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Científicos y Dios: ¿vecinos distantes?

Antonio F. Rañada nació en Bilbao en 1939. Es doctor en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense (Madrid) y la Universidad de París, donde trabajó como investigador, al igual que en la Junta de Energía Nuclear de Madrid (hoy CIEMAT). Actualmente es catedrático de Física Teórica en la Complutense. Colabora con el Movimiento Pugwash (para que los científicos tomen conciencia de las repercusiones y riesgos, especialmente nucleares, de sus investigaciones) y con el World Institute of Science (ayudando a la opinión pública a comprender el papel de la ciencia en la solución de los problemas de la humanidad). Ha publicado «Dinámica clásica» (1990) y «Física básica» (1993). Desde 1987 es fundador y director de la Revista Española de Física.
En la introducción, el autor deja claro su propósito: la notoria falsedad del estereotipo de que los científicos se oponen necesaria y radicalmente a la experiencia religiosa, pues la práctica de la ciencia ni empuja hacia la fe ni aleja de ella… muchos científicos de primera fila creen en un Dios lo suficiente como para elaborar un sistema personal de creencias fuertemente implicado en la visión del mundo que deriva de su ciencia (p.14). Rañada reconoce con humildad los límites de su esfuerzo reducido al campo de la física, terreno que conoce mejor y dedica menor atención a la biología, geología y matemáticas. El libro se divide en ocho capítulos:

1. MIRADA Y PREGUNTA

Los científicos miran y admiran al mundo… y le preguntan. Antes o después se cuestionan si existe Dios. Independientemente de la respuesta que encuentran, ninguno deja de plantearse esta pregunta. Mirar el mundo deja lugar para el cuestionamiento religioso. La explicación materialista afirma que los científicos se oponen a la religión en virtud de un materialismo que pretende ser científico. Otros explican la religión como consecuencia del desarrollo psíquico de la especie humana; la virtud sería el «truco» del que se sirve la materia en la ascensión a un nivel más alto de humanización. Ambas son respuestas superficiales que chocan con la experiencia de gentes como Maxwell, Einstein, Planck, Darwin… y que llevan al autor a sostener que por sí misma, la práctica de la ciencia ni aleja al hombre de Dios ni lo acerca a Él. Es completamente neutra respecto a la religión (p.36).

2. CIENCIA Y RELIGIÓN

Las maneras como ambas se perciben son tan variadas que explica, en parte, los conflictos. Dios mismo no se concibe unívocamente. Existe el ateísmo, agnosticismo, fideísmo, teísmo, animismo, panteísmo y variados modelos de la creación del mundo.
Después de exponer los aportes de la filosofía griega, la teología medieval y la revolución científica, el autor critica con ejemplos suficientes diversas posturas: la teoría del conflicto inevitable, la teoría de la independencia. Algunos piensan que ciencia y religión son complementarias, pero la teoría de la cooperación le parece a Rañada, como las anteriores, de una simplificación excesiva. Termina citando una opinión de C. Sagan: Creo que es sabio, cuando nos enfrentamos cara a cara con misterios tan profundos, sentir un poco de humildad… la empresa del conocimiento es consistente con la ciencia y con la religión, y es esencial para el bienestar de la especie humana (p.63).

3. PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS

El autor destaca cómo dichas pruebas han perdido verosimilitud al contener afirmaciones que resultan inadmisibles: las pruebas de la existencia de Dios han perdido hoy mucho de su poder persuasivo, pero muy poco de su fascinación (H. Küng). Critica con acierto el argumento de San Anselmo y el concepto de un «Dios tapa-agujeros»; pero parece confundir el infinito matemático con el metafísico, validando la posibilidad de la serie infinita en los argumentos de Santo Tomás. El famoso argumento del orden está en entredicho por el desorden y el caos que también observamos en el mundo. Con todo, piensa que esos argumentos merecen respeto y tienen gran valor para el creyente, aunque más que pruebas lógicas parecen afirmaciones vitales. Según un viejo chiste inglés, nadie dudó de la existencia de Dios hasta que científicos prominentes se dedicaron a demostrarla. El autor deja claro que no se puede probar la existencia de Dios como si se tratara del teorema de Pitágoras. Sin embargo, no parece reconocer, por falta de rigor metafísico, el valor probatorio de las vías tomistas.

