SOMOS SERES HISTÓRICOS
Cuenta la anécdota que un encuestador se dirigió al encuestado con esta pregunta: ¿Tiene usted padre y madre? Como no era relevante que los progenitores estuvieran vivos o muertos, la respuesta fue afirmativa. ¿Le importaría responderme, siguió el encuestador indiscreto, si también tiene usted abuelos? Supongo que la respuesta también fue afirmativa. La parodia, más que vulgar, resulta obvia. No obstante, da con la clave inicial de cualquier organización humana: somos seres históricos y dependemos de quienes nos han precedido, que no sólo han hecho cosas, sino que nos las han legado como herencia, para bien y para mal.
Alguien dijo aquello de que somos enanos a hombros de gigantes. También podemos ser más optimistas y decir que somos gigantes sobre enanos. Para el caso tanto da: el pasado condiciona la realidad, la de cada uno y la de toda la sociedad.
Me parece que la primera condición de todo buen empresario es ser realista. Si la realidad está condicionada por el pasado, el buen empresario debe saber Historia. ¿O es que cree que sus clientes y empleados no tienen abuelos?
¿DE QUÉ HISTORIA HABLAMOS?
Puede que un empresario se sienta inclinado a estudiar la historia de la empresa. Me parece muy bien y es necesario, pero no basta; es más, creo que hay que tener cuidado y procurar salir de una Historia-guinda cultural que nos lleva a conocer curiosidades del pasado para asombrarnos o divertirnos. Tampoco basta la Historia-caso, que nos instruye sobre las decisiones tomadas por empresarios muy distintos sobre cuestiones muy concretas. Todo esto es bueno, pero insuficiente.
La Historia ¾la ciencia histórica¾ nos muestra la experiencia humana. Como ésta ha sido siempre muy variada, es necesario verla desde puntos diversos, aunque nunca podamos agotar sus posibilidades. En cualquier caso, la historiografía ofrece un elenco variadísimo, desde los temas tradicionales de la historia política, hasta las sofisticaciones de la microhistoria social, o la que trata de conocer los sentimientos y motivaciones más íntimos de pequeños personajes. Claro que no se puede saber de todo, pero la Historia no se agota en el detalle de la decisión estratégica que supone cambiar o no cambiar la fórmula de la Coca Cola, ni es la simple retrospectiva empresarial, por interesante que pueda ser.
EXPERIENCIA DE LA VIDA INDIVIDUAL Y SOCIAL
La Historia no es un saber teórico: es un saber sobre lo que realmente ha sucedido, con una certeza tan clara como que hemos nacido de una madre. Nos transmite un cúmulo de experiencias individuales y sociales reales que, además, forman parte de nuestra vida, de nuestros conocimientos y mentalidad; por ello condiciona nuestras actitudes. Por estar referido a la realidad, este conocimiento tiene un claro efecto operativo: nuestra organización social, el entramado político, las actitudes ante el trabajo, lo que pensamos de nuestro vecino, los problemas regionales, el terrorismo, el aborto, la seguridad social y nuestro gusto por el aceite de oliva o por el vino tinto, dependen de la historia en una medida de la que no somos realmente conscientes. Ahora bien, todo esto ¾más o menos, según los casos¾ son realidades que afectan directamente a la vida empresarial: conocerlas mejor ayuda a gestionarlas mejor.
La experiencia histórica es posible en la medida en que la naturaleza humana es esencialmente única y constante. Esa igualdad esencial nos permite obtener enseñanzas del comportamiento humano que no muestran un comportamiento mecánico, pero sí muy probable. La aclamación al héroe, la revuelta popular ante el tirano, o el pacto en condiciones de similar poder, son realidades que se repiten en circunstancias análogas, aunque también es claro que la libertad individual introduce siempre matices difíciles de prever. Todo esto es una gran enseñanza de comportamiento para la empresa, en la medida en que ésta es una pequeña sociedad con sus complejas interacciones.
El directivo empresarial es un organizador de personas ¾su principal recurso¾, se preocupa de crear riqueza, en forma de bienes y servicios, que sirva a las personas. En estos y otros aspectos, el empresario es un experto en comportamientos humanos; si quiere multiplicar sus conocimientos y experiencia, además sin riesgo alguno, no tiene más que estudiar Historia.
