, ha de comprometerse decididamente con la ley de la solidaridad humana.
c) El deber de solidaridad es de cada hombre. Pero si el conjunto de los hombres es la comunidad, el deber de solidaridad es de todos los hombres que la constituyen. Se trata, pues con palabras tomadas de Desantes Guanter, de un deber recíproco, general, subjetivamente universal y valga la redundancia solidario, es decir, exigible, no a todos en conjunto, sino a cualquiera de los hombres que integran la comunidad.
A este planteamiento se oponen frontalmente dos obstáculos: la división del mundo en bloques contrapuestos; y la coartada de la «mano invisible».
La división de bloques lleva a pensar erróneamente que hay pueblos con vocación de solidaridad y pueblos con vocación de recibir solidaridad ajena. El juego de la solidaridad no es así. Moviliza, más bien, un doble flujo de solidaridad, de todos con todos siempre, aunque sea en una medida diferente.
La coartada de la mano invisible de la que hablaron sin cesar los economistas burgueses desde Adam Smith «no es otra cosa como ha escrito Ballesteros que la utilización ideológica y profana de la idea de la Providencia cristiana, con vistas a desarraigar el sentimiento de compasión ante la miseria circundante».
d) La solidaridad mantiene siempre un lazo de unión entre el pasado y el presente. La solidaridad requiere, pues, una doble sensibilidad: prestar atención al legado de los hombres del pasado, y reconocer fielmente las características de los hombres del tiempo presente.
La solidaridad implica siempre un sentido histórico sin prejuicios, o al menos con el menos número posible de prejuicios.
En síntesis, ser solidario es luchar para que:

  • se abran todas las fronteras, las físicas y las humanas;
  • caigan todas las alambradas;
  • cesen las trágicas políticas armamentistas y la proliferación de ensayos nucleares;
  • se rechacen todos los sistemas morales que se nutren del principio de que el fin justifica el empleo de cualquier medio;
  • se proteja la vida, toda la vida, especialmente la vida humana;
  • se rechace la idea dentro de las políticas demográficas de que las personas son simples números;
  • se opere conjuntamente se coopere por todos y para todos a favor del desarrollo educativo, cultural y económico.

Recordando a Rilke, cuando habla Eros, bien puede decirse que la solidaridad es siempre la belleza, sin maquillaje, de lo verdaderamente humano: una belleza delgada, morena, jadeante, insomne, salpicada con el polvo del camino, siempre atractiva para abrirse paso en los paisajes de tonos oscuros: como cuentan las crónicas que se abrían paso, en medio de la guerra con Inglaterra, los barcos franceses que transportaban las rosas para el jardín que la Emperatriz Josefina había creado en su residencia de La Malmaison…

EL CENTRO DE GRAVEDAD DE LA SOLIDARIDAD

Los grandes espacios que dibuja la solidaridad reclaman para no perderse la búsqueda de un norte histórico, la determinación aquí y ahora del verdadero centro de gravedad de las aventuras solidarias.
Tal vez ese centro esté aquí: en el respeto y la promoción de los derechos humanos frente al mercado y frente a la alienación de uno mismo. Tal vez esta orientación constituya hoy el antídoto más poderoso frente al capricho, la arbitrariedad personal, o la subordinación de la persona y sus necesidades más profundas a la planificación económica o al lucro como finalidad prevalente de la vida.
La preocupación por la riqueza venía a decir Max Weber no debería pesar sobre los hombres más de lo que pesa un manto sutil. Pero la fatalidad la inmoderación egoísta sería más oportuno decir ha hecho que este manto concluye Weber se transformara en una jaula de hierro. El capitalismo, puro y duro, descansa ya únicamente en fundamentos mecánicos.
Lo que ha hecho progresar históricamente a la humanidad no han sido sólo los cambios en la organización política y social, el desarrollo de la vida económica o el progreso técnico. Lo que ha hecho progresar históricamente al hombre ha sido también y especialmente la autoconciencia de su dignidad y sociabilidad, que le ha permitido engranar su vida con la de los demás; es decir, vivir libremente la aventura de la solidaridad. Todo puede renacer si la ambición material del hombre deja espacio al silencio creador. De otra forma, el hombre pasa metafóricamente a la condición de grillo…
Los chinos tenían por costumbre según nos cuenta Durrell criar grillos y practicaban con ellos una forma de deporte popular: las competiciones de canto de grillos. Era tanto el entusiasmo que despertaban que muchos grillos gozaban, incluso, del favor de la aristocracia china. No faltaban damas que llegaban a encerrar a sus mascotas en pequeñas jaulas de oro para poder tener a los grillos cerca de sus lechos para que su hermoso canto les ayudara a conciliar el sueño.

