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Jubileos: Historia de una alegría universal

Transcurre el año 1300. Dante y Giotto, en calidad de peregrinos, entran a la Basílica de San Pedro. Es el primer Jubileo de la Era Cristiana.
Bonifacio VIII lo convocó mediante la Bula Antiquorum Habet Fida Relatio. Buscaba un período de paz en una época de particular violencia, un espacio para el perdón, para dejar atrás rencillas y odios. Anhelaba la tranquilidad en los Estados Pontificios, amenazados por Felipe el Hermoso, el rey de Francia y por la familia Colonna que detentaba el poder en Roma.
Dante refiere el suceso en su imaginario paso por el Paraíso[i], aunque también narra su encuentro con Bonifacio VIII en el Infierno[ii]. Al parecer, Dante no pertenecía al grupo de amigos del Papa
A pesar del Jubileo, que dispuso se realizara cada 100 años, Bonifacio VIII se vio obligado a refugiarse en Anagni, cerca de Roma, pero ni aun así se libró de sus enemigos. Hubo de sufrir severas torturas físicas, ordenadas por Guillermo de Nogaret y Sciarra Colonna. Pudo salvarlo el Cardenal Bocassini (quien lo sucedería en la Silla de San Pedro como Benedicto XI), pero su salud se deterioró severamente y murió, poco después, en 1303. Su iniciativa lo sobrevivió.

EN TIEMPOS BÍBLICOS

Los judíos liberaban a los esclavos en los «años sabáticos», así se lee en el Deuteronomio[iii]: «Si el hermano hebreo se vende a ti, te servirá durante seis años, el séptimo le dejarás libre, no le mandarás con las manos vacías. Le harás algún presente de tu ganado menor, de tu era y de tu lagar, le darás con arreglo a como te haya bendecido Yahveh tu Dios. Te acordarás de que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató: por eso te mando esto hoy».
El Levítico[iv] por su parte, dispone: «Seis años sembrarás tu campo, seis años podarás tu viña y cosecharás sus productos; pero el séptimo año será de completo descanso para la tierra, un sábado en honor de Yahveh: no sembrarás tu campo, ni podarás tu viña, no segarás los brotes de la última siega, ni vendimiarás los racimos de tu viña sin podar. Será año de descanso completo para la tierra».
Por tanto, ese séptimo año los esclavos recobraban su libertad y se dejaba descansar la tierra. Era año de reconciliación con la naturaleza y con el hermano. Año para valorar los bienes y perdonar las deudas, causa principal de la esclavitud.
Al cumplirse siete «años sabáticos», además de las obligaciones ordinarias, debía devolverse la tierra a su propietario original y se celebraba un jubileo. El Levítico[v] continúa: «Contarás siete semanas de años, siete veces siete años; de modo que el tiempo de las siete semanas vendrá a sumar cuarenta y nueve años. Entonces el mes séptimo, el diez del mes, harás resonar clamor de trompetas; en el Día de la Expiación[vi] haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra. Declararás santo el año cincuenta, y proclamarás en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada uno regresará a su familia. Este año cincuenta será para vosotros un jubileo; no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis la viña que ha quedado sin podar, porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí».
El texto es reiterativo, insistente, no deja lugar a dudas. Especifica que deberá cumplirse lo propio del «año sabático», o sea la liberación de esclavos y el descanso completo de la tierra y que, además, cada uno recobrará la propiedad de la tierra. El propio Levítico[vii], en los versículos siguientes, dispone: «Comprarás a tu prójimo atendiendo el número de años que siguen al jubileo; y según el número de los de cosecha, él te fijará el precio de venta: a mayor número de los años, mayor precio cobrarás; cuantos menos años queden, tanto menor será su precio, porque lo que él te vende es el número de cosechas».
La tierra no se vendía; sólo se compraba su usufructo y no por más de cincuenta años. Así se evitaban latifundios y enriquecimiento excesivo de unos cuantos.
Lo interesante, sin embargo, son las citas: «Declararás santo el año cincuenta», «es el jubileo, que será sagrado para vosotros» y «harás resonar clamor de trompetas», específicamente en el día de la Expiación. Es decir, se trataba de un «año de expiación» y, además, un año en el que la reconciliación debía septuplicarse, por tanto, debía ser de alegría. El origen del término jubileo es yobel, que significa: fiesta, alegría (pasa al latín como iubilaeus, con idéntico significado), porque la paz del alma trae consigo la alegría de vivir.

