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¡Viva Verdi!

Es de madrugada. Un cortejo fúnebre avanza, con sigilo, por las solitarias calles de Milán. De pronto, surgen de las casas y callejuelas decenas de personas que se unen al grupo. Alguien entona «Va pensiero» y se forma un coro multitudinario que acompaña al féretro hasta el cementerio. Es el 27 de enero de 1901. ¿El difunto? Giuseppe Verdi.
Antes de morir dio órdenes tajantes: «Quiero un entierro modesto, sin música ni canto, al amanecer, para que nadie asista…». Así trataron de hacerlo los encargados: María Verdi, su prima, y Arrigo Boito, su libretista. No lo lograron. La gente de alguna manera se enteró, lo espió y por cientos se unió al cortejo entonando el popular coro.
Aunque Nabucco no es la mejor ópera de Verdi, el coro «Va pensiero» ha sido el que identifica a su autor por encima de cualquier otro. El día del estreno el público pidió que lo volvieran a ejecutar, a pesar de que estaban prohibidas las repeticiones.
La razón era la guerra de independencia al norte de Italia. En 1815 Véneto y Lombardía pasaron a dominio austriaco, tras liberarse de Francia. El pueblo italiano se identificó con el judío, cautivo en Babilonia por Nabucodonosor II, quien tras derrotar a los judíos blasfema contra Jehová. Como castigo, el jerarca cae en la locura. Sus hijas Abigail y Fanema, quien se ha hecho judía, luchan por el poder. El rey recobra la cordura y apoya el judaísmo.
La ópera dista mucho de apegarse a la historia, ya que Nabucodonosor esclavizó en Babilonia al pueblo judío, liberado por Ciro, el rey persa. La supuesta lucha por el poder de sus hijas es obra del libretista.
El famoso coro de Nabucco se volvió canto de lucha por la unificación italiana, en concreto, contra Austria (tras la Segunda Guerra Mundial, las temporadas de ópera en La Scala se reanudaron con Nabucco, era nuevamente momento de cantar por la libertad).
Cuando, conforme a los deseos de Verdi, trasladaron sus restos y los de Giuseppina su segunda esposa a la famosa «Casa de Reposo para Músicos», el gran director Toscanini dirigió un coro de 800 voces que entonaron, ¡por supuesto!, «Va pensiero».

AÑOS DE POBREZA Y SUFRIMIENTO

Aunque conoció la fama, el camino de Verdi no siempre fue de aplausos y triunfos. Sus 87 años de vida estuvieron salpicados de momentos tristes y angustiosos.
Nació el 10 de octubre de 1813 en la aldea de Le Roncole, ubicada a cinco kilómetros de Busseto, en el ducado de Parma, cuando éste pertenecía a Francia. De aquí que sus nombres se le impusieron en francés: Joseph Fortunin François. Él solamente utilizó el primero y en italiano: Giuseppe, aunque desde muy joven todos lo llamaron Verdi, incluso su familia.
Pero, ¿cómo se inició en la música? Era acólito de la iglesia y el padre Baistrocchi, el organista, lo familiarizó con las notas y el pentagrama. Cuando cumplió siete años, su padre Carlo, un pobre campesino que para ayudarse un poco administraba una taberna le compró una espineta usada, que conservó toda su vida. Hoy puede ser admirada en la habitación dedicada a Verdi, en el museo de La Scala en Milán.
Antonio Barezzi, el filántropo del lugar, al ver las aptitudes del niño lo envió a estudiar a Busseto. De los 10 a los 18 años aprendió armonía, contrapunto e instrumentos de viento con el maestro Fernando Provesi. De su formación académica se encargó el maestro Pedro Seletti.
Cada fin de semana caminaba descalzo para no acabar el único par de zapatos que tenía los cinco kilómetros que separan Busseto de Le Roncole, iba a trabajar a la iglesia. El organista Baistrocchi, al jubilarse, le había dejado el puesto, a pesar de ser un niño.
ENTRE EL PENTAGRAMA Y LA POLÍTICA
La situación política en Italia se tornaba cada vez más difícil. Al caer el imperio napoleónico, Austria hábilmente gobernada por el ministro Metternich logró dividir al país.
