Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Este mundo…¿perverso?

Expuestas a las miradas del mundo entero, cada vez son más las exhibiciones públicas de los horrores privados. ¿Una muestra internacional del morbo en vivo y en directo? Para quienes alguna vez han deseado espiar a los vecinos, John de Mol, el «Rey Midas» de la televisión holandesa, creó en Alemania el concurso Big Brother. Se trata de un nuevo formato que se extendió ya a España y Estados Unidos. Seleccionan mínimo 10 personas y las encierran en una pequeña casa durante 100 días, vigiladas por cámaras y micrófonos. Los «inquilinos», sin televisión, radio, relojes ni Internet, son expulsados poco a poco de la casa por votación de cohabitantes y espectadores; el último que quede ganará una fuerte suma. Diariamente se emite por televisión un extracto de 45 minutos de lo que ocurrió en la casa durante el día, pero en Internet se podrá ver 24 horas al día, en tiempo real. Desde que se estrenó en Holanda, en 1999, la prensa alemana llenó de críticas y defensas a un programa tildado de «zoo humano» y «jaula de ratas» .
La deshumanización de la intimidad es sólo una de las manifestaciones del sombrío amanecer del siglo XXI. Muerte, dolor, sadismo, perversión, locura… Nuestros días parecen marcados por una desbocada fruición por los temas perturbadores. Están en todas partes: diarios, sitios de Internet, programas de televisión, producciones cinematográficas. Historias cotidianas que sugieren que el mundo está hecho un asco… ¿es verdad?
Quizá no tanto como muchos creen. La sombra de maldad que se cierne sobre el mundo ya estaba ahí desde los primeros tiempos. Si en aquel entonces se hubieran publicado periódicos, Caín habría acaparado los titulares mirando desafiante a la cámara y esgrimiendo la mortal mandíbula con que asesinó a su hermano. La tendencia al mal subyace en todo ser humano. Está ahí, agazapada y furiosa, a la espera de un estímulo que le suelte las cadenas. El mal y sus encantos, no tiene sentido negarlo, nos acompañan siempre; la historia de la humanidad está plagada de sucesos inhumanos, y la historia personal es compendio de maldades de todos los calibres, junto a refulgentes actos de bondad y benevolencia. «Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» .

PERVERSIÓN, NEGOCIO DEL ENTRETENIMIENTO

En lo íntimo de cada persona, bondad y maldad han luchado y seguirán luchando hasta el final de los tiempos. Sin embargo, hoy nos sentimos más apabullados por las manifestaciones de lo malo, por el rostro perverso de la inhumana maldad. Dos factores coinciden para acrecentar esta preocupante, y muchas veces angustiosa, sensación. En primer lugar, la abundancia de medios de comunicación empecinados en convencernos de que habitamos en el peor de los mundos posibles. Y también destaca que, aunque el mal siempre ha estado ahí, nunca había estado tan a la mano.
Pensemos en la pornografía. Hace todavía muy pocos años, para acceder a una «revista para adultos» había que ser totalmente descarado o un hábil zorro. El primero tomaba su dinero, iba al puesto y pedía en voz alta una revista que después paseaba con desenfado. El segundo, se «arreglaba» con el voceador, de manera que pudiera hacerse de la publicación sin ser visto ni oído; puntualmente recibía un discreto paquete y ocultaba su «literaria» costumbre en sitios aislados. En la click culture, en cambio, las más sórdidas escenas sexuales están al alcance de todos; basta hacer click en el control remoto o en el icono de la pantalla para enfangarse rápida y seguramente.
Ayer, el control de las audiencias del cine era estricto. Una de mis más memorables rabietas infantiles, la recuerdo bien, fue causada por un adusto individuo que me impidió acceder a la sala donde se presentaba Sylvester Stallone transformado en el colosal Rocky Balboa. La razón: extrema violencia. Hoy, en la tienda de videos más cercana a su domicilio, usted encontrará en el mismo estante la más ingenua comedia infantil y veinte centímetros más arriba una cinta que ostentosamente se presenta como sólo para adultos de amplio criterio. Además, la tradicional clasificación (A, B ó C), hace mucho que dejó de ser un parámetro confiable.
¿Y qué decir de los medios de comunicación en general? En síntesis: algunos que valen la pena y muchos pepenadores; sí, recogedores de basura que luego se encargan de difundir con bombo y platillo. En su submarino amarillo, muchos mass media del mundo han adoptado la perversión como la mejor estrategia para aumentar sus ventas. Es así de fácil, la fascinación por lo perverso debe mucho de su éxito a los grandes negociantes del entretenimiento, que en la cultura de lo sórdido han hallado el instrumento ideal para multiplicar sus utilidades. Consumidos por la sed de ganancias, han elegido el escándalo fácil para seducir a un amplio sector de la población, fascinado por los horrores ajenos.
