Si nunca has visto Friends no eres de este planeta. Quizá esgrimas como disculpa tus ocupaciones, tus aficiones, tu disciplina o la falta de energía eléctrica en tu casa. No me parece mal. Sin embargo, si tienes hijos adolescentes y te empecinas en no ver eventualmente este programa, temo un grave problema de comunicación con tu progenie. Uno de mis asistentes según dicen sus amigos perdió a su novia por no ver Friends: carecía de tema de conversación.
LA UTOPÍA POSMODERNA
La serie es popular entre la gente joven y madura de la clase media y alta de América Latina, Norteamérica y Europa. Incluso hay fans del programa en Japón. El esquema es sencillo. Seis amigos, tres varones y tres mujeres: Joey, Chandler, Ross, Rachel, Monica y Phoebe. En la plenitud de la vida, independientes, escépticos, habitan entre edificios de Nueva York. No se mueven en los suburbios de las antiguas series tradicionales: Hechizada, Mi bella genio, Mr. Ed.
La trama es como la tela de Penélope: se desteje de día lo que se ha tejido de noche. Matrimonios van, matrimonios vienen. La sexualidad es un juego constante. Joey, aprendiz de actor (en la serie), ama sobre todas las cosas a Joey y, después, a todas las mujeres. Rachel, ejecutiva de Ralph Lauren, devanea con Ross. La atractiva Rachel por ahora señora de Brad Pitt es la personalidad profesionalmente más sólida. Ross, paleontólogo, estuvo casado hasta que su esposa Carol confesó ser lesbiana
Sé que es de mal gusto lamentarse como el profeta Jeremías. «¡Qué barbaridad!, ¡qué decadencia! ¡El mundo está podrido!», y toda la letanía apocalíptica sobre los horrores y desmanes de esta sociedad perdida. Pero no resisto la tentación de cierta denuncia.
La popular serie es una metamorfosis del sueño americano. Los artistas no viven como sus padres: casas rodeadas de jardines con cocheras y familias típicas. Friends retrata individuos sin hijos y que mantienen una relación distante con sus padres. El sueño de la eterna juventud. No son grandes emprendedores, ni presidentes de corporaciones poderosas. Sus apartamentos son modestos y viven, si no con austeridad republicana, al menos con el desenfado del soltero de la Wealth Middle Class.
Los protagonistas parecen resignados a pertenecer a una clase más modesta que la de los Picapiedra. No sin tropezones económicos, siguen adelante más allá de la inflación, el desempleo y el empobrecimiento generalizado en Occidente. Son consumistas, viven en un lugar estrecho y son felices. La realidad no mella su encogido paraíso. Tenemos una comedia de humor fácil, Slapstick. Caídas, confusiones, situaciones embarazosas e inverosímiles; Phoebe, por ejemplo, alquila su vientre como madre «nodriza».
Se mofan del intenso tráfico sexual. Chandler y Monica graban sus escenas de alcoba. Los personajes se enamoran para desenamorarse en el siguiente episodio. Soslayo ahora cualquier juicio moral sobre tales hábitos: subrayo la unidad del grupo sobre el tráfago de adrenalina. Las inestables relaciones no generan amargura; los protagonistas no se hieren con sus romances y amoríos. Joey y compañía existen en un mundo idílico. Son corazones tiernos y simultáneamente de hielo. De ahí el nombre de la serie: amigos. El compromiso se trivializa en un nivel personal, pero la amistad corporativa perdura. Irrealidad total.
Vista con objetividad (de la que todos carecemos en cierto grado), Friends es una utopía. Asistimos a una comunidad feliz. Por encima de avatares económicos, rencillas, chismes y juegos afectivos persisten la amistad y la eterna juventud.
FRIENDS EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Comercializada por Warner Bros., Friends es un cuento rosa comparado con Seinfield, de Columbia TriStar. Ésta se articula en torno a otro grupo de amigos. La diferencia es que la crueldad y la frustración escurre en cada capítulo. Mucho tiene de humor negro; basta pensar en el fracasado Cosmo Kramer, vecino de Jerry Seinfield, o en la saña de Elane Benes, íntima exnovia de Jerry.
Friends es un panegírico a la amistad «posmoderna». Sus protagonistas no son los adolescentes sentimentaloides de Dawsons Creek, jovencitos «libidinosos» que sufren engaños y desengaños por tomarse a la pareja «demasiado» en serio (las continuas riñas entre Dawson y su amigo Pacey). Tampoco es la exaltación del heroísmo sui generis de Felicity, estudiante defensora del pluralismo y la libertad, como el derecho a recibir la píldora abortiva after day en la enfermería escolar.
No aburre con la gastada crítica a ricos frívolos: Beverly Hills 90210. El sofisticado suburbio californiano es escenario del drama de Brandon Walsh y sus amigos burgueses. El héroe, Brandon, es un muchacho «clasemediero» proveniente de Minnesota. Paulatinamente y no sin disgustos, se adapta al glamour de su fascinante barrio. Vive con sus adinerados compañeros conflictos, tragedias, romances y dilemas. Juntos experimentan la transición del bachillerato a la universidad. El productor intenta recuperar melodramáticamente la trascendencia de la vida.
Otro estilo: Will&Grace, la pareja posmoderna. Se quieren como amigos y comparten el mismo techo; pero Will es gay, y ella quisiera «algo más» con él.
