Las preocupaciones sobre la globalización, la necesidad de ensamble y compenetración entre el rigor de los números y la amplitud de espíritu, la flexibilización del ciego afán de competencia, los deseos de cooperación, esto es, la satisfacción de necesidades no tanto competitivas como cooperativas, constituyen el núcleo del estudio llevado a cabo por Carlos Llano sobre la metamorfosis que la empresa sufre actualmente.La estructura del análisis de la «metamorfosis» de la acción directiva y de las empresas es tan simple como efectivo: se realiza desde el individuo, el directivo, el empresario y sus problemas, sin dejar de lado la relevancia de las relaciones interpersonales dentro de la empresa, hasta la responsabilidad social de la empresa como un todo. Por lo tanto, el autor aborda primero los problemas del directivo, y posteriormente los problemas de la empresa.
Platón decía que el hombre es un microcosmos y la polis un macroanthropos. Llano, por su parte, estudia al directivo como un microcosmos y a la empresa como un macroanthropos, esto es: de un lado, aquello que atañe al directivo en su entorno personal, referido al todo que es la empresa; y de otro, aquello que concierne a la empresa en su entorno comunitario, dirigida al todo que es la sociedad.
Afirma el autor que muchos estudiosos de la socioeconomía piden usualmente un cambio de modelo económico. Sin embargo, pocos saben qué quieren decir cuando piden un nuevo modelo económico. Lo que sí puede afirmarse es que ningún modelo económico es capaz por sí solo de hacer que los hombres hagamos un buen trabajo, el good work de Schumacher. Para ello se necesita, además de un acertado enfoque de la macroeconomía, un marco jurídico concorde, y sobre todo un conjunto de convicciones éticas vividas por los ciudadanos: la disposición de realizar en nosotros un concepto verdadero del hombre. He aquí el gozne entero del libro. El buen trabajo no se desarrolla en las ideas abstractas, sino en las empresas concretas: es ahora la empresa, y no los grandes esquemas estatales de la economía, la que carga sobre sí æpara mal o para bien, afirma prudentemente el autoræ el protagonismo de la prosperidad económica y la justicia social.
Los individuos trabajan (cuando lo hacen) en las empresas, sean propias o sean ajenas. La empresa se ha convertido, así, en el eje de la capacitación -que las personas sepan- y de la motivación -que las personas quieran-. Parece que lo que se necesita es un nuevo modelo de empresa, aunque no se desprecien ni las grandes visiones de la economía ni los amplios marcos jurídicos, pero, además de ello, es necesaria una visión filosófica.
FILOSOFÍA Y ACCIÓN DIRECTIVA
El ejercicio máximo de objetividad que puede emprender el hombre, y el más difícil, es en lo que consiste la filosofía; la tendencia a conocer el ser en cuanto ser, es decir, conocer el ser tal como sería si yo no lo conociese. Llano se vale de esa visión filosófica para hablar de dos dimensiones de la acción directiva, aparentemente contrapuestas, aunque en realidad son complementarias: debo ser objetivo en el diagnóstico de la situación presente, aunque no puedo serlo en la determinación estratégica de la meta futura. El diagnóstico requiere ver el presente de manera desapasionada y neutra, mientras que la estrategia es mirar el futuro de manera interesada y apetente. No se puede comenzar por la estrategia, lo cual es propio del idealista, aunque tampoco se puede terminar en el diagnóstico, postura en la que incurre el inmovilismo conservador.
A su vez, nuestro autor afirma que dos cuestiones, la propiamente humana y la mundial, se cruzan en un punto crítico: el nuevo modo de hacer la empresa requiere un nuevo modo de ser del empresario. Nuevo modo de ser que consiste no en fantasmagóricas visiones inexistentes, sino en el ser que realmente somos, es decir, verdaderos hombres (mejor: hombres verdaderos), y no sucedáneos humanos, producto de provisionales culturas de pacotilla. Por ello, el tema de los valores que son propios para la eficacia de la acción directiva reviste particular relieve para Llano. La dirección, reitera a lo largo de la obra, es de suyo forjadora del carácter. Sólo es posible dirigir personas, y a éstas, en su calidad de tales (las cosas se transforman, los animales se domestican…). Si asumimos que la dirección es un dominio æintelectual y persuasivoæ sobre la conducta de otro para que obtenga finalidades determinadas, su posición suprema y máxima no será la de dominar cada vez más esa conducta, sino la de que obtenga cada vez con más facilidad y prontitud esas finalidades.
Carlos Llano advierte sobre la globalización de las empresas lo siguiente: globalización no es homogeneización. Se describen los trazos del tipo de empresario que se necesita, asunto que es más importante e interesante aún que el del modelo económico que se requiere. Pero el tipo de empresario no es uniforme en el mundo. Sí lo son los problemas con que la empresa, de cualquier latitud, debe enfrentarse; lo son también algunas técnicas administrativas universalmente aceptadas como eficaces. El empresario de cada país debe elegir su propio modo, sin acogerse a discutibles imitaciones. No sólo el empresario de cada país, sino cada empresario -porque la empresa no es el producto de un sistema prefabricado, sino que arranca de la persona misma- florece a partir de su estilo de ser y es fruto de su carácter, consecuencia que brota de su más íntimo talante.
