En el contexto de la globalización, los eventos del 11 de septiembre de 2001 han cambiado las coordenadas sobre el debate y la comprensión de muchos temas, entre ellos la emigración e inmigración. Ello es así, entre otras razones, porque en el marco de las nuevas emergencias mundiales las nuevas inseguridades es pertinente redefinir el Estado y las relaciones entre los Estados y las instituciones no estatales.
Hasta ahora los polos de poder y tensión en el mundo eran, principal y casi exclusivamente, los Estados; pero a partir de ahora ya no será así. Los Estados no son los únicos sujetos de poder y ya no detentan el monopolio de la violencia; ello es fundamental a la hora de entender el concepto de frontera: esa línea virtual con representación real que separa espacialmente las soberanías.
En este replanteamiento de la misión estatal y de las relaciones entre los poderes constituidos, se ofrecen dos posibilidades. O más Estado (más frontera), posibilidad que desde el punto de vista del contacto entre poblaciones tiene la contrapartida negativa de implicar menos sociedad civil; o menos Estado (menos frontera) y más sociedad civil, con la consecuencia de una mayor mezcla poblacional.
A pesar de la respuesta que los poderes estatales han dado a la emergencia mundial, producida por el terrorismo organizado tras aquél 11 de septiembre, esta última alternativa la de menos Estado, menos frontera y más mezcla es la que a nosotros nos parece más viable. Es una alternativa que apuesta por el trasvase de autoridad de los Estados a las sociedades intermedias (sociedad civil, comunidades) apostando por la capacidad que tienen estas instancias de ejercer control social sobre sus miembros y, con ello, de garantizar también la seguridad. En un futuro más o menos cercano la propuesta del mestizaje se verá como un óptimo social para todos los países.
RETO PARA INTELECTUALES Y ACADÉMICOS
Al hablar de los movimientos de población, uno de los problemas intelectuales más importantes es justificar la diferencia conceptual entre «nosotros» y «ellos». En efecto, cuando en un mundo cada vez más globalizado hablamos de «nuestro futuro», nos referimos o deberíamos hacerlo al futuro de todos (del «todos» planetario) y no sólo de un sector de ese «todos». Ésta es una de las consecuencias, indudablemente positiva, de la globalización.
Y es que, en el mundo moderno resulta difícil porque en efecto es imposiblevislumbrar un futuro que tarde o temprano no sea genuinamente mestizo, donde los aportes de todos tengan consecuencias para todos y donde la libertad de circulación de personas se vea amparada por la llamada de las comunidades receptoras.
Nos parece que tal futuro ya se está abriendo paso, a pesar de las amenazas que ciertas organizaciones no estatales suponen para el Estado moderno. De ahí que cuanto antes se defienda la excelencia social de este mestizaje, mucho mejor.
El mestizaje se producirá de todas formas pero, si ello no se hace así, al mismo tiempo aumentarán las revanchas por resentimientos y, en definitiva, el malestar social que hoy por hoy es evitable si ponemos las bases para una saludable convivencia en un mundo interconectado y abierto a todos en un futuro común.
A pesar de la dificultad cultural que para algunos (generalmente la opinión pública de los países más ricos) conlleva ver este futuro, hay que poner los medios para vislumbrarlo a través de una concepción positiva de la emigración. Aquí tenemos un reto particularmente importante para los intelectuales y la vida académica, que deben habilitar los conocimientos y la reflexión apropiados para persuadir a la administración y la opinión pública de las ventajas que se derivan del mestizaje y de facilita los movimientos de las poblaciones en libertad.
Este razonamiento surge al saber, por ejemplo, que en el año 2050 y según las prediccciones de las oficinas estadísticas entre 30 y 40% de la población europea será foránea, y que el ritmo de aceptación de nuevos emigrantes deberá incrementarse y ordenarse para asegurar, no ya sólo el reemplazo poblacional, sino el mantenimiento de los niveles vigentes de seguridad económica y bienesar social.
MIGRACIÓN DE REEMPLAZO
La migración de reemplazo es el concepto más pertinente, hoy en día, para atisbar una posible solución. Se trata del número de inmigrantes necesario para asegurar el reemplazo generacional. La mayoría de la población europea está actualmente por debajo de sus niveles de reemplazo, muy lejos de Estados Unidos, donde la cifra anual de inmigrantes llega a 0.3% de la población residente (casi un millón en el año 2000).
En la actualidad, los aumentos de población en Europa, donde se dan, se deben en casi 75% a población inmigrante. Casi todos los países europeos deberán aumentar drásticamente el número de inmigrantes para asegurar el reemplazo. La lentitud con que ello se está haciendo representa uno de los grandes problemas sociales del viejo continente, y los gobiernos como ha ocurrido en la cumbre de Sevilla, celebrada el 21 de junio pasado ya se están ocupando del asunto.
La bondad del aumento de la inmigración en Europa, como en el resto del planeta, no debe verse sólo desde el punto de vista del envejecimiento de la población autóctona («los inmigrantes nos hacen económicamente falta»), sino también desde el punto de vista del mejoramiento cultural y de los bienes derivados: pluralidad, polivalencia, adaptación y diversidad. La acogida siempre rinde calidad, pues supone una apuesta por la gente y genera confianza y gratitud.