4. AZAR Y NECESIDAD

Todas las visiones del mundo buscan explicar los acontecimientos acudiendo al azar, la necesidad o la intervención divina. Demócrito lo expresó con naturalidad: Todo se debe al azar y a la necesidad. No hay más que átomos y espacio vacío, afirmación que molestó bastante a Platón.
La ciencia moderna creía explicar todo por los movimientos mecánicos de los átomos. Todo era predecible y estaba determinado. Se llegó a negar, incluso, la libertad humana. Curiosamente, los sostenedores del mecanicismo veían en él una exaltación del poder de Dios. Es una ironía histórica cómo las obras de creyentes (Descartes, Boyle, Kepler, Newton) abrieron el camino al ateísmo.
El mecanicismo vive su ocaso con el descubrimiento del azar. En el mundo de los átomos el azar es objetivo. Con estos descubrimientos aparece un mundo totalmente distinto al de la física clásica. Bohr defiende la complementariedad aparentemente contradictoria. Se desata la polémica: ¿podemos conocer la realidad? Rañada hace ver cómo, mientras J. Monod y S. Weinberg creen que basta el azar para excluir a Dios, otros N. Mott y J. Eccles creen que la caída del determinismo elimina los obstáculos que parecían oponerse a la libertad y a la existencia divina.

5. DISEÑO DEL MUNDO Y EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES

El mundo es un libro en el que todo aparece diseñado de acuerdo con su Autor, Creador y Diseñador. Dios se manifiesta a través de la Sagrada Escritura y la naturaleza. F. Bacon advierte la necesidad de no confundirlos: «Nadie mezcle o confunda neciamente esas dos enseñanzas», y Galileo piensa de forma parecida: «La Biblia enseña cómo ir al cielo, no cómo van los cielos» (p.117).
Sobre el origen de las plantas y los animales, o si las especies son fijas o cambiantes, la polémica no termina, aunque hoy pocos dudan que la evolución es hipótesis confirmada. El autor se detiene en Darwin. Algunos pensaron que la evolución descartaba la existencia de Dios y que todo el mundo biológico era cuestión de puro azar. Para otros, como Teilhard y Eccles, fue el medio divino para realizar la creación. El autor piensa que la ciencia no puede tomar posición sin salir de sí misma. La elección personal sería más vital que científica.

6. LA CREACIÓN

Rañada expone diversas explicaciones: la creación ex nihilo, el ser desde el no ser; la posibilidad de que la vida venga del cosmos (Hoyle, Oró), la autocreación (Hawking), y la teoría del Big-bang, que motivó el comentario de R. Jastrow: «…la evidencia astronómica lleva a una visión bíblica del mundo… para el científico que ha vivido según su fe ante el poder de la razón, la historia acaba como un mal sueño. Ha escalado la montaña de la ignorancia; está a punto de conquistar el pico más alto, y cuando supera la roca final es recibido por un grupo de teólogos que estaban allí sentados desde siglos» (p.143).
También analiza la posibilidad de la eternidad del mundo con su variante actual del modelo estacionario (Hoyle, Narlikov, Burbidge) y su contrario, el principio antrópico (Carter): nada es accidental para que el hombre exista. Hay coincidencias que dan qué pensar: algunas «cantidades» toman precisamente los valores necesarios para que surja la vida, ¿por qué la gravedad tiene el valor «correcto» para que surja la vida y no un valor distinto? Para unos se explica por el diseño en las propias leyes de la naturaleza, para otros, es el designio de Dios. El autor hace una buena crítica de la postura metacientífica de Hawking: sus afirmaciones no se deducen de los hechos científicos hasta ahora constatados.