El epílogo del libro está consagrado sintéticamente al papel de la persona en la empresa. Si algún hueco pudiera notarse en esta obra, es la ausencia de una descripción positiva de los elementos que hacen que la globalización repercuta en favor de las empresas y de las naciones. Carlos Llano se limita a decir que la globalización no es un crisol homogéneo sino un mosaico en donde todas las piezas ensambladas componen un paisaje. El desarrollo de estas ideas se echa en falta en la obra.
COMPETENCIA Y COLABORACIÓN
De otro lado, la figura del hombre de empresa destaca hoy por el sentido competitivo de la vida. Se ha hecho un exagerado énfasis en el valor promocional de la competencia. Sin la competencia los procesos mercantiles se paralizarían. Pero el error æde muchos gerentes, según afirma Llanoæ es elevar la competencia al lugar privilegiado de las relaciones humanas, convirtiendo así todos los nexos individuales en transacciones mercantiles. No hemos de olvidar que el hombre, dejado a las leyes del mercado, es decir, arrojado a la desabrigada intemperie de la oferta y la demanda, corre el riesgo de perecer. No sobreviven entonces los más fuertes sino los más violentos.
Por ello, una de las principales preocupaciones del autor æsi no es que la primordialæ, es afirmar que lo más serio de la vida es ese mundo de las relaciones personales que, además, no pueden traducirse en términos de dinero, influencia, ni poder, términos monótonamente circulares: con el dinero consigo influencia, con la influencia logro poder, con el poder obtengo dinero… Lo más serio de la vida son las relaciones familiares, los nexos de amistad, las vinculaciones del compañerismo, los ideales del voluntariado. Ya dijo Aristóteles que se podía ser feliz sin dinero y sin poder, pero no sin amigos. En las originarias relaciones personales predomina, pues, el sentido de la colaboración æde la amistadæ más que el de la competencia.
DIRECTOR, ¿UN TODÓLOGO SIMULTÁNEO?
Al análisis de la acción directiva, llevado a cabo en los primeros tres capítulos de la obra, se añade una caracterización dinámica, que surge de los siguientes dos movimientos al parecer contrapuestos, a los que se expone actualmente el director: por un lado, la expansión globalizadora de sus mercados y, por otro, la contracción especializada de sus servicios o productos.
El director no requiere saber más en la ingeniería de la producción, la economía del mercado, la jurisprudencia del abogado corporativo, la psicología industrial de las relaciones humanas, las operaciones del contador, las sofisticadas complejidades financieras, etcétera, que quienes están responsabilizados de ellos.
En cambio, necesita imperiosamente de un conocimiento distinto, una perspectiva diversa: la capacidad de interrelacionar todos esos elementos heterogéneos -y muchos más- que concurren en la organización; factores disímbolos que gozan cada uno de legítima autonomía; profesiones y oficios con códigos técnicos y operativos dotados de tal coherencia interna, que los hacen irreductibles a los códigos de otras operaciones con los que, no obstante, deben relacionarse íntimamente.
Esta aptitud de armonía o ensamble se llama interdisciplinariedad.Por eso, afirma el autor, yerran quienes pretenden perfeccionar la acción directiva por medios tecnológicos, a los que se añaden postizamente prótesis de cultura, lo cual acaece en casi todas las escuelas de negocios, de administración, de ingeniería…
Sin embargo, la interdisciplinariedad reviste una característica nueva, debida a la importancia que reivindican para sí los aspectos culturales, éticos y antropológicos en las empresas. El meollo de lo posmoderno es la síntesis entre la vertiente humana y la tecnocrática; la reconciliación entre el mundo vital (cotidiano, personal y sencillo) y la complejidad de la tecnoestructura.
El director necesita ahora, no ya la exactitud del ingeniero ni la habilidad del político, sino ambas simultáneamente. A los obtusos problemas predominantemente técnicos se añaden hoy los culturales, morales, sociológicos; ni menos complicados ni, evidentemente, menos profundos. Y esto es lo nuevo: ambos aspectos -tecnología y cultura-reclaman hoy en la empresa su primacía con paridad de rango. Así, la estructura de la metamorfosis de las empresas adquiere en el estudio de Llano su perfil antropológico y técnico.
Terminemos con un ejemplo, tomado del capítulo IV acerca de la íntima relación entre el carácter de los hombres y el de las empresas. El talante de éstas depende de aquellos que las conforman. Aristóteles reflexionó en su Ética Nicomaquea sobre la razón de la existencia del ácrata, es decir, del incontinente, hombre que actúa contra los principios, aun reconociéndolos como buenos y verdaderos (krátos es gobierno en griego). Una de las explicaciones que nos ofrece es precisamente la dialéctica en que el hombre se halla cuando considera el corto y el largo plazo. Hay también, dice el autor, empresas ácratas, por así decirlo, que actúan ahora contra los principios mantenidos y retenidos en su código moral implícito o explícito, sin modificar el código, pero contraviniéndolo expresamente. Por una ganancia efímera demeritan un servicio permanente, lo cual causará desconfianzas sociales a veces irreversibles; por lo que la cuestión de la prioridad de la permanencia de la empresa, ante los otros fines, no puede marginarse de un plumazo.
He ahí el tema dominante del libro: analizar la persona que realiza la empresa, pero también la empresa realizada por la persona. Ver a una in directo sin dejar de ver a la otra in obliquo, y viceversa.
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Para Llano, los trazos señalados para el perfil del management y de la empresa de hoy son, al menos en esqueje, al menos en semilla, una realidad.
(IPADE-Granica. México, 2001. 185 págs.)