De adolescente, Michel creía que el sufrimiento otorgaba al hombre una dignidad adicional.
Ahora tenía que reconocer que estaba equivocado. Lo que otorgaba al hombre una dignidad adicional era la televisión.
MICHEL HOULLEBECQ
EL PLAGIO VITAL
Escribe Michel Houllebecq: «El preadolescente es un monstruo mezclado con un imbécil, de un conformismo casi increíble; parece la cristalización súbita y maléfica (e imprevisible, si pensamos en el niño) de lo peor del hombre. ¿Cómo se puede dudar, después de eso, que la sexualidad es una fuerza absolutamente dañina? ¿Y cómo aguanta la gente vivir bajo el mismo techo que un preadolescente?».
Difiero del novelista francés. No defenderé a los adolescentes. Saben hacerlo solos. Me limitaré a lanzar una idea: no neguemos a los jóvenes la oportunidad de ser cultos. La cultura es paideia, compendio de las grandes creaciones que nos ayudan a enfrentar los desafíos de la existencia (Cfr. Josú LANDA, De archivos muertos y parques humanos en el planeta de los nimios).
-«Es que los adolescentes son fieras insensibles».
-Frecuentemente lo son, pero, las más de las veces, los adultos somos igualmente bestias.
Cultura e ignorancia se contagian. Padres y profesores cultos engendran generalmente jóvenes cultos. Y viceversa.
Cultivar a los adolescentes significa pasearlos por ese bosque que hemos llamado «cultura». Este paseo debe ayudarlos a enfrentar las tragedias, melodramas y comedias de la existencia. Que plagien las rimas de Bécquer para cortejar a la amada, que se identifiquen con Romeo y Julieta, también incomprendidos por sus padres. Así comienza la cultura, con el plagio vital.
Aconseja Rilke en Cartas a un joven poeta: «sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalos con toda sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo».
CULTURA Y REPRESIÓN
«¿Qué demonios hacer con las pasiones?»: ésta es la pregunta ética por excelencia. Las pasiones adolescentes afloran sin ton ni son. Junto con «las hormonas», el adolescente ha de lidiar con la ira, la tristeza, la alegría y, sobre todo, con la pereza, la más fuerte de todas las pasiones.
Les reprochamos su desenfreno y desidia. Pretendemos que «eduquen» sus pasiones: «no duermas a toda hora, no tires tu ropa, no comas vorazmente, no te enamores cada dos días». Son torbellinos afectivos, salpicados de exasperantes momentos de apatía, tranquilidad temible, como la del ojo del huracán.
Pero los adultos tampoco sabemos bien a bien cómo manejar nuestras pasiones. En el mejor de los casos, las reprimimos. Olvidamos que cultivar es mejor que aplastar. Rilke continúa: «son puros todos los sentimientos que le concentran y le elevan; es impuro el sentimiento que sólo afecta a un lado de su naturaleza, desgarrándola así. Todo aumento es bueno, si está en su sangre, si no es embriaguez, si no es turbación, sino gozo, que se vea hasta el fondo».
HUIR DEL ALMA BONSAI
Desdeño las pasiones en estado silvestre. Desprecio también la jardinería del alma al estilo bonsai. El jardinero mutila las raíces de los árboles miniatura para que no salgan de la maceta. Tratándose de plantas me da igual, no así en el caso de espíritus. El alma bonsai jamás será bella.
El atroz Houllebecq ha olfateado el asunto. Las pasiones de la adolescencia comienzan «a los 13 años æescribeæ y luego disminuyen poco a poco, o más bien se resuelven en modelos de comportamiento que a fin de cuentas sólo son fuerzas petrificadas. La violencia del estallido inicial hace que el resultado del conflicto pueda ser incierto durante muchos años; es lo que se llama, en electrodinámica, un régimen transitorio. Pero poco a poco las oscilaciones se vuelven más lentas, hasta convertirse en ondas anchas, melancólicas y dulces; a partir de ese momento ya está todo dicho, y la vida ya no es más que una preparación a la muerte. Lo cual puede expresarse de forma más brutal y menos exacta diciendo que el hombre es un adolescente disminuido».
Seamos sinceros: muchos profesionistas han castrado su espíritu creador para triunfar en el mundo civilizado. Se hicieron eunucos por amor al reino de Wall Street. Vendieron su alma al establishment. Lo peor es que algunos ni siquiera recibieron una buena paga. Renegaron de su vocación a la cultura con la ilusión de ser millonarios y, al final, acabaron pobres e incultos. No es raro, entonces, que las pasiones se venguen de los adultos.
DE HIERBAS SILVESTRES A CULTIVOS REFLEXIVOS
Las auténticas humanidades cultivan las pasiones. El humanista poda las ramas para multiplicar el ímpetu creador. La diferencia entre reprimir y cultivar es sutil, pero real. Cuando se difumina, la cultura se convierte en instrucción y capacitación. Contra esta caricatura se escribió en los muros de 1968: «La cultura es inversión de la vida».
Las letras, las artes, las ciencias, deben apasionar. No quiero decir que Goethe y Sófocles entusiasmarán a los teenagers. Pretendo que la tragedia de Hamlet se incorpore a su arsenal espiritual. El día menos pensado echarán mano de Shakespeare para vivir. Utilizarán la cultura para comprender y expresar sus pasiones. Cuando un adolescente simpatiza con el joven Hamlet, las pasiones ya no son hierbas silvestres.