Surgieron los reinos de Piamonte y Cerdeña (sobre el que a la postre no tuvo poder alguno), Módena, Lucania, Toscana, Nápoles y los Estados Pontificios, además de Lombardía y Véneto, que dependían directamente de Francisco I, el emperador austriaco.
Se ejerció dura censura y represión contra los movimientos nacionalistas. Esto provocó la formación de asociaciones secretas, como la Joven Italia, de Mazzini, quien en 1830 hizo los primeros intentos de unificación.
Parma, la tierra de Verdi, quedó en poder de María Luisa de Habsburgo hija de Francisco I y segunda esposa de Napoleón Bonaparte quien más adelante apoyaría la carrera del músico. En 1832, Barezzi lo ayudó a seguir sus estudios en Milán gracias a una beca otorgada por la duquesa María Luisa, y se hospedó en casa de un sobrino del maestro Seletti.
Al parecer, por el hecho de haber nacido en Parma reprobó en el Conservatorio de Milán. Jamás olvidó esa situación, engendró un fuerte recelo contra la ciudad y años después se negó a que el conservatorio llevara su nombre (posiblemente se molestaría si supiera que hoy la calle lateral de La Scala se llama Verdi). Gracias al maestro Vicente Lavigna, con quien terminó sus estudios, en 1835 obtuvo el diploma que acreditaba sus conocimientos musicales.
Al regresar a Le Roncole se casó con Margherita, la hija de Barezzi, y ocupó en Busseto el puesto de Provesi, recién fallecido. Su etapa matrimonial fue una tragedia que duró solamente cuatro años. Tuvieron dos hijos: Virginia e Icilio, ambos muertos a escasos años de nacidos. La propia Margherita murió víctima de encefalitis en 1840, cuando estaban recién establecidos en Milán.
LA LUCHA PATRIÓTICA
Su primera ópera, Oberto, conte di San Bonifacio, tuvo una modesta acogida en La Scala. La segunda, Un giorno di regno, que pretendía ser bufa escrita con el dolor de haber perdido a su esposa e hijos, fue un fracaso, pero el conde y empresario Bartolomeo Merelli encargado de La Scala le dio su apoyo.
Así surgió Nabucco, estrenada también en La Scala. El éxito obtenido con ésta última ¡70 representaciones! le permitió pagar sus deudas. Terminaban los años de pobreza y sufrimiento.
Il lombardi alla prima crociata, estrenada en 1843, le trajo problemas con la censura. El pueblo se identificó con los lombardos y en los sarracenos vio a los austriacos. Para evitar conflictos la revisó y transformó en Gerusalemme, que se estrenó cuatro años después en París.
La duquesa María Luisa quien además de haber seguido su trayectoria desde el inicio, le brindó ayuda le regaló, poco antes de morir, un alfiler de oro con su escudo en diamantes. Fue el primer reconocimiento que recibió por su obra.
Durante los años siguientes escribió óperas triunfadoras aunque poco conocidas. Ernani, sobre la obra de Víctor Hugo, con libreto de Piave, estrenada en La Fenice de Venecia. Después, Giovanna dArco, Alzira, Attila, Macbeth e I Masnadieri, estas dos últimas con libreto de Pedro Andrés Maffei.
Macbeth lo proyectó internacionalmente. Estrenada en Florencia y dedicada a su suegro, triunfó en Inglaterra. El aria «O figli miei» tuvo, mantiene aún, gran éxito. En Londres estrenó I Masnadieri. Ambas se presentaron también en París.
El «Año Loco» de 1848 vio la lucha de Mazzini en pos de la creación de una república, intento no del todo infructuoso por los cambios que originó. Los lombardos, apoyados por Garibaldi recién llegado de América del Sur y Carlos Alberto de Cerdeña, lograron vencer a los austriacos pero, poco después, Austria recuperó el terreno.
Sin embargo, Metternich se ve obligado a dimitir y Fernando I quien había ocupado el trono en 1835 entrega la corona a su sobrino Francisco José. En Cerdeña y Piamonte también se producen cambios: Carlos Alberto abdica en favor de su hijo Vittorio Emmanuele, quien nombra ministro a Cavour.