Friends también está lejos de ser el maremagnum de Real World de MTV, imitación de Big Brother de Holanda, cuya versión castellana causó furor en España en el 2000. Real World exhibe la intimidad cotidiana de los dormitorios de gente joven, cámaras para captar la vida «real». En la pantalla se afrontan temas que van desde el alcoholismo hasta el racismo, pasando por el drama de la senilidad de los abuelos o el cáncer de una hermana. Es un mundo sin contexto, la vida hecha película, sencillamente vivida al día sin grandes patrones ideológicos. El frenesí de la imagen, quizá el de muchas historias más reales.
En cambio, Friends no da pie al tremendismo, es la fantasía social de la nueva generación. Practican el sexo sin compromisos en una atmósfera de amigos leales. Sus protagonistas no creen en el self-made man, que llega a ser millonario comenzando con un puesto de helados. Desencantados, conservan la suficiente dosis de optimismo para no angustiarse económica ni afectivamente por la vejez.
AMIGOS POR SIEMPRE
Joey, Chandler, Ross, Rachel, Monica y Phoebe sobreviven al individualismo y la anulación del núcleo familiar gracias al paraguas afectivo del grupo. No comen solos en una hamburguesería como otros, ni temen el solitario asilo de ancianos.
La amistad es una condición indispensable para la felicidad, apuntó Aristóteles. Nadie concibe la felicidad sin amigos. Los seres humanos somos sociales por naturaleza y esto significa, entre otras cosas, la necesidad de compañía. El filósofo de Estagira clasificó los tipos de amigos en tres clases: de utilidad, cuando buscamos a alguien por sus influencias políticas; de placer, cuando nos convida a beber un gin tonic; de virtud, cuando siendo amigo del otro gano en virtudes.
La soledad es el drama perenne de la humanidad. La historia de la literatura, ahora la del cine, está sembrada de reflexiones en torno a la amistad y su contrapartida.
Herman Hesse creó la historia del joven Emir Sinclair, guiado y protegido por Max Demian, figura delicuescente que saca al joven Sinclair de su ensimismamiento. En el Orlando de Virgina Woolf se percibe la soledad de un personaje tan longevo como singular. El periodista deportivo de Richard Ford destila la amargura del hombre divorciado; una acidez que destroza a Ross. En el cuento El ladrón de palacio de Ethan Canin, priva el desengaño del profesor a quien sus estudiantes toman el pelo; Joey, en cambio, hace gala de cinismo, como si su comportamiento no causara dolor. La novela Una música constante de Vikram Seth narra la historia de un violinista, Michael Holmes, también solo, con un puesto sin expectativas como segundo violín, y si con ocasión de un concierto adultera con una vieja amiga, la soledad reaparece con más ferocidad cuando la infiel regresa con su marido y su hijo; Phoebe es impensable al lado de un concertista así. El magnífico relato de Kazuo Ishiguro, Los restos del día, es la historia del solitario mayordomo Stevens. El libro ha sido llevado a la pantalla con Anthony Hopkins. El criado sirve con fidelidad inusitada a Lord Darlington. Absorbido por su profesión, Stevens deja pasar la vida embebido en la flema de un trabajo impecable. Al final del día queda el vacío y sin sentido de una vida gastada en pulir platería y organizar elegantes banquetes. En Friends, ni por asomo se vislumbran estos espectros. Ninguno de los personajes se toma su empleo como vocación. Viven para divertirse, no para amar y servir. Y, a pesar de todo, tienen amigos.
ANTE TODO, AMISTAD
El buen humor salpica Friends. Los productores apuestan por la risa fácil. La banalidad de las situaciones es ocasión de distensión; su exageración desvanece las tragedias (el episodio de la receta de galletas de chocolate). El éxito del programa puede explicarse de muchas maneras. De acuerdo con la teoría clásica, los espectadores se identifican con los personajes. La gente de hoy ve en Friends el grupo utópico, el de la amistad sólida que todos añoramos. Las circunstancias son irreales, lo efímero se cristaliza: el sueño de la eterna juventud. Y es que las personas de todos los tiempos somos «cursis» y deseamos gozar de amigos. Se lee en la Sagrada Escritura: «el amigo fiel es refugio seguro, el que le encuentra ha encontrado un tesoro» (Sirácide, 6, 14).
No creo que nuestra civilización vaya en contra de la amistad; al contrario, Friends explota las ansias que todos tenemos de compartir con alguien nuestro mundo. El punto, como siempre, es el costo de la amistad. Aristóteles y la tradición cristiana proponen que la verdadera amistad sólo puede darse si se busca la plenitud de los otros, es decir, si no tomamos constantemente el pulso de nuestra propia felicidad. Friends apuesta por la amistad, huye de la soledad de todos los tiempos. El paisaje es dorado: amistad gratis, sin empeñar la libertad, sin ataduras ni sacrificios. El espectro de la soledad acosa el departamento de Chandler y Ross, pero la futilidad del momento exorciza al monstruo. Siempre hay amigos: Joey, Phoebe Una mezcla curiosa de superficialidad y constancia, muy distinta de la experiencia real y de la literaria.
Quizá por ello el gran drama que amenaza al grupo de amigos es el fantasma de «los treinta», señal inexorable de que se llegará a los terribles cuarenta. Y con la madurez, la vejez y la soledad. Es el terrible capítulo «The one Where They All Turn Thirty». A esta respetable edad, el inventario del proyecto vital es insalvable. Una auditoría a la mitad de la vida, de la cual depende el futuro.