Respecto a la burda imitación mexicana de los tristemente célebres talk shows estadounidenses, me uno a la sincerota opinión de Dehesa: «(…) no puedo matizar nada: son una porquería; son una exhibición infame, son el patético concurso de Miss Miserias. (…) Jamás imaginé que la televisión mexicana fuera empeorable, pero lo han logrado y no es una hazaña menor» . Podrían enumerarse muchos ejemplos más del campante mal gusto que se difunde a diario por todos los medios disponibles, nacionales y extranjeros, pero no hace falta. Baste apuntar que hace muchísimos años que el amarillismo morboso ha probado su éxito comercial. La seducción de hurgar en la tragedia, sin mancharse las manos de sangre, ha sido siempre atractiva. «El aspecto que presentaba la joven desdichada era pavoroso y horrible: los ojos saltados completamente de sus órbitas ó lugares; la mandíbula ó quijada inferior quedó fuera de la cavidad de la boca y el cráneo enteramente deshecho y en fragmentos horripilantes. Gran parte de la masa encefálica ó sean los sesos, quedó pendiente en la cornisa del primer piso de la torre, que fué donde chocó el cuerpo fuertemente al venir dando vueltas en el aire cual si fuera esquila o volantín».
Así reseñaba una hoja suelta el suicidio de Sofía Ahumada, joven de 20 años, que se arrojó desde la torre de Catedral en la Ciudad de México. Y el reseñista añadió: «De todas maneras lo que sí es ciertísimo es que el tal añito de 1899 se ha ido presentando desde su principio de lo más feo que pueda haber. Ya se vé como que en él va á tener lugar el fin del mundo, el día del Juicio Universal. Estos no son más que los preparativos. Suicidios á granel en esta culta Capital, temblores, mucho calor, excediendo al de otros años; quemazones, pestes, homicidios, atentados contra la moral nunca vistos como el de Ramón Palma, etc. etc. etc. En fin, un sin número de calamidades que escandalizan y hacen abrir la boca al más indiferente».
Retrato de un mundo caótico… y eso que faltaban décadas para la aparición de los huecos en la capa de ozono, los azotes del Niño, el deshielo de los polos, el auge de los reality shows o la avallasadora explosión del Internet. No, el mundo no es distinto, es la misma maravilla de siempre y en él no pueden faltar los agoreros de catástrofes, junto a los infatigables difusores de la esperanza.
¿ADIÓS A LA DIGNIDAD HUMANA?
El problema es que nuestra época, estupenda tal y como es „oprecisamente porque es nuestra„o, está saturada de información, y quienes son responsables de transmitirla suelen escoger lo que de nata tiene la leche. Rulfo, al relatar a su futura esposa el insoportable ambiente de la fábrica donde se ganaba la vida, parece describir el fenómeno que estamos viviendo: «Nunca había yo visto tanta miseria junta, tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre; para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas» .
Una de las más dolorosas pérdidas de nuestra generación es la creciente ausencia del sentido de lo humano, con sus inevitables consecuencias: incapacidad de compasión, egoísmo individualista, desconfianza en los demás y tristeza generalizada. Se han abierto tantos cauces a la exposición masiva de la maldad, que las aguas han salido de madre. Si todo es «normal» „odesde la exposición pública de las desgracias íntimas, hasta sitios completos de la web dedicados a la pornografía infantil„o, es cada vez más difícil construir diques que resguarden la dignidad humana. Andy Warhol afirmaba que toda imagen repetida hasta el cansancio terminaba por perder su efecto, tal como lo demuestra su cuadro con la imagen de la bomba atómica repetida en múltiples colores, y a esa patética insensibilidad puede conducirnos el mirar una y otra vez escenas que debían ser siempre desgarradoras.
Apostar por el mal, so pretexto de una expresión artística o bajo el endeble argumento de «retratar la realidad», es apelar a los instintos básicos y éstos no conducen a la vivencia plena de lo que hace hombre al hombre. Del animal racional se elige sólo al primero y procura alimentársele en consecuencia. «Cuando, por la irreprimible satisfacción de nuestras tendencias no inteligentemente dominadas, nos dejamos llevar por las múltiples compulsiones internas que nacen de nosotros, perdemos el sentido de la naturaleza humana, no sabemos ya quiénes somos. Ya no sabemos cómo conducirnos para ser lo que somos. Parodiando a Dostoievski, si no hay naturaleza (o si no hay un Dios que la haya concebido para nosotros) todo está permitido» .