Verdi, impulsor del movimiento, se va por precaución temporalmente a París. Una tras otra escribió Il corsaro, La battaglia di Lesagno, Luisa Miller y Stiffelio, que después arreglaría y convertiría en Aroldo.
En esa misma época compró tierras a sus padres y adquirió una propiedad en SantAgata, donde formó su hogar con la cantante Giuseppina Strepponi. Por no estar casados recibieron la justificada censura de su padre y su ex suegro. La crítica no pareció afectarle, ya que hasta 1859 contrajeron matrimonio. Giuseppina había cantado sus óperas, pero el exceso de trabajo le arruinó la voz y, tras su matrimonio, ya no volvió a cantar.
Verdi representa el giro dado por la música italiana en el siglo XIX. La música instrumental pasa a ser considerada austriaca. El pueblo italiano, en lucha por lograr su identidad, gira hacia el melodrama. Así surgen los grandes maestros de la ópera: Verdi, Rossini, Donizetti y Bellini, impulsados por los editores de música Ricordi y Lucca.
A LA BÚSQUEDA DE UN SELLO PERSONAL
En SantAgata compuso Rigoletto, estrenada en 1851 en La Fenice. ¿Quién no ha entonado «La donna é mobile» que cínicamente canta el tenor?
Tras Rigoletto vinieron Il trovatore y La traviata. Verdi ha crecido como compositor: grandes y majestuosos coros, escenas simultáneas con línea propia e independiente que confluyen musicalmente
Il trovatore, confusa historia de duelos, venganzas y batallas la gitana Azucena busca vengar la muerte de su madre, acusada de brujería por el conde de Luna y quemada en la hoguera es una ópera triunfadora. El aria «Di quella pira» es repetida cuantas veces se presenta. Sin embargo, cuando se estrenó en Roma (1853) no gustó. Eran demasiadas muertes en una época llena de violencia.
Curiosamente, La traviata tampoco gustó, ni coros como el «Brindisi» ni el aria «De miei bollenti spiritu» lograron agradar al público. Esa versión de La dama de las camelias, de Dumas, tuvo que esperar algún tiempo el éxito.
En el Piamonte continuaba la lucha, ahora contra los Estados Pontificios. Ya no se luchaba por una república italiana, sino por una monarquía constitucional con Vittorio Emmanuele en el trono.
Cavour había modernizado el reino y logrado una gran reforma político-económica. Verdi seguía participando en la lucha con la compra de armas y la organización de colectas, por eso, no se molestó cuando la exclamación «¡viva Verdi!» tuvo un doble significado, la alabanza al músico y el acróstico «Vittorio Emmanuele Re dItalia», grito de quienes luchaban por la unificación.
Al ver que Rigoletto, Il trovatore y La traviata, hoy tan exitosas, no gustaban a los italianos, retomó los hechos históricos. I vespri sicialiani fue la ópera de la exposición parisina de 1855.
Prefirió París a causa de la censura italiana, que la habría despedazado como ocurrió con el censor de Nápoles, quien pretendió cambiar de lugar, siglo y personajes a Un ballo in maschera. Enfurecido, Verdi lo demandó y ganó el juicio de manera insólita con apoyo de todo el pueblo. El censor optó por pactar: en vez de Un ballo in maschera presentaría Simon Boccanegra, la cual pasó sin pena ni gloria. En cambio, Un ballo in maschera se presentó triunfalmente en Roma en 1859.
En ese año Garibaldi derrotó a los austriacos. Vittorio Emmanuele y Napoleón III de Francia derrotaron a Francisco José en Solferino. Tras la paz de Zurich, Lombardía se independizó de Austria y se anexó al Piamonte. Los demás estados formaron una confederación presidida por el Papa.
En 1860, mediante plebiscitos (obra de Cavour), Toscana, Módena, Parma y Emilia Romagna se unieron al Piamonte. Nuevamente triunfó Garibaldi al frente de los «camisas rojas», ahora en Sicilia, que también aceptó a Vittorio Emmanuele.
Cavour pacta y, salvo en Venecia (aún en poder austriaco) y los Estados Pontificios, Vittorio Emmanuele es proclamado rey. En los primeros comicios efectuados en Parma, Verdi es electo diputado por su distrito y se traslada a Turin, sede del Parlamento.