7. CIENTÍFICOS ANTE LA IDEA DE DIOS

Los fundadores de la ciencia moderna fueron sinceramente religiosos, aunque no siempre mantuvieron posiciones ortodoxas. Copérnico fue clérigo, no sacerdote como se suele afirmar, puesto que nunca se ordenó. Kepler tuvo una fuerte tendencia a la mística. Galileo era católico. Newton, creyente heterodoxo, pensaba que la Iglesia católica y la anglicana no se mantenían fieles a la religión bíblica verdadera. Descartes, para agradecer su intuición primaria filosófica, fue en peregrinación al santuario de Loreto como lo había prometido. Pascal, también católico, se opuso al racionalismo y mecanicismo cartesiano; supo conjugar la pasión frente al método, el corazón con la lógica, la intuición con el discurso.
Existió una variada posición de los «científicos» en el siglo de las luces: Voltaire, deísta y partidario de una religión natural; Diderot, enemigo de la religión católica; Leibnitz, protestante practicante; Laplace, materialista, no necesitaba la hipótesis de Dios; Herschel, creyente y practicante; Piazzi, sacerdote teatino; Franklin, deísta; Volta, ferviente católico; Lavoisier, víctima de la revolución francesa. Priestley, descubridor del oxígeno, fue pastor anglicano. Euler, devoto defensor de la importancia de la oración.
Del siglo XIX, Rañada analiza a los descubridores de la electricidad y destaca la religiosidad del danés Oersted; la fe católica mantenida toda su vida por Ampère, a pesar y en medio de sus desgracias. Faraday pertenecía a una secta cristiana estudiosa de la Biblia (iglesia sandemaniana) de la que fue pastor. Maxwell pasó de anglicano a evangélico ferviente. Coulumb fue católico, Kelvin cristiano y Hertz luterano practicante.
El autor se detiene con Darwin, al que con frecuencia se cita como ejemplo de materialismo ateo. Pero al final de «El origen de las especies» usa la expresión «leyes impresas en la materia por el Creador». En una carta escrita en 1879, tres años antes de morir, dice: «Me parece absurdo dudar que un hombre pueda ser, a la vez, un teísta ardiente y un evolucionista… En las fluctuaciones más extremadas, no he llegado nunca a ser un ateo, en el sentido de negar la existencia de un Dios… Creo que en general… la descripción más correcta de mi postura es la de agnóstico» (p.195).
A.R. Wallace, quien descubrió la evolución al mismo tiempo que Darwin, fue una persona original. No admitió que las cualidades mentales estéticas, musicales, etcétera pudieran explicarse por la selección natural, pues no otorgan utilidad adaptativa, y de hecho muchas personas no las tienen. En su libro «El darwinismo» (1891), muestra «…cómo se puede haber desarrollado el cuerpo humano a partir de organismos inferiores, según la ley de la selección natural; pero también nos enseña que poseemos dotes intelectuales y morales imposibles de desarrollar por este camino, sino que tienen que tener otro origen, y para este origen sólo podemos encontrar la causa en el mundo espiritual invisible» (p.196).
El amigo de Darwin, Ch. Lyell, conocido geólogo, también rechazó que la inteligencia sea explicada por la evolución. No aceptó la selección natural, y afirmaba: «Acojo con gusto la opinión de Wallace de que quizá existe una suprema Voluntad y Potencia que guía las fuerzas y leyes de la naturaleza». Se le califica como deísta.
El botánico estadounidense Asa Gray era extraordinariamente religioso; veía en el estudio de las plantas una manera de acercarse a la revelación divina: «La fe en un orden es la base de la ciencia, y ésta no se puede separar de la fe en un Ser Ordenador, base de la religión». Explicaba la razón de su estudio sobre la hierba, diciendo: «El Creador parece haber puesto mucho trabajo en ella, de modo que no veo por qué no habría yo de estudiarla a fondo». Aunque no aceptó la selección natural, fue el propagador del evolucionismo en América. Como Wallace, sostenía la diferencia esencial del hombre con el animal.
T.H. Huxley fue quien enfrentó el darwinismo con las religiones cristianas, aunque era igual de duro con el materialismo y el cientismo. También rechazaba el calificativo de ateo. Por último, no podemos olvidar al agustino Gregor Mendel, quien descubrió las leyes sobre la herencia biológica, hecho quizá más importante que la misma evolución. Pese a todo, la evolución fue y sigue siendo para muchos sinónimo de irreligión. Sin embargo, no existían ni existen razones para que el enfrentamiento ocurriera con el daño que conocemos para la religión y, en cierto modo, también para la ciencia.
La mecánica estadística tiene tres padres fundadores: Maxwell, J.W. Gibbs y L. Botzmann. El segundo fue siempre un hombre religioso; el tercero afirmaba que «sólo un loco puede negar la existencia de Dios, pero es igualmente cierto que todas nuestras representaciones de Dios son antropomorfismos insuficientes».
Como vemos, las líneas más importantes de la ciencia natural en el siglo XIX, y sus representantes más cualificados, no dan pie para afirmar que la ciencia exige el ateísmo.