FIESTA CADA 25 AÑOS

La respuesta de los cristianos al primer Jubileo, llenó de esperanza a la Iglesia. No obstante, la anhelada paz no llegó. El Papa Clemente V tuvo que salir de Roma y establecerse en Francia, aunque dentro de los Estados Pontificios. Coronado en 1305 en Lyon optó, cuatro años después, por establecer la sede pontificia en Aviñón. Se iniciaba el período conocido como: «El cautiverio de Aviñón».
Clemente VI, cuarto Papa en Aviñón, vio lejana la posibilidad de retornar a Roma. Cola di Rienzo, autoproclamado «tribuno» con el apoyo popular, pretendía reinstalar el Imperio Romano. Un nuevo Jubileo podría aliviar la situación y buscar la unidad cristiana. El Papa dispuso se celebrara, en apego al Levítico, cada 50 años. Así, en 1350 proclamó, desde Aviñón, el segundo Jubileo y, para dejar claro su dominio sobre Roma designó, además de la Basílica de San Pedro, a San Pablo Extramuros y San Juan de Letrán como sitios de llegada de los peregrinos. El nuevo Jubileo atrajo a miles de cristianos. El Papa no estuvo presente en Roma.
Después de celebrarse dos Jubileos, el Papa Urbano VI quien ocupó la Silla de San Pedro de 1378 a 1389 propuso que el Jubileo fuera en los años 33, para recordar la edad de Cristo. La propuesta no recibió apoyo, aunque en 1933 hubo un Jubileo extraordinario: el motivo de Pío XI para proclamarlo no fue precisamente recordar la edad de Cristo, sino el XIX centenario de la Redención de la Humanidad.
Paulo II estableció en 1470, que tuviera lugar cada 25 años. Él no pudo convocar ninguno, ya que murió en 1471, pero su sucesor, Sixto IV, lo hizo en 1475. A partir de esta fecha, con la salvedad de 1800 y 1850, se ha convocado, cada 25 años, un Jubileo ordinario.

LOS JUBILEOS OMITIDOS

Dos Jubileos ordinarios no se efectuaron: el de 1800 y el de 1850.
En 1796, Napoleón, al frente del Directorio, condujo las armas hacia Italia. Avasalló el norte y obligó al anciano Pontífice a cederle la zona de Aviñón y a pagar 30 millones de francos a las arcas francesas. Para cubrir esa descomunal cantidad, el Papa Pío VI hubo de cuadruplicar los impuestos en los Estados Pontificios. Las revueltas no se hicieron esperar, en una lucha callejera murió un general francés. Napoleón culpó al Papa y lo llevó prisionero a Valence y proclamó la República Romana. La guerra se extendía por toda Europa.
En 1799, murió Pío VI y su sucesor, Pío VII, no pudo convocar el Jubileo. Napoleón, ahora como cónsul, continuaba al frente de las tropas francesas. La segunda coalición en su contra fracasó. Ya vencedor, Napoleón secularizó los territorios eclesiásticos del Rhin y firmó un Concordato con el debilitado Papa. Los reajustes territoriales trajeron consigo la desestabilización europea.
1850 fue también crítico para Italia. En 1848 año que la historia denomina, a causa de las múltiples revoluciones, «El año loco», Pío IX nombró ministro al conde Pellegrino Rossi, que fue asesinado. Ante la situación, el Papa se refugió en Gaeta, territorio napolitano, lo que permitió a Mazzini, jefe del movimiento «La joven Europa» proclamar, a principios de 1849, la República. Austria acudió al rescate del Papa y lo reinstaló en Roma. Así, en 1854 pudo proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, pero no fue año jubilar.

