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¿Murió Freud hace sesenta años?

Entre los personajes que llevaron la mentalidad iluminista a sus últimas consecuencias, han sido indudablemente Karl Marx y Sigmund Freud los que más han influenciado la cultura del siglo que ahora acaba. El primero hechizó, con su reduccionismo de signo económico, no sólo a las masas hambrientas del proletariado de la primera revolución industrial sino sobre todo, y casi sin plausible explicación, a los intelectuales de Occidente, teólogos inclusive. Hasta los años setenta, quienes no se proclamaban marxistas, coqueteaban o «dialogaban» con el marxismo. La utopía marxista aterrizada en los pueblos del Oriente europeo, estaba ya muerta y medio enterrada, cuando los intelectuales occidentales todavía dialogaban con ella: espeluznante y al mismo tiempo risible diálogo con un fantasma.
Con Freud ha ocurrido algo parecido, pero su «secta» se mostró más resistente por hermética y elitista. Existe todavía un «resto ortodoxo» hierático e inconmovible, y una vasta red de epígonos, más o menos declarados, todos infieles al monolitismo primigenio y detentores de psicotécnicas que prometen al neurótico desorientado liberación de su «autenticidad primitiva», atascada o reprimida por las prepotencias culturales, sociales o religiosas, y al mundo moderno la transformación de la sociedad vigente, basada en la razón, la ciencia y los valores del espíritu.
La «revolución psicotécnica», con sus encounters groups, sensitivity trainings, «dinámicas de grupo»… quisiera (desde su nacimiento en Esalen (1962) gracias a Fritz Perl, psicoanalista apóstata berlinés) conseguir lo que las dictaduras marxistas no lograron: el derrumbamiento de la cultura occidental cristiana y la implantación del paraíso amorfo de la pura delicia hedonista o dionisíaca. Se trata de los últimos, aunque devastadores, coletazos del freudismo, ya hace tiempo fenecido.
Anécdota fresca y significativa: el fundador de la psicoterapia habría sufrido un colapso entre el 4 y el 8 del julio pasado, en Viena, si se hubiera asomado al 2º Congreso Internacional de Psicoterapia, al comprobar su monopolio teórico y práctico deshilachado y hecho trizas; que los «apóstatas» de su doctrina son hoy día legión (unas 600 corrientes psicoterapéuticas en vigor), y que uno de sus críticos más desenfadados haya sido su propia nieta. Sophie Freud, nacida en Viena en 1924, emigrada después (1938) a Francia y más tarde a los Estados Unidos, psicoterapeuta de profesión y docente universitaria en Boston hasta su reciente jubilación, declaró ante un vasto público estar de acuerdo con la mayor parte de las críticas hechas a su abuelo. «Particularmente en lo que se refiere a su interpretación de la sexualidad… típicamente masculina: ¡a ninguna mujer se le habría ocurrido, dar a la sexualidad tal importancia! (…) dio demasiado peso al alma, al inconsciente y a la primera infancia…»; y respecto al escenario psicoanalítico (paciente tumbado en el diván, analista sentado detrás de la cabecera): «todo esto lo juzgo privado de sentido y claramente regresivo… estimula a la gente a volverse más narcisista de lo que ya es. Este rumiar incesante sobre sí mismos y hablar sin fin de la propia historia me parece una solemne estupidez antisocial: muy difícilmente se abrirá a los demás el que así dilapida su vida interior…» (He traducido libre, pero fielmente, las «irreverencias» pronunciadas por Sophie Freud hace pocas semanas).

LA «NUEVA CIENCIA» EN LA ÉLITE INTELECTUAL

Freud publicó su interpretación de los sueños en 1901. En el mismo año, otro judío, el filósofo Edmund Husserl, lanzó su desafío al positivismo, entonces dominante entre los hombres de ciencia, en el cual estaba empantanado Sigmund Freud y del que jamás se liberó. Con el siglo empezaba una lucha sin cuartel, todavía no concluida, aunque marxismo, darwinismo y freudismo en su genuinidad se hayan extinguido definitivamente. Pero ha transcurrido un siglo. La fuga de Freud ante la persecución nazi (a diferencia de Viktor E. Frankl, que renunció a la oferta por fidelidad a sus padres y esposa, todos asesinados en los famosos Lager genocidas), facilitó la difusión de su doctrina en el mundo anglosajón. Desde los Estados Unidos, triunfadores de la guerra mundial regresa, también triunfante, el freudismo a Europa. Aunque sea mito la persecución de Freud en los años previos a la guerra (tuvo grandes protectores desde el principio entre las autoridades académicas y médicas, y pudo dar clases sobre su «nueva ciencia», todavía en pañales, en las aulas del alma mater vienense), es cierto que el boom freudiano tiene lugar después de 1945. A la teoría psicoanalítica se alía algunos años más tarde la filosofía revolucionaria de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse), y es de subrayar esta «aptitud» del psicoanálisis con los movimientos anticulturales y antisociales de las más diversas calañas… Su alianza con el estructuralismo francés (Lacan) le hace acceder otra vez a círculos (no muy «fieles») de la élite intelectual en moda… pero la pureza doctrinal de Freud permanece encerrada en la torre de marfil, intacta y casi indiferente a lo que sucede a su alrededor: la evolución de la psiquiatría, sobre todo en sentido estrictamente biológico y farmacológico, y de la ya aludida psicotécnica, invasora del mundo industrial y religioso, a menudo del brazo del esoterismo y de varios «misticismos» orientales. Hay que reconocerlo: el éxito clamoroso del freudismo a lo largo de 80 años no se ha producido ni en el ámbito de la medicina ni en el de la terapia psicológica (por «exótica», discriminadora, excesivamente prolongada y costosa, y con una escasísima cifra de curaciones comprobadas), sino en el mundillo literario, artístico, filmográfico, periodístico y de la llamada vulgarización científica, aparte el interés de algunos círculos filosóficos (análogo a lo ocurrido con el marxismo). El vocabulario psicoanalítico se banalizó entrando en el lenguaje de la calle y de la mid cult, ennoblecidos con la asunción de una terminología abstrusa, alusiva, picante y desveladora de vicios ocultos. ¿Quién no ha hablado, escrito, pintado, filmado o predicado sobre «complejos», «proyecciones», «transferencias», «conversiones histéricas», «represiones neurotizantes», «fijaciones edípicas», «angustias de castración», «parricidios inconscientes y ancestrales», «conflictos instintivos mal resueltos», etcétera, etcétera?
El hombre del siglo que ahora termina, frenéticamente materialista, perdida la brújula de la realidad, se encandiló con este psicologismo -también de marca materialista- que le cosquilleaba el alma arrumbada y le confería una insólita «sagacidad». El «alma», llamada psique, que Freud quería sinceramente curar, él mismo la convirtió en un «aparato», con sus tres componentes (yo, ello y superyo) dotado de una «energía» motriz, que calificó de «líbido» y redujo a la pulsión sexual. Un mecanismo del sexo, cuyos defectos de «funcionamiento» se revelan (lógicamente) sólo al procedimiento psicoanalítico que lo «repara» por medio de la «liberación de la líbido», encadenada por las convenciones sociales, morales o religiosas.
Como nuestros contemporáneos, debido a la educación recibida, entienden de máquinas y manejan máquinas casi todo el día y parte de la noche, se comprende que aceptaran rápidamente y con satisfacción esta nueva versión del «hombre máquina», hasta las entretelas de su alma polvorienta y desolada, y asumieran acríticamente la cacareada «necesidad higiénica» de un permisivismo sin fronteras. Pero el mismo Freud, ya en el año 1932, tuvo que reconocer que «si la indigencia sexual había disminuido en nuestro continente gracias a una mayor libertad de las costumbres… así que hoy día hay menos neurosis debidas a la represión de los instintos, tenemos que constatar un aumento notable de neurosis de todas clases causadas por el desenfreno de los instintos» (entrevista publicada en Die Freie Presse, Viena, 14.8.1932). Lo mismo que estamos viviendo, después de la «revolución sexual» de los años sesenta y setenta.

LA DOCTRINA MÁS INTOLERANTE DEL SIGLO

El lugar común de la represión neurotizante sigue todavía difundiéndose, incluso en ambientes «pastorales» también católicos, cuya ingenuidad (los españoles la llaman «papanatismo») parece sin igual y tiene la pretensión de cambiar la ética natural, y más todavía la moral basada en la Revelación, para desencasquillar a los angustiados, víctimas de la civilización cristiana. Dejando de lado el laxismo moral -que la lucha freudiana contra todo tipo de «frustraciones» ha favorecido- , lo que más se critica a Freud es su impermeabilidad a la crítica, su dogmatismo inquebrantable, su pretensión de poseer la verdad absoluta, sobre todo en lo que su nieta Sophie le achaca (el niño como perverso polimorfo cuyos traumas le determinan definitivamente, la autonomía del inconsciente, etcétera).
Y téngase en cuenta que él mismo calificó de dogma a su concepción (libre interpretación a la que hoy no se concede ni siquiera la categoría de hipótesis científica). C. G. Jung cuenta en sus Memorias que, en 1910 Freud le dijo: «Mi querido Jung, prométame no abandonar jamás la teoría sexual. Es lo más importante. Mire usted: tenemos que hacer de ella un dogma, un baluarte inexpugnable (Zürich, 1962. pág. 220). «Dogmas» de factura humana pueden impresionar e incluso alucinar, pero no vincular por mucho tiempo a personas inteligentes, activas y en contacto con la realidad viva -amigos, colaboradores, familiares o pacientes. Adler, Jung, Ferency, Allers, Rank y muchos habrían podido ampliar, corregir y complementar las teorías de Freud, pero él no soportaba ni émulos ni contrincantes ni verdaderos cooperadores: exigía sumisión intelectual incondicionada, y a quien no se la ofrecía le «excomulgaba», le alejaba sin posibilidad de apelación. Como dijo una vez K. Popper, Freud había incluido en su doctrina la teoría de su irrefutabilidad, que se manifiesta en la respuesta o reacción psicoanalítica frente a cualquier crítica, esto es, que la crítica o el crítico deben ser psicoanalizados… porque el mero hecho de criticar al «profeta» demuestra «inmadurez» o «complejo infantil no liquidado». No es extraño por tanto, que en el clima relativista postmoderno sea éste el reproche más generalizado y enconado a la persona y doctrina más intolerantes de la cultura del siglo XX.
Más grave es en verdad lo que Frankl llamó «homunculismo» y que Freud logró hacer popular, es decir, la imagen del hombre privado de espíritu, cuya necesidad fundamental sería el equilibrio instintivo, la satisfacción o calma de la líbido, la eliminación de cualquier tensión hacia lo alto o hacia el tú más o menos próximo. El baluarte freudiano, que ya desde el principio desmontaron filósofos del rango de Max Scheler, Karl Jaspers, Gabriel Marcel, y psiquiatras de la categoría de Rudolf Allers, Ludwig Binswanger, Eugen Minkowski, Viktor Frankl y Médard Boss, cuyos argumentos valen más que todos los subsiguientes, se ha visto atacado en los últimos decenios de este siglo con una violencia inaudita desde los frentes más varios e inesperados: desde el viejo y revivido «behaviourismo», capitaneado por la autoridad de Eysenck; el terreno de la biología (el premio Nobel inglés P. Medavar afirma que la teoría psicoanalítica ha sido el «engañabobos» más horrendo del siglo;el punto de vista de los historiadores de la ciencia (F. Sulloway califica la doctrina de Freud de «burbuja de jabón mitológica, exhalada de las anticuadas obras de Darwin, Lamark y Haeckel), de la fisiología cerebral (Eccles, McLean), la biofísica y la historia contemporánea, que ha producido no pocas biografías de S. Freud, que no son más que patografías a menudo crueles (por ejemplo, Masson, 1984 y Gay, 1989).

«CHAMANISMO CON TOGA ACADÉMICA»

Uno se pregunta: ¿Cómo ha sido posible que una construcción teórica tan simplista como artificialmente enrevesada haya cautivado un amplio sector de la intelectualidad occidental, desde filósofos y políticos hasta cineastas de fama, periodistas de provincia, sociólogos y sacerdotes? Aparte los motivos antes aludidos (maquinismo dominante en las universidades, dirigencia de altas empresas y sencillos hogares domésticos, y fácil asunción de un permisivismo moral con crisma terapéutico), hay que considerar que la cultura del siglo XX oscila entre un «cientifismo supersticioso» (K. Jaspers) y una notable tendencia hacia el esoterismo. En este clima de ambigüedad, el psicoanálisis se presenta como «chamanismo con toga académica, atractivo por su calidad de sabiduría o gnosis, nunca del todo comprensible» (así se expresaba no hace mucho el psiquiatra alemán H. von Diethfurt).
El gran psicoterapeuta suizo, fundador del llamado «análisis existencial», Médard Boss, subraya el hecho de que nuestros contemporáneos, que aprendieron a aceptar detrás del mundo visible la realidad invisible de los átomos, estaban preparados para aceptar también la existencia de fuerzas invisibles, misteriosas y amenazadoras que manipulaban el alma humana por debajo del umbral de la conciencia. Otros han puesto de relieve, que en una época de comunicaciones de masa, como la nuestra, la palabra ha alcanzado un poder inusitado, se tiende a dar a la expresión verbal una capacidad curativa, hasta ahora desconocida en la historia de la medicina. Finalmente, la teoría psicoanalítica facilitó una «interpretación científica» de la crisis de los valores éticos y religiosos provocada por las filosofías demoledoras de Nietzsche y Marx. Sociólogos y no pocos moralistas e incluso teólogos, se dejaron seducir por la sirena psicoanalítica, campeona de la sospecha sistemática.
Es de notar que la «caza de brujas» tuvo lugar sobre todo en el mundo renacentista, ebrio de cientifismo. La historia se ha repetido en nuestro siglo: el «exorcismo» laico de los demonios del inconsciente ha obsesionado al «adultismo» del hombre de la era atómica. Erich Fromm pronosticó en México, poco antes de su muerte, que tanto el marxismo como el freudismo desaparecerían antes del año 2000. Fromm fue un hombre que, siempre en busca de la verdad, se extravió muchas veces: capituló ante el dogma marxista y también ante el freudiano. Al fin se recuperó y, al despertar de sus pesadillas, tuvo un chispazo de luz profética.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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