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Conflicto: motor para el cambio

Conflicto es un término muy utilizado en el ambiente empresarial para referirse a un estado poco satisfactorio en que se encuentra una persona, una empresa o un país. Lo cierto es que es una palabra obscurecida por prejuicios relacionados con miedos, desequilibrios, crisis, problemas, etcétera. En fin, podríamos decir que se asocia con ideas que representan un panorama negativo. Sin embargo, esta concepción del conflicto debe revalorarse y ésa es precisamente la intención de este artículo; conocer el origen y naturaleza de este temido adversario para comprender que sin su participación, no sería posible progresar.
Resulta curioso pensar que el temor con que vivimos respecto al conflicto es tan inútil como temer a nuestra sombra, pues de principio a fin nuestra vida está envuelta en múltiples conflictos. Lo mismo nacer, aprender a morir, cambiar de trabajo, casarse, tener hijos, son experiencias caracterizadas por amplios momentos de conflicto. Momentos en que nos sentimos rebasados por la realidad y no sabemos qué decisiones tomar.
Sin lugar a dudas podemos asegurar que todo conflicto es un estado de desequilibrio frente a una realidad que, por el bajo dominio que tenemos de ella, nos hace sentir incómodos pues desconocemos la forma de enfrentarla.
Imaginemos a un exitoso director mexicano que es transferido a otro país a laborar, de primer impulso todo parecería ser una magnífica oportunidad, pues se le promete un estilo de vida muy superior al que actualmente tiene. Sin embargo, la tan anhelada oportunidad estará llena de fragmentos de una realidad desconocida para él y, por ende, las posibilidades de fracasar están latentes. Se enfrentará a una cultura distinta, un idioma diferente, leyes distintas, un mercado con otros comportamientos, etcétera. En pocas palabras, muchas de las fórmulas que le dieron éxito en su país de origen han pasado a ser obsoletas.
Es así que el conflicto surge cuando una persona se topa frente a una realidad donde sus experiencias son insuficientes para indicarle cómo sobrellevarla.

LA MANÍA DE ANTICIPAR

El instinto es al animal como las teorías al hombre. Todos tenemos nuestra mente llena de teorías con las que de alguna forma pretendemos predecir lo que va suceder y así anticiparnos a la realidad; por ejemplo: al llegar a un banco buscamos la fila más corta pues conjeturamos que saldremos más rápido; al hacer nuestro equipaje para viajar al extranjero dejamos los boletos de avión, pasaporte y documentos personales a la mano pues prevemos que nos serán solicitados durante el trayecto; un buen director de empresa permanece al tanto de la liquidez de su organización pues sus teorías le advierten el peligro de la insolvencia.
Teorizar es necesario para anticiparnos a la realidad y no ser rebasados por ella y es justamente en ese punto donde inicia el conflicto, pues toda teoría es insuficiente para anticipar toda la realidad. Cuando las creencias y conocimientos por las que están constituidas nuestras teorías se tornan insuficientes, nos sentimos en desequilibrio e incómodos, pues lo que sucederá a consecuencia de nuestras decisiones ha dejado de ser predecible.
Por ejemplo, hay desequilibrio cuando el dueño de una empresa, que por generaciones ha sido familiar, se enfrenta a la posibilidad de conformar una alianza estratégica con extranjeros; también se manifiesta en la economía latinoamericana frente a la globalización, o en un ejecutivo que decidió buscar trabajo en un ramo distinto al que siempre había laborado Las teorías se tornan insuficientes, las predicciones resultan erróneas, los riesgos se incrementan, la incertidumbre se eleva y la seguridad va desapareciendo. Eso es estar en conflicto.
En ese momento se abren dos posibles opciones. Por un lado puedo llenarme de valor y animarme a transitar por el peligroso camino de lo incierto; por otro, regresarme a la posición en que mis teorías funcionan. Hacer de la segunda respuesta una postura permanente ante la vida trae consigo el estancamiento.
La primera respuesta, aunque riesgosa, abre las posibilidades del desarrollo y el crecimiento. La psicología se ha pronunciado a decir que toda etapa de desarrollo va precedida por un periodo de conflicto, es así que el verdadero crecimiento se da por la capacidad de la persona de ensanchar sus teorías y conocimientos frente a esa nueva realidad, y así, concluir su desarrollo como mejor persona.
No es el ascenso por sí mismo lo que hizo crecer al director que fue trasladado a otro país a probar suerte, sino haberse expuesto a una realidad que le requirió crecer a través del aprendizaje y la incorporación de nuevas creencias y conocimientos.
¿QUÉ HAY AL OTRO LADO DEL RÍO?
La prestigiada psicóloga y autora Virginia Satir, asegura que los seres humanos vivimos tensionados entre dos grandes fuerzas: la de lo conocido y la del cambio.
La fuerza de lo conocido es aquella que nos impulsa a la seguridad que ofrecen los terrenos donde nuestras teorías coinciden de forma más cercana con la realidad. La fuerza del cambio es aquella que nos incita a aspirar a una mejor vida y nos invita a abandonar la seguridad de lo conocido y adentrarnos al incierto pero prometedor escenario de lo desconocido.
Cuando la fuerza del cambio es mayor que la fuerza de lo conocido, hablamos de una persona intrépida que, con la virtud de la fortaleza, no le teme a la vida ni a sus momentos difíciles con tal de lograr sus anheladas metas. Este tipo de personas hacen de su vida un espacio donde el conflicto es recibido como lo que es, un momento que antecede al desarrollo.
En los casos en que la fuerza de lo conocido es mayor que la fuerza del cambio, hablamos de una persona cobarde que prefiere la pasividad que ofrece la seguridad, aunque ello le implique no saber qué hubo al otro lado del río. Este perfil de personas usualmente cae en un pensamiento trampa que dota al conflicto de una coraza impenetrable y surge el espejismo de la desesperanza y el abatimiento. El pensamiento trampa consiste en comparar lo peor de mi presente con lo mejor de mi pasado. Ante semejante juicio, la resignación de que el pasado fue mejor que el presente impulsa a la persona a sumirse en el terreno del estancamiento de lo conocido.
Es cierto que es de sabios reconocer una mala decisión y en ocasiones hay que retomar antiguos caminos, eso es ser prudente. Pero no podemos confundir la prudencia con la cobardía del que no emprende algo en la vida por tener los ojos en el fracaso.
El conflicto debe dejar de ser apreciado como un estado negativo para ser visto como un momento de incertidumbre que, con ayuda del aprendizaje, nos puede llevar directo a nuestra zona de desarrollo próximo.
Todo escenario de novedad está lleno de incertidumbre, pero para ayudarnos a sobrellevarla contamos con la virtud de la fortaleza que se ubica en el justo medio de la temeridad y la cobardía.
Temeraria es la persona que ejecuta acciones atrevidas y arriesgadas a partir de juicios carentes de fundamento, y por ende queda obligado a incumplir con las consecuencias de sus decisiones; mientras que el cobarde vive carente de valor y ánimo centrando su vida en el pánico al error.
La personalidad con fortaleza entiende que el error es el proceso lógico del aprendizaje y que elaborar juicios de valor sobre las consecuencias de sus actos es medir sus fuerzas para cumplir con sus compromisos. La fortaleza es la mejor arma frente al conflicto.
Si la vida es el espacio limitado por dos grandes conflictos que no podemos elegir ni rechazar: nacer y morir, quedan entre estas dos grandes fronteras un sin fin de conflictos a los que libremente podemos enfrentar con la firme convicción de que después de ellos hay una persona más perfecta.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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