MADUREZ MUSICAL
Verdi aprovechó la muerte de Cavour, en 1861, para renunciar a su escaño. Fue entonces cuando sus composiciones entraron a lo que podríamos llamar «tercera etapa», en la que adoptó rasgos wagnerianos.
Muestra de ello es La forza del destino, estrenada en 1862 en San Petersburgo, frente a la corte imperial rusa. El zar Alejandro II le otorgó a Verdi la orden de San Estanislao, como reconocimiento a su obra.
También hizo arreglos a Macbeth y la reestrenó en París (1865). Estrenó Don Carlo y, ante la insistencia de Maffei, presentó La forza del destino en La Scala (1869).
Tras un plebiscito en 1866, Venecia se incorporó al reino. 1870 fue el año de la unificación: Garibaldi toma Roma y la convierte capital del reino; Vittorio Emmanuele emite la abolición de los Estados Pontificios y el papa Pío IX se declara prisionero del Estado italiano (situación que no se arreglará hasta 1929, cuando Mussolini y Pío XI firmen el Pacto de Letrán, con el cual se crea el Estado Vaticano).
Durante el año de la unificación el jedive Ismail de Egipto le encarga una ópera para la apertura del canal de Suez que, aunque ya funcionaba, no había tenido la oficial inauguración pomposa que se deseaba. La ópera fue Aida historia de una esclava etíope que se enamora del soldado egipcio Radamés, Verdi la compuso durante la guerra franco-prusiana, y su truculento final, con los protagonistas emparedados vivos en la pirámide, sobresaltó a quienes asistieron a la presentación, la noche de Navidad de 1871, en El Cairo.
Hoy, conocido el argumento, los espectadores siguen las marchas: la «Triunfal» y la «Ritorna vincitore» y, sobre todo, la popular aria «Celeste Aida».
Aunque en su juventud Verdi se había declarado agnóstico, esto no impidió que tras Aida compusiera música sacra: dos versiones del Ave María, un Te Deum, el Stabat Mater y el Requiem (1873), que dedicó al literato Alessandro Manzoni con quien había llevado cierta amistad y presentó bajo su propia dirección en Milán, París, Viena, Berlín y Londres.
Sus dos últimas óperas, con libreto de Arrigo Boito (autor de las óperas Mefistofele y Nerón) y basadas en Shakespeare, se estrenaron en La Scala: Otello en 1887 y Falstaff en 1893.
Otello marca su última etapa. Para muchos es su obra maestra. En nuestros días ha sido el éxito de Plácido Domingo, a quien con frecuencia hemos escuchado interpretar el aria «Ah mille vite»; si no la tiene en el programa, seguramente le será pedida como encore.
Hemos dicho que en la ópera los argumentos no siempre van de la mano de la lógica o la historia. Otello no es la excepción. Desdémona, por ejemplo, es afixiada con una almohada por su celoso marido y así pudiéramos decir al borde de la muerte canta su última aria.
AL FINAL DEL VIAJE
Verdi y Giuseppina no concibieron hijos. A los que ella ya tenía cuando se conocieron no los quiso a su lado, desconocemos el motivo, aunque se sabe que les pagó su formación en Florencia y permitió que Giuseppina los visitara frecuentemente. En cambio, adoptó a su prima María cuando quedó huérfana y fue ella quien, a la postre, heredó su fortuna.
Cuando en 1897 enviudó por segunda vez, Verdi se negó a seguir componiendo, se sintió solo y desanimado. Dedicó su atención a la fundación y apoyo de un asilo para músicos que llamó, simplemente «Casa de Reposo para Músicos». Sin embargo, los milaneses la bautizaron «Casa Verdi».
La excelente administración de sus ganancias le había dado una holgada situación económica. Durante esos años viajó continuamente. Sus óperas se representaron exitosamente en Londres, París, Roma, Milán, Venecia, Nápoles…
El 27 de enero de 2001 se cumplió una centuria de la muerte de Giuseppe Verdi. Todo teatro programó, para recordarlo, al menos una ópera suya. Nabucco, Ernani, Rigoletto, Il trovatore, La traviata, Un ballo in maschera, La forza del destino, Aida, Otello… siguen arrancando gritos de «¡viva Verdi!» a los espectadores de todo el mundo.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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