La naturaleza humana clama por la verdad, el bien y la belleza. En nuestra época, en contraparte, abundan los adalides de la mentira, el mal y lo horrendo. No es de extrañar, por tanto, que la depresión sea pandemia de nuestros días y que proliferen quienes no saben a dónde dirigirse por la sencilla razón de ignorar lo que son. Así, el águila que debiera remontarse a las alturas y ver directamente al sol, permanece cautiva y desplumada en su mohosa jaula de incertidumbre. No es que no pueda volar, es que el encierro la ha hecho olvidar cómo hacerlo. La gran paradoja de esta ignorancia se da precisamente cuando, por los medios tecnológicos existentes, debiéramos contar con la mejor información posible, aquella que nos ayudara a volar cada vez más alto.
SIN SABER A QUÉ ATENERSE
El psiquiatra Enrique Rojas apunta: «Estamos cada vez mejor informados. Pero esa minuciosa y milimétrica información no es formativa: no se acompaña de unas notas positivas, que ayuden al hombre a enriquecerse interiormente, a ser más completo, más sólido, en una palabra, más humano, con más criterio, mejor. El resultado es la conciencia de encontrarse perdido, sin saber a qué atenerse, sin tener respuesta para tantos interrogantes como van planteándose. El estado anímico inmediato es la perplejidad: falla la teoría, la base sobre la que el hombre debe sustentarse y entonces va hacia abajo, perdiendo pie y apoyo: hundiéndose» .
A la sobrexposición informativa, mucha información y pocos mensajes que valga la pena comunicar, se añade una apatía generalizada que impide el desarrollo de una cualidad esencial de un público maduro: el discernimiento. Cual infantes glotones, consumimos todo lo que está a nuestra alcance y dejamos de lado, por pereza las más de las veces, nuestra capacidad de reflexionar. «Por cobardía o por comodidad, no pasamos de la verdad teórica a la verdad práctica: no queremos tomar conciencia de las cosas para no sentirnos incómodos. No es lo mismo saber y tomar conciencia. Sabemos muchas cosas, tomamos conciencia de pocas. Tomar conciencia es conocer, de cada verdad, sus motivos, sus precedentes, sus circunstancias y especialmente las consecuencias personales que ella acarrea para cada uno de nosotros» .
Así, se corre el riesgo de pasar la vida dormitando ante cualquier pantalla y olvidar que fuera de ese cuadro reluciente hay todo un mundo bello que vale la pena aquilatar. Manuel Vincent lo explica en cita larga, pero sin desperdicio: «En la colonia donde vivo empiezan a cantar los mirlos a las seis de la mañana. Tengo el privilegio de que me despierten sus gorjeos tan delicados antes de la salida del sol. A esa misma hora pongo la radio y me quedo en la cama sumido en una suave somnolencia mirando al techo sin pensar en nada. Por la ventana entran los cánticos de estas aves que me llenan de alegría el oído derecho, desde la mesilla de noche llega la voz persistente de un locutor que me inunda de miseria el oído izquierdo. Me debato entre ambos mensajes. () Si me dejo llevar por la voz de las aves, ellas me conducen hacia un refugio maravilloso donde toda la gente se encuentra a salvo. Si me dejo seducir por la voz del locutor, ella me adentra en un laberinto de corrupción, crímenes, guerras, escándalos, calumnias, injurias, insultos, caídas y fragilidades humanas. La somnolencia de esta primera hora de la mañana forma parte aún de mi inconsciente y no sé distinguir muy bien qué es lo irreal, si la vida que canta en las acacias o la muerte que se ha apoderado de la radio. (…) En realidad se trata de dos concepciones modernas del mundo. Ante el deterioro absoluto de la existencia humana unos creen que hay que adelantar el infierno a la muerte para que se purifiquen previamente los que van a ser condenados. La otra opción consiste en reconstruir de nuevo la cultura desde una flor y el canto de un pájaro» .
ANTE LOS HECHIZOS DEL MAL
Estamos entonces frente a la propaganda permanente de vivir en un mundo malo. No es verdad. Nuestro mundo, manufactura de Dios, es estupendo y está lleno de gente buena que nunca veremos en las ocho columnas ni en el horario triple «A» de los noticieros. Personas que viven y trabajan con la ilusión del futuro, amando apasionadamente el presente. Hogares donde reina la alegría y la luz del amor auténtico, empresas e instituciones conscientes de su responsabilidad social, héroes anónimos de la caridad y personajes que muestran públicamente su compromiso con la verdad. En breve: millones de mujeres y hombres luchando por ser buenos, conviviendo con otros que han sucumbido a los hechizos del mal; trigo y cizaña compartiendo el mismo espacio.
