¿Por qué soy capaz de recordar la alineación completa de mi equipo favorito de fútbol y no retengo los nombres de los asistentes a la última reunión de trabajo? Es evidente que olvidamos muchas cosas. Pero mientras que las leyes de la memoria están bastante establecidas, desconocemos casi todo del olvido, al menos de su proceso exacto. El olvido tiene mala prensa, es mal disculpado, luchamos con métodos eficaces contra su acción demoledora, aunque con escasos resultados. Sin embargo, cuando lo consideramos un fenómeno activo y positivo en vez de una secuencia perversa de la memoria ausente, adquiere dimensiones alentadoras y, hasta cierto punto, gratificantes.
No pretendo ofrecer un recetario de fórmulas salvadoras ni un marco adecuado a las ansiedades desvalidas quizás de ello me ocupe en otra ocasión. Baste ahora hacer una simple reflexión en servicio de esta notable facultad.
HISTORIAS IMBRICADAS
Si para entender la memoria aplicamos un criterio modular, adornándola con múltiples funciones y clasificaciones, ¿qué será necesario hacer para estudiar el olvido? Tomemos el caso de las mejores obras y novelas de ficción.
Éstas se desarrollan a varios niveles a la vez. Junto a la historia argumental, la Odisea, el Quijote, el Ramayana o el relato de Gilgamesh encierran serias consideraciones sobre los imponderables de la vida. No es accidental que a menudo sean oscuras. Si fueran demasiado obvias no habría drama, sin drama carecerían de emoción y, sin el compromiso emocional, la narración no sería memorable.
De manera semejante operan la memoria y el olvido, sus historias se imbrican. Contienen protagonistas y caracteres bien dibujados que hasta un niño entiende pero, a la vez, encierran mensajes más profundos y significados misteriosos que sólo pueden ser captados con claridad mediante las sucesivas representaciones.
¿CÓMO Y CUÁNDO OLVIDAMOS?
Se admite como normal que el anciano pierda paulatinamente la memoria por el propio declive funcional y orgánico. Es un hecho razonable y benigno ya que, desde la juventud, todos los días desaparecen de nuestro cerebro miles de neuronas (aunque no tantas como se había calculado inicialmente). Esta muerte de las células nerviosas abre la cuestión de cómo las neuronas guardan los datos de la memoria o, más misterioso aún, cómo al degenerarse traspasan su información a las neuronas restantes; y por qué la memoria más reciente es la primera en desaparecer, mientras que los hechos más lejanos son los últimos en eliminarse.
En el fondo de esos interrogantes late nuestra ignorancia acerca de los fundamentos biológicos que expliquen de modo adecuado el olvido y, por tanto, de la extinción del aprendizaje o, lo que es peor, de la memoria en su versión más permanente. Hay una semejanza notable entre las teorías de la extinción y las del olvido. El grado de atención o de conmoción emotiva señala los recuerdos con una marca indeleble, pero a la vez, condiciona su nivel de olvido. Los momentos que rozan el colmo de la dicha quedan marcados como imborrables, inolvidables. Evocarlos, saborear los efluvios de su recuerdo, contribuye a endulzar nuestra vida. La superior aptitud para retener y evocar llena de momentos dichosos la existencia. Y a la inversa, olvidarlos, perder su faceta rememorativa, es menguar nuestra riqueza biográfica.
Sin embargo, olvidar es necesario, incluso muy sano. Pero no se olvida todo por igual. El olvido ataca primero lo que es accesorio y secundario, mientras que hay más resistencia a borrar lo que nos ha impresionado más vivamente o causado mayor emoción.
De alguna manera, el filtrado masivo del olvido actúa sobre muchas operaciones mentales, pero en especial donde nacen los recuerdos. Descarta y selecciona los segmentos de información que no deben ser archivados en la memoria. En este sentido podemos suponer que memoria y olvido actúan en paralelo.
Una semejanza puede ayudar a entender la cooperación de ambos:imaginemos a dos niños en el sube y baja, sólo uno de ellos se eleva alternativamente. Así ocurre con las señales sensoriales en el procesamiento inicial: la atención, alerta y decide qué informaciones serán almacenadas. Cada elemento de un grupo de datos es cribado: se guarda en la memoria o se relega al olvido.
Ya desde el principio, sin que haya ocurrido aún ninguna organización del almacenamiento, el olvido cuenta con un potente factor que deteriora la información sensorial registrada. Actúa sobre el procesamiento de la información borrando numerosos elementos.