CIENCIA Y SIGLO XX

Einstein fue toda su vida determinista. Por ello, no aceptó la mecánica cuántica ni la responsabilidad moral del hombre. No creía en un Dios personal que premia a los buenos y castiga a los malos, ni creía en la probabilidad: «No creo en un Dios que juegue a los dados». Según el juicio unánime de los físicos de hoy, en este punto Bohr llevaba la razón.
Planck, nieto y bisnieto de pastores luteranos, no veía contradicción alguna entre ciencia y religión, por el contrario, encontraba convergencias y paralelismos: «El progreso de la ciencia consiste en el descubrimiento de un nuevo misterio cada vez que se cree haber descubierto una cuestión fundamental… la ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza» (p.205). Siempre consideró ciencia y religión como una cruzada cuyo grito de llamada es y será: ¡Hacia Dios! Sin embargo, afirmó que no creía en «un Dios personal y mucho menos cristiano», pero lo desmentía con sus hechos: asistía a los actos de culto en un templo de Berlín y ante el sufrimiento que le causó la muerte de sus hijos, escribió a un amigo: «Lo que me ayuda es que considero un favor del cielo que, desde mi infancia, hay una fe plantada en lo más profundo de mí, una fe en el Todopoderoso y Todobondad que nada podrá quebrantar. Por supuesto, sus caminos no son los nuestros, pero la confianza en Él nos ayuda en las pruebas más duras» (p.206). Éstas no son palabras de quien no cree en un Dios personal.