¿SOLUCIONAR PROBLEMAS?
Algunos piden a las Humanidades algo imposible: que les solucionen un problema. La cuestión se plantea de otro modo: ¿para qué sirve? Pero en realidad están preguntando qué problemas soluciona. Esto me recuerda el chiste del operario que cobró una cantidad elevada por apretar un tornillo. Ante la queja del cliente, la respuesta fue clara, la factura no era por la trivialidad de apretar el tornillo, sino por saber que había que apretar un tornillo y cuál era precisamente. Para apretar un tornillo se necesita una herramienta; pero el problema del tornillo no lo soluciona la herramienta, sino el conocimiento.
Ciertamente, el conocimiento de la Historia no le resolverá el problema concreto, pero eso tampoco lo hace su propia experiencia personal, ni la teoría de las organizaciones, ni su habilidad contable o estadística: los problemas se resuelven a través del estudio que aporta datos y amplía nuestro conocimiento. La Historia bien puede ser una fuente que enriquezca la información y nos ponga en mejores condiciones para tomar una decisión.
La influencia de estos conocimientos en las decisiones dependerá, como es lógico, del tipo de decisión a tomar. Una decisión estratégica sobre los objetivos de la empresa a largo plazo deberá tener en cuenta los procesos históricos a largo plazo que afecten a las condiciones sociales, las cuales previsiblemente cambiarán de acuerdo con las tendencias conocidas. No será así cuando se trate de decisiones de menor alcance. Asimismo, la Historia deberá tenerse más en cuenta según el producto: los productores de pipas tienen la historia a su favor en España, no en Inglaterra. El futuro siempre se puede cambiar, pero la Historia no. Se puede ir adelante en contra de la Historia. A veces es incluso necesario; pero, naturalmente, es siempre más difícil.
HACER CASO A LA HISTORIA
La propia Historia demuestra que no hacemos caso a la experiencia histórica, por clara que en ocasiones pueda ser. Caso típico es el del ejército de Hitler en Rusia: fracasó del mismo modo que Napoleón. Pero no hace falta irse a hechos tan extravagantes. Situémonos en el actual debate sobre la crisis del estado de bienestar: la historia de Occidente en los seis últimos siglos (desde el año 1400 aproximadamente), demuestra que, a largo plazo, las políticas que consiguieron dar mayor incentivo a los individuos han tenido mayor éxito, tanto en lo económico, como en lo político, frente a las que primaron un mayor intervencionismo estatal (por la razón que fuere).
La enseñanza histórica en ese aspecto es tan patente, que negarlo o ignorarlo sólo puede hacerse por tres razones: por ignorancia; por deseo ideológico de hacer tabla rasa y crear un mundo nuevo; o sencillamente porque el peso de la historia es tal que no nos es fácil encontrar el modo de cambiar. Los dos últimos casos son fuertes argumentos en favor del conocimiento de la Historia como condicionante de nuestra vida: bien olvidarla ¾o inventarla¾ para poder cambiarla (que en parte es lo que hacen las ideologías radicales, incluida la marxista;bien repetirla, que es lo que pretenden en nuestros días los políticos y empresarios que buscan la rentabilidad a corto plazo sin pensar en el futuro. Desde luego, si se vive al día, la historia sólo sirve como pasatiempo.
En relación con este peso de la tradición histórica, cabe señalar que para un historiador de la economía, expresiones como «importancia del sector público», «inversión en deuda pública», «importación de tecnología extranjera», etcétera, exigen precisión cronológica, porque son homónimas si tenemos que describir tanto la economía del año 1600 como la de 1998: son expresiones cuya permanencia delata la continuidad de los problemas estructurales durante cuatro siglos.
¿HACIA MUNDOS NUEVOS?
Salvo revoluciones (pocas veces con éxito duradero), los posibles mundos nuevos han solido estar relacionados con territorios distintos. Ha sido necesaria la emigración y la creación de nuevas sociedades para cambiar el mundo. En la historia de Occidente el paradigma de este fenómeno es América. En la situación actual, el reto de la globalización viene a ser como otra América en la que un mundo nuevo sea posible, siempre que Occidente sea capaz de llevar allí lo mejor que tiene.