Durante el proceso de representación visual o fonológica unos 20 segundos después ocurre otra acción del olvido que puede atacar a la memoria mediante el fenómeno llamado de interferencia. Consiste en borrar informaciones previas por la llegada y adquisición de nuevas.
En ocasiones, el olvido no implica una pérdida permanente, sino más bien inhabilita la capacidad de recuperar la información bajo un conjunto particular de condiciones.
Pero no siempre la memoria y el olvido conviven en una actuación simultánea. En ciertos procesos cada uno impone sus leyes según un orden sucesivo. Actúan en serie: primero, nuestro cerebro confecciona el recuerdo; pasado un tiempo, le toca el turno al olvido. Su acción llega empleando una semejanza para cortar y arrancar todas las malas hierbas que no dan fruto.
El capataz que dirige tales decisiones es la atención. Basta una mirada de la atención hacia un recuerdo casi olvidado para quedar designado como útil y renovar su garantía de permanencia por un período más. El olvido, en su función depredadora del recuerdo, es alejado de ese objetivo.
POLÍTICAMENTE INCORRECTO
Una definición sugiere que la memoria nos hace ser lo que somos, en realidad habría que completarla diciendo «después de que actuó el olvido». El impacto del olvido en nuestra persona y vida es muy significativo. Y, en el mundo que vivimos, tiene claras resonancias en el orden social y profesional.
Si un niño olvida ordenar su habitación, a nadie le preocupa. Pasa lo contrario si un adulto no retira su tarjeta del cajero automático o deja puestas las llaves al salir del coche. En efecto, pocos disculpan a quien por olvido no acude a una reunión concertada, omite felicitar a un pariente o no asiste a la importante cena familiar conmemorativa.
Bajo los criterios sociales más comunes, tal olvido es considerado como indicio de que algo va mal. Su despiste no es disculpable, no está permitido olvidar. En definitiva, es «indigno»; simplemente, desmerece las expectativas que corresponden a su condición de persona responsable. El olvido hace al hombre ingrato, quizás por el desafecto que invoca.
El ritmo al que uno olvida no es proporcional a las necesidades ni a la capacidad de memorizar. Estamos dotados de un maravilloso mecanismo de criba y selección de la inmensa cantidad de información que recibimos continuamente, para sólo guardar una parte muy pequeña de ella. La descomunal información sensorial y semántica que, únicamente en un día, inunda nuestro sistema perceptivo lo abruma cada jornada.
Sin embargo, no hemos de temer su influjo, al día siguiente recordaremos muy pocas de esas masas de datos. Han quedado anuladas, borradas por completo. Una mínima parte es guardada. El resto, casi la totalidad, es relegada al olvido, que nos «protege» de modo eficaz.
En realidad, cantidades ingentes de detalles son eliminadas desde el primer instante: la presión del zapato en el pie, cientos de olores ambientales, el rumor de la calle, el roce de la ropa, cambios en el suelo al caminar, conversaciones periféricas, imágenes del entorno, señales de tráfico, personas que pasan al lado, objetos que hemos manipulado Todos esos estímulos que calificamos de fugaces desaparecen gracias a un tipo de olvido que opera a espaldas de la conciencia y podríamos llamar olvido automático.
EL EXTREMO AUTISTA
Una rara casualidad ha permitido penetrar en el mundo oscuro de los autistas [1] , cuando uno de ellos salió de su situación a la normalidad. Su valioso relato forma ahora parte del patrimonio de referencia para entender un tipo de autismo.
Ese hombre percibía con plena nitidez y precisa clarividencia cada uno de los incontables estímulos que llegan de modo ordinario a nuestro organismo: movimientos, sonidos, cambios de luz o formas, diferencias en viento, luz, imágenes, presiones, olores, sabores Este enorme contingente de datos golpeaba con energía su mundo perceptivo, hasta paralizarlo y sumirlo en la más completa impotencia. En consecuencia, permanecía absorto y aturdido, como congelado ante la incapacidad de dar sentido y reaccionar a cada uno de los estímulos de tal universo.
La explicación del fenómeno que le llevó a la situación autista límite sería la carencia de los mecanismos del olvido encargados de anular los estímulos innecesarios: ese paciente no podía despojarse de las informaciones «inútiles», lo que permite desenvolvernos en nuestro mundo con normalidad.
En sentido contrario, quien pudiera dar curso adecuado a tan prodigiosa capacidad de percepción pasaría a engrosar la lista de esos inexplicables genios que nos asombran por sus dotes excepcionales.
De hecho, cuando el vienés Hans Aperger delineó por primera vez el autismo, hacia 1940, se evidenció que la mayoría de los llamados «sabios idiotas» en realidad eran autistas. (Antes, en 1887, el doctor J. Langdon Down etiquetó esa rareza como síndrome del idiot savant).
En esas personas coexisten la deficiencia mental junto con dotes excepcionales, como el prodigioso poder de su memoria que los caracteriza y nos asombra. 10% de los autistas muestran este síndrome; o sea, que estos «retrasados-sabios» aparecen miles de veces con más frecuencia entre los autistas que entre la población normal.
Vista la importancia protectora de ese olvido «servido-al-instante», queda por resolver el procedimiento que opera en nuestra mente y el modo como se realiza esa drástica selección de anular el registro de información inútil.
UN PROCESO ACTIVO
No acordarse es sólo una modalidad del olvido. El proceso por el cual olvidamos o no retenemos datos y sucesos está muy poco estudiado. Ignoramos cómo y cuándo muere el recuerdo.
A nadie se le oculta que la actividad del olvido es continua. Conforme aumenta la edad, crece el olvido. No cesa el proceso que erosiona la memoria. Este síntoma prevalente de la falta de memoria subjetiva quedó puesto en evidencia por un estudio reciente en Alemania [2] .
Según lo esperado, los investigadores a cargo hallaron conforme a la edad de las personas un aumento sistemático en el predominio de la falta de memoria. Lo inesperado fue el predominio relativamente alto del olvido en grupos jóvenes -29%- frente a los de mediana edad -34%.
Además de la edad, la presencia de demencia en un familiar cercano aparecía como un fuerte indicador que predecía la falta de memoria subjetiva de las personas estudiadas. Como dato curioso, la gente que sentía controlar más el funcionamiento de su memoria divulgó menos la falta de ella. Los más jóvenes atribuyeron su olvido, sobre todo, a causas externas (tensión, concentración), mientras que los ancianos a causas internas (edad, deterioro).
Todavía más llamativo fue que sólo 11% de los olvidadizos estaban interesados en hacer algo para remediar su mala memoria. En este grupo, la educación 37%, el entrenamiento de la memoria 29% y la medicación 12% eran las soluciones preferidas. No se encontraron diferencias entre los encuestados más viejos y más jóvenes.
BASES NEUROBIOLÓGICAS
¿Qué ocurre en nuestro organismo cuando olvidamos? Dicho de otro modo, ¿qué modificaciones orgánicas causan el olvido? Esto nos lleva en dos direcciones: buscar dónde está almacenada la memoria, por una parte, y por otra, si existe un sustrato neurobiológico del olvido.
Estudiar el proceso del olvido tendría poco atractivo para el profesional de la anatomía si no fuera porque se ha demostrado que, para su explicación, existen auténticos elementos biológicos y estructurales. En efecto, al saber que parte de los fundamentos orgánicos de la memoria residen en la actividad sináptica, resulta que el riego cerebral, su metabolismo y oxigenación, son capaces de condicionar la actividad mnésica.
Los pacientes que son sometidos a choques electroconvulsivos, tienden a olvidar los sucesos previos al choque en las dos o tres horas anteriores. El hipocampo una región de la zona medial del cerebro parece interrumpir su labor de procesar esos recuerdos que tardan un tiempo en ser fijados.
También ocurre un olvido traumático en los boxeadores golpeados con violencia durante el combate. Parte de lo ocurrido antes y después de esos traumatismos boxísticos es olvidado. No se registra. La pérdida de memoria posterior a un traumatismo puede ser explicada ahora de manera más coherente.
En conclusión, el daño cerebral de origen químico, vascular, físico, entre otros, puede interferir de modo notable los mecanismos de recuperación de los datos guardados en la memoria.
Existen moléculas promotoras del olvido. Desde los experimentos de Davis y Morris, en 1992, quedó demostrada la existencia de un antagonista del receptor NMDA (N-metil-D-aspartato), que bloquea la plasticidad de las sinapsis sin alterar la transmisión de los mensajes neuronales. El animal tratado con ese antagonista quedaba incapaz de aprender. Según esto, tal antagonista es un factor de olvido: un actor clave que interfiere los procesos de la memoria. No obstante, parece demostrado que se puede compensar su efecto acentuando los estímulos.
Es sabido que el consumo de cannabis eleva la euforia, pero se ha demostrado también que anula la memoria, destruye casi por completo el hipocampo. Causa lesiones irreversibles que empeoran, porque su acción persiste y se prolonga más allá del período en que se consumió la droga. Los cannabinoides endógenos (fabricados por nuestro propio cerebro) juegan una función capital en el proceso de borrar ciertos recuerdos: entre otras alteraciones, apagan la actividad de las neuronas involucradas en la memoria.
TIPOS DE OLVIDO
Es innegable que olvidamos de manera continua, lo comprobamos cada día. Pero no todos los recuerdos desaparecen por igual. Algunos son borrados por completo, incluso su rastro es aniquilado. Otros conocimientos antiguos dejan constancia de que los hemos olvidado y, además, tenemos conciencia de que los sabíamos. También somos conscientes de que no los hemos perdido del todo y que en otro momento seremos capaces de evocarlos. ¿Qué «tapona» ahora la salida de esos recuerdos y les impide que emerjan a la superficie justo en este instante?
Tampoco olvidamos al mismo ritmo ni por igual a lo largo del tiempo que sigue al aprendizaje. Un lugar común al estudiar el proceso de olvidar es remontarse a 1885, cuando Hermann von Ebbinghaus demostró que el olvido es muy rápido al principio y formuló su ley del olvido. Desde el momento de incorporar la información, la curva de aprendizaje sufre un descenso rápido en los minutos siguientes. Sin embargo, más tarde su declive se estabiliza y la curva queda casi horizontal, pero en un nivel muy bajo.
Este pequeño resto aprendido se mantiene en adelante con poca mengua. Ahora bien, cuando tiempo después se vuelve a estudiar esa información, de nuevo la curva de aprendizaje presenta un declive brusco al principio, pero ya no desciende tanto, el resto se mantiene a un nivel superior. De ahí la importancia de repasar para aprender.
Contemplando la curva de olvido, el mal estudiante vería razones que respaldan su práctica de estudiar justo antes de un examen. Sin embargo, como se trata de formarse en una profesión, y para ello consumimos buena parte de la vida, no queda otro remedio que adquirir todo un bagaje científico y acrecentarlo de modo continuo o, al menos, lograr mantenerlo en su estado más prístino. Esto conduce a la necesidad de combatir el declive causado por el olvido.
Hay múltiples maneras de entender el olvido, tanto por el modo lineal, continuo o saltatorio como por la profundidad o grado total o parcial, por la cantidad de informaciones que borra y por el tiempo sobre el que actúa en lapsos con efecto saltatorio o progresivo y lineal. En algunas personas el olvido es considerado como normal, mientras que en otras es patológico; o debido a causas orgánicas frente a otras que son simplemente funcionales.
Como hemos visto, el olvido está en función del tiempo, pero también de otros factores. Por ejemplo, en ciertas personas afecta un amplio espectro de su memoria, pero éstas no pierden la memoria implícita de adquisición de habilidades y formación de hábitos (o de procedimientos), que es la mejor estudiada en el hombre. Tal es el caso de los ancianos y de los enfermos que padecen Alzheimer o el síndrome de Korsakoff, llamado comúnmente amnesia [3] .
A diferencia de los otros tipos de memorias implícitas de impresión, de habituación y sensibilización, de condicionamiento clásico simple, la memoria implícita de habilidades y hábitos fue denominada así porque de ella depende que el individuo consiga ganar en destrezas y hábitos. Curiosamente, su adquisición no depende de procesos conscientes o cognitivos, como comparación o evaluación.
La enfermedad de Alzheimer incluye procesos de gran interés para el ojo atento del estudioso de las ciencias cognoscitivas y neurociencias. Es la forma más común de demencia. Suele comenzar con manifestaciones de pérdida de memoria, un dato que es preciso valorar en su justa medida. El médico dispone de una batería de pruebas para diferenciar el declive normal de la memoria en el anciano, del más serio deterioro propio de esta enfermedad. Estas pruebas son muy variadas y también evalúan las deficiencias en el habla, en la orientación y dificultades en el pensamiento. Los problemas cognoscitivos y de abstracción se acentúan conforme avanzan las lesiones cerebrales, hasta perder toda autonomía.
A primera vista, el Alzheimer y la amnesia permanente son enfermedades bastante diferentes. Quienes las padecen pierden la memoria de los recuerdos y en ambos tipos queda preservada la memoria conceptual. Sin embargo, mientras la primera es progresiva y afecta a la población anciana, la amnesia permanente es un síndrome raro y de aparición brusca.
Como es evidente, las investigaciones científicas sobre la memoria son abundantes. Pero, aparte de las amnesias patológicas, el olvido permanece casi inexplorado.
LA BENÉFICA CARCOMA
Cuando no recordamos algo lo consideramos olvidado. Ante la necesidad de evocarlo nos enfrentamos al fracaso de nuestros esfuerzos. ¿Qué proceso ha operado tal desastre? Mediante un mecanismo aún oculto para la neurociencia, un recuerdo precioso que debimos aprender costosamente quedó, al cabo de los años, relegado al turbio mundo de lo ignoto. Todo un esfuerzo ímprobo por recordar es arruinado a causa del olvido, el cual vendría a ser considerado como una suerte de anti-memoria: la carcoma demoledora que anidamos.
¿Será todo negativo en el olvido? ¿Será la memoria lo blanco y el olvido lo negro? ¿Será que mantenemos una lucha pura y dura entre dos colosos en equilibrio irreconciliable, esto es, o retiene la memoria o destruye el olvido?
Todo lo contrario, aunque parte de esto es verdad, no es un juego de «suma cero» lo que tú ganas, yo lo pierdo. Hay ciertas equivalencias en dicho binomio. Pues, en efecto, el olvido es mucho más y de mejor signo que la memoria deteriorada o la ausencia de un recuerdo debido: lo negado por la memoria. Hay una vertiente muy positiva del olvido que, si comprendiéramos en su justo alcance, le daríamos la bienvenida como portador de acción benéfica.
Olvidamos todo lo que no nos representa importancia actual, no encierra gran significado, no se relaciona con nuestro interés, no participa de la actividad diaria, no satisface una necesidad presente, no es reforzado o deja de evocarse, o no conlleva esfuerzo cognitivo.
OLVIDO CONSTRUCTIVO
Como hemos visto, pasar por alto ciertos detalles experienciales contiene un alto contenido autoformativo. Y, en determinadas circunstancias, relegar al olvido percepciones inconvenientes linda con los terrenos del altruismo. Delata cierta sensibilidad frente a circunstancias adversas, confirma una efectiva capacidad de autodominio.
Afirmar que el olvido tiene un alto potencial creativo puede parecer paradójico. ¿Será que construye nuestra vida y visión del mundo? ¿Actúa el olvido a la manera del escultor que retira todos los trozos inútiles del bloque informativo? Ciertos datos así parecen confirmarlo.
En efecto, parece evidente que todos percibimos y convivimos el tiempo presente de la historia captando un lado subjetivo del panorama, pero a fuerza de olvidar logramos un resultado que es netamente personal. Según esto, se puede llegar a comprender por qué el resultado de lo que cada uno retiene y olvida circunscribe y construye su fisonomía individual.
Así como la motivación interna es importante para dirigir la atención (y aprender), esa motivación también ejerce un potente efecto de «borrador». Justamente, es el olvido. Mediante su acción podemos detener o «hacer circular» ciertos recuerdos maléficos. El papel psicofuncional de ese borrar ejecutando la capacidad del olvido, es evidentemente higiénico.
Gran parte de nuestra higiene mental depende de saber olvidar o, en su defecto, envolver los recuerdos negativos en la comprensión más sólida y hermética. Domesticar esa propiedad es un arte tan difícil como sano.
Como hombres tenemos virtudes y limitaciones, pero entre las gracias que nos adornan, también contamos con las dignas propiedades del olvido.
Y para resumir su valor, viene a cuento lo dicho por un sabio de las letras como Quevedo: «toda cosa, por servir se acaba,/ y acaba por no servir, sirviendo»
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[1] El autismo es una alteración del desarrollo, hay quien no lo considera una enfermedad.
[2] Commissaris C.J. y cols. Patient Educ. Couns. Mayo, 1998. 34:25-32.
[3] La pérdida de la memoria explícita que afecta a todas las modalidades sensoriales se conoce con el nombre de amnesia. Cuando se refiere a todos los sucesos anteriores al accidente amnésico, se trata de una amnesia anterógrada; por el contrario, el sujeto con amnesia retrógrada olvida todo lo acontecido con posterioridad al accidente que causó su amnesia.