LOS DERECHOS FRENTE AL MERCADO

El mercado como noción, como sistema, como solución a todos los problemas económicos y sociales está de moda. Tan de moda que hasta se presenta en ocasiones como la panacea de todos los males. La confianza es temeraria y, a todas luces, exagerada. Es más: es posible que en la extensión indiscriminada de la tesis del mercado, o en la primacía que se le otorga, esté la raíz de la insolidaridad, es decir, la raíz de los efectos que hay que paliar desplegando la solidaridad.
El mercado de acuerdo con las ideas de Ballesteros había ido surgiendo como actividad marginal de pobres y vagabundos en las afueras de las ciudades (foris burgos, faubourg) desde el siglo XI. Las normas que regían la actividad se imponían al mercado, eran externas a él, tenían una fuente ética de inspiración, especialmente la teoría del precio justo. La gran transformación del mercado se producirá en torno al siglo XVI, con la total independencia de las reglas del mercado respecto al horizonte ético-social.
Comparto básicamente el pensamiento de Schumacher en sus críticas a los desajustes y diferencias del mercado:

  • «el mercado representa sólo la superficie de la sociedad y su dignificado hacer referencia a una situación momentánea»;
  • «en el mercado, por razones prácticas, se suprimen innumerables distinciones de calidad, que son de vital importancia (…) y no se les permite salir a la superficie»;
  • «en el mercado, cualquier cosa es igualada al resto»;
  • «en el mercado, equiparar cosas significa darles un precio y así hacerlas intercambiables»;
  • «en el mercado, lo sagrado de la persona se elimina de la vida, porque no puede haber nada sagrado en algo que tenga un precio».

Así pues, el primado del mercado introduce siguiendo a Ballesteros una doble y peligrosa indiferenciación: la indiferenciación entre los diferentes tipos de recursos, singularmente entre los recursos renovables y no renovables; y en segundo lugar, la indiferenciación entre los costos del crecimiento. El Producto Nacional Bruto, por ejemplo, no cuenta, como debiera hacerlo, el costo de las pérdidas de energía tanto ambientales desertización, reducción de la capa de ozono, desaparición de combustibles fósiles no renovables, extinción de especies vegetales o animales, contaminación como humanas aumento de la inseguridad, marginación, criminalidad, drogo-dependencia, Sida, hambre, enfermedades cardiovasculares o psíquicas.
Conocemos el precio de casi todo y sabemos el valor de casi nada, ha escrito rotundamente Innerarity.
La noción de mercado planteada en términos contemporáneos como verdadera y propia tabla de salvación para sociedades en crisis requiere importantes retoques. Los derechos humanos de la 2ª generación, o derechos humanos frente a la tiranía del mercado, defienden que lo ético y lo económico no son incompatibles sino recíprocamente necesarios. La solidaridad igual que la justicia son virtudes en las que están, por ejemplo, aliados los valores éticos y los valores económicos.
En la tumba de Benjamín Franklin, impresor, encuadernador, inventor, entre otras cosas, del pararrayos, se lee este epitafio esperanzado y riente:
El cuerpo del impresor, Benjamín Franklin, yace aquí, pasto de los gusanos, semejante a las tapas de un libro viejo, roto y descuadernado.
Mas no se perderá su obra, pues reaparecerá según espera en una nueva edición, revisada y corregida por su autor.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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