América ha significado modernidad y progreso, porque los emigrantes llevaron allí lo mejor de sí mismos: iniciativa individual, ganas de trabajar, pero también su fe, su cultura, su sabiduría sobre la organización social que transmitieron, en muchos casos, a los nativos. En contraste, el imperialismo del siglo XIX llevó a los nuevos lugares descubiertos solamente un ansia de aprovechamiento económico y de control político, y a sus agentes, muy preocupados de mantener la separación con los nativos.
Nuestro nuevo mundo puede ser ahora la globalización. El éxito a largo plazo de la globalización dependerá del modelo histórico que se elija: podremos tener en el futuro un mundo mejor; o bien, más de lo mismo. La diferencia está en cómo se considere a las personas de las otras sociedades; para empezar, si realmente se las considera personas.
La Historia ha demostrado en la práctica lo que ya algunos, por ejemplo la doctrina social de la Iglesia, decían en la teoría; a saber, que es errado el proceso por el cual se ha pretendido conseguir el bienestar de todos, basado en la sobredimensión del Estado. Pero el error en la solución no significa que el problema no exista. Nadie se puede escandalizar ¾y no deberían hacerlo los neoliberales¾ si se afirma que el crecimiento de no pocas empresas se ha hecho, en los dos últimos siglos, sobre la base de la explotación de las personas, realidad que en muchos casos continúa en nuestros días. Las posibles exageraciones de la literatura o de la propaganda política no pueden llamarnos a engaño sobre la evidencia histórica más objetiva.
Es decir, no sólo tenemos que congratularnos de que en el pasado se haya creado riqueza, para seguir haciendo lo mismo, sino que debemos ser conscientes de cómo se ha creado esa riqueza; de los aspectos positivos de mejoras en la organización y la tecnología, pero también de los negativos. En la vida económica se olvida con frecuencia que el fin no justifica los medios y en la Historia se ve cómo, en ocasiones, el crecimiento se ha dado sobre la base del sacrificio injusto de generaciones. Es evidente que la situación ha cambiado, pero la historia del llamado problema social exige que el empresario no olvide que su función no es sólo económica o productiva, sino social. Que no hay producción si no se hace en una sociedad, por los individuos de esa sociedad y para la sociedad.
ESPÍRITU BURGUÉS Y ESPÍRITU ARISTOCRÁTICO
El directivo forma parte en nuestros días de un grupo social especialmente relevante. Se supone que tiene poder económico ¾ejercido, al menos, a través de la empresa¾ e influencia social y política. Es parte de lo que suele llamarse una élite de poder. Conocer el comportamiento histórico de las élites, saber cuál ha sido su función, con sus aciertos y errores, es otra lección práctica para el directivo empresarial.
En qué medida se ha utilizado el poder en beneficio o perjuicio de los demás es un argumento que ilustra hasta qué punto un grupo social es capaz de favorecer el equilibrio social o, por el contrario, perjudicarlo. La actitud de la élite es determinante para crear nuevas formas de organización o para bloquear el proceso; en cuanto al uso de sus rentas, de la élite dependen ¾también el Estado interviene¾ las posibilidades de una mejor distribución de los recursos sociales.
En la sociedad estamental, el grupo elitista por excelencia era la nobleza. También ellos dirigían hombres, organizaban la vida económica e influían decisivamente en la política. El otro grupo social determinante en la historia es la burguesía. En ella se encuadran históricamente los comerciantes, y por lo tanto, los empresarios, los financieros, los hombres de negocios en general; fueron ellos quienes, con su trabajo y las herramientas de su profesión, cambiaron la sociedad estamental y abrieron los cauces de las nuevas formas económicas. Sus intereses y una determinada mentalidad económica han marcado una fuerte impronta en la sociedad contemporánea.