Cultivar nuestras pasiones implica distanciarse de ellas: racionalizarlas, traducirlas, objetivarlas. Entrar en contacto con las humanidades y las artes propicia la reflexión: la llave para vivir nuestras pasiones. Pasión, reflexión y crítica se entrelazan en la persona culta. Los irreflexivos y acríticos son guiñapos humanos, pasión súbita, presente sin historia.
Se puede ser simplemente melancólico o serlo a la usanza de Chopin. En este caso, la música no sólo es un vehículo de expresión de la pasión, es reformulación del pensamiento. «El salto anárquico de la alegría se convierte en danza; los gestos desordenados, en graciosa mímica, llena de armonía; se despliegan los confusos sonidos de la sensación, empiezan a obedecer al compás y se inclinan al canto» (SCHILLER, Cartas sobre la educación estética del hombre).
No por mucho leer seremos más cultos. Hegel advierte: «cuando se trata de pensamientos, sobre todo de pensamientos especulativos, el comprender es algo muy distinto del captar simplemente el sentido gramatical de las palabras».
Ser culto es una conversión del alma, metanoia profunda de las pasiones y la inteligencia. Las lecturas de los adolescentes valen la pena cuando facilitan la reflexión sobre las pasiones. Crítica y reflexión son modus vivendi, no simple barniz enciclopédico. Música, filosofía, literatura, son maneras de vivir, pues la auténtica vida humana es autoconciencia y crítica. Sin ellas, las pasiones son inhumanas.
CULTURA: PASIÓN Y COMPASIÓN
La persona culta ejerce sus pasiones a partir de un cúmulo de creaciones musicales, filosóficas, literarias, plásticas. Cultivar las pasiones no consiste en aprender moralejas, como quien leyese Las cuitas del joven Werther para vacunarse contra los enamoramientos complejos. La cultura es participación del pathos universal: la alegría de Vivaldi, la frivolidad de Don Giovanni, la ambición de Macbeth, el sufrimiento de Van Gogh, el cinismo de Quevedo.
«Encadenado a lo material, el hombre utiliza durante largo tiempo la apariencia únicamente para sus sentidos antes de reconocerle una personalidad propia en el arte ideal. Para esto necesita una revolución total de su modo de sensación, sin la que no encontrará siquiera el camino del ideal» (Ibidem).
Este adolescente comienza a ser culto al compadecer a otros a través de sus creaciones. Dialogando con Platón, Bach o Baudelaire va por caminos de cultura. Descubre al «humano demasiado humano» en la genialidad de Cervantes, Faulkner, De Chirico y Matisse, aunque se quede dormido a media clase.
Se sorprende ante las manifestaciones del espíritu y paladea la cultura. «El hecho de que los seres humanos hayan sido capaces de producir tales formaciones es algo que hablará siempre en favor de ellos, aunque los veamos revolcarse tan bajamente en sus negocios y en sus pasiones. En este aspecto causan asombro los habitáculos artificiosos e iridiscentes que los moluscos producen con sus secreciones y que siguen brillando largo tiempo a orillas del mar, cuando ya han perecido los cuerpos que los habitaron» (Ernst JÜNGER, Radiaciones II).
JÓVENES POETAS
Nuestra arrogancia desprecia a los adolescentes. Sus ínfulas literarias conviven con las pasiones más o menos desordenadas. Por la mañana son poetas y por la noche «don juanes». El viernes son filósofas; el sábado, niñas testarudas. Mezcla tan singular no es falta de sinceridad, sino de reflexión. El adolescente es brutal por irreflexivo. Sus creaciones exhalan el aroma de la espontaneidad y, a veces, el tufo de la intemperancia.
Con sus versos y relatos, intenta expresar sus sentimientos, problemas e inquietudes. Sorprende el número de poetas inscritos en las secundarias y bachilleratos. Sus textos intentan dominar pasiones, comprenderlas, comunicarlas. El «artista adolescente» toma conciencia de sí mismo y se refleja ingenuamente en unos versos. «Pronto æescribe Schilleræ no se contentará con que las cosas le gusten; el mismo gustará, al principio, solamente a través de lo que es suyo, y al final, por lo que es».
Si eso no es cultura, no sé qué demonios podrá serlo. Los jóvenes carecen de la maestría del escritor profesional. Sus versos están salpicados de ripios; sus cuentos, de lugares comunes; sus canciones, de disonancias. ¿Y qué? Escuelas hay donde estudiar el oficio. En cambio, si en la adolescencia no cultivaron las pasiones a través de las humanidades y las artes, difícilmente habrá otra oportunidad. Es la única época apropiada para ser temperamental.
Tristemente, nuestros modelos educativos están demasiado afanados en formar «hombres de provecho», «capaces de afrontar los retos del mundo de hoy». La educación burguesa les enseña a ser prácticos y funcionales, descuidando, con frecuencia, la formación de espíritus reflexivos críticos.
«Mujeres y hombres de provecho». ¿De provecho para quién? ¿Para una transnacional?