DIVERSIDAD EN LA UNIDAD
En este sentido hemos de mencionar una de las iniciativas más importantes llevadas a cabo, en los últimos años, para proponer un nuevo contexto de relaciones entre las culturas, alejado del revanchismo y la suspicacia que, desgraciadamente, hoy están presentes en las relaciones entre los pueblos con diversas tradiciones.
Se trata del manifiesto DEU (Diversidad en la Unidad) promovido por el sociólogo americano Amitai Etzioni, fundador del movimiento comunitarista moderno y que, a la hora de escribir estas líneas, es discutido en ambos lados del Atlántico, después de varios años de debate y gestación.
La base del DEU es una apuesta por el respeto a las trayectorias y la pluralidad, recogido en el lema: «de puertas adentro máxima diversidad y de puertas afuera máxima unidad». Las puertas las fronteras se consideran culturalmente móviles en el sentido de que la idiosincrasia de cualquier país nunca se considera cerrada, sino abierta al cambio que propicia la incorporación de habitantes.
El caso de España es particularmente interesante, pues es de los países que más van a cambiar su configuración poblacional debido a la inmigración que prevé acoger en los próximos años. Estos cambios deben verse, tanto desde el país receptor como desde la perspectiva global, no como amenaza, sino como ventaja.
EL MUNDO ES DE TODOS
Los retos que plantea la inmigración para cualquier país son socialmente muy atractivos, si se saben proponer y conseguir con realismo, perspectiva y visión de futuro. De las respuestas que, a nuestro juicio, demanda el futuro de la emigración y del movimiento espacial de poblaciones, destacan las siguientes:
1. Adecuar las directrices de la política interior de los Estados hacia el fomento de la capacidad de recibir y asimilar población foránea. Ello significa, no sólo crear los instrumentos administrativos adecuados a la luz de las experiencias ajenas para aumentar el número de inmigrantes, sino el ejercicio de un vigoroso liderazgo político en estas materias que implica un golpe de timón a partir de la dirección actual. Por eso vemos saludable la creación de una cartera o ministerio que trate el tema desde las máximas instancias del gobierno de cada país.
2. El propósito de generar interés colectivo por traer, y no sólo «dejar pasar» o «dejar venir», a la población conveniente y necesaria, asumiendo la presencia corporativa idónea para este propósito en los lugares de origen de los futuros pobladores. Esto es ocasionado, a nuestro juicio, por dar a la representación extranjera de los Estados una dinámica nueva que permita que la política exterior se convierta en reclamo y foco de incentivación de la imagen del propio país.
3. La formación cultural de la población que llega, a través de una adecuada educación permanente por parte de la administración. Ésta es una experiencia muy positiva de los países que se han beneficiado de la inmigración en los años previos a la movilización global libre (en concreto, la saludable experiencia australiana). La formación puede desarrollarse o iniciarse en los mismos países de origen de los inmigrantes y continuarse después en el país receptor. La experiencia de los países punteros en la recepción de poblaciones aconseja la activa presencia de instructores inmigrados en la estructura educativa y administrativa que imparta esta formación en el país de acogida.
4. Potenciar el ámbito de decisión local (municipal) en el reparto de población inmigrante con el establecimiento de cuotas mínimas adecuadas. La política de cuotas de aceptación e inserción en los municipios deficitarios, y mayormente en los rurales, constituye una política de futuro para cualquier país y una necesaria revitalización para tantas zonas rurales deprimidas social, laboral y culturalmente. En todo caso, debe mirarse de modo muy positivo la incorporación de los municipios a la tarea de incentivar la inmigración, en el sentido de que son los habitantes de un lugar quienes más pueden beneficiarse de la incorporación de inmigrantes y a ellos compete decidir en primer término a quiénes invitan.
5. El giro de la política exterior hacia una cultura de acogida que vaya en la dirección de asegurar la práctica multilateral de la libre circulación de personas. Ello debe hacerse también con la introducción de políticas de reciprocidad negativa hacia los países que opten por la exclusión cultural y la homogeneización forzosa de sus habitantes. No creemos que una cultura democrática puede hacerse compatible con la ausencia de respeto para las propias minorías religiosas y sociales.
Las consecuencias de estas políticas para garantizar la viabilidad de un futuro mejor pueden adivinarse en los cambios a los que darían lugar y que repercutirían en todas las áreas de convivencia social imaginables:
- En la política, se pondría fin a la barbarie del nacionalismo excluyente y el patrioterismo barato con la violencia que generan.
- En la cultura, se dejaría de lado la adscripción mental al espacio cerrado y se apostaría por la libertad de adscripción: sería el fin del mapa de colores (es la gente y no el espacio físico la que habla las lenguas o reza a Dios) y de la separación o segregación espacial de las personas en guetos y reservas.
- En la propia percepción colectiva se verían las ventajas de la transculturalidad, lejana del sincretismo multicultural, al afirmar la existencia de valores colectivos mejores y peores, más a menos excelentes.
- Por último, se conseguiría un equilibrio ecológico entre campo y ciudad, pues la recepción de población haría posible la reruralización: el nuevo poblamiento rural.
- La inmigración nunca debe verse como problema, sino como reto; un reto para mejorar el futuro, no sólo de nuestro país, sino de todo el planeta y de la gente que lo puebla. Si el mundo es de todos, pensemos también que todos caben en nuestro mundo.