TRES FÍSICOS CUÁNTICOS

W. Heisenberg, propulsor de la mecánica de matrices y del principio de incertidumbre, señalaba que «el campo cognoscible por la ciencia es sólo una pequeña parte de nuestra realidad». Tenía también un concepto personal de Dios, con quien pensaba se podía tener una relación «de yo a tú y no de yo a ello». Afirmó: «Nunca me ha parecido posible rechazar el pensamiento religioso como parte de una fase superada de la conciencia de la humanidad». Sabía que la física del siglo XX volvía a la idea original de autolimitación: «El contenido filosófico de una ciencia queda garantizado únicamente cuando es consciente de sus límites. Sólo dejando abierta la cuestión de la última esencia de los cuerpos, la materia y la energía, puede alcanzar la física una comprensión de las propiedades individuales de los fenómenos» (p.219).
El austríaco E. Schrödinger (premio Nobel, 1933) descubrió la ecuación que describe el comportamiento de los electrones. También conocía las limitaciones de la ciencia: «La imagen científica del mundo es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre hechos… pero guarda un silencio sepulcral sobre… todo lo que realmente nos importa». Le preocupaba la existencia después de la muerte y pensaba que la física sugería fuertemente la idea de la indestructibilidad de la mente por el tiempo. Se interesó vivamente por la mística oriental.
W. Pauli, autor del principio de exclusión (dos electrones no pueden estar en el mismo estado en un átomo) y descubridor del neutrino (26 años antes de comprobarse en el laboratorio), también fue influido por C.G. Jung y por el misticismo; no era practicante, pero estaba lejos de cualquier ateísmo de corte racionalista.
Rañada continúa con la biología molecular y el cientismo de Monod. Menciona a Cajal y a S. Ochoa, que no descubrían a Dios, al contrario de Zubiri, en la creación de la materia. «El azar y la necesidad» de Monod, es el libro insignia de la interpretación materialista y atea del mundo. En un famoso artículo sobre este libro, F. Mauriac decía irónicamente: «Lo que Monod nos propone creer es mucho más increíble que todos los misterios en que creemos nosotros, los pobres cristianos».
Cita también a S. Weinberg y A. Salam que compartieron el premio Nobel de física en 1979. El primero es un ateo redomado, enemigo de toda religión, a la que acusa de perversa (especialmente en su versión fundamentalista), con un Dios causante «de las enfermedades genéticas y del cáncer».
Por el contrario, el pakistaní Salam, musulmán fervoroso, cita a menudo el Corán y no encuentra ninguna oposición entre ambas verdades. Antes bien, percibe profundamente la unidad de los dos aspectos. En contra de Weinberg, sostiene que «la relación mente-cerebro es una dualidad no limitada por las partículas», por tanto la mente y el cerebro no se pueden ni se deben confundir (p.220).

MOTT, ECCLES Y LA CONCIENCIA

Rañada analiza a Sir N. Mott (Nobel de Física, 1977) y a Sir J. Eccles (Nobel de Medicina, 1963), que al referirse a Dios atribuyen un papel importante a la conciencia. El primero, conocido por sus estudios sobre conductores, se interesó y escribió mucho sobre religión. Defendió un cristianismo sin milagros y opinó que «cada ser humano debe encontrar las creencias que le ayuden mejor a acercarse a Dios». Creía en el libre albedrío y era fideísta: «creo en Dios porque quiero hacerlo»; estaba influenciado por Küng. «La fe cristiana es simultáneamente un acto de conocimiento, de voluntad y de sentimiento».
Decididamente darwinista, Sir J. Eccles estudió la evolución del cerebro, defendiendo vigorosamente que la conciencia fue creada por Dios: «en el núcleo de nuestro mundo mental existe un alma creada por la divinidad». Enemigo declarado del cientificismo materialista, lo calificó de superstición científica. Dice con belleza: «De algún modo misterioso, Dios es el creador de todas las formas vivientes en el proceso evolutivo y, particularmente, en la evolución homínida de personas humanas cada una de ellas con un yo consciente de un alma inmortal» (p.228).
R. Feynman (Nobel de Física, 1965), experto en superfluidos y fuerza débil, afirmó que «decidir sobre la respuesta final no es científico… hay una consistencia completa entre esos aspectos de la religión y el conocimiento científico». Estimó que «el problema central de nuestro tiempo es que los dos pilares de la civilización occidental (espíritu científico y ética cristiana) se mantengan juntos, en pleno vigor y sin temores mutuos».
En la misma línea se expresaba Ch.H. Townes, descubridor del maser (dispositivo para producir haces de microondas) y del laser. Señaló que su fe, en un Dios personal y omnipotente, le ha impulsado como científico, proporcionándole humildad. Al comparar ciencia y religión, afirmaba que sus campos «son actualmente mucho más similares y paralelos de los que nuestra cultura supone»; la fe es esencial para el científico. Apoyó la tesis de que sin fe no habría ciencia, subrayando la frase de Einstein: «Dios es sutil, pero no malicioso». Sostuvo que el hombre no se explica completa y únicamente en términos de leyes de átomos y moléculas.