Espíritu burgués y espíritu aristocrático han tendido a oponerse por parte de los teóricos. Existe una fundamentación histórica en la medida en que los burgueses lucharon contra los privilegios que mantenían los aristócratas. Pero reducir ambos espíritus a eso es reducirlos demasiado, a la vez que contribuye a la caracterización, en cada caso, de uno de sus rasgos principales: burgués, igual a libertad e iniciativa individuales, bueno; aristocracia, igual a privilegio de cuna sin méritos propios, malo. Visto así estamos de acuerdo. Pero la realidad histórica es mucho más compleja.
Para empezar, no hay, en cuanto al comportamiento, tipos puros. Los burgueses buscaban también el ennoblecimiento y los privilegios. Por su parte, muchos aristócratas eran defensores y practicantes de empresas individuales, que no necesariamente disfrutaban de privilegios. Por otra parte, interesa considerar los aspectos positivos y negativos de ambas identidades. Si el burgués valora el trabajo y el mérito personales, la actividad productiva y la innovación, también es portador de actitudes insolidarias y egoístas que en parte heredó de la aristocracia. Los burgueses formaron nuevos cuerpos, no sancionados por los privilegios de la ley, pero sí por la ley de la fuerza, que se mostraron tan cerrados como los anteriores.
Por su parte, el espíritu aristocrático no es sólo el mundo del privilegio abusivo. El honor y la honra, el ejemplo de la virtud, la solidaridad clientelar, el respeto al rango, la estabilidad de las tradiciones, son algunos de los valores que se encuentran en el imaginario aristocrático, y que solían ir unidos a una fundamentación religiosa.
Cuando la revolución burguesa se produce, hereda algunos aspectos positivos de la burguesía y algunos aspectos negativos de la aristocracia (la deformación autoritaria y engreída del que se considera superior), pero rechaza por igual los aspectos anticuados de la aristocracia y sus valores positivos. De ahí que en el desarrollo del espíritu burgués y de la sociedad contemporánea haya un exceso de individualismo: tanto en el sentido de exaltar al individuo por encima de los valores sociales, como en el de absolutizar los deseos individuales por encima de cualquier norma objetiva de comportamiento. En ambos casos, el individualismo es negativo porque propende a la exclusión y al autoritarismo.
En el espíritu burgués contemporáneo cualquier norma se entiende como merma de libertad. No capta que el espíritu burgués no apareció con la revolución, sino que existía mucho antes y se identificaba con la empresa y la vida económica exactamente igual; pero a la vez, no le eran extraños los problemas humanos, ni las normas políticas o morales, que tendían a conseguir el bien común. Por eso es muy bueno conocer no sólo la historia contemporánea, la del último siglo, sino la de siglos más alejados, para ver que tanto los logros como los problemas no son enteramente nuevos.
NADA HAY NUEVO BAJO EL SOL
¿Qué ventaja obtenemos al darnos cuenta de que nihil novum sub sole [nada hay nuevo bajo el sol]? La de no absolutizar nuestros criterios. Cuando un empresario insiste en que actuar con ética en el mercado es imposible, o que engañar al cliente es necesario, no se le debe contestar solamente con argumentos filosóficos sobre la teoría de la bondad o maldad de esas actitudes: también se pueden dar ejemplos históricos de que, a largo plazo, las actitudes éticas también han sido rentables.
Ciertamente lo fueron en contextos diferentes, pero lo fueron en muchos momentos históricos, lo que demuestra que la persona es capaz de organizarse con criterios éticos también en el mercado; o dicho de otro modo, que se puede organizar éticamente el mercado sin defraudar oferta y demanda. Es más, oferta y demanda son dos señoras que se vuelven locas si se las deja solas. Adam Smith las puso junto a otra compañía, la mano invisible; hasta ahora nadie ha visto esa mano, pero seguimos esperándola. No sé por qué, pero los teóricos posteriores han afirmado que las imperfecciones del mercado se superan mejor en la medida en que la mano visible, que es el empresario, se deja de utopías. La utopía puede ser necesaria como objetivo ¾a lo mejor los empresarios también tienen que soñar¾, pero el camino que lleva a utopía pasa por la tierra. La Historia está llena de esos caminos. (Agradecemos a la revista Empresa y Humanismo la autorización para reproducir y resumir este artículo.)