LA PUERTA SANTA

En 1423, el Papa Martín V (por cierto, de la poderosa familia Colonna), convocó un Jubileo que podríamos llamar extraordinario. Ese año la peste asolaba Italia, lo que originó que no pudiera efectuarse hasta 1425. Esto ocasiona que, a veces, se haga referencia a este Jubileo como el del año 1423. También convocó a un Concilio, que no llegó a efectuarse sino hasta casi ocho años después, en Basilea, siendo Papa, Eugenio IV.
Con Martín V terminaba el Cisma de Occidente. Elegido en 1417 (por los cardenales que habían acudido al concilio de Constanza en 1414), reinstaló en Roma la sede papal. Pero, recibió una ciudad en ruinas, semidespoblada y miserable. Se dedicó a reconstruirla, a darle nueva vida. Proclamó un Jubileo. Era un momento propicio para la reconciliación.
En este Jubileo se instituyó, por primera vez, una medalla conmemorativa y la apertura y clausura de la «Puerta Santa» de una basílica, como principio y fin del Jubileo. La basílica designada fue la de San Juan de Letrán.
En los Salmos se lee: «¡Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahvé! Aquí está la puerta de Yahvé, por ella entran los justos»[viii]. En el Evangelio de San Juan encontramos también una referencia: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas»[ix]. En alusión al acceso a la vía de salvación, Martín V instituyó que la peregrinación fuera acompañada del signo de la Puerta Santa como apertura del Jubileo.
En el Jubileo de 1500, para dar cabida a los miles de peregrinos que acudían a Roma, el Papa Alejandro VI designó Puertas Santas las de cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Costumbre que ha prevalecido hasta nuestros días.
La única excepción ocurrió en 1825. El Papa León XII sustituyó a la basílica de San Pablo Extramuros, ya que sufrió un incendió y estaba en reconstrucción. Por esa sola vez, la basílica menor de Santa María Trastevere ocupó su lugar.
Únicamente en el Jubileo de 1875 no se abrió Puerta Santa.
Víctor Manuel II, rey de Italia, apoyado por Bismarck, el duro Canciller alemán, penetró en los Estados Pontificios en 1870. El decreto promulgado establecía que Roma pertenecía al reino de Italia y se convertía en su capital. La «Ley de garantías» de 1871 otorgó solamente los palacios del Vaticano, Letrán y Castelgandolfo al Papa, y le permitía enviar nuncios ante gobiernos extranjeros. Pío IX no aceptó la ley y se consideró prisionero a partir de ese momento. Se inició un período conflictivo, que no se resolvió hasta 1929 con los Tratados de Letrán.
A pesar de esta crisis, Pío IX convocó en 1875 el Jubileo; pero no abrió Puerta Santa alguna, como signo de que no existía garantía de paz, como protesta ante Víctor Manuel II, a quien no pareció importarle en lo absoluto.

LOS MÁS POPULARES

Al paso de los siglos, el año jubilar se convirtió en todo un acontecimiento. Sin embargo, la historia recuerda particularmente dos, como los que más personas atrajeron y más actos los acompañaron: el de 1900 y el de 1950.
El paso del siglo XIX al XX y la carismática personalidad de León XIII, contribuyeron al gran acontecimiento, durante el cual, entre otros, fueron canonizados San Juan Bautista de La Salle y Santa Rita de Cascia.
El Jubileo de 1950, tuvo verdadera relevancia. Estaba aún muy cerca el fin de la Segunda Guerra Mundial. El mundo buscaba un reencuentro con la paz. Pío XII acompañó el Año Santo con la promulgación del Dogma de la Asunción. El mundo entero escuchó por la radio la voz del Papa.

JUBILEOS LOCALES

Además de los Jubileos ordinarios y extraordinarios, existe un tercer tipo: los locales. Por circunstancias especiales, se realizan en una región o una nación. En los últimos años, se han convocado varios para recordar el primer milenio de la conversión al cristianismo en Polonia (1966) y Hungría (1968). En 1996, se realizó un Jubileo local en Francia con ocasión del 1500° aniversario de la conversión de Clodoveo.
¿QUIÉNES HAN CONVOCADO MÁS DE UN JUBILEO?
Pío IX ha tenido el pontificado más largo de la historia: 32 años y hubiera podido proclamar dos Jubileos ordinarios: el de 1850 y el de 1875, sin embargo, sólo pudo convocar el de 1875, y en condiciones muy problemáticas.
Tocó a Pío IX uno de los períodos más conflictivos para la Iglesia. Sufrió el fin de los Estados Pontificios, que quedaron reducidos a tres palacios. Salvó en varias ocasiones la vida y, aún así, convocó en 1869, el Concilio Ecuménico Vaticano I que proclamó el dogma de la Infalibilidad Papal.
Bonifacio IX convocó el de 1390 (por cierto, el primer Jubileo al que podríamos llamar extraordinario) y el ordinario de 1400.
Pío XI convocó dos Jubileos: el ordinario de 1925 y el extraordinario de 1933, para conmemorar el XIX centenario de la Redención de la Humanidad.
Juan Pablo II es el único que ha convocado tres Jubileos: el extraordinario de 1983 (1950 Aniversario de la Redención), otro extraordinario en 1987, declarado «Año Mariano» y el ordinario del año 2000.

GRAN JUBILEO DEL 2000

Fue convocado por Juan Pablo II en la Bula Incarnationis Mysterium. Va acompañado de todo un ciclo preparatorio, que implicaría todo un artículo dedicado a ello, pero vale la pena mencionar que, por primera vez, tres basílicas de Israel han sido incluidas: la Santa Cruz (Jerusalem), la Natividad (Belén) y la de la Anunciación (Nazaret). Otro dato interesante, es que, también por primera vez, se incluyen ceremonias litúrgicas en los ritos propios de las Iglesias Católicas Orientales: maronita, sirio, alejandrino, armenio, bizantino, mozárabe…

MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y AÑO JUBILAR

El Jubileo de 1950, fue el primero que utilizó la radio para trasmitir al mundo el mensaje de Pío XII. En el de 1975, se televisaron varias ceremonias litúrgicas y los mensajes de Paulo VI. El del 2000 ya puede adquirirse en CD ROM y en videocassette y, ¡por supuesto!, consultarse en Internet.
Poco imaginó Bonifacio VIII la trascendencia de su iniciativa. Lo que inició con la participación de unos cuantos miles de peregrinos, produjo una multiplicación ad infinitum, hoy el «Año Santo», el año de misericordia, el año de expiación, el año de reconciliación, el año de gracia… convoca a millones de cristianos de todos los continentes, posición social y edades. La Iglesia cruza el tercer milenio.
Jubileos
El primer Jubileo se celebró en 1300 a iniciativa del Papa Bonifacio VIII. En el siglo XX los Papas que han convocado al Jubileo son:
León XIII 1900
Pío XI 1925
Pío XI 1933
Pío XII 1950
Paulo VI 1975
Juan Pablo II 1983
Juan Pablo II 1987
Juan Pablo II 2000
[i] La divina comedia. Cántico XXXI.
[ii] Ibidem. Cántico XXVII.
[iii] Deuteronomio 15,12-18.
[iv] Levítico 25,3-5.
[v] Ibidem. 25, 8-12.
[vi] El «Día de la expiación» es Yom Kippur, respetado en el actual calendario judío, el día 10 del mes Tishri.
[vii] Levítico 25, 15-17.
[viii] Salmo 118 [117], 19-20.
[ix] Juan 10,7.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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