8. CIENCIA Y MISTERIO

Este último capítulo es sin duda el más interesante. Rañada critica acertadamente al cientismo (Atkins, Weinberg, Monod, Wilson) que pretende llevarnos a un totalitarismo cultural potenciado por los éxitos innegables de la ciencia. El autor recuerda cómo muchos científicos importantes niegan ese reduccionismo. Además, el método científico parte siempre de postulados que no se demuestran. Pone de manifiesto lo que se llama «el hechizo de la sabiduría total», la «teoría de todo» (Theory of Everything), así como la «teoría definitiva», en la que creen Weinberg y Hawking. Se detiene en el teorema de Gödel (todo sistema formal incluye afirmaciones que no pueden probarse dentro del sistema), quien se declaraba teísta y sostenía la posibilidad de una teología racional. Carnap tuvo que reconocer «la imposibilidad de la certeza absoluta», y Russell, que «la espléndida certeza que siempre había esperado encontrar en la matemática, se perdió en un laberinto desconcertante».
Es muy interesante la exposición, discusión y crítica en torno a la llamada «inteligencia artificial» (I.A.). El autor es contundente. Si existe el libre albedrío jamás habrá computadoras plenamente inteligentes. Como decía Wittgenstein: «Las reglas no contienen las reglas de su propia aplicación». R. Penrose sostiene que las computadoras trabajan siguiendo algoritmos y la mente no, por lo que será imposible que lleguen a ser inteligentes. En definitiva, señala nuestro autor, existen muchos mapas de la realidad que no deben ser excluyentes, sino complementarios. La ciencia no puede vaciar el misterio: ni la ciencia ni la religión pueden olvidarlo, como a veces se ha hecho por ambas partes. Si la ciencia no resuelve todos los problemas, muchos de ellos tampoco se resuelven sin ella. También puede la ciencia ayudarnos a purificar el misterio.
Al autor se le pueden hacer algunos reparos de poca precisión terminológica, desde el punto de vista filosófico y teológico, que no desmerecen el valor de sus aportaciones. Un buen libro que confirma muchas de las afirmaciones del papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio (14-IX-1998).
Rañada parece también desconocer el valor, como filósofo de la ciencia, de Pierre Duhem, filósofo de primera línea y ferviente católico teórico y práctico quien, en formidable unidad de vida, no confundió jamás el método científico con el de la filosofía y la teología. En su vida y en su obra encuentran confirmación las ideas básicas del libro que comentamos. Personalmente, creo que entre ciencia y fe debe haber unión sin confusión, distinción sin separación, así como concordancia y colaboración. Ojalá en este nuevo siglo así sea.
Convergencias y paralelismos
«Me parece absurdo dudar que un hombre pueda ser, a la vez, un teísta ardiente y un evolucionista…». Darwin.
«El progreso de la ciencia consiste en el descubrimiento de un nuevo misterio cada vez que se cree haber descubierto una cuestión fundamental… la ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza». Planck.
«El campo cognoscible por la ciencia es sólo una pequeña parte de nuestra realidad». Heisenberg.
«La imagen científica del mundo es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre hechos… pero guarda un silencio sepulcral sobre… todo lo que realmente nos importa». Schrödinger.
«La fe en un orden es la base de la ciencia, y ésta no se puede separar de la fe en un Ser Ordenador, base de la religión». Asa Gray.
«La ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia está ciega». Einstein.
Cerebro, hormonas y emociones
«Para mí fue simple: es como si la razón fuera la mano izquierda y la fe la derecha, si no usas ambas manos no tienes toda la fuerza. Pero me di cuenta de que otras personas tenían problemas para entenderlo, confundían los conceptos y trataban de explicar la fe.
Entendí que no puedes usar la razón para explicar la fe ni viceversa, lo que debes hacer es tener ambas y no hablo de la fe en términos cristianos o budistas, sino de sentimientos absolutamente humanos. Hombres y mujeres tenemos un cerebro, una parte racional, pero también hormonas y emociones. Eso somos».
Michael Dertouzos
Director del Laboratorio de Ciencia Computacional del MIT

El Financiero. 8-VII-99

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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