El mal se ahoga con el bien en abundancia y los tiempos críticos son tierra fértil para sembrar esperanza. Pero ésta sólo se cosecha con acciones que comprometan. Frente a la avalancha de muchos medios que más que de información son de deformación, es tiempo de participar en una auténtica revolución dentro del marco de lo que Juan Pablo II ha definido como la construcción de la civilización del amor. «Debes comprometerte para que la verdad prevalezca sobre tantas formas de mentira; para que el bien se sobreponga al mal, la justicia a la injusticia, la honestidad a la corrupción» .
Urge una cruzada y ésta sigue el orden natural de las grandes gestas de la humanidad: personal, familiar y social. Círculos concéntricos que se originan en un individuo consciente de su dignidad y transmisor de una cosmovisión enraizada en el espíritu humano y el anhelo de infinito. El reto es vivir en el mundo, tal y como es, sin pasmarnos por lo que otros, ignorantes o perversos, quieren hacernos creer del mundo. Sin negar la existencia de fenómenos que deben dolernos, es preciso no caer en el desánimo paralizante que tantas veces oculta una insensata pereza.
Hay iniciativas que dan muestras de lo que puede hacerse, A Favor de lo Mejor en México es una de ellas, para motivar la reflexión de los dueños de los medios y, de paso, colaborar en la difusión de criterios firmes respecto a lo que es congruente con la naturaleza humana. Del 24 al 30 de abril, más de 18 millones de personas de 30 países del mundo vivieron la sexta «Semana sin Tele» (TV-Turnoff Week), una iniciativa que consiste en apagar durante siete días el televisor y poder hacer lo que siempre queremos hacer y que no hacemos por «falta de tiempo»: escribir una carta, contemplar un atardecer, ir en bicicleta, en definitiva, vivir la vida… Las posibilidades dependen de la imaginación.
Los organizadores insisten: «la Semana sin Tele no se plantea sus contenidos, sino exclusivamente la dependencia al aparato. El que los niños y las familias vean la televisión durante un promedio de tres horas y media o cuatro al día (las estadísticas varían en los distintos países de Occidente), constituye una prueba de una seria dependencia» .
Por su parte, los ángeles del ciberespacio (CyberAngels) son un creciente grupo de voluntarios, por lo pronto más de 3 mil, que trabajan ya en 14 países para luchar contra la pornografía infantil y proteger a los usuarios de la Red contra acosadores, pedófilos y otros delincuentes del internet . Como éstas, otras iniciativas han surgido de auténticos rebeldes: inconformes dispuestos a nadar contra corriente, personas y organizaciones trabajando por un mundo más humano y necesariamente mejor.
RESGUARDAR LA ILUSIÓN DE VIVIR
La tarea, nadie se engañe, no es sencilla, exige audacia y abandonar el apoltronamiento de la comodidad, pero no puede esperar porque las circunstancias la hacen apremiante. «Los medios de comunicación además de distraernos nos bombardean de tal manera con sus noticias, que hacen casi imposible tomar posturas personales. Todos necesitamos distanciarnos de estos medios para así tomar la medida de las cosas. La saturación de palabras e imágenes sólo conduce a la confusión, a una fuga hacia delante donde nada queda resuelto. No es fácil librarse de estas tiranías, como tampoco lo es enfrentarse en soledad y en silencio con uno mismo. Pero algún freno habrá que poner a estos medios de comunicación que lo invaden todo mediatizando la vida humana» .
Cada época representa ciertos desafíos. La nuestra es una constante invitación a tomar conciencia de nuestra dignidad y sus exigencias, a no dejarnos arrebatar la ilusión de vivir como personas, a echar a andar en pos de un mundo más humanitario. Nadie puede darse por vencido antes de iniciar la batalla. La pugna entre el bien y el mal se libra en la intimidad del corazón, las armas para vencer siguen siendo la formación y la educación en las virtudes humanas.
Es verdad que hoy son miles quienes, con su visión retorcida de la existencia, confirman lo dicho por Cicerón: «Quitando de la vida el amor y la benevolencia, se quita todo el gusto de ella» . Junto a ellos, habemos millones empeñados en descubrir la bondad que nos rodea, todos los días, en cada persona con alma grande, en cada sonrisa que despierta la alegría. Un último consejo, esta vez del maestro Olaizola: «El mejor antídoto contra el pesimismo es leer en el libro de la vida, de cada día, en lugar de leer los titulares de los periódicos» . Para amar al mundo y luchar por él, es preciso apreciar y disfrutar lo mucho que tiene de bueno: reto de hoy, desafío de siempre.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter