Con ocasión de cumplirse sesenta años de la muerte de Segismundo Freud (1856-1939), fundador del psicoanálisis, parece obligado hacer un balance de su obra y de la vigencia social y terapéutica de los procedimientos por él introducidos.
Hans J. Eysenck, profesor de Psicología de la Universidad de Londres uno de los pocos psicólogos cuyo merecido prestigio se conoce en el mundo examina, en un bien fundamentado ensayo, de sugestivo título, la Decadencia y caída del imperio freudiano.
EL PSICOANÁLISIS SIGUE VIVO
T. H. Huxley escribió que «la gran tragedia de la ciencia consiste en el asesinato de una bella teoría por un hecho feo». La reciente aparición de numerosas publicaciones desmintiendo la validez y el alcance explicativo de la mayoría de las hipótesis del psicoanálisis de Freud podría hacernos creer, siguiendo a Huxley, que se avecinan malos tiempos para el psicoanálisis. Nada de eso acontece, a pesar de que sea cierta la decadencia y caída del imperio freudiano. Tal vez las cosas sucedan aquí de un modo diferente, porque ni el psicoanálisis es una bella teoría -sino muchas y muy poco satisfactorias, desde la perspectiva estética- , ni tampoco los hechos que lo descalifican son feos.
Paradójicamente, como dice Eysenck, «las teorías freudianas pueden no ser bellas, pero han demostrado ser invulnerables ante cualquier cantidad de evidencia fáctica demostrando su absurdidez» (p.247).
Es cierto que, en la actualidad, el psicoanálisis está en franca decadencia, si nos atenemos a fiables indicadores, como el escaso número de psicoanalistas que ejercen su supuesta función terapéutica en países desarrollados, o si apelamos al abundante número de publicaciones disponibles que lo descalifican, desde muy diferentes perspectivas (metodológica, científica, terapéutica, psicológica, clínica, etcétera).
Pero si apelamos a otros criterios -frecuencia de uso de este tópico a nivel conversacional; publicaciones en cuya bibliografía se cita al fundador del psicoanálisis; aplicaciones del psicoanálisis a otras disciplinas como la antropología, la historia o la pedagogía; supervivencia profesional de muchos psicoanalistas que, refugiados en los países no desarrollados, continúan interpretando a sus clientes- , habrá que concluir que el psicoanálisis sigue vivo, cuando se cumplen sesenta años de la muerte de su fundador.
EFECTOS «TERAPÉUTICOS» DEL PSICOANÁLISIS
En los años cincuenta, algunos psiquiatras clínicos recomendaban a sus pacientes el psicoanálisis como uno de los procedimientos psicoterapéuticos que podrían aliviar sus sufrimientos morales, dada la inexistencia de sustancias farmacológicas que actuaran específicamente sobre los trastornos mentales. Entonces, como hoy, los psicoanalistas seleccionaban a sus pacientes alegando que no todos respondían igual al tratamiento. Las condiciones que, inevitablemente, el cliente debía satisfacer se resumen en el acróstico YAVIS (Young, attractive, verbal, intelligent and successful), es decir: jóvenes, atractivos, con facilidad de palabra, inteligentes y exitosos.
Dadas las características de muchas de las enfermedades psiquiátricas, si una persona reúne las peculiaridades anteriores, habrá que negar que dicha persona está enferma. Todo lo más que se podrá afirmar en ese caso es que padece algún conflicto psicológico o algún trastorno de conducta (manifestaciones clínicas que entonces se conocían con el término de «neurosis»).
A través de este inteligente recurso, los psicoanalistas fueron ocupándose sólo de ciertas manifestaciones cuya inclusión en la psiquiatría era más bien dudosa, a no ser que las insertáramos en el ámbito de una psiquiatría «menor», diluida y light. Sin embargo, a través de las anteriores exigencias, la supuesta eficacia terapéutica del psicoanálisis quedaba doblemente asegurada: no sólo a través de la selección inicial que de los clientes se hacía, sino también por la naturaleza de sus manifestaciones clínicas, ya que por resultar incompatibles con los verdaderos padecimientos psiquiátricos -de naturaleza mucho más grave- , forzosamente se obtendría una tasa mayor de recuperaciones.
Pero ni siquiera ese fácil y reasegurado éxito terapéutico pudo lucirlo el psicoanálisis, a juzgar por los resultados obtenidos y comunicados por Eysenck en 1952 y 1965. El estudio desapasionado y riguroso de la evolución clínica y terapéutica experimentada por los enfermos neuróticos que frecuentaban el tratamiento psicoanalítico, permitió a Eysenck concluir:
1. Si se compara el efecto terapéutico en los neuróticos tratados con psicoterapia y en los neuróticos que no han recibido ningún tratamiento, se observa que en ambos grupos se curan aproximadamente igual número de pacientes.
2. Existen las mismas posibilidades de que el soldado que ha sufrido una crisis neurótica pueda reincorporarse al servicio, tanto si ha estado sometido a psicoterapia como si no.
3. Cuando los soldados neuróticos son separados del servicio, sus posibilidades de recobrarse no resultan afectadas por el hecho de recibir o no psicoterapia.
4. Entre los ciudadanos neuróticos tratados con psicoterapia se recuperan o experimentan mejoría hasta un cierto nivel, aproximadamente una proporción igual al de los neuróticos que no han recibido ninguna psicoterapia.
5. Los niños que sufren desórdenes emocionales y son tratados con psicoterapia se recuperan o experimentan mejorías hasta niveles aproximadamente iguales a los experimentados por niños similares que no reciben psicoterapia.
6. Los pacientes neuróticos tratados con procedimientos psicoterapéuticos basados en teorías comprobadas mejoran significativamente más de prisa que los pacientes tratados con psicoterapia psicoanalítica o ecléctica, o no tratados con psicoterapia en absoluto.
7. Los pacientes tratados con psicoterapia psicoanalítica no mejoran más de prisa que los pacientes tratados con psicoterapia ecléctica y pueden mejorar menos rápidamente cuando se tiene en cuenta la amplia proporción de pacientes que abandonan el tratamiento (aproximadamente el 50%).
8. Los neuróticos tienden a mejorar sin tratamiento alguno. Después de un período de dos años, algo así como las dos terceras partes han mejorado tanto que se consideran a sí mismos curados, o por lo menos, muy mejorados.
9. Los resultados publicados sobre las investigaciones realizadas con neuróticos civiles y militares, adultos y niños, sugieren que los efectos terapéuticos de las psicoterapias son pequeños o inexistentes, y de ninguna manera es demostrable que aporten algo a los efectos no-específicos del tratamiento médico rutinario, o a otros eventos que ocurren en la experiencia diaria del paciente.
A TIENTAS Y A CIEGAS CON EDIPO
El legendario complejo de Edipo -recuperado por Freud de la mitología e impuesto luego al hombre contemporáneo a través de ciertas interpretaciones psicoanalíticas- , logró enturbiar al parecer algunas relaciones, a veces de por sí «tensas», entre padres e hijos. Gracias a Freud se atribuyó una homérica significación a las naturales y frecuentes discrepancias que entre padres e hijos suele darse, sólo que ahora forzadamente sexualizada por el psicoanálisis. El resultado es que se magnificaron estos conflictos en lugar de contribuir a resolverlos, haciendo que los padres se sintieran injustamente culpabilizados y los hijos confundidos ante su propia sexualidad, una vez que ésta había sido harto problematizada por la hermenéutica freudiana.
Freud describió este «complejo» como una fase más del normal desarrollo psicosexual del varón, de manera que, universalmente, todos los niños se sentirían afectados por ese «complejo». Un antropólogo nada sospechoso como Malinowski, refutó con datos empíricos la universalidad de tal complejo. En los isleños de Trobriand, a los que estudió, la figura de la autoridad no corresponde al padre del niño, sino al hermano de la madre. De aquí que no pudiera cumplirse la universalidad de las tesis freudianas sobre el complejo de Edipo, ya que entre los habitantes de Malasia, escribe Eysenck, «la disciplina represiva no se originaba en el hombre que monopolizaba sexualmente a la madre del niño, privando así a la relación padre-hijo de los rasgos ambivalentes de amor-odio que Freud había [según él] observado en sus pacientes europeos» (p.235).
Muy coherente con estos datos son las conclusiones establecidas por C.W. Valentine (La psicología de la primera infancia, 1942), a propósito de la evolución de la sexualidad infantil, tal y como fue concebida por Freud: es muy posible «que las ideas sobre la sexualidad infantil, sean en realidad: a) sugeridas por el mismo psicoanálisis, como el mismo Freud sospechó en ocasiones o, b) entera o parcialmente interpretaciones del mismo paciente y/o exageraciones de sensaciones o impulsos relativamente leves o, c) en gran parte ciertas, pero sólo en unos cuantos casos anormales, que no es éste el lugar para discutirlo. Pero el hecho de que los relatos de los pacientes, que Freud aceptó en un principio como hechos, resultaran luego ser meras fantasías, es muy significativo».
FLACO SERVICIO A LA ANTROPOLOGÍA Y A LA HISTORIA
La mera interpretación acaso pueda resultar fascinante para el lector, pero sin que por ello se torne científica. La aplicación de las hipótesis e interpretaciones psicoanalíticas a la historia -lo que se ha dado en llamar «Psico-Historia»- es algo que ya practicó el mismo Freud, en un ensayo acerca de la sexualidad de Leonardo da Vinci.
Como sobre este autor apenas si había datos disponibles sobre su sexualidad, Freud no tuvo inconveniente en «reinventársela», antes de interpretarla. En este caso bastó para su inspiración tomar prestado de un libro de Leonardo sobre el vuelo de los pájaros, el siguiente párrafo: «mientras estaba en mi cuna, un buitre se posó encima de mí, y abrió mi boca con su cola, con la que golpeó varias veces mis labios».
De aquí -de esta narración-sustitución-interpretación de los datos históricos- concluirá Freud que Leonardo narra ese episodio del buitre para manifestarnos el hecho de que no vivió con su padre y su madre ejerció sobre él una poderosa influencia; para explicarnos que el afán por la investigación, que caracterizó a Leonardo durante toda su vida, no era otra cosa que un modo de sublimar la sexualidad reprimida durante su infancia y el deseo de saber de dónde venían los niños; y para descubrirnos su primera experiencia homosexual «pasiva».
«Muchos historiadores han seguido este canto de sirenas -escribe Eysenck-, llegando algunos a pedir incluso que el psicoanálisis individual formara parte de la formación profesional del historiador académico. Ahora hay dos periódicos especializados en Psico-Historia, y el movimiento está ganando cada vez más adeptos».
Así, de fantasía en fantasía e imaginación sobre imaginación, los piscoanalistas acaban por construir una «Psico-Historia» que tiene de Historia tanto como de «psico-histeria» tienen sus autores.
A pesar del flaco servicio que el psicoanálisis ha hecho a la Historia, autores como Levi-Strauss no sólo defienden esa posibilidad «científica» del psicoanálisis, sino que reclaman la fundamentación psicoanalítica de la Antropología, ya que ésta «procede mediante el examen de sus fundamentos inconscientes».
Pero nadie que conozca la Historia de la Antropología, caerá en esta trampa de vincularla al psicoanálisis. Los trabajos de la antropóloga Margaret Mead en Samoa trataron de satisfacer el encargo de inspiración psicoanalítica que había recibido, de destruir toda noción de naturaleza humana. Afortunadamente sus trabajos fueron tan acomodaticios a las instrucciones recibidas que resultaron increíbles puesto que, según la autora, el paraíso psicoanalítico de la desinhibición y de la no represión sexual se hallaba justamente en Samoa, donde por esa causa los complejos neuróticos habían dejado de existir.
Un poco después, Deak Freedman demostraba en su libro («Margaret Mead y Samoa») que entre los samoanos se da un promedio de violaciones mucho más alto que en cualquier otra cultura; que los hombres son hostiles y belicosos y guardan celosamente la virginidad de sus mujeres; etcétera, es decir, justo al revés de lo que nos había informado Mead y, desde luego, mucho más acorde con lo que es sabido por todos acerca de la naturaleza humana, cuya noción ella pretendía borrar.
EL « ESFINTER JAPONÉS» Y LOS «PAÑALES RUSOS»
Los buenos alumnos de Freud también tomaron de su maestro la afición por la Psico-Historia y, lógicamente, algunos de ellos han seguido sus huellas. Sobre este aspecto mencionaré tan sólo dos ejemplos.
Geoffrey Gorer, psicoanalista británico discípulo de Freud, trató de «justificar» la supuesta personalidad compulsiva de los japoneses, apelando al modo peculiar en que sus esfínteres anales habían sido educados, cuando eran niños.
En este caso, no sólo la interpretación había sido «inventada» sino que, en un alarde de imaginación, los hechos a interpretar también habían sido «inventados». Sin apenas otros datos que no fueran deducciones e inferencias inspiradas en el denominado por Freud «carácter anal», Gorer sostiene que la educación japonesa basada en una severa limpieza anal, creaba en los niños una rabia reprimida, ya que se les obligaba a controlar sus esfínteres antes de que su desarrollo muscular lo permitiera. Esta brutal represión ejercida sobre los niños, era la causa de que luego éstos se manifestaran durante la guerra de forma tan compulsivamente agresiva. La rabia infantil se transformaba después en compulsión agresiva.
Un estudio posterior de los usos y costumbres higiénicas en los japoneses reveló que nada de lo afirmado por Gorer era verdad. Los niños japoneses eran educados igual que los norteamericanos y europeos. De otra parte, la supuesta agresividad compulsiva que se les atribuyó estaba en contra de la rapidez con que se adaptaron a la derrota sufrida en la guerra, de su capacidad de imitar el modelo de comportamiento norteamericano y de su toma de postura al frente de los movimientos en pro de la paz en Oriente.
En el segundo ejemplo, Gorer y Rickman, explican el carácter ruso como un hecho dependiente y derivable del modo en que (supuestamente) eran fajados los niños rusos. Al vestirlos con ceñidos pañales, se ejercía sobre ellos tal coacción que forzosamente respondían con el sentimiento de rabia que, más tarde, originaba en ellos el sentimiento de culpabilidad; al desvestirlos, en cambio, sus tiernos cuerpos se aliviaban, descubriendo y gozando la súbita sensación de libertad.
Al enfajado de los niños rusos atribuyen los autores la causa de la revuelta contra el despotismo zarista, como también de ese mismo hecho se hace depender la culpabilidad que sentían los intelectuales cuando eran llamados a declarar ante las purgas de Stalin.
Ejemplos como éstos constituyen una burla a los pueblos y a su Historia y, a través de ella, una eficaz forma de asestar una estúpida y poderosa vejación al hombre desvalido o por lo menos a su recuerdo respetuoso.
AMBIGÜEDAD CALCULADA
Al tratar de establecer cuál fue la posición de Freud ante la ciencia y como científico, nos encontramos con una confusa palabra que lo define: ambigüedad. Pero esto no significa que la posición de Freud, frente a la ciencia, fuera la de una ingenua ambigüedad; era más bien la actitud de quien ha calculado el alcance de esa posición.
La postura en que incurrió Freud -si nos atenemos al modo en que personalmente se autodefinió- es contradictoria. «Esta contradicción aparece en gran parte de lo que escribió; por una parte, el deseo de ser un hombre de ciencia en el común sentido aceptado para las ciencias naturales, y por otra, el darse cuenta de que lo que él hacía era de una clase esencialmente diferente (…). Freud era muy ambiguo en sus juicios sobre sí mismo», situándose a veces junto a los científicos y llegando a afirmar en otras ocasiones que «él no era un hombre de ciencia, sino más bien un conquistador… aunque tampoco especificó qué era lo que había conquistado» (p.249).
Para Richard Stevens, Freud sólo puede ser comprendido en términos de la hermeneútica, aunque trató de llevar a cabo «la incómoda e importante tarea de confrontar la cara de Jano de los seres humanos tal como son, tanto como seres existenciales como seres biológicos», un proyecto demasiado ambicioso para quien ha optado únicamente por interpretar ciertos sueños del hombre.
ENTRE LOS HUMILLADORES DEL HOMBRE
Aunque los partidarios del psicoanálisis consideren a Freud como el gran «libertador» de la represión sexual humana, el hecho es que no sólo no contribuyó a liberar al hombre de sus instintos, sino que al sexualizar la neurosis -al intentar comprender la neurosis, desde una perspectiva casi exclusivamente sexual- , logró neurotizar la sexualidad humana. No deja de ser curioso que a medida que es mayor el contacto del cliente con las interpretaciones psicoanalíticas ¾ un contacto siempre comprometido, por cuanto supone la creencia en ellas- , más frecuentemente aparecen las neurosis sexuales. Es muy posible que de haber continuado Freud en sus trabajos iniciales de psicofisiología, hoy padecerían los hombres menos trastornos psicopatológicos de la sexualidad. ¿Puede denominarse a esto liberación sexual?
Freud ha sido presentado junto a otros renombrados científicos, pero no porque sus descubrimientos estén a la altura de los que éstos hicieron, sino por hacer que el hombre no se sienta ya dueño de sus actos (que siempre responden a una motivación inconsciente, según él), sino un mero automatismo instintivo sólo al servicio de la satisfacción sexual, más o menos latente o manifiesta.
Pero, como dice Richard La Pierre, también debe ser cargada en la cuenta de Freud el daño que sus teorías han causado en la sociedad (permisividad, promiscuidad sexual, decadencia de valores pasados de moda, etcétera), ya que sus enseñanzas, como este autor demuestra, han minado los valores sobre los que se basaba la civilización occidental.
«¿Qué podemos, pues, decir de Freud y de su lugar en la historia?», se pregunta Eysenck en la última página de su libro. Y contesta: «Él fue, sin duda, un genio, no de la ciencia, sino de la propaganda; no de la prueba rigurosa, sino de la persuasión; no del esquema de experimentos, sino del arte literario. Su lugar no se halla, como él pretendía, junto a Copérnico y Darwin, sino junto a Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, autores de cuentos de hadas. Éste puede ser un juicio riguroso, pero pienso que el futuro lo respaldará» (p.286).
LA«DOBLE VIDA» DE LAS HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS
Una característica común a todas las hipótesis psicoanalíticas es su imposibilidad de ser empíricamente verificadas o falsadas. Esto quiere decir que, en tanto que hipótesis, se sitúan más allá de lo empírico -en lo trans-empírico y metapsicológico- , simultáneamente, sus partidarios reclaman para ellas el mismo estatuto epistemológico que para cualesquiera otras hipótesis que hayan sido formuladas en el ámbito empírico de las ciencias naturales.
Cioffi lo ha explicado muy bien al describir el modo en que proceden las hipótesis psicoanalíticas: «Es característico de una pseudo-ciencia que las hipótesis que la componen estén en una relación asimétrica con las esperanzas que generan, permitiendo que esas hipótesis sean corroboradas cuando resultan, pero no, en cambio, desacreditadas cuando fallan. Una manera de llevar esto a cabo consiste en arreglarse para que esas hipótesis sean tomadas en un sentido estrecho y determinado antes de producirse el hecho, pero luego, en un sentido más amplio e indeterminado, después de haberse producido. Así, tales hipótesis viven una doble vida: una sometida y restringida en la proximidad de observaciones contradictorias, y otra menos inhibida y más exuberante cuando están alejadas de éstas».
EL ACTUAL «LEGADO» DEL PSICOANÁLISIS
«El freudismo -escribe Eysenck- tuvo su apogeo en los años 1940 y 1950, y tal vez incluso duró hasta los sesenta, pero entonces las críticas empezaron a arreciar, y gradualmente el psicoanálisis fue perdiendo su atractivo. Esto es verdaderamente cierto en las instituciones académicas; los modernos departamentos de psiquiatría en Estados Unidos, el Reino Unido y en todas partes, se concentran actualmente en el aspecto biológico del desorden mental, particularmente en los métodos farmacológicos de tratamiento (…) Lo que no puede ser puesto en duda, creo yo, es que el psicoanálisis se halla en plena cuesta abajo, que ha perdido toda credibilidad académica, y que, como método de tratamiento, cada vez es menos utilizado» (p.267).
¿Cuál es hoy el legado del psicoanálisis, a sesenta años de la desaparición de su fundador? «Incluso desde un punto de vista hermenéutico -contesta Eysenck- Freud y el psicoanálisis deben ser considerados un fracaso. No nos queda de él nada más que una interpretación imaginaria de pseudo-acontecimientos, fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e inconsistentes, plagios disimulados de los predecesores, “percepciones” erróneas de valor no demostrado y un grupo dictatorial e intolerante de seguidores que no insisten en la verdad, sino en la propaganda.
»Este legado ha tenido consecuencias extremadamente malas para la Psiquiatría y la Psicología, entre las que podemos singularizar las siguientes: la más lamentable consecuencia ha sido sobre todo para los pacientes, que han visto frustradas sus esperanzas de mejoría y curación, a pesar de sacrificar su tiempo y su dinero (…)el fracaso de la Psiquiatría y de la Psicología en desarrollarse hacia estudios adecuadamente científicos, por lo que es probablemente cierto que Freud ha hecho retrasar el estudio de estas disciplinas en cincuenta años o más (…)el daño que sus teorías han causado a la sociedad (…), habiéndose demostrado que las enseñanzas de Freud han minado los valores sobre los que se basaba la civilización occidental (…)la gran influencia de las nociones freudianas en nuestra vida en general (costumbres sexuales, crianza de los niños, subjetividad de las reglas éticas y mucho otros dogmas freudianos), que se han filtrado hacia el hombre de la calle, aunque no a través de ninguna lectura de las obras de Freud, sino de la muy grande influencia que él ha tenido en el stablishment literario (…)la posibilidad de que se ocupe de asuntos importantes y “relevantes” (motivación y emoción, amor y odio, enfermedad mental y conflicto cultural, significado de la vida y verdaderas razones de nuestra conducta cotidiana) al proporcionar una especie de explicación (aunque errónea) para nuestras vidas, nuestros éxitos y fracasos, nuestros triunfos y desastres, nuestras neurosis y nuestras curaciones (…)etcétera».
Un Premio Nobel de Medicina, como Sir Peter Medawar, resumía así su posición frente al psicoanálisis: «Hay algo de verdad en el piscoanálisis, como lo hubo en el mesmerismo y en la frenología [es decir, el concepto de la localización de funciones en el cerebro]. Pero, considerado en su conjunto, el psicoanálisis no resulta. Es un producto que está acabado, como lo fueron un dinosaurio o un Zeppelin; no se puede, ni se podrá jamás erigir una teoría mejor sobre sus ruinas, que permanecerán para siempre como uno de los paisajes más tristes y extraños de la historia del pensamiento del siglo XX».